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Marcos Méndez Sanguos

'La llave del mal', de Iain Softley

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La llave del mal es un nuevo ejemplo de la fórmula occidental que tantos éxitos ha cosechado en el subgénero del terror para jóvenes, la cual, opuesta a la sobriedad visual y narrativa del fantástico oriental, opta por enganchar a los asustadizos en una carrera cuyo terreno más cómodo es el de los sonidos chirriantes, las habitaciones oscuras y las apariciones fantasmales tras los espejos.

Esta corriente acomodaticia trata de captar el susto antes que el temor, el grito por encima del miedo, y por eso tras los primeros cuarenta minutos (largos pero digeribles) que tratan de poner en un determinado lugar a la protagonista, Kate Hudson, el guionista Ehren Kruger, responsable de los dos remakes de la serie The Ring y de la execrable Scream 3, se aferra a su nada particular manera de encauzar las historias, si bien ahora encontramos nuevos y sugestivos elementos argumentales que sitúan en esta su mejor creación hasta el momento.

Me refiero, fundamentalmente, a dos motivos sabiamente utilizados: por un lado la savia gótica que encontramos en la mansión donde tienen lugar los acontecimientos más importantes de la trama, con grandes jardines, árboles de hermosas ramas enmarañadas, luctuosas, lluvia rociando todo a su paso en los últimos y terroríficos instantes y en el centro de todo ello un cuento ancestral sobre las prácticas del hoodoo, rituales de magia negra que permiten la transmutación de almas mediante el sacrificio involuntario.

Esta es precisamente la otra piedra de toque que, si bien no justifica, por lo menos alivia el visionado de un film como La llave del mal. Y es que el elemento fantástico, proveniente de muertos vivientes, satanismo u otras artes no tan popularizadas es siempre bienvenido a pesar de que, como en el caso que nos ocupa, se halle soterrado por la nefasta incontinencia de un modelo de cine conformista hasta la médula, incapaz de provocar indicio alguno de espanto al margen de efectismos baratos y en ningún caso meritorios.

Con todo, después del fiasco que nos brindó Jaume Serra con La casa de cera, no viene mal una película en la que todo parece más serio, eficaz y transparente, dentro de una corriente cinematográfica sin agallas ni novedad alguna cuyos mejores resultados vienen por el lado del remake, camino todavía más fácil que el escogido por La llave del mal.

'La llave del mal', de Iain Softley

Marcos Méndez Sanguos
Marcos Méndez
sábado, 27 de agosto de 2005, 13:48 h (CET)
La llave del mal es un nuevo ejemplo de la fórmula occidental que tantos éxitos ha cosechado en el subgénero del terror para jóvenes, la cual, opuesta a la sobriedad visual y narrativa del fantástico oriental, opta por enganchar a los asustadizos en una carrera cuyo terreno más cómodo es el de los sonidos chirriantes, las habitaciones oscuras y las apariciones fantasmales tras los espejos.

Esta corriente acomodaticia trata de captar el susto antes que el temor, el grito por encima del miedo, y por eso tras los primeros cuarenta minutos (largos pero digeribles) que tratan de poner en un determinado lugar a la protagonista, Kate Hudson, el guionista Ehren Kruger, responsable de los dos remakes de la serie The Ring y de la execrable Scream 3, se aferra a su nada particular manera de encauzar las historias, si bien ahora encontramos nuevos y sugestivos elementos argumentales que sitúan en esta su mejor creación hasta el momento.

Me refiero, fundamentalmente, a dos motivos sabiamente utilizados: por un lado la savia gótica que encontramos en la mansión donde tienen lugar los acontecimientos más importantes de la trama, con grandes jardines, árboles de hermosas ramas enmarañadas, luctuosas, lluvia rociando todo a su paso en los últimos y terroríficos instantes y en el centro de todo ello un cuento ancestral sobre las prácticas del hoodoo, rituales de magia negra que permiten la transmutación de almas mediante el sacrificio involuntario.

Esta es precisamente la otra piedra de toque que, si bien no justifica, por lo menos alivia el visionado de un film como La llave del mal. Y es que el elemento fantástico, proveniente de muertos vivientes, satanismo u otras artes no tan popularizadas es siempre bienvenido a pesar de que, como en el caso que nos ocupa, se halle soterrado por la nefasta incontinencia de un modelo de cine conformista hasta la médula, incapaz de provocar indicio alguno de espanto al margen de efectismos baratos y en ningún caso meritorios.

Con todo, después del fiasco que nos brindó Jaume Serra con La casa de cera, no viene mal una película en la que todo parece más serio, eficaz y transparente, dentro de una corriente cinematográfica sin agallas ni novedad alguna cuyos mejores resultados vienen por el lado del remake, camino todavía más fácil que el escogido por La llave del mal.

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