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El efecto Tequila o cuando no se aprende de la historia

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Allá por 1929, a raíz de unas elecciones democráticas, accedió a la presidencia de México el general Emilio Portes Gil, perteneciente al recién creado Partido Nacional Revolucionario.

Este mismo partido, con los nombres de Partido de la Revolución Mexicana y Partido Revolucionario Institucional, gobernó en México ininterrumpidamente hasta las elecciones del año 2000.

Política tradicional del PRI

Como corresponde al prototipo de partido bien asentado en el poder y sin apenas peligro de perderlo, el PRI basó su gobierno, no sin cierto éxito, en un elevado gasto público y en políticas monetarias expansionistas, es decir, altos niveles de inversión pública, bajos tipos de interés y fuertes controles sobre la estabilidad de la moneda.

Esta estrategia política., como decimos, gozó de cierto éxito, propiciando niveles de crecimiento aceptable (y, en ocasiones, muy buenos) en México. Hasta que llegó un tiempo en el que, entre otros eventos, el descubrimiento de los yacimientos petrolíferos del país y su explotación, con la consiguiente “invasión” de dinero líquido, creó graves presiones inflacionistas. Ocurre así cuando sobreviene un cambio brusco en una economía muy controlada por el Estado y, por tanto, poco flexible.

Crisis financieras y rescates

Estas presiones inflacionistas, como en el resto del mundo desarrollado, pusieron de manifiesto el agotamiento del modelo económico intervensionista, en el que el Estado comenzaba a controlar porcentajes cada vez más altos de la economía del país. De este modo, México sufrió sendos colapsos financieros, en 1976 y en 1982, provocados, en realidad, por un “exceso de circulante” en una economía fuertemente intervenida y que, por tanto, no tenía la flexibilidad suficiente para asumirlo. Por cierto, ambas crisis fueron afrontadas por medio de “rescates” internacionales (por parte del Fondo Monetario Internacional y de los Estados Unidos), por un total de 60.000 millones de dólares (dólares de entonces, se entiende).

El liberalismo social de Carlos Salinas de Gortari

A todo esto, en 1988, la presidencia de México es asumida por Carlos Salinas de Gortari. Don Carlos definía su política como “liberalismo social” (decía, como Dolores de Cospedal hoy, que su partido era el verdadero partido de los trabajadores); y uno de los pilares de esa política consistía en la reducción de los campos económicos en los que intervendría el estado mexicano.

De este modo, Salinas privatizó la banca nacional (que, por cierto, había sido nacionalizada solamente 12 años antes) y vendió tantas empresas públicas como le fue posible. Con estas privatizaciones, unidas a las grandes cantidades procedentes del petróleo, el estado mexicano obtuvo unos ingresos que pudo invertir, en su mayor parte, en infraestructuras, pensando sobre todo en la entrada en vigor del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, entre Canadá, México y Estado Unidos) el 1 de Enero de 1994.

Por otro lado, y al mismo tiempo, Don Carlos impulsó, como prioridad, la lucha contra la inflación. Inflación que, en 1987, ascendía en México al 159%, Esta política de control de la inflación se apoyó, ante todo, en pactos sobre rentas entre sindicatos, empresarios y agricultores; pactos que limitaban, a un tiempo, los beneficios empresariales y las demandas salariales. Este instrumento resultó todo un éxito y, en 1994, la inflación mexicana se situaba en el 7%.

Control monetario y déficit público

Aun más, el gobierno de la república mantenía un férreo control del tipo de cambio del peso con respecto al dólar USA, aun a costa de incurrir en grandes déficits presupuestarios (en torno al 7%). Todo ello, unido a la liberalización de la circulación de capitales y a la manipulación de los tipos de interés, llevó a México al “Triángulo de la Imposibilidad”, que, como explicamos la semana pasada, resulta insostenible.

En cualquier caso, con niveles de crecimiento del PIB superiores al 4 y al 5%, las cotas de popularidad de Carlos Salinas de Gortari muy altas; y muy alta era, también, su credibilidad internacional. De hecho, México fue aceptado en la OCDE en mayo de 1994 y se afirmaba en los medios del país que la república estaba a punto de convertirse en una nación “del primer mundo”.

