Los creyentes tenemos la suerte de confiar en la vida eterna, pero nos cuesta aceptarlo lo mismo que a los demás. Entonces surge la Palabra del Padre hecha vida en su Hijo que nos abre el camino de la Resurrección. Los sentimientos son libres y la pena nos invade. No entendemos el porqué. Pero sí que entendemos que el amor de Dios nos acompañará en esos momentos.
Se nos ha muerto una hermana. “La reina”. Una hermana no de sangre, pero sí de hecho. Una hermana con la que hemos compartido viajes, penas, alegrías, comidas, enfermedades, nacimientos, comuniones, bodas. Sufrimos con ella la acogida de una niña rota y su devolución a su madre hecha una muñeca. Una hermana. Cada viernes comíamos aprisa para dar paso a la partida de póker disputada por los más tramposos del mundo. Era feliz con su cigarrito y, a veces, con la copita. Aguantaba hasta el final. Nos seguíamos manteniendo a diario en contacto por teléfono o por Facebook.
He pasado un día muy triste. Los amigos sabían que era algo mío y me daban el pésame. Pero el colmo lo ha llenado el grito de mi esposa Ani al despedirla. “Maribel… te echaremos de menos”. Un aplauso general ha cerrado el funeral.
Con Maribel y cuatro amigos más, uno de ellos Sergio, el sacerdote celebrante –al que por primera vez en años le he visto romperse-, hemos recorrido Europa llevando la alegría y la Palabra de Dios a los emigrantes españoles y latinos. Discurseaba poco, pero estaba… y hacía. Dios nos ha bendecido con su compañía.
Cuando alguien pasa al Padre con esta categoría, es una Buena Noticia para todos los creyentes y sus amigos en general. De momento ya tenemos la oportunidad de rezar a otra intercesora ante el Padre. Es una buena noticia lo que hemos disfrutado de tu presencia y de tu compañía. Valentín lo ha clavado en la cinta de la corona. Eras mi vida. Yo lo amplío diciendo: Eras y eres parte de nuestra vida. Hasta siempre Maribel Fernández.