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La división de fuerzas, la disgregación de potencias, es la política social preferida del Nuevo Orden

Labora y condensa

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Decía uno de mis personajes en “Una flor en el Infierno” que “nacionalismo es una palabra que debería escribirse con Z”. Y debería ser así, al modo y manera de Nazi, porque la Historia nos adiestra y enseña sobre las nefandas consecuencias de los nacionalismos. Siempre los nacionalismos, al modo e imagen de todos los emprendimientos loables, comienzan por signos pacíficos y pretensiones encomiables, a menudo sólidamente fundamentados; pero tras ellos –ahí está la Historia de todo espacio, tiempo y región del planeta-, se esconde esperando su momento la radicalidad más extrema, la limpieza étnica, la pureza de la sangre y las preferencias sociales de los más exaltados. No es necesario recurrir al caso de la exYugoslavia, por más que sea un excelente parangón, porque los hay a miles por todos los lados, en todo el ámbito mundial y en todas las épocas de la Historia.

Sobran motivos para repudiar a España por causa de sus políticos, aunque esto no sea nada nuevo. Por alguna razón que algún día quizás comprenderemos, hemos tenido cierta predilección por elegir (cuando se ha podido) lo más impúdico, incapaz e inconveniente de todo lo posible, poniendo al frente del país o a manifiestos corruptos, o a sádicos que se han afanado en dividirnos para que nos busquemos la sangre. No es fácil querer a España, porque a menudo se comporta más y mejor como madrastra que como madre; pero así como cada uno de nosotros somos lo que somos como suma algebraica de nuestras propias virtudes y faltas, también lo es el país común en que todos, nacionalistas incluidos, nos hemos desarrollado, y, lo que es peor o mejor, no sé, el que hemos construido entre todos por acción o inacción, incluidos también los nacionalistas, porque a lo largo de toda la Historia han tenido enormes responsabilidades al frente mismo del gobierno común de todos los españoles.

Cataluña se quiere disgregar, en el decir de los nacionalistas más radicales, como no podía ser de otro modo en los nacionalistas. Esa es su esencia y ése es el sello de su razón de ser. Lo sabían perfectamente quienes lo consintieron y establecieron el Estado de las Autonomías. Ya se conoce la fábula de la rana y el escorpión: “¿Por qué me matas, si te estoy ayudando a cruzar el río?”, preguntó la rana al sentirse morir; “Porque es mi naturaleza”, replicó fríamente el escorpión. En nuestro caso, el de la disgregación, podríamos decir que nos hemos ayudado o nos hemos hecho daño; pero ambas cosas serían mentira. No ha habido dos riberas en ningún momento de la Historia, ni dos personajes, ni siquiera dos posturas enfrentadas o no. Ha habido un conjunto de gentes con multitud de opiniones y pareceres, tanto en el espacio vital del país como en cada una de sus regiones, y lo mismo ha habido posturas comunes que enfrentadas, sin distinción alguna de nacionalismos más allá de lo que algunos han querido ver en lo que separa o es distinto: que si el fútbol, que si la lengua… Poco más. Pero eso no es nacionalismo, ni pureza de sangre –el mestizaje de catalanes con todos los demás españoles de todas las regiones es tan enorme como en el resto del país-, ni nada de nada. También el niño en el colegio, cuando busca ofender a otro se afana en hallar la diferencia y convertirla en una caricatura, aunque sea llamándole “cuatro ojos” o “gafotas” o “negro” o “gordo” o “espagueti”. Nada que ver con ninguna ofensa capital, con ningún racismo, con ningún acoso. Siempre me he encontrado tan bien entre catalanes como los catalanes conmigo, porque ninguno de nosotros pensábamos o considerábamos origen alguno. Éramos, somos, personas, y punto. Cada cual con sus vicios y virtudes, cada cual con sus características, cada cual con sus maneras. Ni todos los catalanes son iguales, ni lo es nadie de ningún otro pueblo o cultura, porque todos somos únicos e irrepetibles. No entiendo qué puede ser lo que nos hace lo bastantes diferentes como para divorciarnos, o qué Historia de qué época nos empuja por caminos divergentes. ¿Reclamaremos ahora derechos de Prehistoria o de Edad Media?... Al futuro no se va por ahí, pero tampoco se regresa a ninguna parte. Para avanzar se debe mirar hacia delante.