El Plan E de México y los Tesobonos

Sin embargo, con un déficit inmenso, pero oculto por el crecimiento económico, y con una moneda a todas luces sobrevalorada, la crisis no podía tardar en presentarse. Pero, antes, llegaron las elecciones de 1994. Como era de obligada tradición en el PRI, Don Carlos, en su último año de presidencia, inició un gigantesco programa de obras públicas, que terminó por llevar el déficit público a niveles históricos. Como ocurre y ocurrirá con cualquier “Plan E” (en fin, en este caso, se trataría de un “Plan M”).

Conociendo este agujero presupuestario, y una moneda que costaba más de lo que valía, nadie en el mundo se atrevía, ya en 1994, a prestar dinero al estado mexicano, a no ser a tipos de interés de usura. Y, para tratar de contrarrestar este hecho, Don Carlos había creado, al inicio de su presidencia, la figura de los Tesobonos, bonos de deuda respaldados por el estado mexicano, pero denominados en dólares, lo que protegía a los prestamistas de la eventualidad de una devaluación del peso, que ya se daba por descontada. [Del mismo modo que, a España, va a llegar un préstamo explícitamente denominado en euros, para proteger a los prestamistas de la Unión de una eventual salida de España del Euro y la consiguiente devaluación de la “peseta” rediviva].

Crisis de deuda en México

Los Tesobonos, por cierto, eran instrumentos financieros de deuda a corto plazo (bonos a 6 meses) y, en su primera emisión de 10 millones de dólares, en 1989, México hubo de pagar un interés del 34,5% anual. Conviene no olvidarlo, ahora que nos pasamos los días y las noches escuchando alarmas contra bombardeo con respecto a la “prima de riesgo” española.

No obstante, hasta 1993, los Tesobonos fueron en medio de endeudamiento menos utilizado por el Estado. Apenas un 4%, que, en 1994 se convirtió en el 74% de toda la deuda pública mexicana. Es decir, se había trastocado la mayor parte de la deuda a largo plazo, por deuda a corto plazo a un tipo de interés monstruoso, incluso entonces, y en una moneda que, más pronto que tarde, se reevaluaría un 20% con respecto al peso mexicano.

Años electorales e inversores asustados

Por lo demás, la liberalización de amplios sectores de la economía, sobre todo la Banca, después de décadas de intervención estatal, desembocó en una corrupción generalizada y en una política miope para el largo plazo, por parte de las instituciones financieras, políticas que hemos seguido viendo en el mundo desarrollado hasta la crisis actual. En fin, en aquel año electoral, como siempre, se destaparon muchos de estos casos.

Para empeorar la situación, en marzo de 1994 fue asesinado Luis Donaldo Colosio, candidato a las elecciones por el PRI, y, meses después, fue asesinado J.F. Ruiz Massieu, Secretario General del Partido. Estos asesinatos asustaron a los inversores, que comenzaron a vender rápidamente sus Tesobonos en los mercados secundarios.

El Banco Central compra deuda

En esta tesitura, para defender el valor del peso, el Banco de México compró todos los bonos que pudo, a costa de quedarse, prácticamente, sin reservas de dólares. Esta compra de deuda por el Banco Central de México (¿les suena?) permitía mantener el valor del peso sin recurrir a una gran subida de los tipos de interés, subida poco conveniente en año electoral. Esta fue, como es hoy, la clave: el año electoral. O, con otras palabras, los gobernantes maniobrando para quedarse en el poder, sin importar las consecuencias.

El presidente saliente no hace nada

En todo caso, la realidad terminaría por imponer una devaluación del peso o bien esa gran subida de los tipos de interés. Pero Don Carlos Salinas de Gortari optó por no hacer nada, ni antes ni después de las elecciones (Ernesto Zedillo, su sucesor como presidente, tardó meses en tomar posesión). Dicen los críticos que Don Carlos no quería “mancharse las manos”, dado que aspiraba a la Dirección General de la Organización Mundial de Comercio, cuando abandonara la presidencia.

