Sr. y Sra. Smith no planeta conflictos morales sobre la violencia, la redención o la culpa, pese a que sus protagonistas son dos asesinos a sueldo que no hacen más que acribillar a tiros cualquier cosa que se mueva. La supuesta gracieta de la historia tiene que ver con que ambos forman un extraño matrimonio, pues ninguno de los dos conoce la actividad sanguinaria de su cónyuge. Y la paradoja llega cuando uno es el objetivo del otro. Este es, en su totalidad, el juego que nos propone Doug Liman, director de El caso Bourne.
Sr. y Sra. Smith, como toda película de acción que se precie, incluye una persecución a toda velocidad con unos cuantos coches volando por los aires, la explosión de una mansión en pedacitos cuanto más pequeños mejor, el uso indiscriminado de bazookas, metralletas, pistolas, cuchillos de cocina y mamporros de más o menos virulencia, según quien pegue y quien reciba. Hay, obviamente, muchas muertes, la mayoría injustificadas y/o banalizadas, dando lugar en muchos momentos a un espectáculo adrenalítico parecido al que se experimenta en un shoot'em-up, modalidad de videojuego con vista en primera persona consistente en matar por matar e intentar que no te maten. Básicamente, esta misma premisa es la que utilizó el guionista Simon Kinberg en la tesis doctoral que dio origen al manuscrito de Sr. y Sra. Smith, así como también funciona como pieza básica en otros guiones retocados por este joven emprendedor, léase Elektra, Catwoman o Los ángeles de Charlie II.
Pero al margen de sus devaneos con el cine de acción, Sr. y Sra. Smith no funcionaría en taquilla sino es por el conocido lío extracinematográfico de sus protagonistas, Angelina Jolie y Brad Pitt, y el tono de comedia imperante en los excesivos 120 minutos que dura el sobresalto. No me refiero a una comedia que esconda un discurso sobre los males o las virtudes del matrimonio, como algunos pretenden ver en un soliloquio de frases cortadas que intentan reflejar en el espectador una sonrisa como mucho paternalista. El humor de Sr. y Sra. Smith busca una complicidad entre sus intérpretes más que entre sus personajes, a veces con acierto pero en la mayor parte de los casos con un resultado como mínimo frío, y a veces hasta enfermizo.
Lo cierto es que esta carencia de buen gusto, la amoralidad de algunos fragmentos y la insípida puesta en escena regulan un film que seguro irá bien en los cines (en Estados Unidos ya es un éxito), no apto para incontinentes pensadores o, en fin, cualquiera con algo más que serrín en la mollera.