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“Cuando la patria está en peligro no hay derechos para nadie, sino sólo deberes” E. von Wildenbruch

Patriotismo vs. pasotismo

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Dicen que el general José de san Martin dejó acuñada esta frase para la posteridad “Mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles mi edad mediana al de la patria, creo que me he ganado mi vejez.”. Seguramente se quedó muy satisfecho de sí mismo cuando logró dejar plasmada en blanco sobre negro esta idea que, con toda posibilidad, le debió parecer genial; no obstante, para cualquier persona que sabe lo que es el amor a la patria, que conoce los esfuerzos que han tenido que hacer cientos de generaciones de ciudadanos para conseguir mantenerse unidos y superar los ataques de aquellos que han intentado, a través de los siglos, desarticularla, empobrecerla, venderla a sus enemigos o ceder ante quienes han pretendido cambiar y renegar de aquellos valores, aquellas tradiciones y costumbres, romper sin contemplaciones aquellos fuertes lazos de confraternización que se habían establecido entre todos aquellos que se sentían unidos por este sentimiento de unidad, seguridad, amor a su bandera, respeto por sus símbolos y orgullo por su historia; no deja de parecernos la más desafortunada expresión de un cínico que abjuró de su deber hacia su patria, España, para abrazar una causa que, en su calidad de militar, debió de haber repudiado y luchado hasta la muerte si hubiera sido preciso, para evitar que pudiera triunfar.

Es evidente que las últimas generaciones, imbuidas por unas filosofías innovadoras, por un materialismo exacerbado y por un relativismo capaz de potenciar un individualismo egoísta y una falta de solidaridad nacional; que ha comenzado por afectar al concepto de familia, de las morales y éticas tradicionales, del orden y la tolerancia por los derechos ajenos o del respeto por las normas que, entre todos, decidimos darnos para conseguir vivir sin que pudiéramos quedar expuestos a que unos pocos, los más listos, fuertes o descarados, consiguieran hacerse con el control del país y establecer, sobre el resto de ciudadanos, la tiranía y el totalitarismo que, por desgracia, vemos que existe en muchos países donde las dictaduras han logrado establecerse.

Hoy en día el declararse patriota es visto como algo extraño, fuera de lugar, una excentricidad y, si me apuran, algo de que avergonzarse. Se dan contradicciones tan curiosas como el que nadie, o al menos pocos sean los españoles que respetan los colores de la bandera española; menos los que se enorgullecen de exhibirla en las grandes ocasiones y, casi ninguno, los que se declaran ante sus conocidos como patriotas que defienden el concepto de una nación unida, sin divisiones y donde cualquier español se sienta igualmente cómodo y seguro; cualquiera que sea la autonomía o provincia en la que tenga su residencia. Se dice que todo son pamplinas, que son viejas costumbres pasadas, que nadie ya quiere morir por defender la patria y que, en definitiva, lo que importa es vivir libremente, sin que nadie te diga lo que debes hacer y sin someterte a las viejas consejas de las personas mayores que, a su criterio, lo mejor que podrían hacer es desaparecer para dejar de incordiar.

Y he dicho que se dan contradicciones porque, a pesar de este desprecio por el llamado “patriotismo español”, existen algunos puntos de la geografía española en los que parece que, si bien el sentimiento de patria común es rechazado de plano; el sentirse español es considerado como algo absurdo y lo que se reclama, por una parte importante de los lugareños es, sin embargo, otro tipo de patriotismo, mucho más enraizado, más excluyente, menos tolerante, más beligerante y, por supuesto, henchido de un espíritu revanchista, de una importante carga de odio y rechazo hacia el resto de españoles de otras comunidades y dispuesto a utilizar todos los medios, incluso la traición , la mentira y la deslealtad, para sacar adelante su proyecto de desconexión con el resto de la nación española.

