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Cuando la ley está al servicio del verdugo

No violes, no quemes, ¡Tortura!

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¿Se imaginan a un grupo de activistas frente al Congreso sosteniendo una pancarta con este lema: “El sexo a la fuerza no es un acto de libertad. Condena para los violadores”?, o a unos manifestantes coreando por las calles: “La quema de montes al Código Penal”?
 
No, ¿verdad? Esa aberración sería del género esperpéntico, pero literaria al fin, porque ninguno podemos concebir que un sistema que se dice basado en los derechos y las libertades, sin que las que segundas puedan vulnerar los primeros, entendiese que abusar sexualmente de una chica en un descampado o prender fuego a un bosque, constituya una diversión, un negocio o, simplemente, el deseo cumplido de un individuo bajo la mirada benevolente e incluso cómplice de la sociedad. Nadie admitiría que violadores o pirómanos nos dijesen: “si no te gusta forzar a una mujer o ver como arden los árboles no lo hagas, pero respétanos”.
 
¿Cómo es posible entonces que a estas alturas, quienes denuncian la tortura y el asesinato de un animal, aquellos que expresan su horror y rechazo ante la tauromaquia en sus distintas modalidades, sean los diferentes, los raros, los del primer párrafo de este texto, mientras los que lidian, alancean, embolan, ensogan, atropellan, emborrachan o ahogan a un toro o a una vaquilla, escriban sus crímenes sobre los renglones de leyes que se los autorizan?
 
5 de septiembre: vuelta de las corridas a TVE. 11 de septiembre: Toro de la Vega en Tordesillas. Todo el año: quienes abominan de una violación o de un incendio provocado, aplauden y subvencionan espectáculos crueles, letales para seres vivos con sistema nervioso central, incitadores de la violencia en los niños, y propios de una sociedad hipócrita, enferma y profundamente salvaje. Y no sirve con torcer el gesto, el silencio es cómplice de los verdugos.

No violes, no quemes, ¡Tortura!

Cuando la ley está al servicio del verdugo
Julio Ortega Fraile
viernes, 31 de agosto de 2012, 07:15 h (CET)
¿Se imaginan a un grupo de activistas frente al Congreso sosteniendo una pancarta con este lema: “El sexo a la fuerza no es un acto de libertad. Condena para los violadores”?, o a unos manifestantes coreando por las calles: “La quema de montes al Código Penal”?
 
No, ¿verdad? Esa aberración sería del género esperpéntico, pero literaria al fin, porque ninguno podemos concebir que un sistema que se dice basado en los derechos y las libertades, sin que las que segundas puedan vulnerar los primeros, entendiese que abusar sexualmente de una chica en un descampado o prender fuego a un bosque, constituya una diversión, un negocio o, simplemente, el deseo cumplido de un individuo bajo la mirada benevolente e incluso cómplice de la sociedad. Nadie admitiría que violadores o pirómanos nos dijesen: “si no te gusta forzar a una mujer o ver como arden los árboles no lo hagas, pero respétanos”.
 
¿Cómo es posible entonces que a estas alturas, quienes denuncian la tortura y el asesinato de un animal, aquellos que expresan su horror y rechazo ante la tauromaquia en sus distintas modalidades, sean los diferentes, los raros, los del primer párrafo de este texto, mientras los que lidian, alancean, embolan, ensogan, atropellan, emborrachan o ahogan a un toro o a una vaquilla, escriban sus crímenes sobre los renglones de leyes que se los autorizan?
 
5 de septiembre: vuelta de las corridas a TVE. 11 de septiembre: Toro de la Vega en Tordesillas. Todo el año: quienes abominan de una violación o de un incendio provocado, aplauden y subvencionan espectáculos crueles, letales para seres vivos con sistema nervioso central, incitadores de la violencia en los niños, y propios de una sociedad hipócrita, enferma y profundamente salvaje. Y no sirve con torcer el gesto, el silencio es cómplice de los verdugos.

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