Puedo entender la rivalidad entre ciudades y clubes deportivos, por más que no me complazca ninguna rivalidad de ninguna clase; pero ¿y el odio?... Quemar una bandera es ofender a un colectivo, y no sólo se ha ofendido a España –Cataluña es parte de ella-, sino también a esa Europa que parece ser que se prefiere sobre España, o, al menos, así lo han manifestado los más exaltados. Y ya que estamos en éstas: ¿qué de bueno, por el amor del Cielo, tiene Europa ni para España ni para Cataluña ni para nadie que no sea Alemania?... Desde que entramos en ella, este país entero (lo mismo que los demás que no sean Alemania o Francia), también esa Cataluña que tiene sueños o pesadillas de independencia, se ha convertido en una enorme casa de putas, corruptos y sinvergüenzas. Miren el Pirineo y sus localidades y no tardarán en encontrar el mayor muladar de Europa, una Cuba de Batista con meretrices de todos los rincones de la miseria del mundo. ¿Dónde está la ventaja de ese odio?... ¿Pagarán menos impuestos?... ¿O acaso es mejor beneficiar a Alemania y a Francia que a Andalucía o a Extremadura?... Mejor, mucho mejor, tal vez, ser cabeza de ratón que cola de león, deben pensar algunos políticos con hambre de figurar en los libros de Historia.

Después de Cataluña, si coronan su éxito, vendrán los demás: Euskadi, Baleares, el País Valenciano, Galicia… Iniciado el desgarro, todo el paño se va al traste. España, tal vez, será Castilla de nuevo, acaso con sangre o quiera Dios que sin ella. Es lo que busca con tanto afán el Nuevo Orden, dividir lo que pesa, disgregar lo que potencia, desmenuzar lo que puede ser un obstáculo... y hacer negocio entretanto si es posible, aunque sea con la sangre de los inocentes. Cuando más débiles los pueblos, más manejables, más esclavos. No son los catalanes los que apoyan estas posturas radicales –ojalá consintieran un referéndum para demostrarlo-, sino los manipuladores al servicio y salario del Nuevo Orden, aquéllos que no hace tanto formaron partidos hoy mayoritarios en España (incluida Cataluña) que están a las órdenes de sus amos, que aunque se digan izquierda no son izquierda sino brazo izquierdo, y aunque se digan derecha no son derecha sino brazo derecho. El Nuevo Orden no juega, sino que desarrolla estrategias, y tanto Suresnes como el Estado de las Autonomías –implantado con la excusa de una descentralización absurda que ha dado los resultados que todos conocemos y sufrimos- son la semilla de los frutos que cosechamos.

Sabemos dónde comienza este juego, y por experiencias ajenas sabemos también dónde terminan. Podemos hablar de Quebec, pero no tiene nada que ver con esto, aún considerando que al final, cuando llega la hora, prefieren seguir siendo canadienses; y podríamos hablar de la exChecoslovaquia, y tampoco tendría nada que ver con esto, porque ni son latinos, ni son mediterráneos, ni son parangones de una Historia como la nuestra.

Los hay que reclaman su condición de nación independiente por una simple cuestión de costumbres, identidad e Historia. Sin embargo, puestos a revisar la Historia, ¿dónde tiene su tope?... ¿Reclamará Cataluña sus espacios históricos a Francia?... Esto le interesaría mucho al Nuevo Orden, porque desestabilizaría de forma notable al gigante del Norte, viéndose acosado de la noche a la mañana en todo su Midi, por el Este por Cataluña y por el Oeste por Euskadi, el cual tiene también allí territorios históricos, entraría en un orden de manejo que ahora es impensable... e incómodo para el NO. ¿Reclamará una Cataluña independiente el País Valenciano, Baleares, incluso Aragón?... ¿Y no podrían, ya puestos, hacer lo mismo Francia con Navarra?... ¿Y qué tal Alemania con España, o viceversa?... ¿Y España con los Países Bajos, con la mayor parte de los antiguos reinos de Italia o con las dos Sicilias, o con Latinoamérica, o, yendo más allá con, Filipinas, Guam y la Conchinchina (Viet.Nam)?...

