Biopic para televisión, Llámame Peter trata de quitar algo de polvo a las múltiples falacias, conjeturas y suposiciones ligeras que se han hecho en los últimos 25 años sobre la figura del actor británico Peter Sellers, indagando más en sus cambios de personalidad, los desdoblamientos con respecto a los personajes que interpretaba y sus carencias en el ámbito conyugal o afectivo.
Con respecto a estas cuestiones, el film de Stephen Hopkins da una respuesta contundente (que no por ello única) para entender mejor los obstáculos de Sellers en su vida privada: se trata de la influencia de su madre, una mujer posesiva, deseosa de que su hijo triunfe a cualquier precio (incluso maligna, pues no avisa a Peter cuando su padre está en el hospital a punto de morir).
Sus problemas con las mujeres, de sobra conocidos por todos (Peter se casó cuatro veces), son en parte deudores de la educación materna y de la presión a la que estaba sujeto como actor cómico mediático, amén de la azarosa vida que muchos llevaban en el Hollywood de los años 50 y 60, complicada con un buen número de amantes y grandes cantidades de droga.
A pesar del aliento televisivo de muchas secuencias y del desequilibrio de su estructura general, las características del actor Geoffrey Rush (que también encarna a la madre de Sellers, al padre e incluso al director Blake Edwards en algunos tramos del film) hacen de Llámame Peter una obra envidiable en el marco del biopic, aunque ello se deba más al camaleónico actor protagonista que a la factura y análisis de sus dramas internos.
Sin demonizar a Sellers ni tampoco disminuir su controvertida fama, Llámame Peter se sitúa entre la ficción cinematográfica y el documento biográfico, si bien más cerca de lo primero que de lo segundo tanto por su cuidada puesta en escena, la utilización continua de recursos estilísticos propios del mundo de la pequeña pantalla y la piratería del actor protagonista, que recurre siempre a los demás en vez de darse una oportunidad a sí mismo.