El equipo de Slam, con Miguel Martí a la cabeza, es el responsable de esta nueva comedia juvenil ambientada en un instituto lisboeta y protagonizada por Jordi Vilches. Se trata de la lucha entre pijos e inadaptados, empollones y subversivos, todo por la elección de destino para el viaje de fin de curso: París o Benidorm. Ahora súmenle a esto un operador que se mueve tanto como el de Buenafuente cuando el Neng entra en pantalla y un montaje que lleva secuencias de varios cientos de planos y sabrán, de primera mano, lo que es una película infumable.
La semana pasada me tocó ver La casa de cera (House of Wax, Jaume Serra 2005) y hace dos La guerra de los mundos (War of the Worlds, Steven Spielberg, 2005). Nada peor para continuar con este sofocante calor veraniego que otro bodrio, este de menor proporción que los dos anteriores, aunque no por ello menos vergonzoso.
Entre el intento de continuar la línea institucionalizada por American Pie y el humor escatológico de los hermanos Farrelly, Fin de curso es más una tv movie de la que podría sacarse hasta una (mala) teleserie de comedia. Desconozco cuales son los gustos cinéfilos o intelectuales de Miguel Martí (si los tiene), o su posición ideológica con respecto a determinadas cuestiones sociales o políticas. Sin embargo, creo que la anarquía imperante en su última película proviene de un instinto por romper las reglas, en un ansia de zafarse del sometimiento a cualquier orden académico, familiar o ideológico, y por eso toma como eje para explicar el comportamiento de sus personajes, antes que unas pautas culturales o relacionales “normales”, una profunda explicación de sus vicios, manías, necesidades y mundos sexuales individuales.
Es este último tema el que centra el discurso del cineasta, pues Fin de curso podría pasar por un film de tesis sobre la masturbación como acción obligada cada 15 minutos de película, siempre en diferentes lugares, practicada por diferentes personas, impulsada por fotografías, vídeos pornográficos o la imaginación misma (la primera secuencia, en la que el protagonista se imagina en una piscina con dos mujeres que se disponen a realizarle una felación, ocupa casi 10 minutos) y practicada individualmente o en grupo.
Fin de curso no es la primera película que hace alarde de un grado tan alto (¡) de conocimientos en materia sexual o porrera, pero sí es de las pocas que se quedan desnudas si suprimimos esas escenas. En este sentido, la lucha a la que hacía mención al principio está resuelta con una serie de tópicos injustificables (y perdónenme, pues los responsables del film han dicho que “huyen del tópico y buscan la originalidad”) sobre una adolescencia desenfrenada y ligada al sexo y las drogas. En este punto se parece a aquella El año de la garrapata (Jorge Coira, 2004), apologética visión de los estupefacientes trasladando el instituto a la edad postuniversitaria.
Y para terminar, una sucinta declaración de principios: el sexo, las drogas, el alcohol, las juergas de instituto y la cultura del porro hacen crecer a las personas, y muchas veces se convierten en experiencias gratas y memorables. Pero creo que las películas se hacen en base a personas que tienen esas experiencias, esas manías, esas necesidades. En Fin de curso no hay personas, ni tampoco personajes.