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Tema de moda

Las explotadoras del feminismo radical, como modus vivendi

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Se ha puesto de moda el sacar a relucir pasados tormentosos, presuntos perversos corruptores de inocentes doncellas o avispados productores que utilizan como moneda de cambio los favores sexuales de quienes se ofrecen a pagarlos para conseguir un papel en una película o unas frases en una obra de teatro. Supongo que, el sacar a la luz estas truculentas historia se puede calificarlo como un “trending topyc” o, en castellano cervantino, como “tema de moda” pero, qué quieren que les diga, a mí, todas estas cosas de la prensa, tan evidentemente manejadas desde fuentes de información interesadas; sacadas a relucir cuando han pasado lustros, décadas o incluso más años, me da la sensación de que, aun suponiendo que fueran ciertas, que hubieran sucedido tal y como son explicadas por las presuntas víctimas y no hubieran concurrido otras posibles circunstancias, que puedan haber quedado ocultas, intencionadamente, para favorecer los argumentos acusatorios que se esgrimen en contra de estos supuestos abusadores, violadores, sátiros del sexo o corruptores de menores.

Es obvio que, todo lo que pueda suponer usar de recursos extremos, apurar la extorsión como medida para conseguir los favores sexuales de otras personas o utilizar, con habilidad y malicia, las dotes de seducción para aprovecharse de aquellos que buscan conseguir un trabajo, una audición, una prueba cinematográfica o un pequeño papel en una obra de teatro; evidentemente es una canallada, una muestra de hasta donde las más bajas pasiones pueden influir en una persona y unos actos dignos de la mayor reprobación por parte de la sociedad y de la Justicia; no deja que, en muchos casos, puedan existir culpas compartidas por ambas partes, que no deberían ser olvidadas por quienes explican estos hechos, evidentemente criminales, que siempre se suelen olvidar de que, en estos temas tan íntimos, en este juego de pasiones o en estos negocios con contraprestaciones carnales, no siempre se le puede atribuir toda la responsabilidad al que exige un precio, cuando existe alguien que, en un momento determinado, está más que dispuesto a pagarlo sin que, ante la disyuntiva moral que se le presenta, tenga demasiados remilgos en escoger el camino que más le beneficia.

Cuando vemos, como está sucediendo actualmente respecto a un conocido productor americano que parece ser que, a través de su vida profesional, según denuncian una verdadera colectividad de artistas femeninas, la mayoría de las cuales han triunfado en su vida cinematográfica o, como se le han sacado los trapos sucios a un conocido artista, Bill Cosby, casado y ya octogenario, por varias señoras que se han acordado de acudir a los tribunales, para pedir una reparación, cuando han pasado un montón de años desde que tuvieron lugar los presuntos abusos; no podemos dejar de preguntarnos ¿ por qué, estas damas, que ahora se sienten tan humilladas, que han acudido a la Justicia para reclamar indemnizaciones multimillonarias y a pedir que el peso de la ley caiga con toda su fuerza sobre la persona a la que acusan y sobre la que recaen sus iras de persona ultrajada; no lo hicieron cuando se produjeron los hechos, o cuando habían conseguido aquel trabajo que tanto ansiaban o cuando perdieron la vergüenza por los actos que habían cometido? Resulta que han esperado a que la más olvidadiza, la más atrevida o la que ha decidido explotar este filón para solucionar su vida, haya dado el primer paso para, como manada de ovejas, añadirse, ponerse a la cola y, sin el menor miramiento hacia sus hijos, su actual marido o su familia, han optado por denunciar lo que, probablemente, en otras circunstancias nunca hubieran hecho.

Y esto nos hace pensar en este colectivo de feministas, estas censoras de los defectos masculinos, estas que exigen que se hable en un castellano absurdo en el que se deban repetir, cansinamente lo de señores y señoras, abogados y abogadas, miembros y “miembras”; utilizando el idioma lleno de repeticiones y con un resultado espantoso, a pesar de los esfuerzos de la Academia de la Lengua Española que lucha contra semejante absurdo. Pero seamos serios y no nos dejemos guiar, como estas feministas cargadas de prejuicios o estas progres que, para demostrar que son libres se visten como mendigas, no se peinan ni se lavan y se ríen de forma sardónica para dar a entender una presunta superioridad que, todo hay que decirlo, se les ha concedido gratuitamente por unos renegados del sexo masculino, algunos de los cuales habría que analizar detenidamente para confirmar que siguen siéndolo; por las primeras impresiones. ¿Por qué estas feministas no se quejan de la forma en la que, muchas de su mismo sexo, escalan puestos importantes y se hacen ricas, especialmente en el gremio de la farándula, gracias a su “palmito”, aunque sus talentos artísticos no pasen de saber usar con éxito todas las curvas de que la naturaleza las dotó?