Tirar de la manta de la Historia es la cuestión más absurda que se le puede ocurrir a una mente absurda. Todos, al final, seríamos sumerios, y quién sabe si poco después aliígenas o propiedad del homo afarensis. Es tan ridículo, que es difícil colegir cómo a un ser racional se le puede ocurrir semejante despropósito. El mundo mismo, su configuración actual –véase “Sangre Azul (El Club)”-, está ejecutada a base de garrote. No importa qué hermosas palabras se prodigaron en el lanzamiento de las aventuras fundacionales, las realidades son que se establecieron en base a la fuerza bruta. Adempero, con el devenir de los siglos hemos alcanzado los hombres una capacidad de concordia y correlación que, aunque todavía es muy superable y falta mucho por heñir, no tiene paralelo en ninguna otra página de la Historia, y ya los hombres se relacionan por su condición de hombres y por el de su origen, estableciendo colaboraciones a casi un nivel de especie. Pero esto, claro está, no le interesa a esa elite que rige o quiere regir el mundo, y siembra discordias por doquier entre religiones, razas, culturas, pseudopueblos, etc. Véase el caso de kurdos, croatas, serbios, macedonios, chiítas, sunitas, mulsulmanes en general, armenios, cristianos, ortodoxos, uzbekos, drussos, etc. Divide et vinces, así está la cosa.

Es fácil, muy fácil, odiar a España por sus imperfecciones, porque tiene muchas; pero ¿en qué ha limitado a Cataluña que no lo haya hecho con cualquier otra región de España?... Y esto, repito, cuando precisamente son los catalanes los que probablemente más representación histórica han tenido en los distintos gobiernos de España de casi todas las épocas. ¿No será que algunos interesados quieren despistar señalando como culpables de su situación a otros para ocultar sus propios desafueros?... Pues puede ser que sí; pero sigue sin ser una excusa para la masa, por más que las masas siempre sean irracionales. En cualquier caso, y ante el futuro de tinieblas que se avecina a un nivel global, mejor es la unión y la fortaleza, porque es ahí donde está la fuerza. Ora et labora, decían los benedictinos; labora et condensa, los alquimistas. Por ahí, precisamente, creo que va la cosa. Condensar, unir, alear indeleblemente. Sólo esto puede hacernos fuertes no sólo como pueblo, sino también como especie en lo mayor y como hombres en lo individual.

Labora y condensa

La división de fuerzas, la disgregación de potencias, es la política social preferida del Nuevo Orden
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 14 de septiembre de 2012, 06:48 h (CET)
Decía uno de mis personajes en “Una flor en el Infierno” que “nacionalismo es una palabra que debería escribirse con Z”. Y debería ser así, al modo y manera de Nazi, porque la Historia nos adiestra y enseña sobre las nefandas consecuencias de los nacionalismos. Siempre los nacionalismos, al modo e imagen de todos los emprendimientos loables, comienzan por signos pacíficos y pretensiones encomiables, a menudo sólidamente fundamentados; pero tras ellos –ahí está la Historia de todo espacio, tiempo y región del planeta-, se esconde esperando su momento la radicalidad más extrema, la limpieza étnica, la pureza de la sangre y las preferencias sociales de los más exaltados. No es necesario recurrir al caso de la exYugoslavia, por más que sea un excelente parangón, porque los hay a miles por todos los lados, en todo el ámbito mundial y en todas las épocas de la Historia.

Sobran motivos para repudiar a España por causa de sus políticos, aunque esto no sea nada nuevo. Por alguna razón que algún día quizás comprenderemos, hemos tenido cierta predilección por elegir (cuando se ha podido) lo más impúdico, incapaz e inconveniente de todo lo posible, poniendo al frente del país o a manifiestos corruptos, o a sádicos que se han afanado en dividirnos para que nos busquemos la sangre. No es fácil querer a España, porque a menudo se comporta más y mejor como madrastra que como madre; pero así como cada uno de nosotros somos lo que somos como suma algebraica de nuestras propias virtudes y faltas, también lo es el país común en que todos, nacionalistas incluidos, nos hemos desarrollado, y, lo que es peor o mejor, no sé, el que hemos construido entre todos por acción o inacción, incluidos también los nacionalistas, porque a lo largo de toda la Historia han tenido enormes responsabilidades al frente mismo del gobierno común de todos los españoles.