Don Ernesto Zedillo accedió a la presidencia de la República de México el 1 de diciembre de 1994. Pocos días después, en una reunión con empresarios mexicanos e internacionales, el nuevo presidente expresó su intención de devaluar el peso un 15% y de terminar con las compras de deuda por parte del Banco de México.

El presidente entrante solo sabe economía

Quizá la medidas eran las correctas, teniendo en cuenta el contexto económico, pero el hecho residió en que se anunciaron un miércoles y, antes del fin de semana, la fuga de capitales resultaba ya incontenible.

Incapaz de detener la hemorragia, el gobierno de Don Ernesto estableció la libre flotación del tipo de cambio del peso mexicano, lo que, por otra parte, abría la posibilidad de ajustar los tipos de interés o fijar controles sobre la circulación de los capitales.

Rescate de Estados Unidos y del FMI

Seguimos en diciembre de 1994. De ahí que esta comunicación de Ernesto Zedillo sea conocida como “el error de diciembre”. Rápidamente, en cuanto se desató la crisis, Bill Clinton (presidente norteamericano por entonces), a través de una maniobra legal para eludir el rechazo de los republicanos, movilizó el Fondo de Estabilización de Divisas (sin pasar por el Congreso) y prestó 20.000 millones de dólares a México a bajo interés.

Este “rescate” no fue suficiente y la crisis se extendió por toda Latinoamérica. Por ello, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y un fondo de apoyo en el que participaron Brasil, Canadá y Argentina), añadieron otros 30.000 millones de dólares más.

Las medidas económicas “correctas” acabaron con la clase media

Recién inaugurado el Tratado de Libre Comercio con America del Norte, el gobierno mexicano se negó a establecer controles sobre la circulación de capitales, por lo que, cuando trató de estabilizar su moneda se vio obligado a permitir unos tipos de interés desmesurados, que llegaron, durante unos meses de 1995, al 100%. Sin embargo, los “pocos meses” que duró este nivel de los tipos de interés, llevaron a la ruina a millones de familias que no pudieron pagar sus créditos. (Y, mientras esto ocurría, el estado mexicano rescataba a sus bancos, a través del Fondo Bancario de Protección de Ahorro). Familias y negocios endeudados, o simplemente integrados con empresas norteamericanas (que, por tanto, facturaban en dólares) quebraron por millones, con reformas laborales, despidos masivos y suicidios incluidos.

En resumen, estas medidas que, sobre el papel de los economistas son absolutamente correctas (quizá no el ingenuo anuncio de Zedillo en aquella reunión); medidas que conducen a un rápido ajuste de la economía (en 1996, México crecía un 5,2%); medidas, en conclusión, de economía de salón y de modelos computerizados, acabaron, en el proceso, con la clase media mexicana.

Lecciones de la historia

Muchos mexicanos, y algunos analistas, atribuyeron la crisis a la “política neoliberal” de Carlos Salinas de Gortari (como, hoy, muchos griegos atribuyen su crisis a la política “neoliberal” de Alemania). De hecho, el antiguo presidente tardó años en poder volver a México (la crisis se desató, en toda su virulencia, cuando Don Carlos estaba de giran internacional, promoviendo su candidatura a la Dirección General de la OMC). Otros atribuyeron la crisis, cómo no, a Estados Unidos, cuando en realidad, la rápida intervención norteamericana evitó males aun mayores.

En realidad, el Efecto Tequila (así se nombró a la expansión internacional de la crisis), se produjo a raíz de las decisiones electoralistas de un gobierno, para mantener a su partido en el poder, y por la rigidez del gobierno sucesor, que prefirió proteger su sistema financiero a proteger a su clase media. Decisiones políticas del mismo tipo de las que se siguen tomando hoy.

Sin embargo, en la actualidad, México, uno de los países con más desigualdad económica del mundo, es presentado como un ejemplo prototípico de los “fallos del mercado”, de cómo los mercado no regulados conducen a la desigualdad y a la marginación de grandes capas de la población.

Evidentemente, por no haber aprendido de la historia, la estamos repitiendo de nuevo. Paso por paso.

