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Para los inteligentes alejados del sectarismo que nunca hayan leído nada de César González Ruano estas narraciones breves de “La vida de prisa” son una inmejorable ocasión para conocerlo

Revisando los manuales

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libros, reseña,
César González Ruano forma parte de esos escritores que como dijo Andrés Trapiello “Ganaron la guerra y perdieron los manuales de la literatura”. Y es que tristemente sigue vigente  un lamentable prejuicio por el que a determinados autores se les muestra la tarjeta roja directa sin llegar a jugar el partido. Que por el simple hecho de pertenecer a ese bando se les descalifique, repudie y condene al ostracismo o a la hoguera sin haber leído una sola línea de su obra narrativa. Tratamiento injusto que no se practica con otros escritores del bando perdedor y que han sido elevados a los altares laicos de la literatura a pesar de panfletos, poemas y militancias realmente vergonzosas. En unos casos son pecados absolutamente imperdonables, en otros errores veniales dignos de absolución y olvido.

Para los inteligentes alejados del sectarismo que nunca hayan leído nada de César González Ruano estas narraciones breves de “La vida de prisa” son una inmejorable ocasión para hacerlo. Porque la importancia de estos relatos está en que con ellos se puede confirmar y al mismo tiempo destruir la imagen que de Ruano pudiera tenerse. Porque es verdad que viéndole parece -como lo calificó Antonio Muñoz Molina- “un borbón apócrifo y un señorito golfo”, pero esa misma repulsión puede provocar ver fotografías de poetas posando junto a compañeros con el fusil al hombro y el puño alzado. Es verdad que Ruano fue un privilegiado que estuvo en Roma, París, San Remo, Praga, Berlín y Venecia, pero es verdad –como cuenta Miguel Pardeza en la introducción- que “se vio forzado a salir de España porque tenía motivos para temer por su vida. Había recibido amenazas de miembros exaltados de las Juventudes Socialistas”. Y que desde ese momento, hasta su vuelta a España en 1943, formó parte de ese periodismo de corresponsales en el extranjero o viajes en busca del reportaje de actualidad igual al que hicieron Julio Camba y Chaves Nogales. Es verdad que Ruano era un bon vivant, un dipsómano, un sibarita que jugaba en los casinos y se alojaba en hoteles de lujo; hoy ese estilo de vida sirve para ser envidiado, ser portada en revistas y estrella fugaz en algún programa de televisión. Pero con estos cuentos de “La vida de prisa” descubrimos al escritor cosmopolita que utiliza, se sirve de todo eso como escenario para sus relatos. Estas narraciones breves de Ruano no son solamente el reflejo de un mundo frívolo sino la evocación de un pasado perdido, destruido; el contexto de un continente en guerra. Y dentro de ese mundo alterado Ruano hace protagonistas de sus relatos a las personas, a lo que han perdido, al peligro en el que viven, a cómo vivían antes del derrumbe, a su presente angustioso y la incertidumbre del futuro.

Seguramente sea verdad que Ruano era un mujeriego recalcitrante, pero en ninguna de estas historias ofrece una imagen de la mujer como objeto, débil y subordinada, sino como alguien independiente y valiente, femenina, seductora y desconcertante. Es verdad que Ruano puede hacernos dudar, que puede resultar aparentemente contradictorio, falso, un impostor, alguien con un hecho oscuro y sin aclarar en su biografía; pero en su relato “Carta” nos encontramos una crítica realista y sorprendente del turismo de sol y playa pintoresco junto a una declaración de amor imposible y un tratado sobre la nostalgia. “La felicidad del otro” es un emotivo relato sobre el significado de las ilusiones, el valor de la mentira y el amor imperecedero y generoso. Y encontramos, gracias a la ayuda de Miguel Pardeza, muchos datos autobiográficos entre sus páginas. Porque es verdad que Ruano era un señorito manirroto con criado y cocinera que iba a todas partes en taxi y se afeitaba a diario en un barbero, pero es un escritor capaz de reírse de si mismo con ironía en “La mecánica de las deudas”. Es un escritor famoso que es capaz de hacer examen de conciencia y decir que “En más de cuarenta años he aprendido muy poca cosa. Probablemente ni siquiera a escribir. Mi talento, el poco o bastante talento que tenga, se ha dedicado a muchos objetivos, se ha dispersado y de ninguna manera se concretó en eso de ser un literato”. Es verdad que es un señorito calavera que –como dice Pardeza- “era aficionado a los tugurios, las borracheras y las correrías chuscas por los bajos fondos de Barcelona”, pero un crápula que escribió “André pas de chance”, un relato en el que se hace encubridor de un traficante con mala suerte con el que “A las seis de la mañana seguíamos juntos en un cabaret tolerado. De vez en cuando a mi mismo me extrañaba estar sentado allí con él, tomándonos botellas de champagne como si celebráramos algo”.

