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A Simón Casas, máximo culpable

Después de esto, me voy

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Domingo 16 de septiembre, desde el avión. Ya lo he visto todo, me marcho, abandono la profesión, la radio, la prensa y la televisión. He estado buscando esta faena soñada más de treinta años y me ha llegado el pasado domingo de la mano del emperador del toreo José Tomás. Nadie ni el mismísimo Cesar Augusto, fundador del imperio de Roma imaginó el glorioso regreso del último Gladiator de la fiesta en la arena francesa. ¡Cómo lo hizo señores, nunca vi nada igual, histórico! El mundo se divide entre los que estuvimos allí y los que no. Créanme si les digo que a punto he estado de hacer todo eso y más después de que su último toro rodara en Nimes por su Feria de la Vendimia, faltó el canto de un duro. Solo me frenó mi mujer diciendo aquello de: “Ahora somos libres.Volveremos a vernos. Pero aún no…aún no….”

Amanece en Avignon, residencia de Papas ilustres y encuentro en el desayuno a nuestro Mario Vargas Llosa, guardián de nuestra literatura en el vaticano de las letras que es la Real Academia. Nos apresuramos en coger un taxi y llegar a un Nimes inundado de carteles, pasodobles y hasta de un gigantesco graffiti con la figura de José Tomás en blanco y negro cubriendo todo un edificio. Se abre el cielo y el viento se detiene al fín, comienza a escribirse la historia bajo la batuta de Simón Casas, el coliseo ruge en pie, cruza la arena Tomás de pizarra y oro y su capote de flores mejicano. Es como si llegase Máximo Décimo Meridio, comandante de los Ejércitos del Norte y general de las Legiones Fénix. Detrás, su artillería más pesada y fiel, dos sobresalientes, un puñado de toreros de plata y los mejores varilargueros de España. Avanza el toreador entre palmas. Suenan trompetas, la acústica es perfecta, cristalina, es la vuelta a Roma y a su eterna gloria. Once orejas, un rabo, indulto del toro y del torero. No se puede torear mejor, aplaude El Juli. Nada faltó, ni sobró de aquella faena matinal, justa, perfecta, medida, exacta como un reloj suizo que no para de andar, como tampoco lo hizo el torero de Galapagar. Todos esperábamos una corrida más fácil, más cómoda incluso afeitada y nos equivocamos, fue seria y exigente y a toda ella la toreó sin concesiones a la galería. José fue apretando el acelerador más y más en cada toro, nadie dimos crédito, fue un milagro a plena luz del día. La faena cumbre de su carrera sin duda, la de Ingrato, toreando con un capote como si fuese un pañuelo de seda suspendido por sólo tres dedos. Llega al natural con el cartuchito de pescao de San Bernardo, el toreo de José Tomás se sostiene por la naturalidad de un héroe, verdadero pedestal de mármol donde se asienta la pureza del toreo ¿Verdad José y Juan? Ahora existen grandes toreros, pero en la cima esta él y después todos los demás. Desarmado recita naturales con la derecha y derechazos con la izquierda, el toro es noble muy noble y de una clase excepcional como los versos de Juan Pedro el viejo “ Negro toro, gran guerrero / de terciopelo vestido / y estampa corniveleta de albaceteños cuchillos...”

Cinco estocadas, toreo vertical, de valor puro y personalidad inmensa. Su mejor tarde sin duda y la de todos nosotros, me recuerda Limeño testigo desde el callejón de la efeméride. No era de indulto el toro sino el torero, repito. Los dos toros de Victoriano del Río fueron la cal y la arena de la tarde, con permiso de Ingrato. En ellos, primero y sexto, vi a dos toreros bien distintos. Con el primero hondo, pues mayor hondura no existió en los adornos y en los redondos; y con el segundo sin ceder un centímetro, fue el más difícil y por ende el más angustiosamente bello. ¡Gritan desde las piedras Cataluña, presente!, ¡Francia, también! ¡Mexicanos, cabrones!