El efecto Tequila o cuando no se aprende de la historia

Felipe Muñoz
martes, 4 de septiembre de 2012, 07:26 h (CET)

Allá por 1929, a raíz de unas elecciones democráticas, accedió a la presidencia de México el general Emilio Portes Gil, perteneciente al recién creado Partido Nacional Revolucionario.

Este mismo partido, con los nombres de Partido de la Revolución Mexicana y Partido Revolucionario Institucional, gobernó en México ininterrumpidamente hasta las elecciones del año 2000.

Política tradicional del PRI

Como corresponde al prototipo de partido bien asentado en el poder y sin apenas peligro de perderlo, el PRI basó su gobierno, no sin cierto éxito, en un elevado gasto público y en políticas monetarias expansionistas, es decir, altos niveles de inversión pública, bajos tipos de interés y fuertes controles sobre la estabilidad de la moneda.

Esta estrategia política., como decimos, gozó de cierto éxito, propiciando niveles de crecimiento aceptable (y, en ocasiones, muy buenos) en México. Hasta que llegó un tiempo en el que, entre otros eventos, el descubrimiento de los yacimientos petrolíferos del país y su explotación, con la consiguiente “invasión” de dinero líquido, creó graves presiones inflacionistas. Ocurre así cuando sobreviene un cambio brusco en una economía muy controlada por el Estado y, por tanto, poco flexible.

Crisis financieras y rescates

Estas presiones inflacionistas, como en el resto del mundo desarrollado, pusieron de manifiesto el agotamiento del modelo económico intervensionista, en el que el Estado comenzaba a controlar porcentajes cada vez más altos de la economía del país. De este modo, México sufrió sendos colapsos financieros, en 1976 y en 1982, provocados, en realidad, por un “exceso de circulante” en una economía fuertemente intervenida y que, por tanto, no tenía la flexibilidad suficiente para asumirlo. Por cierto, ambas crisis fueron afrontadas por medio de “rescates” internacionales (por parte del Fondo Monetario Internacional y de los Estados Unidos), por un total de 60.000 millones de dólares (dólares de entonces, se entiende).

El liberalismo social de Carlos Salinas de Gortari

A todo esto, en 1988, la presidencia de México es asumida por Carlos Salinas de Gortari. Don Carlos definía su política como “liberalismo social” (decía, como Dolores de Cospedal hoy, que su partido era el verdadero partido de los trabajadores); y uno de los pilares de esa política consistía en la reducción de los campos económicos en los que intervendría el estado mexicano.

De este modo, Salinas privatizó la banca nacional (que, por cierto, había sido nacionalizada solamente 12 años antes) y vendió tantas empresas públicas como le fue posible. Con estas privatizaciones, unidas a las grandes cantidades procedentes del petróleo, el estado mexicano obtuvo unos ingresos que pudo invertir, en su mayor parte, en infraestructuras, pensando sobre todo en la entrada en vigor del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, entre Canadá, México y Estado Unidos) el 1 de Enero de 1994.

Por otro lado, y al mismo tiempo, Don Carlos impulsó, como prioridad, la lucha contra la inflación. Inflación que, en 1987, ascendía en México al 159%, Esta política de control de la inflación se apoyó, ante todo, en pactos sobre rentas entre sindicatos, empresarios y agricultores; pactos que limitaban, a un tiempo, los beneficios empresariales y las demandas salariales. Este instrumento resultó todo un éxito y, en 1994, la inflación mexicana se situaba en el 7%.

Control monetario y déficit público

Aun más, el gobierno de la república mantenía un férreo control del tipo de cambio del peso con respecto al dólar USA, aun a costa de incurrir en grandes déficits presupuestarios (en torno al 7%). Todo ello, unido a la liberalización de la circulación de capitales y a la manipulación de los tipos de interés, llevó a México al “Triángulo de la Imposibilidad”, que, como explicamos la semana pasada, resulta insostenible.

En cualquier caso, con niveles de crecimiento del PIB superiores al 4 y al 5%, las cotas de popularidad de Carlos Salinas de Gortari muy altas; y muy alta era, también, su credibilidad internacional. De hecho, México fue aceptado en la OCDE en mayo de 1994 y se afirmaba en los medios del país que la república estaba a punto de convertirse en una nación “del primer mundo”.