Han conseguido algunos beneficios que es imposible catalogarlos dentro del término de sensatos. ¿A quién se le ha ocurrido que en política deba haber paridad de hombres y mujeres, o que en el trabajo se deba igualar, en los cargos directivos, el número de hombres y mujeres? o, ¿por qué, señores, como sucede en la actualidad, ha de existir la llamada “igualdad positiva”, a favor de las mujeres, en aquellos casos en que los que se debe elegir entre un hombre y una mujer, aspirantes a un trabajo, en igualdad de méritos y conocimientos? El mismo intento de enrolar en el Ejército mujeres, forzando la ley a favor de unas cuantas féminas que intentan compensar a fuerza de voluntad sus diferencias corporales con el resto de soldados masculinos, creyéndose que, en caso de tener que intervenir en acciones arriesgadas, van a comportarse igual que como lo hacen los hombres. Es posible que, como en todas las cosas, una parte de ellas consigan escalar puestos elevados en el escalafón, pero es indudable que, las mujeres en general, no son tan aptas como los hombres para acudir a la guerra ni otros trabajos que requieren un elevado esfuerzo físico.

¿Cuántas mujeres, señores, han tenido en sus casas a individuos a los que han pagado para que satisficieran sus necesidades? ¿No se consideraría una humillación para el macho? ¿Qué pasa con todas estas supuestas artistas que ganan la fama por sus escenas de alcoba?, ¿qué opinan las feministas de todas aquellas que, su vis artística, consiste en enseñar cuanta más carne mejor? Son personas que ganan verdaderas fortunas, en muchas ocasiones mucho más que cualquier hombre que intentara ganarse la vida enseñando su cuerpo. Es evidente que, en la actualidad, las leyes ya no admiten discriminación alguna y, a pesar de ello, el feminismo imperante intenta, a toda costa, sacar beneficios de su victimismo (algo en lo que se parecen a los separatistas catalanes). Ahora se quejan de que, en los cargos de responsabilidad, no ganan lo mismo que sus compañeros y que tienen más dificultades para conseguir alcanzar cargos de directivos. ¿No se han preguntado por qué, para tomar determinadas decisiones, para afrontar situaciones comprometidas o para actuar con agilidad mental ante dilemas económicos, no basta con ser inteligentes, tener conocimientos o disfrutar de experiencia en cargos de menos responsabilidad? En ocasiones se precisan cualidades que no, precisamente, están en todas las mujeres como, a sensu contrario, en otros aspectos de la vida, las mujeres están mejor dotadas. No es que sea cuestión de querer o no querer, de vetar o no vetar, se trata de que cada sexo tiene sus propias cualidades dominantes, inherentes a su propia naturaleza que, por mucho que se quiera, no se pueden improvisar ni suplir con otras.

Es posible que, con el tiempo, como está ocurriendo con muchas cosas, los roles de los dos sexos se vayan igualando, algo que algunos no creemos que sea precisamente beneficioso para la humanidad, que tan necesitada está de la función social que ha venido realizando la mujer en esa parte sensible, componedora, relajante y mediadora que la ha venido caracterizando desde que la humanidad existe. Es evidente que, en las mujeres, exista la natural tendencia a abandonar las labores del hogar para lo que ahora se califica como conseguir “realizarse” y destacar en todo aquello en lo que los hombreas han tenido, prácticamente, un monopolio, pero tampoco deja de ser cierto el que, desde que las mujeres han irrumpido en el mundo laboral, y cuando hablo de él no me refiero a las labores del campo o de las empleadas de fábricas, sino que me refiero a profesiones, cargos, industriales, etc.; su función en la familia ha quedado descuidada, su relación con los hijos coartada por la necesidad de compartirlos con otras tareas que las tienen más absorbidas y, esta cuestión, mal que no quieran reconocerlo, ha influido de forma directa en que, los hijos, noten la falta de este apoyo maternal cuando más lo necesitan, cuando tienen que enfrentarse a los primeros problemas causados por la convivencia con otros compañeros en el colegio o cuando, en plena pubertad, se encuentran desorientados y precisarían de una mayor atención por parte de sus madres; algo que, por mucho que se quiera valorar, no ocurre con los padres.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos con disgusto como, las nuevas generaciones, parecen empeñadas en abolir cualquier diferencia entre hombres y mujeres, de forma que da la triste sensación de que, entre la aceptación de las lesbianas y homosexuales como parte de los sexos aceptados por la sociedad; la desaparición de los tabús religiosos que frenaban la promiscuidad; la permisión de que esta libertad que se les atribuye a las hembras para poder abortar sin que exista una ley eficaz para proteger al feto y el evidente sentido de insolidaridad que se desprende es esta filosofía relativista que se está imponiendo; vamos camino de lo que podríamos considerar como la desnaturalización de los dos sexos que, hasta ahora, constituían la base de la familia tradicional, para ir a la desacralización de las leyes naturales, en busca de una multitud de combinaciones sexuales, cuyas consecuencias no nos vemos capaces de prever. Pero esto ya no lo veremos nosotros.