Es verdad que era un juerguista y un dandi, pero no un vago. Ruano escribió novelas, poesías, cuentos, obras de teatro, libros de memorias, biografías y ensayos. Alguien por encima de lo común que a base de café y tabaco negro escribía diariamente por las mañanas dos o tres artículos o algunas cosas más en la mesa de una cafetería.

Pero sobre todo descubriremos lo que no esperábamos de alguien como él. Porque identificándole con un régimen y su retórica esperaríamos una literatura en consonancia y sin embargo nos encontramos con alguien que es capaz de escribir con libertad de temas como el alcohol, la prostitución y las drogas en un libro que fue publicado por primera vez en 1946. Nos encontraremos con un escritor seductor, nostálgico, moderno, sentimental, original, cultivado y poético; un hedonista herido de un indisimulado escepticismo. Unas veces con sutileza, otras con crudo realismo, siempre con elegancia. Como él mismo explica en el prólogo de estas narraciones suyas: “Lo que tiembla es sólo el ser humano, el pequeño y enorme ser humano que habita mi memoria, el huésped de mi riqueza pasajera, de mis pasiones del día, de mi vida de prisa… hacia la calma”.

Con César González Ruano se hace necesario revisar los manuales de la literatura.
 
César González Ruano. “La vida de prisa. Narraciones breves”. 179 páginas. Con ilustraciones de José María Prim. Ediciones 98. Madrid, 2012.

Revisando los manuales

Para los inteligentes alejados del sectarismo que nunca hayan leído nada de César González Ruano estas narraciones breves de “La vida de prisa” son una inmejorable ocasión para conocerlo
Luis Borrás
martes, 25 de septiembre de 2012, 08:02 h (CET)

libros, reseña,
César González Ruano forma parte de esos escritores que como dijo Andrés Trapiello “Ganaron la guerra y perdieron los manuales de la literatura”. Y es que tristemente sigue vigente  un lamentable prejuicio por el que a determinados autores se les muestra la tarjeta roja directa sin llegar a jugar el partido. Que por el simple hecho de pertenecer a ese bando se les descalifique, repudie y condene al ostracismo o a la hoguera sin haber leído una sola línea de su obra narrativa. Tratamiento injusto que no se practica con otros escritores del bando perdedor y que han sido elevados a los altares laicos de la literatura a pesar de panfletos, poemas y militancias realmente vergonzosas. En unos casos son pecados absolutamente imperdonables, en otros errores veniales dignos de absolución y olvido.

Para los inteligentes alejados del sectarismo que nunca hayan leído nada de César González Ruano estas narraciones breves de “La vida de prisa” son una inmejorable ocasión para hacerlo. Porque la importancia de estos relatos está en que con ellos se puede confirmar y al mismo tiempo destruir la imagen que de Ruano pudiera tenerse. Porque es verdad que viéndole parece -como lo calificó Antonio Muñoz Molina- “un borbón apócrifo y un señorito golfo”, pero esa misma repulsión puede provocar ver fotografías de poetas posando junto a compañeros con el fusil al hombro y el puño alzado. Es verdad que Ruano fue un privilegiado que estuvo en Roma, París, San Remo, Praga, Berlín y Venecia, pero es verdad –como cuenta Miguel Pardeza en la introducción- que “se vio forzado a salir de España porque tenía motivos para temer por su vida. Había recibido amenazas de miembros exaltados de las Juventudes Socialistas”. Y que desde ese momento, hasta su vuelta a España en 1943, formó parte de ese periodismo de corresponsales en el extranjero o viajes en busca del reportaje de actualidad igual al que hicieron Julio Camba y Chaves Nogales. Es verdad que Ruano era un bon vivant, un dipsómano, un sibarita que jugaba en los casinos y se alojaba en hoteles de lujo; hoy ese estilo de vida sirve para ser envidiado, ser portada en revistas y estrella fugaz en algún programa de televisión. Pero con estos cuentos de “La vida de prisa” descubrimos al escritor cosmopolita que utiliza, se sirve de todo eso como escenario para sus relatos. Estas narraciones breves de Ruano no son solamente el reflejo de un mundo frívolo sino la evocación de un pasado perdido, destruido; el contexto de un continente en guerra. Y dentro de ese mundo alterado Ruano hace protagonistas de sus relatos a las personas, a lo que han perdido, al peligro en el que viven, a cómo vivían antes del derrumbe, a su presente angustioso y la incertidumbre del futuro.

