Suelo escribir un único artículo por semana, y en esta segunda de septiembre ya había cumplido con ello. Pero a veces surgen ciertas noticias que me revuelven el estómago, haciéndome saltar sobre el teclado con un cuchillo de indignación entre los dientes. Pues eso es exactamente lo que me ha ocurrido en estos días al ver a miles y miles de “ciutadans de Catalunya” bramando por la independencia de su maltratada nación –por cierto, si recurrimos a la Historia, comprobaremos que de maltratada, nada, y de nación, menos-. Allí estaba el “president” Mas exigiendo un concierto económico como el vasco, y amenazando con romper la baraja si el gobierno central no termina cediendo al respecto. Allí estaban los políticos de izquierda –sí, esos a los que se presume una coherente aversión internacionalista a los patriotismos, los himnos y las banderas- enjugando lágrimas de emoción mientras sonaban los compases de Els Segadors y se izaba la Senyera. Y allí estaban los directivos del Barça –los mismos que juraron no volver a mezclar fútbol con política, diferenciándose así de Laporta y sus secuaces- ofreciendo un escudo floral a los pies de Casanova como si de un exvoto a la diosa Atenea, la Moreneta griega, se tratase.
Hace unos días saltó la noticia de que el ayuntamiento de un pueblo barcelonés, Sant Pere de Torelló, había aprobado por unanimidad declararse territorio catalán libre. En un contexto de continuos pronunciamientos institucionales a favor de la soberanía de Cataluña, los once concejales del municipio instaron al parlamento catalán a asumir la independencia de forma unilateral en un plazo máximo de dos meses y a convocar un referéndum.
Pues a eso iba yo, al referéndum. Que lo convoquen ya, por favor. Ellos y los vascos. Eso sí, que el resultado que arroje dicha votación sea definitivo. Pronto saldrá alguien diciendo, y no sin razón, que para ello habría antes que tocar la Constitución. Pues se toca y punto. Siempre será mejor tener una constitución tocada y que se cumpla antes que una constitución intocable pero que no se cumpla. Y es precisamente a esto a lo que nos hemos acostumbrado en los últimos años, siendo un caso paradigmático el nuevo estatuto catalán, sin ir más lejos.
Lo importante es que esta gente deje de dar el coñazo de una puñetera vez. Que se dejen de exigencias, de amenazas, de chantajes, de mentiras históricas… Si gana el SÍ, que se independicen al día siguiente, claro está, con todas las consecuencias. Pero si gana el NO, les tocaría estar calladitos por un tiempo prudencial. Pongamos un siglo. No sé si saldríamos todos ganando, pero al menos el resto de españoles viviríamos un poco más tranquilos y algo menos encabronados.