Llama la atención, y esto se observa en muchos aspectos de la vida cotidiana, como una gran parte de las últimas generaciones buscan vivir sin grandes ataduras laborales; prefieren viajar, conocer nuevos países, peregrinar y vagabundear por escenario insólitos, precisamente en aquellos años de su vida en los que se debieran prepara para enfrentarse a la lucha por la vida. No se sabe de dónde sacan los medios para poder subsistir, aunque no les importa aceptar pequeñas tareas eventuales para ir sobreviviendo, ni parece preocuparles el día de mañana confiando que el Estado los mantendrá. Estas teorías ,sustentadas por partidos políticos de extrema izquierda, prefieren cargar las tintas sobre aquellas personas como los empresarios, comerciantes o profesiones liberales a los que acusan de ser los “explotadores” del pueblo, sin tener en cuenta que sin ellos, no existirían puestos de trabajo, no se producirían los artículos de primera necesidad, no tendríamos medicinas ni las instituciones administrativas percibirían los impuestos necesarios para poder subvencionar las prestaciones públicas entre las cuales podemos citar algunas, como la Seguridad Social y la Sanidad Pública, que se ocupa de quienes no disponen de medios para subvencionarse una medicina privada.

Hay encuestas que hablan de que una gran parte de la juventud, en lugar de estudiar carreras universitarias, dedicarse a la investigación, buscarse la vida promocionando negocios o creando empresas, dedicando una parte de su existencia al estudio, al esfuerzo, al sacrificio o a la ayuda a los demás, prefiere un tipo de trabajo más tranquilo, más seguro, menos complicado y, si es posible, donde se trabajen menos horas y se tenga más tiempo para el ocio; aunque ello suponga resignarse a unos emolumentos más reducidos. Sin duda, una nación donde, como empieza a ocurrir en España, el número de funcionarios vaya creciendo en detrimento del número de trabajadores productivos, que contribuyen a crear riqueza, que inventan o crean mejoras técnicas, que investigan en ciencia, medicina en otro tipo de materias que ayudan al país a crecer, aumentar su nivel de vida y asegurar el bienestar de todos sus ciudadanos etc.; es evidente que es un país donde la burocracia y, seguramente, el control por parte del Estado de los medios de producción ( como sucedió en la Rusia bolchevique) aseguran a sus habitantes renunciar al progreso, mantenerse en la medianía y estar condenados a depender de impulso económico y desarrollo industrial que consiguen situarlas en la vanguardia de las naciones exitosas.

Podemos estar viviendo unos tiempos nuevos, distintos y que requieren sistemas sufran adaptaciones a las naturales variaciones producidas por los inevitables cambios que nos han traído los grandes avances, en todos los aspectos del hacer humano y de los evidentes adelantos tecnológicos, sociológicos y financieros que hoy en día forman parte de la globalización de la economía mundial. Pese a ello, siempre será necesario y, mucho nos tememos que cada vez sea más inevitable, que el esfuerzo de las personas, sus estudios, sus empeños y sus capacidades sean capaces de seguir poniéndose al nivel que tales adelantos van a exigir para que el mundo siga progresando, con el objetivo final de que las necesidades de una población mundial sobredimensionada, puedan ser atendidas y compensadas, evitando que las carencias que se pudieran derivar de un consumo excesivo de los recursos naturales pudieran acabar siendo el motivo del empobrecimiento y la destrucción de la propia humanidad.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos que en nuestro país se van extinguiendo en nuestros conciudadanos determinados valores que, no por venir de hace muchos años, dejan de seguir teniendo valor, especialmente cuando aparecen otros factores preocupantes, que parece que están orientados a ir creando un ambiente de “pasotismo” entre nuestros jóvenes que parecen esperar un futuro plácido a cargo del Estado, sin que se planteen la evidencia de que, para ganarse las habichuelas es necesario trabajar, esforzarse y contribuir a crear riqueza ya que, en el caso contrario, no existe nación capaz de resistir un tipo de población viviendo a costa del erario público, si nadie trabaje para mantenerlo. Nemo dat quod no habet.