Cataluña se quiere disgregar, en el decir de los nacionalistas más radicales, como no podía ser de otro modo en los nacionalistas. Esa es su esencia y ése es el sello de su razón de ser. Lo sabían perfectamente quienes lo consintieron y establecieron el Estado de las Autonomías. Ya se conoce la fábula de la rana y el escorpión: “¿Por qué me matas, si te estoy ayudando a cruzar el río?”, preguntó la rana al sentirse morir; “Porque es mi naturaleza”, replicó fríamente el escorpión. En nuestro caso, el de la disgregación, podríamos decir que nos hemos ayudado o nos hemos hecho daño; pero ambas cosas serían mentira. No ha habido dos riberas en ningún momento de la Historia, ni dos personajes, ni siquiera dos posturas enfrentadas o no. Ha habido un conjunto de gentes con multitud de opiniones y pareceres, tanto en el espacio vital del país como en cada una de sus regiones, y lo mismo ha habido posturas comunes que enfrentadas, sin distinción alguna de nacionalismos más allá de lo que algunos han querido ver en lo que separa o es distinto: que si el fútbol, que si la lengua… Poco más. Pero eso no es nacionalismo, ni pureza de sangre –el mestizaje de catalanes con todos los demás españoles de todas las regiones es tan enorme como en el resto del país-, ni nada de nada. También el niño en el colegio, cuando busca ofender a otro se afana en hallar la diferencia y convertirla en una caricatura, aunque sea llamándole “cuatro ojos” o “gafotas” o “negro” o “gordo” o “espagueti”. Nada que ver con ninguna ofensa capital, con ningún racismo, con ningún acoso. Siempre me he encontrado tan bien entre catalanes como los catalanes conmigo, porque ninguno de nosotros pensábamos o considerábamos origen alguno. Éramos, somos, personas, y punto. Cada cual con sus vicios y virtudes, cada cual con sus características, cada cual con sus maneras. Ni todos los catalanes son iguales, ni lo es nadie de ningún otro pueblo o cultura, porque todos somos únicos e irrepetibles. No entiendo qué puede ser lo que nos hace lo bastantes diferentes como para divorciarnos, o qué Historia de qué época nos empuja por caminos divergentes. ¿Reclamaremos ahora derechos de Prehistoria o de Edad Media?... Al futuro no se va por ahí, pero tampoco se regresa a ninguna parte. Para avanzar se debe mirar hacia delante.

Puedo entender la rivalidad entre ciudades y clubes deportivos, por más que no me complazca ninguna rivalidad de ninguna clase; pero ¿y el odio?... Quemar una bandera es ofender a un colectivo, y no sólo se ha ofendido a España –Cataluña es parte de ella-, sino también a esa Europa que parece ser que se prefiere sobre España, o, al menos, así lo han manifestado los más exaltados. Y ya que estamos en éstas: ¿qué de bueno, por el amor del Cielo, tiene Europa ni para España ni para Cataluña ni para nadie que no sea Alemania?... Desde que entramos en ella, este país entero (lo mismo que los demás que no sean Alemania o Francia), también esa Cataluña que tiene sueños o pesadillas de independencia, se ha convertido en una enorme casa de putas, corruptos y sinvergüenzas. Miren el Pirineo y sus localidades y no tardarán en encontrar el mayor muladar de Europa, una Cuba de Batista con meretrices de todos los rincones de la miseria del mundo. ¿Dónde está la ventaja de ese odio?... ¿Pagarán menos impuestos?... ¿O acaso es mejor beneficiar a Alemania y a Francia que a Andalucía o a Extremadura?... Mejor, mucho mejor, tal vez, ser cabeza de ratón que cola de león, deben pensar algunos políticos con hambre de figurar en los libros de Historia.

Después de Cataluña, si coronan su éxito, vendrán los demás: Euskadi, Baleares, el País Valenciano, Galicia… Iniciado el desgarro, todo el paño se va al traste. España, tal vez, será Castilla de nuevo, acaso con sangre o quiera Dios que sin ella. Es lo que busca con tanto afán el Nuevo Orden, dividir lo que pesa, disgregar lo que potencia, desmenuzar lo que puede ser un obstáculo... y hacer negocio entretanto si es posible, aunque sea con la sangre de los inocentes. Cuando más débiles los pueblos, más manejables, más esclavos. No son los catalanes los que apoyan estas posturas radicales –ojalá consintieran un referéndum para demostrarlo-, sino los manipuladores al servicio y salario del Nuevo Orden, aquéllos que no hace tanto formaron partidos hoy mayoritarios en España (incluida Cataluña) que están a las órdenes de sus amos, que aunque se digan izquierda no son izquierda sino brazo izquierdo, y aunque se digan derecha no son derecha sino brazo derecho. El Nuevo Orden no juega, sino que desarrolla estrategias, y tanto Suresnes como el Estado de las Autonomías –implantado con la excusa de una descentralización absurda que ha dado los resultados que todos conocemos y sufrimos- son la semilla de los frutos que cosechamos.

