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La policía de investigación en España, gracias a la política, se está convirtiendo en una herramienta de simple propaganda y control

Policías y política

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Corría el año 54 del pasado siglo, más o menos, cuando casi al tiempo que en Francia se condenaba a muerte por guillotina a Gastón Dominici por la muerte de la Drumond, en Swansea, Reino Unido, se condenó a la pena capital a otro individuo por un el asesinato de alguien de quien no apareció el cadáver y sin que hubiera testigo alguno de tal supuesto delito. Naturalmente, fue ejecutado como Dios y su graciosísima majestad mandaban, lo mismo que unos años después también perdió su cabeza aquel Gastón francés que consumió los sueños eróticos de tantas y tan ardorosas féminas europeas de la época. Son las cosas de la policía y la justicia, en fin.

Más allá de los casos internacionales aberrantes, que hay para dar y tomar y hacer un artículo de humor muy, pero que muy negro, y aún de todas esas leyes –especialmente en los EEUU pero de las que algunas hay en España- que parecen legisladas por humoristas o por personajes con sus facultades severamente perturbadas –políticos, por ejemplo-, no faltan en nuestros archivos policiales sobrados casos en los que la impericia policial es de tal magnitud que uno llega a entender por qué les hacen a los candidatos a investigadores y científicos forenses un test de inteligencia previo a su ingreso: al que saque más de tanto CI, fuera.

Me viene a la memoria, a sí a botepronto, la cuestión del llamado Crimen de Cuenca, del cual se hizo un remake para el cine que lo puso en pantalla Pilar Miró, contando cómo fueron condenados, y casi ejecutados, dos humildes campesinos, en una situación que mucho recuerda a la que mencionaba al principio de Swansea, pues que ni hubo cadáver ni testigos: bastaron con las torturas para que cantaran los reos que mataron a quien estaba lozano y turgente… ¡en el pueblo de al lado! Y si hubieran seguido, de firme que confiesan que ellos fueron también los ejecutores nunca hallados de Los Galindos, aunque este crimen se perpetrara casi medio siglo después. En fin, cosas de los investigadores, e incluso de algunos jueces que con tanto atino conducen estas investigaciones. Podemos mencionar muchos casos, desde algunos trágicamente folclóricos como el de La Mano Negra, o, más recientemente por no irnos demasiado lejos, el del nunca del todo aclarado caso de las Niñas de Alcásser –aquí hay tomate del gordo y en gordo-, el de esa nenita andaluza, Mari Luz Cortés, el de Marta del Castillo, el aún no resuelto para muchos del 11M, y aún el tan reciente de los niños cordobeses presuntamente asesinados e incinerados sus cadáveres por su adorable papá.

Resulta curioso este país que pasa de resolver los casos por la vía expedita, como en el mencionado caso del Crimen de Cuenca –que nunca sucedió- o como en el Caso Almería –en el fueron asesinados e incinerados en su propio automóvil tres jóvenes porque creyeron los agentes que eran miembros de ETA, cual si eso justificara la barbarie-, a narcotizarlos –como muchos pensamos que sucedió en el caso de las Niñas de Alcásser para salvar a “otros”, y aún a que unos chavales se rían más o menos abiertamente de la Policía, siendo incapaces de arrancarles una confesión, como en el caso de Marta del Castillo. Pasamos del blanco al negro como si tal cosa y sin pasos intermedios, no faltando el circo mediático que hace de la tragedia ajena negocio, en buena parte propiciada por impericias tan manifiestas como confundir restos humanos con huesecillos de pájaros o de pequeños roedores, así, en un pispás y como quien no quiere la cosa.

Los casos que últimamente se están verificando en España, particularmente dolorosos por su crueldad extrema y demasiado a menudo perpetrada contra niños, nos pone a todos los pelos de punta. Puede ser, seguramente, que mucho tenga que ver en ello esa cosa de nombrar a los cargos policiales a dedo, los cuales nombrados a su vez eligen o ascienden a otros servidores de voluntades compradas, de modo que la política está infestando de tal modo el Cuerpo que todo se está convirtiendo en el mismo asco que la política: algo nauseabundo.