En el tercero de Jandilla destapó sus mejores lances navarras, tafalleras, faroles, delantales, gaoneras, serpentinas, chicuelinas, capote a la espalda ¡Que sé yo! hubo de todo, en este como en los demás, la plaza entusiasmada reconocía resucitado aquel Tomás imbatible de los noventa. Su muleta suspendida en el aire recorría como en un baile todos los salones del coliseo. Un pase de pecho triunfal nos transporta hasta la linde misma de la mitología taurina, llega otra estocada y sale el de El Pilar que no atiende por el izquierdo. José Tomás va cosiendo la faena a base de taparle la cara al toro que no deja de embestir en series eternas siempre en redondo, fue sublime. Rodilla en tierra alarga las últimas notas de su mejor sinfonía a una mano. Que decir del toro de Parladé, nada que objetar. Su toreo al natural no tiene igual. Crucial el indulto en la capital de la Francia taurina removió el mundo aquel día. Hermosa y honorable estampa de misericordia del diestro frente al toro, que como le ocurriera al invicto gladiador Tigris de la Galia, le condonaron la pena capital: “Ten compasión señor de tanta gloria y tanta muerte y tan rebelde nudo. Era un hombre no más, solo y desnudo, esclavo encadenado a su memoria”.

Los mejores momentos parecían haber terminado, pero aún quedaba tela por cortar…Llegó el quinto de Garcigrande con mucha calidad pero sin fuerzas y poco a poco se fue apagando como una vela, pero ahí seguía José Tomás, fenómeno sociológico de primer orden, fresco como una rosa sin ceder ni un centímetro toreando de frente, de verdad, todo un genio. Con el sexto, el arrimón y la entrega sin reservas, la plaza extasiada, abrumada de tanto arte y valor, se abría en dos y de par en par partía a hombros José Tomás hacia la Puerta de los Cónsules, al grito de ¡Merci, merci! Gracias a ti por volver para quedarte, eres nuestra última esperanza del toreo inmortal, fue todo un privilegio verte, nunca podremos agradecértelo del todo, recuerda que el día que te marches, no te irás solo.

Después de esto, me voy

A Simón Casas, máximo culpable
Ignacio de Cossío
viernes, 21 de septiembre de 2012, 08:16 h (CET)
Domingo 16 de septiembre, desde el avión. Ya lo he visto todo, me marcho, abandono la profesión, la radio, la prensa y la televisión. He estado buscando esta faena soñada más de treinta años y me ha llegado el pasado domingo de la mano del emperador del toreo José Tomás. Nadie ni el mismísimo Cesar Augusto, fundador del imperio de Roma imaginó el glorioso regreso del último Gladiator de la fiesta en la arena francesa. ¡Cómo lo hizo señores, nunca vi nada igual, histórico! El mundo se divide entre los que estuvimos allí y los que no. Créanme si les digo que a punto he estado de hacer todo eso y más después de que su último toro rodara en Nimes por su Feria de la Vendimia, faltó el canto de un duro. Solo me frenó mi mujer diciendo aquello de: “Ahora somos libres.Volveremos a vernos. Pero aún no…aún no….”

