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Si todo te parece repugnante, no es porque no hay belleza, sino porque los excrementos flotan

La gran carrera

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Me lo decía mi madre cuando era un chaval: “Desconfía, hijo, de los que hablan bien de sí mismos; pero desconfía mucho más de aquél a quien el poder enaltece.” La vida es como una carrera. A ningún deportista que yo conozca le importa perder ante quien tiene mayores cualidades atléticas que él; pero a todos les resulta insoportable que sea coronado como campeón un tramposo. Un principio que puede aplicarse a la totalidad de los aspectos de la vida.

Mira uno a su alrededor, se fija en los referentes sociales de cada uno de los ámbitos, desde la política al arte pasando por la economía y la inteligencia, y le parece estar contemplando una colosal piscina de excrementos. No; no se trata de que no haya buena gente con enormes capacidades y un incuestionable talento, sino sólo de que la calidad es más densa y se va al fondo de la piscina social, al anonimato. Uno puede elegir lo mejor de alguien –un actor, un cantante, un escritor, un político, etc.-; pero no puede elegir lo mejor en términos absolutos, simplemente porque no lo conoce: ya se encargan los necios del poder de ocultar a quienes tengan más talento y de cegar con su necedad a las masas. A no ser, claro, que algo de lo ese mejor haya sido usurpado, robado o plagiado por el necio que blande los laureles. El mundo, después de todo, está lleno de tramposos y dopados. La sociedad se rige por la ley de la jungla, en la que la más feroz de las bestias es el que no tiene ningún talento pero tiene buenos contactos con el poder.

Donde quiera que se pinche en nuestra sociedad, salta la pus a chorros. Todo está infecto, purulento, corrompido. Mientras los genios son despreciados, ignorados o combatidos, la masa aplaude y jalea a los necios. Y digo masa porque cuando se juntan más de dos inteligencias desaparece la inteligencia y nace el bruto o lo brutal. La mayoría siempre está equivocada, sin excepción, no hay más que consultar la Historia o mirar a nuestro alrededor en cualquier instante. Lo bueno es aburrido porque la mayoría no son buenos; y la calidad insoportable, porque pocos tienen calidad. Más le vale al capaz o al inteligente huir de su tierra y asentarse en otro lugar, porque a su talento le podrá añadir ser extranjero, que es algo que admiran muchos en quienes hacen dignos de su devoción.

La vida es como una carrera, digo; pero llena de tramposos. Pocos corredores compiten sólo con sus fuerzas, sino que lo hacen a menudo teniendo de su parte a los jueces y aún las sustancias que unos les proporcionan y otros se niegan a ver en los análisis. Nunca llega a la meta primero el mejor, en una especie de selección antinatural que prima a lo bribón sobre lo honrado. Jamás leerá usted la mejor y más enriquecedora novela, jamás verá la mejor película, jamás habitará el edificio construido por el mejor arquitecto y, desde luego, jamás estará gobernado por los más capaces y más honrados políticos. Sólo podrá escoger entre la mediocridad, sino entre lo pésimo, a no ser, ya lo dije, que esos ganadores hayan usurpado valores que no son suyos. No será por mucho tiempo, sin embargo, porque el estúpido tiende a la estupidez por su esencia natural y porque, además, para mentir hay que tener mucha memoria y mucha más perseverancia, que son valores de los que el necio carece. Más temprano que tarde se delatará a sí mismo, revelándose como el genuino estúpido que es y pondrá al descubierto sus trampas.

En el devenir de la Historia se ha ido reduciendo el número de personas con talento que han triunfado, primero porque la guerra fue cercenando a lo mejor de cada sociedad y respetando la vida de los cobardes y traidores, y segundo porque cada vez más necios, ante la carestía de honorables producida por los conflictos, ocuparon mayor cantidad de plazas al frente de las estructuras del poder. Después de cada guerra, la cosa siempre ha ido a peor: es la degeneración de la especie por mutilación de los capaces. Por eso estamos como estamos. Y cuando ya la mayoría de los puestos de poder son ocupados por los necios, éstos se han empleado a fondo por encumbrar como modelos a otros necios aún mayores por un simple reflejo de supervivencia propia, pues si eligieran talento y capacidad, quedaría en evidencia su profunda necedad. Los daños, así, se van multiplicando de generación en generación, de modo que hoy la desolación del paisaje es la de una piscina cubierta de excrementos.

No se espere, pues, soluciones de un estúpido, ni honradez de un corrupto, ni verdad de un mentiroso, ni transparencia de un opaco, ni inteligencia de un tonto ni el éxito de un genio. La carrera de hoy sabe el sabio que se celebra contra sí mismo, a no ser que se cree su propio círculo y desatienda lo oficial para establecer su exclusivo orden paralelo. No están los remedios de la política en los círculos de poder controlados por los necios, ni los de la economía donde se sirve a los corruptos. No busque el cuadro más bello en un museo de arte contemporáneo, ni la mejor canción en las listas de un hit parade o la mejor novela en las de los libros más vendidos. Si quiere calidad, busque en el fondo social, allá donde se hunde lo que tiene peso: la mierda, por el contrario, flota. Pero pocos son los que buscan esto, porque los necios están convirtiendo a la sociedad en necia por mayoría. No hay más que ver cómo los poderes lo están pudriendo todos, y cómo, a pesar de ello, los necios de la masa no dejan no sólo de prestarles oídos, sino incluso de elegirlos con su voto. Es una carrera perdida de antemano para los que compiten con calidad o talento: hay demasiados tramposos.