Sabemos dónde comienza este juego, y por experiencias ajenas sabemos también dónde terminan. Podemos hablar de Quebec, pero no tiene nada que ver con esto, aún considerando que al final, cuando llega la hora, prefieren seguir siendo canadienses; y podríamos hablar de la exChecoslovaquia, y tampoco tendría nada que ver con esto, porque ni son latinos, ni son mediterráneos, ni son parangones de una Historia como la nuestra.

Los hay que reclaman su condición de nación independiente por una simple cuestión de costumbres, identidad e Historia. Sin embargo, puestos a revisar la Historia, ¿dónde tiene su tope?... ¿Reclamará Cataluña sus espacios históricos a Francia?... Esto le interesaría mucho al Nuevo Orden, porque desestabilizaría de forma notable al gigante del Norte, viéndose acosado de la noche a la mañana en todo su Midi, por el Este por Cataluña y por el Oeste por Euskadi, el cual tiene también allí territorios históricos, entraría en un orden de manejo que ahora es impensable... e incómodo para el NO. ¿Reclamará una Cataluña independiente el País Valenciano, Baleares, incluso Aragón?... ¿Y no podrían, ya puestos, hacer lo mismo Francia con Navarra?... ¿Y qué tal Alemania con España, o viceversa?... ¿Y España con los Países Bajos, con la mayor parte de los antiguos reinos de Italia o con las dos Sicilias, o con Latinoamérica, o, yendo más allá con, Filipinas, Guam y la Conchinchina (Viet.Nam)?...

Tirar de la manta de la Historia es la cuestión más absurda que se le puede ocurrir a una mente absurda. Todos, al final, seríamos sumerios, y quién sabe si poco después aliígenas o propiedad del homo afarensis. Es tan ridículo, que es difícil colegir cómo a un ser racional se le puede ocurrir semejante despropósito. El mundo mismo, su configuración actual –véase “Sangre Azul (El Club)”-, está ejecutada a base de garrote. No importa qué hermosas palabras se prodigaron en el lanzamiento de las aventuras fundacionales, las realidades son que se establecieron en base a la fuerza bruta. Adempero, con el devenir de los siglos hemos alcanzado los hombres una capacidad de concordia y correlación que, aunque todavía es muy superable y falta mucho por heñir, no tiene paralelo en ninguna otra página de la Historia, y ya los hombres se relacionan por su condición de hombres y por el de su origen, estableciendo colaboraciones a casi un nivel de especie. Pero esto, claro está, no le interesa a esa elite que rige o quiere regir el mundo, y siembra discordias por doquier entre religiones, razas, culturas, pseudopueblos, etc. Véase el caso de kurdos, croatas, serbios, macedonios, chiítas, sunitas, mulsulmanes en general, armenios, cristianos, ortodoxos, uzbekos, drussos, etc. Divide et vinces, así está la cosa.

Es fácil, muy fácil, odiar a España por sus imperfecciones, porque tiene muchas; pero ¿en qué ha limitado a Cataluña que no lo haya hecho con cualquier otra región de España?... Y esto, repito, cuando precisamente son los catalanes los que probablemente más representación histórica han tenido en los distintos gobiernos de España de casi todas las épocas. ¿No será que algunos interesados quieren despistar señalando como culpables de su situación a otros para ocultar sus propios desafueros?... Pues puede ser que sí; pero sigue sin ser una excusa para la masa, por más que las masas siempre sean irracionales. En cualquier caso, y ante el futuro de tinieblas que se avecina a un nivel global, mejor es la unión y la fortaleza, porque es ahí donde está la fuerza. Ora et labora, decían los benedictinos; labora et condensa, los alquimistas. Por ahí, precisamente, creo que va la cosa. Condensar, unir, alear indeleblemente. Sólo esto puede hacernos fuertes no sólo como pueblo, sino también como especie en lo mayor y como hombres en lo individual.

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