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Nuestro país se consolida como principal destino de divertimento para nuestros vecinos del norte

España, desahogo ocioso de Europa

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Imaginemos que Europa fuese una mansión. Una de esas de las que hoy sólo pueden permitirse el lujo de disfrutar tres o cuatro empresarios, unos cuantos banqueros y un buen puñado de futbolistas. Imaginemos que cada país fuese una estancia de esa ostentosa vivienda. Alemania sería la cocina. Francia, el salón de baile. Italia, la biblioteca –con más pinturas y esculturas que libros, todo sea dicho-. Inglaterra, la casita de té del jardín, higiénicamente distanciada de la construcción principal. Y España, como no podía ser de otra manera, la sala de juegos.

Desde los años sesenta, nuestro país es el principal destino turístico de Europa. Cierto es que son muchos los que nos visitan para admirar nuestro imponente patrimonio artístico y cultural, pero todavía son más los que lo hacen encandilados por los dos mil kilómetros de playas y las más de tres mil horas de sol al año. La costa mediterránea, con abrumadora preponderancia en ambas virtudes, se ha visto desde entonces inmersa en un vertiginoso delirio constructivo. Benidorm, Torremolinos, La Manga del Mar Menor, Gandía o Torrevieja son sólo algunos ejemplos de ese desarrollismo urbanístico y febril.

Pero en los últimos tiempos se han abierto nuevos horizontes en el ocio hispánico. Fue a mediados de los noventa cuando Tarragona y su Port Aventura dieron el pistoletazo de salida a la carrera de los parques temáticos, expresión del turismo de ocio con larga tradición al otro lado del Atlántico, pero que en Europa, y sobre todo en España, estaba aún por descubrir. No tardaron en llegar la hispalense Isla Mágica y la benidormí Terra Mítica. Algo después hizo su irrupción en la capital del Reino el Parque Warner. Y hoy día existen tres grandes complejos en proyecto: Parque Paramount, en Murcia, Eurovegas, finalmente en Madrid, y Barcelona World, que pese a tal nombre se ubicará en la provincia de Tarragona. El parque murciano seguirá la línea de sus predecesores, especialmente la marcada por Warner, de hecho, es otro gran estudio cinematográfico -la centenaria Paramount- el impulsor del proyecto. Eurovegas es otra cosa: un parque temático cuya piedra angular –y filosofal, si se me permite- es el juego. Y por último, en Barcelona World parece vislumbrarse una suerte de híbrido entre ambos modelos, algo así como una extraña criatura de apariencia jovial e inocente pero con vísceras de vicios adultos.

Asumamos, pues, nuestro papel. Somos ese cuarto de juegos donde el dueño del “casoplón” lleva a sus amigotes a pasar un rato de esparcimiento. Por cierto, cosa de la que no hay por qué avergonzarse. Tan respetable y necesario es ese espacio como el que ocupan la biblioteca o el salón de baile. Eso sí, siempre que dicho esparcimiento no vaya más allá de las troneras del billar o de los círculos y sectores de la diana. Es decir, siempre que los señores no pongan las suelas de sus zapatos sobre los sillones, que no rieguen con licores varios la moqueta, ni que se trajinen alegremente a las criadas sobre el tapete verde de la mesa de blackjack.

España, desahogo ocioso de Europa

Nuestro país se consolida como principal destino de divertimento para nuestros vecinos del norte
Carlos Salas González
lunes, 10 de septiembre de 2012, 06:38 h (CET)
Imaginemos que Europa fuese una mansión. Una de esas de las que hoy sólo pueden permitirse el lujo de disfrutar tres o cuatro empresarios, unos cuantos banqueros y un buen puñado de futbolistas. Imaginemos que cada país fuese una estancia de esa ostentosa vivienda. Alemania sería la cocina. Francia, el salón de baile. Italia, la biblioteca –con más pinturas y esculturas que libros, todo sea dicho-. Inglaterra, la casita de té del jardín, higiénicamente distanciada de la construcción principal. Y España, como no podía ser de otra manera, la sala de juegos.

Desde los años sesenta, nuestro país es el principal destino turístico de Europa. Cierto es que son muchos los que nos visitan para admirar nuestro imponente patrimonio artístico y cultural, pero todavía son más los que lo hacen encandilados por los dos mil kilómetros de playas y las más de tres mil horas de sol al año. La costa mediterránea, con abrumadora preponderancia en ambas virtudes, se ha visto desde entonces inmersa en un vertiginoso delirio constructivo. Benidorm, Torremolinos, La Manga del Mar Menor, Gandía o Torrevieja son sólo algunos ejemplos de ese desarrollismo urbanístico y febril.

Pero en los últimos tiempos se han abierto nuevos horizontes en el ocio hispánico. Fue a mediados de los noventa cuando Tarragona y su Port Aventura dieron el pistoletazo de salida a la carrera de los parques temáticos, expresión del turismo de ocio con larga tradición al otro lado del Atlántico, pero que en Europa, y sobre todo en España, estaba aún por descubrir. No tardaron en llegar la hispalense Isla Mágica y la benidormí Terra Mítica. Algo después hizo su irrupción en la capital del Reino el Parque Warner. Y hoy día existen tres grandes complejos en proyecto: Parque Paramount, en Murcia, Eurovegas, finalmente en Madrid, y Barcelona World, que pese a tal nombre se ubicará en la provincia de Tarragona. El parque murciano seguirá la línea de sus predecesores, especialmente la marcada por Warner, de hecho, es otro gran estudio cinematográfico -la centenaria Paramount- el impulsor del proyecto. Eurovegas es otra cosa: un parque temático cuya piedra angular –y filosofal, si se me permite- es el juego. Y por último, en Barcelona World parece vislumbrarse una suerte de híbrido entre ambos modelos, algo así como una extraña criatura de apariencia jovial e inocente pero con vísceras de vicios adultos.

Asumamos, pues, nuestro papel. Somos ese cuarto de juegos donde el dueño del “casoplón” lleva a sus amigotes a pasar un rato de esparcimiento. Por cierto, cosa de la que no hay por qué avergonzarse. Tan respetable y necesario es ese espacio como el que ocupan la biblioteca o el salón de baile. Eso sí, siempre que dicho esparcimiento no vaya más allá de las troneras del billar o de los círculos y sectores de la diana. Es decir, siempre que los señores no pongan las suelas de sus zapatos sobre los sillones, que no rieguen con licores varios la moqueta, ni que se trajinen alegremente a las criadas sobre el tapete verde de la mesa de blackjack.

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