La gran carrera

Si todo te parece repugnante, no es porque no hay belleza, sino porque los excrementos flotan
Ángel Ruiz Cediel
martes, 11 de septiembre de 2012, 06:48 h (CET)
Me lo decía mi madre cuando era un chaval: “Desconfía, hijo, de los que hablan bien de sí mismos; pero desconfía mucho más de aquél a quien el poder enaltece.” La vida es como una carrera. A ningún deportista que yo conozca le importa perder ante quien tiene mayores cualidades atléticas que él; pero a todos les resulta insoportable que sea coronado como campeón un tramposo. Un principio que puede aplicarse a la totalidad de los aspectos de la vida.

Mira uno a su alrededor, se fija en los referentes sociales de cada uno de los ámbitos, desde la política al arte pasando por la economía y la inteligencia, y le parece estar contemplando una colosal piscina de excrementos. No; no se trata de que no haya buena gente con enormes capacidades y un incuestionable talento, sino sólo de que la calidad es más densa y se va al fondo de la piscina social, al anonimato. Uno puede elegir lo mejor de alguien –un actor, un cantante, un escritor, un político, etc.-; pero no puede elegir lo mejor en términos absolutos, simplemente porque no lo conoce: ya se encargan los necios del poder de ocultar a quienes tengan más talento y de cegar con su necedad a las masas. A no ser, claro, que algo de lo ese mejor haya sido usurpado, robado o plagiado por el necio que blande los laureles. El mundo, después de todo, está lleno de tramposos y dopados. La sociedad se rige por la ley de la jungla, en la que la más feroz de las bestias es el que no tiene ningún talento pero tiene buenos contactos con el poder.

Donde quiera que se pinche en nuestra sociedad, salta la pus a chorros. Todo está infecto, purulento, corrompido. Mientras los genios son despreciados, ignorados o combatidos, la masa aplaude y jalea a los necios. Y digo masa porque cuando se juntan más de dos inteligencias desaparece la inteligencia y nace el bruto o lo brutal. La mayoría siempre está equivocada, sin excepción, no hay más que consultar la Historia o mirar a nuestro alrededor en cualquier instante. Lo bueno es aburrido porque la mayoría no son buenos; y la calidad insoportable, porque pocos tienen calidad. Más le vale al capaz o al inteligente huir de su tierra y asentarse en otro lugar, porque a su talento le podrá añadir ser extranjero, que es algo que admiran muchos en quienes hacen dignos de su devoción.

La vida es como una carrera, digo; pero llena de tramposos. Pocos corredores compiten sólo con sus fuerzas, sino que lo hacen a menudo teniendo de su parte a los jueces y aún las sustancias que unos les proporcionan y otros se niegan a ver en los análisis. Nunca llega a la meta primero el mejor, en una especie de selección antinatural que prima a lo bribón sobre lo honrado. Jamás leerá usted la mejor y más enriquecedora novela, jamás verá la mejor película, jamás habitará el edificio construido por el mejor arquitecto y, desde luego, jamás estará gobernado por los más capaces y más honrados políticos. Sólo podrá escoger entre la mediocridad, sino entre lo pésimo, a no ser, ya lo dije, que esos ganadores hayan usurpado valores que no son suyos. No será por mucho tiempo, sin embargo, porque el estúpido tiende a la estupidez por su esencia natural y porque, además, para mentir hay que tener mucha memoria y mucha más perseverancia, que son valores de los que el necio carece. Más temprano que tarde se delatará a sí mismo, revelándose como el genuino estúpido que es y pondrá al descubierto sus trampas.

En el devenir de la Historia se ha ido reduciendo el número de personas con talento que han triunfado, primero porque la guerra fue cercenando a lo mejor de cada sociedad y respetando la vida de los cobardes y traidores, y segundo porque cada vez más necios, ante la carestía de honorables producida por los conflictos, ocuparon mayor cantidad de plazas al frente de las estructuras del poder. Después de cada guerra, la cosa siempre ha ido a peor: es la degeneración de la especie por mutilación de los capaces. Por eso estamos como estamos. Y cuando ya la mayoría de los puestos de poder son ocupados por los necios, éstos se han empleado a fondo por encumbrar como modelos a otros necios aún mayores por un simple reflejo de supervivencia propia, pues si eligieran talento y capacidad, quedaría en evidencia su profunda necedad. Los daños, así, se van multiplicando de generación en generación, de modo que hoy la desolación del paisaje es la de una piscina cubierta de excrementos.

No se espere, pues, soluciones de un estúpido, ni honradez de un corrupto, ni verdad de un mentiroso, ni transparencia de un opaco, ni inteligencia de un tonto ni el éxito de un genio. La carrera de hoy sabe el sabio que se celebra contra sí mismo, a no ser que se cree su propio círculo y desatienda lo oficial para establecer su exclusivo orden paralelo. No están los remedios de la política en los círculos de poder controlados por los necios, ni los de la economía donde se sirve a los corruptos. No busque el cuadro más bello en un museo de arte contemporáneo, ni la mejor canción en las listas de un hit parade o la mejor novela en las de los libros más vendidos. Si quiere calidad, busque en el fondo social, allá donde se hunde lo que tiene peso: la mierda, por el contrario, flota. Pero pocos son los que buscan esto, porque los necios están convirtiendo a la sociedad en necia por mayoría. No hay más que ver cómo los poderes lo están pudriendo todos, y cómo, a pesar de ello, los necios de la masa no dejan no sólo de prestarles oídos, sino incluso de elegirlos con su voto. Es una carrera perdida de antemano para los que compiten con calidad o talento: hay demasiados tramposos.

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