Las explotadoras del feminismo radical, como modus vivendi

Tema de moda
Miguel Massanet
jueves, 2 de noviembre de 2017, 00:00 h (CET)
Se ha puesto de moda el sacar a relucir pasados tormentosos, presuntos perversos corruptores de inocentes doncellas o avispados productores que utilizan como moneda de cambio los favores sexuales de quienes se ofrecen a pagarlos para conseguir un papel en una película o unas frases en una obra de teatro. Supongo que, el sacar a la luz estas truculentas historia se puede calificarlo como un “trending topyc” o, en castellano cervantino, como “tema de moda” pero, qué quieren que les diga, a mí, todas estas cosas de la prensa, tan evidentemente manejadas desde fuentes de información interesadas; sacadas a relucir cuando han pasado lustros, décadas o incluso más años, me da la sensación de que, aun suponiendo que fueran ciertas, que hubieran sucedido tal y como son explicadas por las presuntas víctimas y no hubieran concurrido otras posibles circunstancias, que puedan haber quedado ocultas, intencionadamente, para favorecer los argumentos acusatorios que se esgrimen en contra de estos supuestos abusadores, violadores, sátiros del sexo o corruptores de menores.

Es obvio que, todo lo que pueda suponer usar de recursos extremos, apurar la extorsión como medida para conseguir los favores sexuales de otras personas o utilizar, con habilidad y malicia, las dotes de seducción para aprovecharse de aquellos que buscan conseguir un trabajo, una audición, una prueba cinematográfica o un pequeño papel en una obra de teatro; evidentemente es una canallada, una muestra de hasta donde las más bajas pasiones pueden influir en una persona y unos actos dignos de la mayor reprobación por parte de la sociedad y de la Justicia; no deja que, en muchos casos, puedan existir culpas compartidas por ambas partes, que no deberían ser olvidadas por quienes explican estos hechos, evidentemente criminales, que siempre se suelen olvidar de que, en estos temas tan íntimos, en este juego de pasiones o en estos negocios con contraprestaciones carnales, no siempre se le puede atribuir toda la responsabilidad al que exige un precio, cuando existe alguien que, en un momento determinado, está más que dispuesto a pagarlo sin que, ante la disyuntiva moral que se le presenta, tenga demasiados remilgos en escoger el camino que más le beneficia.

Cuando vemos, como está sucediendo actualmente respecto a un conocido productor americano que parece ser que, a través de su vida profesional, según denuncian una verdadera colectividad de artistas femeninas, la mayoría de las cuales han triunfado en su vida cinematográfica o, como se le han sacado los trapos sucios a un conocido artista, Bill Cosby, casado y ya octogenario, por varias señoras que se han acordado de acudir a los tribunales, para pedir una reparación, cuando han pasado un montón de años desde que tuvieron lugar los presuntos abusos; no podemos dejar de preguntarnos ¿ por qué, estas damas, que ahora se sienten tan humilladas, que han acudido a la Justicia para reclamar indemnizaciones multimillonarias y a pedir que el peso de la ley caiga con toda su fuerza sobre la persona a la que acusan y sobre la que recaen sus iras de persona ultrajada; no lo hicieron cuando se produjeron los hechos, o cuando habían conseguido aquel trabajo que tanto ansiaban o cuando perdieron la vergüenza por los actos que habían cometido? Resulta que han esperado a que la más olvidadiza, la más atrevida o la que ha decidido explotar este filón para solucionar su vida, haya dado el primer paso para, como manada de ovejas, añadirse, ponerse a la cola y, sin el menor miramiento hacia sus hijos, su actual marido o su familia, han optado por denunciar lo que, probablemente, en otras circunstancias nunca hubieran hecho.

