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“Un buen chico” se trata de una típica historia de juventud, de “sexo, drogas y rock&roll”. Pero en la que lo atípico y singular está en cómo Javier versiona ese viejo lema y, sobre todo, en el estilo, la forma, en el cómo lo cuenta

Música y ruido

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Sin Título
Supongo que si hay que elegir se apuesta por la historia; por el argumento; porque lo que se cuente sea original y resulte seductor, atractivo. Al fin y al cabo ese es el punto de partida y con lo que se quiere atrapa al lector.

Y la forma o manera, el cómo se cuenta, se pone en un segundo plano. El estilo es necesario sí, pero accesorio; casi un adorno estético. Para pasar el examen basta con no arriesgar, ir sobre seguro. Basta con ser correcto; no resultar ni pedante ni aburrido ni confuso. La buena historia compensará el déficit.

Y sin embargo las dos partes son fundamentales. Importa tanto la trama como la forma; importa tanto el qué y el cómo se cuenta para conseguir que una obra narrativa destaque sobre las demás. Y luego hay casos extraordinarios, casos singulares como éste “Un buen chico” de Javier Gutiérrez.

Porque por una parte está la historia. Un punto de partida muy simple: encontrarse, diez años después, con una antigua amiga por la calle. Reencontrarte con tu pasado. Con alguien que formó parte de tu vida. Aquel año de 1997 en el que con ella y tres amigos más formasteis un grupo de rock. Pero ese reencuentro no es inofensivo. Ese reencuentro resucita algo incómodo y todavía presente: “Años tratando de olvidar, negándolo todo. El pasado sigue ahí, sumergido, invisible, oculto pero pesado, anclado en el lecho del mar, cubierto de limo y óxido, hinchado y deforme, pero indeleble como una marca de nacimiento”. Y ahí la historia ya habrá conseguido atraparnos, seducirnos; porque ya sabremos que sucedió algo y querremos saber el qué. “Todo el mundo esconde algo, todos guardamos un pasado, a quién no le pondría nervioso enfrentarse a su pasado. No es lo mismo, Polo, para ti no es lo mismo, nadie guarda en su pasado lo que guardas tú”.

Y sin desvelar la novela puedo asegurar que “Un buen chico” se trata de una típica historia de juventud, “sexo, drogas y rock&roll”. Pero en la que lo atípico y singular está en cómo Javier versiona ese viejo lema; cómo pone el acento en la culpa, la conciencia y el remordimiento; en las cuentas pendientes del pasado; en las mentiras que fabricamos para protegernos, creernos a salvo; en la necesidad de contarlo, confesar para obtener el perdón.

Y si bien la historia -nostálgica, dura y salvaje- supera cualquier expectativa, lo realmente decisivo de “Un buen chico” está en la forma, en su estilo. Y esa forma de contarlo diferente empieza desde la primera página. Diferencia que en un primer momento nos dejará desconcertados, aturdidos, incómodos ante su constante aliteración; la combinación de dos, tres voces narrativas: primera y segunda persona del singular con la primera del plural; los saltos temporales; el monólogo interior y la conversación. El diésel y la gasolina con plomo en un mismo motor de explosión. Una aerodinámica contraria a la física elemental, a la mecánica narrativa habitual con la que avanzar y vencer la resistencia al viento. Dos tiempos distintos, pasado y presente jugando al pilla-pilla, al escondite, al mentiroso. Nadie, hasta ahora, me había contado una historia de esa manera. Las conversaciones se mezclan; la información, fragmentada, se obtiene mediante flases; parece que te pierdes, que no vas a ser capaz, que no será posible seguirle; que todo es ruido confuso, guitarras anárquicas, síncopa, batería golpeando sin compás, un murmullo, un zumbido de fondo. Y poco a poco el sonido se va limpiando, deja de acoplarse y alcanza una devastadora, rotunda, brutal claridad. La historia, convertida en una ecuación matemática en la que intervenían varios elementos, despeja la incógnita. Y cuando esa parte se aclara aparece otra enterrada, subyacente, independiente y consecuencia de la anterior. Dos noches distintas que marcan la vida. La primera y la última. Una nueva ecuación. Un encuentro fortuito que se relaciona con el primero y con el presente y el pasado. Una úlcera, algo monstruoso que ha ido creciendo entre frases intercaladas, intuiciones, preguntas incómodas e insinuaciones y que sale a la superficie con el shock, la conmoción que produce la muerte. De nuevo el sonido se convirtió en devastadora verdad.

Parecía ruido confuso y era música. Lo que parecía ruido revuelto, embarullado se convierte en música precisa, salvaje, brutal. Un novela con el qué y el como.

Javier Gutiérrez. “Un buen chico”. 139 páginas. Mondadori. Barcelona, 2012.