Tal vez por esto, en un afán de convertir en éxito político lo que debería ser un tirón de orejas o una sanción ejemplar para tales policías e investigadores, el mismo presidente del gobierno –o lo que sea- y otras “autoridades” corren a ponerse ante los focos cuando la “suerte” sonríe en un caso, como en el de ese ahora famoso Códice Calixtino robado de la Catedral de Santiago de Compostela, el cual se encontraba bajo llave y en el que la policía tardó ¡un año! en deducir que quien lo robó era quien tenía la llave. Y, por si fuera poco todo esto, se envía a investigadores jefes a los programas de marujeo de las televisiones amarillas para que den pareceres que, de ninguna manera, profesionales que están implicados en una investigación debieran dar, porque todo pueda ser que esos mismos testimonios invaliden pruebas o sirvan como excusa técnica para que criminales de la peor calaña puedan ser declarados inocentes, cosa que no sería la primera vez que sucediera.

No es, pues, la función de este artículo hacer una relación de los incontables casos ominosos que enlodan el buen nombre de la Policía de Investigación, ni siquiera hacer una lista morbosa de los innumerables casos en que la actuación de auténticos incompetentes ha derivado en dolor social y aún en execrables crímenes como los relatados, sino que hacer hincapié en la politización de la Policía y la mediatización de los procesos y casos por parte de los desalmados y amarillos medios de la prensa asquerosa y la televisión basura, los cuales condenan sin pruebas y declaran inocentes con los mismos argumentos. Se ha desprofesionalizado a la Policía hasta convertirla en herramientas manejables de los partidos, dando carta de naturaleza incluso en esto a este país de pandereta y castañuela. Tenemos la peor especie política posible, y, gracias a ello, se está contaminando todo de tal forma que incluso es posible que a partir de ahora sea frecuente que tengamos casos como el primero que relataba en este rtículo, el de Swansea.

Policías y política

La policía de investigación en España, gracias a la política, se está convirtiendo en una herramienta de simple propaganda y control
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 7 de septiembre de 2012, 06:52 h (CET)
Corría el año 54 del pasado siglo, más o menos, cuando casi al tiempo que en Francia se condenaba a muerte por guillotina a Gastón Dominici por la muerte de la Drumond, en Swansea, Reino Unido, se condenó a la pena capital a otro individuo por un el asesinato de alguien de quien no apareció el cadáver y sin que hubiera testigo alguno de tal supuesto delito. Naturalmente, fue ejecutado como Dios y su graciosísima majestad mandaban, lo mismo que unos años después también perdió su cabeza aquel Gastón francés que consumió los sueños eróticos de tantas y tan ardorosas féminas europeas de la época. Son las cosas de la policía y la justicia, en fin.

Más allá de los casos internacionales aberrantes, que hay para dar y tomar y hacer un artículo de humor muy, pero que muy negro, y aún de todas esas leyes –especialmente en los EEUU pero de las que algunas hay en España- que parecen legisladas por humoristas o por personajes con sus facultades severamente perturbadas –políticos, por ejemplo-, no faltan en nuestros archivos policiales sobrados casos en los que la impericia policial es de tal magnitud que uno llega a entender por qué les hacen a los candidatos a investigadores y científicos forenses un test de inteligencia previo a su ingreso: al que saque más de tanto CI, fuera.