Patriotismo vs. pasotismo

“Cuando la patria está en peligro no hay derechos para nadie, sino sólo deberes” E. von Wildenbruch
Miguel Massanet
sábado, 18 de noviembre de 2017, 10:54 h (CET)
Dicen que el general José de san Martin dejó acuñada esta frase para la posteridad “Mi juventud fue sacrificada al servicio de los españoles mi edad mediana al de la patria, creo que me he ganado mi vejez.”. Seguramente se quedó muy satisfecho de sí mismo cuando logró dejar plasmada en blanco sobre negro esta idea que, con toda posibilidad, le debió parecer genial; no obstante, para cualquier persona que sabe lo que es el amor a la patria, que conoce los esfuerzos que han tenido que hacer cientos de generaciones de ciudadanos para conseguir mantenerse unidos y superar los ataques de aquellos que han intentado, a través de los siglos, desarticularla, empobrecerla, venderla a sus enemigos o ceder ante quienes han pretendido cambiar y renegar de aquellos valores, aquellas tradiciones y costumbres, romper sin contemplaciones aquellos fuertes lazos de confraternización que se habían establecido entre todos aquellos que se sentían unidos por este sentimiento de unidad, seguridad, amor a su bandera, respeto por sus símbolos y orgullo por su historia; no deja de parecernos la más desafortunada expresión de un cínico que abjuró de su deber hacia su patria, España, para abrazar una causa que, en su calidad de militar, debió de haber repudiado y luchado hasta la muerte si hubiera sido preciso, para evitar que pudiera triunfar.

Es evidente que las últimas generaciones, imbuidas por unas filosofías innovadoras, por un materialismo exacerbado y por un relativismo capaz de potenciar un individualismo egoísta y una falta de solidaridad nacional; que ha comenzado por afectar al concepto de familia, de las morales y éticas tradicionales, del orden y la tolerancia por los derechos ajenos o del respeto por las normas que, entre todos, decidimos darnos para conseguir vivir sin que pudiéramos quedar expuestos a que unos pocos, los más listos, fuertes o descarados, consiguieran hacerse con el control del país y establecer, sobre el resto de ciudadanos, la tiranía y el totalitarismo que, por desgracia, vemos que existe en muchos países donde las dictaduras han logrado establecerse.

Hoy en día el declararse patriota es visto como algo extraño, fuera de lugar, una excentricidad y, si me apuran, algo de que avergonzarse. Se dan contradicciones tan curiosas como el que nadie, o al menos pocos sean los españoles que respetan los colores de la bandera española; menos los que se enorgullecen de exhibirla en las grandes ocasiones y, casi ninguno, los que se declaran ante sus conocidos como patriotas que defienden el concepto de una nación unida, sin divisiones y donde cualquier español se sienta igualmente cómodo y seguro; cualquiera que sea la autonomía o provincia en la que tenga su residencia. Se dice que todo son pamplinas, que son viejas costumbres pasadas, que nadie ya quiere morir por defender la patria y que, en definitiva, lo que importa es vivir libremente, sin que nadie te diga lo que debes hacer y sin someterte a las viejas consejas de las personas mayores que, a su criterio, lo mejor que podrían hacer es desaparecer para dejar de incordiar.

Y he dicho que se dan contradicciones porque, a pesar de este desprecio por el llamado “patriotismo español”, existen algunos puntos de la geografía española en los que parece que, si bien el sentimiento de patria común es rechazado de plano; el sentirse español es considerado como algo absurdo y lo que se reclama, por una parte importante de los lugareños es, sin embargo, otro tipo de patriotismo, mucho más enraizado, más excluyente, menos tolerante, más beligerante y, por supuesto, henchido de un espíritu revanchista, de una importante carga de odio y rechazo hacia el resto de españoles de otras comunidades y dispuesto a utilizar todos los medios, incluso la traición , la mentira y la deslealtad, para sacar adelante su proyecto de desconexión con el resto de la nación española.