Amanece en Avignon, residencia de Papas ilustres y encuentro en el desayuno a nuestro Mario Vargas Llosa, guardián de nuestra literatura en el vaticano de las letras que es la Real Academia. Nos apresuramos en coger un taxi y llegar a un Nimes inundado de carteles, pasodobles y hasta de un gigantesco graffiti con la figura de José Tomás en blanco y negro cubriendo todo un edificio. Se abre el cielo y el viento se detiene al fín, comienza a escribirse la historia bajo la batuta de Simón Casas, el coliseo ruge en pie, cruza la arena Tomás de pizarra y oro y su capote de flores mejicano. Es como si llegase Máximo Décimo Meridio, comandante de los Ejércitos del Norte y general de las Legiones Fénix. Detrás, su artillería más pesada y fiel, dos sobresalientes, un puñado de toreros de plata y los mejores varilargueros de España. Avanza el toreador entre palmas. Suenan trompetas, la acústica es perfecta, cristalina, es la vuelta a Roma y a su eterna gloria. Once orejas, un rabo, indulto del toro y del torero. No se puede torear mejor, aplaude El Juli. Nada faltó, ni sobró de aquella faena matinal, justa, perfecta, medida, exacta como un reloj suizo que no para de andar, como tampoco lo hizo el torero de Galapagar. Todos esperábamos una corrida más fácil, más cómoda incluso afeitada y nos equivocamos, fue seria y exigente y a toda ella la toreó sin concesiones a la galería. José fue apretando el acelerador más y más en cada toro, nadie dimos crédito, fue un milagro a plena luz del día. La faena cumbre de su carrera sin duda, la de Ingrato, toreando con un capote como si fuese un pañuelo de seda suspendido por sólo tres dedos. Llega al natural con el cartuchito de pescao de San Bernardo, el toreo de José Tomás se sostiene por la naturalidad de un héroe, verdadero pedestal de mármol donde se asienta la pureza del toreo ¿Verdad José y Juan? Ahora existen grandes toreros, pero en la cima esta él y después todos los demás. Desarmado recita naturales con la derecha y derechazos con la izquierda, el toro es noble muy noble y de una clase excepcional como los versos de Juan Pedro el viejo “ Negro toro, gran guerrero / de terciopelo vestido / y estampa corniveleta de albaceteños cuchillos...”

Cinco estocadas, toreo vertical, de valor puro y personalidad inmensa. Su mejor tarde sin duda y la de todos nosotros, me recuerda Limeño testigo desde el callejón de la efeméride. No era de indulto el toro sino el torero, repito. Los dos toros de Victoriano del Río fueron la cal y la arena de la tarde, con permiso de Ingrato. En ellos, primero y sexto, vi a dos toreros bien distintos. Con el primero hondo, pues mayor hondura no existió en los adornos y en los redondos; y con el segundo sin ceder un centímetro, fue el más difícil y por ende el más angustiosamente bello. ¡Gritan desde las piedras Cataluña, presente!, ¡Francia, también! ¡Mexicanos, cabrones!

En el tercero de Jandilla destapó sus mejores lances navarras, tafalleras, faroles, delantales, gaoneras, serpentinas, chicuelinas, capote a la espalda ¡Que sé yo! hubo de todo, en este como en los demás, la plaza entusiasmada reconocía resucitado aquel Tomás imbatible de los noventa. Su muleta suspendida en el aire recorría como en un baile todos los salones del coliseo. Un pase de pecho triunfal nos transporta hasta la linde misma de la mitología taurina, llega otra estocada y sale el de El Pilar que no atiende por el izquierdo. José Tomás va cosiendo la faena a base de taparle la cara al toro que no deja de embestir en series eternas siempre en redondo, fue sublime. Rodilla en tierra alarga las últimas notas de su mejor sinfonía a una mano. Que decir del toro de Parladé, nada que objetar. Su toreo al natural no tiene igual. Crucial el indulto en la capital de la Francia taurina removió el mundo aquel día. Hermosa y honorable estampa de misericordia del diestro frente al toro, que como le ocurriera al invicto gladiador Tigris de la Galia, le condonaron la pena capital: “Ten compasión señor de tanta gloria y tanta muerte y tan rebelde nudo. Era un hombre no más, solo y desnudo, esclavo encadenado a su memoria”.

Los mejores momentos parecían haber terminado, pero aún quedaba tela por cortar…Llegó el quinto de Garcigrande con mucha calidad pero sin fuerzas y poco a poco se fue apagando como una vela, pero ahí seguía José Tomás, fenómeno sociológico de primer orden, fresco como una rosa sin ceder ni un centímetro toreando de frente, de verdad, todo un genio. Con el sexto, el arrimón y la entrega sin reservas, la plaza extasiada, abrumada de tanto arte y valor, se abría en dos y de par en par partía a hombros José Tomás hacia la Puerta de los Cónsules, al grito de ¡Merci, merci! Gracias a ti por volver para quedarte, eres nuestra última esperanza del toreo inmortal, fue todo un privilegio verte, nunca podremos agradecértelo del todo, recuerda que el día que te marches, no te irás solo.

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