El Plan E de México y los Tesobonos

Sin embargo, con un déficit inmenso, pero oculto por el crecimiento económico, y con una moneda a todas luces sobrevalorada, la crisis no podía tardar en presentarse. Pero, antes, llegaron las elecciones de 1994. Como era de obligada tradición en el PRI, Don Carlos, en su último año de presidencia, inició un gigantesco programa de obras públicas, que terminó por llevar el déficit público a niveles históricos. Como ocurre y ocurrirá con cualquier “Plan E” (en fin, en este caso, se trataría de un “Plan M”).

Conociendo este agujero presupuestario, y una moneda que costaba más de lo que valía, nadie en el mundo se atrevía, ya en 1994, a prestar dinero al estado mexicano, a no ser a tipos de interés de usura. Y, para tratar de contrarrestar este hecho, Don Carlos había creado, al inicio de su presidencia, la figura de los Tesobonos, bonos de deuda respaldados por el estado mexicano, pero denominados en dólares, lo que protegía a los prestamistas de la eventualidad de una devaluación del peso, que ya se daba por descontada. [Del mismo modo que, a España, va a llegar un préstamo explícitamente denominado en euros, para proteger a los prestamistas de la Unión de una eventual salida de España del Euro y la consiguiente devaluación de la “peseta” rediviva].

Crisis de deuda en México

Los Tesobonos, por cierto, eran instrumentos financieros de deuda a corto plazo (bonos a 6 meses) y, en su primera emisión de 10 millones de dólares, en 1989, México hubo de pagar un interés del 34,5% anual. Conviene no olvidarlo, ahora que nos pasamos los días y las noches escuchando alarmas contra bombardeo con respecto a la “prima de riesgo” española.

No obstante, hasta 1993, los Tesobonos fueron en medio de endeudamiento menos utilizado por el Estado. Apenas un 4%, que, en 1994 se convirtió en el 74% de toda la deuda pública mexicana. Es decir, se había trastocado la mayor parte de la deuda a largo plazo, por deuda a corto plazo a un tipo de interés monstruoso, incluso entonces, y en una moneda que, más pronto que tarde, se reevaluaría un 20% con respecto al peso mexicano.

Años electorales e inversores asustados

Por lo demás, la liberalización de amplios sectores de la economía, sobre todo la Banca, después de décadas de intervención estatal, desembocó en una corrupción generalizada y en una política miope para el largo plazo, por parte de las instituciones financieras, políticas que hemos seguido viendo en el mundo desarrollado hasta la crisis actual. En fin, en aquel año electoral, como siempre, se destaparon muchos de estos casos.

Para empeorar la situación, en marzo de 1994 fue asesinado Luis Donaldo Colosio, candidato a las elecciones por el PRI, y, meses después, fue asesinado J.F. Ruiz Massieu, Secretario General del Partido. Estos asesinatos asustaron a los inversores, que comenzaron a vender rápidamente sus Tesobonos en los mercados secundarios.

El Banco Central compra deuda

En esta tesitura, para defender el valor del peso, el Banco de México compró todos los bonos que pudo, a costa de quedarse, prácticamente, sin reservas de dólares. Esta compra de deuda por el Banco Central de México (¿les suena?) permitía mantener el valor del peso sin recurrir a una gran subida de los tipos de interés, subida poco conveniente en año electoral. Esta fue, como es hoy, la clave: el año electoral. O, con otras palabras, los gobernantes maniobrando para quedarse en el poder, sin importar las consecuencias.

El presidente saliente no hace nada

En todo caso, la realidad terminaría por imponer una devaluación del peso o bien esa gran subida de los tipos de interés. Pero Don Carlos Salinas de Gortari optó por no hacer nada, ni antes ni después de las elecciones (Ernesto Zedillo, su sucesor como presidente, tardó meses en tomar posesión). Dicen los críticos que Don Carlos no quería “mancharse las manos”, dado que aspiraba a la Dirección General de la Organización Mundial de Comercio, cuando abandonara la presidencia.