Llama la atención, y esto se observa en muchos aspectos de la vida cotidiana, como una gran parte de las últimas generaciones buscan vivir sin grandes ataduras laborales; prefieren viajar, conocer nuevos países, peregrinar y vagabundear por escenario insólitos, precisamente en aquellos años de su vida en los que se debieran prepara para enfrentarse a la lucha por la vida. No se sabe de dónde sacan los medios para poder subsistir, aunque no les importa aceptar pequeñas tareas eventuales para ir sobreviviendo, ni parece preocuparles el día de mañana confiando que el Estado los mantendrá. Estas teorías ,sustentadas por partidos políticos de extrema izquierda, prefieren cargar las tintas sobre aquellas personas como los empresarios, comerciantes o profesiones liberales a los que acusan de ser los “explotadores” del pueblo, sin tener en cuenta que sin ellos, no existirían puestos de trabajo, no se producirían los artículos de primera necesidad, no tendríamos medicinas ni las instituciones administrativas percibirían los impuestos necesarios para poder subvencionar las prestaciones públicas entre las cuales podemos citar algunas, como la Seguridad Social y la Sanidad Pública, que se ocupa de quienes no disponen de medios para subvencionarse una medicina privada.

Hay encuestas que hablan de que una gran parte de la juventud, en lugar de estudiar carreras universitarias, dedicarse a la investigación, buscarse la vida promocionando negocios o creando empresas, dedicando una parte de su existencia al estudio, al esfuerzo, al sacrificio o a la ayuda a los demás, prefiere un tipo de trabajo más tranquilo, más seguro, menos complicado y, si es posible, donde se trabajen menos horas y se tenga más tiempo para el ocio; aunque ello suponga resignarse a unos emolumentos más reducidos. Sin duda, una nación donde, como empieza a ocurrir en España, el número de funcionarios vaya creciendo en detrimento del número de trabajadores productivos, que contribuyen a crear riqueza, que inventan o crean mejoras técnicas, que investigan en ciencia, medicina en otro tipo de materias que ayudan al país a crecer, aumentar su nivel de vida y asegurar el bienestar de todos sus ciudadanos etc.; es evidente que es un país donde la burocracia y, seguramente, el control por parte del Estado de los medios de producción ( como sucedió en la Rusia bolchevique) aseguran a sus habitantes renunciar al progreso, mantenerse en la medianía y estar condenados a depender de impulso económico y desarrollo industrial que consiguen situarlas en la vanguardia de las naciones exitosas.

Podemos estar viviendo unos tiempos nuevos, distintos y que requieren sistemas sufran adaptaciones a las naturales variaciones producidas por los inevitables cambios que nos han traído los grandes avances, en todos los aspectos del hacer humano y de los evidentes adelantos tecnológicos, sociológicos y financieros que hoy en día forman parte de la globalización de la economía mundial. Pese a ello, siempre será necesario y, mucho nos tememos que cada vez sea más inevitable, que el esfuerzo de las personas, sus estudios, sus empeños y sus capacidades sean capaces de seguir poniéndose al nivel que tales adelantos van a exigir para que el mundo siga progresando, con el objetivo final de que las necesidades de una población mundial sobredimensionada, puedan ser atendidas y compensadas, evitando que las carencias que se pudieran derivar de un consumo excesivo de los recursos naturales pudieran acabar siendo el motivo del empobrecimiento y la destrucción de la propia humanidad.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos que en nuestro país se van extinguiendo en nuestros conciudadanos determinados valores que, no por venir de hace muchos años, dejan de seguir teniendo valor, especialmente cuando aparecen otros factores preocupantes, que parece que están orientados a ir creando un ambiente de “pasotismo” entre nuestros jóvenes que parecen esperar un futuro plácido a cargo del Estado, sin que se planteen la evidencia de que, para ganarse las habichuelas es necesario trabajar, esforzarse y contribuir a crear riqueza ya que, en el caso contrario, no existe nación capaz de resistir un tipo de población viviendo a costa del erario público, si nadie trabaje para mantenerlo. Nemo dat quod no habet.

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Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
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