Música y ruido

“Un buen chico” se trata de una típica historia de juventud, de “sexo, drogas y rock&roll”. Pero en la que lo atípico y singular está en cómo Javier versiona ese viejo lema y, sobre todo, en el estilo, la forma, en el cómo lo cuenta
Luis Borrás
miércoles, 5 de septiembre de 2012, 07:17 h (CET)

Sin Título
Supongo que si hay que elegir se apuesta por la historia; por el argumento; porque lo que se cuente sea original y resulte seductor, atractivo. Al fin y al cabo ese es el punto de partida y con lo que se quiere atrapa al lector.

Y la forma o manera, el cómo se cuenta, se pone en un segundo plano. El estilo es necesario sí, pero accesorio; casi un adorno estético. Para pasar el examen basta con no arriesgar, ir sobre seguro. Basta con ser correcto; no resultar ni pedante ni aburrido ni confuso. La buena historia compensará el déficit.

Y sin embargo las dos partes son fundamentales. Importa tanto la trama como la forma; importa tanto el qué y el cómo se cuenta para conseguir que una obra narrativa destaque sobre las demás. Y luego hay casos extraordinarios, casos singulares como éste “Un buen chico” de Javier Gutiérrez.

Porque por una parte está la historia. Un punto de partida muy simple: encontrarse, diez años después, con una antigua amiga por la calle. Reencontrarte con tu pasado. Con alguien que formó parte de tu vida. Aquel año de 1997 en el que con ella y tres amigos más formasteis un grupo de rock. Pero ese reencuentro no es inofensivo. Ese reencuentro resucita algo incómodo y todavía presente: “Años tratando de olvidar, negándolo todo. El pasado sigue ahí, sumergido, invisible, oculto pero pesado, anclado en el lecho del mar, cubierto de limo y óxido, hinchado y deforme, pero indeleble como una marca de nacimiento”. Y ahí la historia ya habrá conseguido atraparnos, seducirnos; porque ya sabremos que sucedió algo y querremos saber el qué. “Todo el mundo esconde algo, todos guardamos un pasado, a quién no le pondría nervioso enfrentarse a su pasado. No es lo mismo, Polo, para ti no es lo mismo, nadie guarda en su pasado lo que guardas tú”.

Y sin desvelar la novela puedo asegurar que “Un buen chico” se trata de una típica historia de juventud, “sexo, drogas y rock&roll”. Pero en la que lo atípico y singular está en cómo Javier versiona ese viejo lema; cómo pone el acento en la culpa, la conciencia y el remordimiento; en las cuentas pendientes del pasado; en las mentiras que fabricamos para protegernos, creernos a salvo; en la necesidad de contarlo, confesar para obtener el perdón.

Y si bien la historia -nostálgica, dura y salvaje- supera cualquier expectativa, lo realmente decisivo de “Un buen chico” está en la forma, en su estilo. Y esa forma de contarlo diferente empieza desde la primera página. Diferencia que en un primer momento nos dejará desconcertados, aturdidos, incómodos ante su constante aliteración; la combinación de dos, tres voces narrativas: primera y segunda persona del singular con la primera del plural; los saltos temporales; el monólogo interior y la conversación. El diésel y la gasolina con plomo en un mismo motor de explosión. Una aerodinámica contraria a la física elemental, a la mecánica narrativa habitual con la que avanzar y vencer la resistencia al viento. Dos tiempos distintos, pasado y presente jugando al pilla-pilla, al escondite, al mentiroso. Nadie, hasta ahora, me había contado una historia de esa manera. Las conversaciones se mezclan; la información, fragmentada, se obtiene mediante flases; parece que te pierdes, que no vas a ser capaz, que no será posible seguirle; que todo es ruido confuso, guitarras anárquicas, síncopa, batería golpeando sin compás, un murmullo, un zumbido de fondo. Y poco a poco el sonido se va limpiando, deja de acoplarse y alcanza una devastadora, rotunda, brutal claridad. La historia, convertida en una ecuación matemática en la que intervenían varios elementos, despeja la incógnita. Y cuando esa parte se aclara aparece otra enterrada, subyacente, independiente y consecuencia de la anterior. Dos noches distintas que marcan la vida. La primera y la última. Una nueva ecuación. Un encuentro fortuito que se relaciona con el primero y con el presente y el pasado. Una úlcera, algo monstruoso que ha ido creciendo entre frases intercaladas, intuiciones, preguntas incómodas e insinuaciones y que sale a la superficie con el shock, la conmoción que produce la muerte. De nuevo el sonido se convirtió en devastadora verdad.

Parecía ruido confuso y era música. Lo que parecía ruido revuelto, embarullado se convierte en música precisa, salvaje, brutal. Un novela con el qué y el como.

Javier Gutiérrez. “Un buen chico”. 139 páginas. Mondadori. Barcelona, 2012.

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