Seguramente sea verdad que Ruano era un mujeriego recalcitrante, pero en ninguna de estas historias ofrece una imagen de la mujer como objeto, débil y subordinada, sino como alguien independiente y valiente, femenina, seductora y desconcertante. Es verdad que Ruano puede hacernos dudar, que puede resultar aparentemente contradictorio, falso, un impostor, alguien con un hecho oscuro y sin aclarar en su biografía; pero en su relato “Carta” nos encontramos una crítica realista y sorprendente del turismo de sol y playa pintoresco junto a una declaración de amor imposible y un tratado sobre la nostalgia. “La felicidad del otro” es un emotivo relato sobre el significado de las ilusiones, el valor de la mentira y el amor imperecedero y generoso. Y encontramos, gracias a la ayuda de Miguel Pardeza, muchos datos autobiográficos entre sus páginas. Porque es verdad que Ruano era un señorito manirroto con criado y cocinera que iba a todas partes en taxi y se afeitaba a diario en un barbero, pero es un escritor capaz de reírse de si mismo con ironía en “La mecánica de las deudas”. Es un escritor famoso que es capaz de hacer examen de conciencia y decir que “En más de cuarenta años he aprendido muy poca cosa. Probablemente ni siquiera a escribir. Mi talento, el poco o bastante talento que tenga, se ha dedicado a muchos objetivos, se ha dispersado y de ninguna manera se concretó en eso de ser un literato”. Es verdad que es un señorito calavera que –como dice Pardeza- “era aficionado a los tugurios, las borracheras y las correrías chuscas por los bajos fondos de Barcelona”, pero un crápula que escribió “André pas de chance”, un relato en el que se hace encubridor de un traficante con mala suerte con el que “A las seis de la mañana seguíamos juntos en un cabaret tolerado. De vez en cuando a mi mismo me extrañaba estar sentado allí con él, tomándonos botellas de champagne como si celebráramos algo”.

Es verdad que era un juerguista y un dandi, pero no un vago. Ruano escribió novelas, poesías, cuentos, obras de teatro, libros de memorias, biografías y ensayos. Alguien por encima de lo común que a base de café y tabaco negro escribía diariamente por las mañanas dos o tres artículos o algunas cosas más en la mesa de una cafetería.

Pero sobre todo descubriremos lo que no esperábamos de alguien como él. Porque identificándole con un régimen y su retórica esperaríamos una literatura en consonancia y sin embargo nos encontramos con alguien que es capaz de escribir con libertad de temas como el alcohol, la prostitución y las drogas en un libro que fue publicado por primera vez en 1946. Nos encontraremos con un escritor seductor, nostálgico, moderno, sentimental, original, cultivado y poético; un hedonista herido de un indisimulado escepticismo. Unas veces con sutileza, otras con crudo realismo, siempre con elegancia. Como él mismo explica en el prólogo de estas narraciones suyas: “Lo que tiembla es sólo el ser humano, el pequeño y enorme ser humano que habita mi memoria, el huésped de mi riqueza pasajera, de mis pasiones del día, de mi vida de prisa… hacia la calma”.

Con César González Ruano se hace necesario revisar los manuales de la literatura.
 
César González Ruano. “La vida de prisa. Narraciones breves”. 179 páginas. Con ilustraciones de José María Prim. Ediciones 98. Madrid, 2012.

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