Me viene a la memoria, a sí a botepronto, la cuestión del llamado Crimen de Cuenca, del cual se hizo un remake para el cine que lo puso en pantalla Pilar Miró, contando cómo fueron condenados, y casi ejecutados, dos humildes campesinos, en una situación que mucho recuerda a la que mencionaba al principio de Swansea, pues que ni hubo cadáver ni testigos: bastaron con las torturas para que cantaran los reos que mataron a quien estaba lozano y turgente… ¡en el pueblo de al lado! Y si hubieran seguido, de firme que confiesan que ellos fueron también los ejecutores nunca hallados de Los Galindos, aunque este crimen se perpetrara casi medio siglo después. En fin, cosas de los investigadores, e incluso de algunos jueces que con tanto atino conducen estas investigaciones. Podemos mencionar muchos casos, desde algunos trágicamente folclóricos como el de La Mano Negra, o, más recientemente por no irnos demasiado lejos, el del nunca del todo aclarado caso de las Niñas de Alcásser –aquí hay tomate del gordo y en gordo-, el de esa nenita andaluza, Mari Luz Cortés, el de Marta del Castillo, el aún no resuelto para muchos del 11M, y aún el tan reciente de los niños cordobeses presuntamente asesinados e incinerados sus cadáveres por su adorable papá.

Resulta curioso este país que pasa de resolver los casos por la vía expedita, como en el mencionado caso del Crimen de Cuenca –que nunca sucedió- o como en el Caso Almería –en el fueron asesinados e incinerados en su propio automóvil tres jóvenes porque creyeron los agentes que eran miembros de ETA, cual si eso justificara la barbarie-, a narcotizarlos –como muchos pensamos que sucedió en el caso de las Niñas de Alcásser para salvar a “otros”, y aún a que unos chavales se rían más o menos abiertamente de la Policía, siendo incapaces de arrancarles una confesión, como en el caso de Marta del Castillo. Pasamos del blanco al negro como si tal cosa y sin pasos intermedios, no faltando el circo mediático que hace de la tragedia ajena negocio, en buena parte propiciada por impericias tan manifiestas como confundir restos humanos con huesecillos de pájaros o de pequeños roedores, así, en un pispás y como quien no quiere la cosa.

Los casos que últimamente se están verificando en España, particularmente dolorosos por su crueldad extrema y demasiado a menudo perpetrada contra niños, nos pone a todos los pelos de punta. Puede ser, seguramente, que mucho tenga que ver en ello esa cosa de nombrar a los cargos policiales a dedo, los cuales nombrados a su vez eligen o ascienden a otros servidores de voluntades compradas, de modo que la política está infestando de tal modo el Cuerpo que todo se está convirtiendo en el mismo asco que la política: algo nauseabundo.

Tal vez por esto, en un afán de convertir en éxito político lo que debería ser un tirón de orejas o una sanción ejemplar para tales policías e investigadores, el mismo presidente del gobierno –o lo que sea- y otras “autoridades” corren a ponerse ante los focos cuando la “suerte” sonríe en un caso, como en el de ese ahora famoso Códice Calixtino robado de la Catedral de Santiago de Compostela, el cual se encontraba bajo llave y en el que la policía tardó ¡un año! en deducir que quien lo robó era quien tenía la llave. Y, por si fuera poco todo esto, se envía a investigadores jefes a los programas de marujeo de las televisiones amarillas para que den pareceres que, de ninguna manera, profesionales que están implicados en una investigación debieran dar, porque todo pueda ser que esos mismos testimonios invaliden pruebas o sirvan como excusa técnica para que criminales de la peor calaña puedan ser declarados inocentes, cosa que no sería la primera vez que sucediera.

No es, pues, la función de este artículo hacer una relación de los incontables casos ominosos que enlodan el buen nombre de la Policía de Investigación, ni siquiera hacer una lista morbosa de los innumerables casos en que la actuación de auténticos incompetentes ha derivado en dolor social y aún en execrables crímenes como los relatados, sino que hacer hincapié en la politización de la Policía y la mediatización de los procesos y casos por parte de los desalmados y amarillos medios de la prensa asquerosa y la televisión basura, los cuales condenan sin pruebas y declaran inocentes con los mismos argumentos. Se ha desprofesionalizado a la Policía hasta convertirla en herramientas manejables de los partidos, dando carta de naturaleza incluso en esto a este país de pandereta y castañuela. Tenemos la peor especie política posible, y, gracias a ello, se está contaminando todo de tal forma que incluso es posible que a partir de ahora sea frecuente que tengamos casos como el primero que relataba en este rtículo, el de Swansea.

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