Don Ernesto Zedillo accedió a la presidencia de la República de México el 1 de diciembre de 1994. Pocos días después, en una reunión con empresarios mexicanos e internacionales, el nuevo presidente expresó su intención de devaluar el peso un 15% y de terminar con las compras de deuda por parte del Banco de México.

El presidente entrante solo sabe economía

Quizá la medidas eran las correctas, teniendo en cuenta el contexto económico, pero el hecho residió en que se anunciaron un miércoles y, antes del fin de semana, la fuga de capitales resultaba ya incontenible.

Incapaz de detener la hemorragia, el gobierno de Don Ernesto estableció la libre flotación del tipo de cambio del peso mexicano, lo que, por otra parte, abría la posibilidad de ajustar los tipos de interés o fijar controles sobre la circulación de los capitales.

Rescate de Estados Unidos y del FMI

Seguimos en diciembre de 1994. De ahí que esta comunicación de Ernesto Zedillo sea conocida como “el error de diciembre”. Rápidamente, en cuanto se desató la crisis, Bill Clinton (presidente norteamericano por entonces), a través de una maniobra legal para eludir el rechazo de los republicanos, movilizó el Fondo de Estabilización de Divisas (sin pasar por el Congreso) y prestó 20.000 millones de dólares a México a bajo interés.

Este “rescate” no fue suficiente y la crisis se extendió por toda Latinoamérica. Por ello, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y un fondo de apoyo en el que participaron Brasil, Canadá y Argentina), añadieron otros 30.000 millones de dólares más.

Las medidas económicas “correctas” acabaron con la clase media

Recién inaugurado el Tratado de Libre Comercio con America del Norte, el gobierno mexicano se negó a establecer controles sobre la circulación de capitales, por lo que, cuando trató de estabilizar su moneda se vio obligado a permitir unos tipos de interés desmesurados, que llegaron, durante unos meses de 1995, al 100%. Sin embargo, los “pocos meses” que duró este nivel de los tipos de interés, llevaron a la ruina a millones de familias que no pudieron pagar sus créditos. (Y, mientras esto ocurría, el estado mexicano rescataba a sus bancos, a través del Fondo Bancario de Protección de Ahorro). Familias y negocios endeudados, o simplemente integrados con empresas norteamericanas (que, por tanto, facturaban en dólares) quebraron por millones, con reformas laborales, despidos masivos y suicidios incluidos.

En resumen, estas medidas que, sobre el papel de los economistas son absolutamente correctas (quizá no el ingenuo anuncio de Zedillo en aquella reunión); medidas que conducen a un rápido ajuste de la economía (en 1996, México crecía un 5,2%); medidas, en conclusión, de economía de salón y de modelos computerizados, acabaron, en el proceso, con la clase media mexicana.

Lecciones de la historia

Muchos mexicanos, y algunos analistas, atribuyeron la crisis a la “política neoliberal” de Carlos Salinas de Gortari (como, hoy, muchos griegos atribuyen su crisis a la política “neoliberal” de Alemania). De hecho, el antiguo presidente tardó años en poder volver a México (la crisis se desató, en toda su virulencia, cuando Don Carlos estaba de giran internacional, promoviendo su candidatura a la Dirección General de la OMC). Otros atribuyeron la crisis, cómo no, a Estados Unidos, cuando en realidad, la rápida intervención norteamericana evitó males aun mayores.

En realidad, el Efecto Tequila (así se nombró a la expansión internacional de la crisis), se produjo a raíz de las decisiones electoralistas de un gobierno, para mantener a su partido en el poder, y por la rigidez del gobierno sucesor, que prefirió proteger su sistema financiero a proteger a su clase media. Decisiones políticas del mismo tipo de las que se siguen tomando hoy.

Sin embargo, en la actualidad, México, uno de los países con más desigualdad económica del mundo, es presentado como un ejemplo prototípico de los “fallos del mercado”, de cómo los mercado no regulados conducen a la desigualdad y a la marginación de grandes capas de la población.

Evidentemente, por no haber aprendido de la historia, la estamos repitiendo de nuevo. Paso por paso.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
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