Y esto nos hace pensar en este colectivo de feministas, estas censoras de los defectos masculinos, estas que exigen que se hable en un castellano absurdo en el que se deban repetir, cansinamente lo de señores y señoras, abogados y abogadas, miembros y “miembras”; utilizando el idioma lleno de repeticiones y con un resultado espantoso, a pesar de los esfuerzos de la Academia de la Lengua Española que lucha contra semejante absurdo. Pero seamos serios y no nos dejemos guiar, como estas feministas cargadas de prejuicios o estas progres que, para demostrar que son libres se visten como mendigas, no se peinan ni se lavan y se ríen de forma sardónica para dar a entender una presunta superioridad que, todo hay que decirlo, se les ha concedido gratuitamente por unos renegados del sexo masculino, algunos de los cuales habría que analizar detenidamente para confirmar que siguen siéndolo; por las primeras impresiones. ¿Por qué estas feministas no se quejan de la forma en la que, muchas de su mismo sexo, escalan puestos importantes y se hacen ricas, especialmente en el gremio de la farándula, gracias a su “palmito”, aunque sus talentos artísticos no pasen de saber usar con éxito todas las curvas de que la naturaleza las dotó?

Han conseguido algunos beneficios que es imposible catalogarlos dentro del término de sensatos. ¿A quién se le ha ocurrido que en política deba haber paridad de hombres y mujeres, o que en el trabajo se deba igualar, en los cargos directivos, el número de hombres y mujeres? o, ¿por qué, señores, como sucede en la actualidad, ha de existir la llamada “igualdad positiva”, a favor de las mujeres, en aquellos casos en que los que se debe elegir entre un hombre y una mujer, aspirantes a un trabajo, en igualdad de méritos y conocimientos? El mismo intento de enrolar en el Ejército mujeres, forzando la ley a favor de unas cuantas féminas que intentan compensar a fuerza de voluntad sus diferencias corporales con el resto de soldados masculinos, creyéndose que, en caso de tener que intervenir en acciones arriesgadas, van a comportarse igual que como lo hacen los hombres. Es posible que, como en todas las cosas, una parte de ellas consigan escalar puestos elevados en el escalafón, pero es indudable que, las mujeres en general, no son tan aptas como los hombres para acudir a la guerra ni otros trabajos que requieren un elevado esfuerzo físico.

¿Cuántas mujeres, señores, han tenido en sus casas a individuos a los que han pagado para que satisficieran sus necesidades? ¿No se consideraría una humillación para el macho? ¿Qué pasa con todas estas supuestas artistas que ganan la fama por sus escenas de alcoba?, ¿qué opinan las feministas de todas aquellas que, su vis artística, consiste en enseñar cuanta más carne mejor? Son personas que ganan verdaderas fortunas, en muchas ocasiones mucho más que cualquier hombre que intentara ganarse la vida enseñando su cuerpo. Es evidente que, en la actualidad, las leyes ya no admiten discriminación alguna y, a pesar de ello, el feminismo imperante intenta, a toda costa, sacar beneficios de su victimismo (algo en lo que se parecen a los separatistas catalanes). Ahora se quejan de que, en los cargos de responsabilidad, no ganan lo mismo que sus compañeros y que tienen más dificultades para conseguir alcanzar cargos de directivos. ¿No se han preguntado por qué, para tomar determinadas decisiones, para afrontar situaciones comprometidas o para actuar con agilidad mental ante dilemas económicos, no basta con ser inteligentes, tener conocimientos o disfrutar de experiencia en cargos de menos responsabilidad? En ocasiones se precisan cualidades que no, precisamente, están en todas las mujeres como, a sensu contrario, en otros aspectos de la vida, las mujeres están mejor dotadas. No es que sea cuestión de querer o no querer, de vetar o no vetar, se trata de que cada sexo tiene sus propias cualidades dominantes, inherentes a su propia naturaleza que, por mucho que se quiera, no se pueden improvisar ni suplir con otras.

Es posible que, con el tiempo, como está ocurriendo con muchas cosas, los roles de los dos sexos se vayan igualando, algo que algunos no creemos que sea precisamente beneficioso para la humanidad, que tan necesitada está de la función social que ha venido realizando la mujer en esa parte sensible, componedora, relajante y mediadora que la ha venido caracterizando desde que la humanidad existe. Es evidente que, en las mujeres, exista la natural tendencia a abandonar las labores del hogar para lo que ahora se califica como conseguir “realizarse” y destacar en todo aquello en lo que los hombreas han tenido, prácticamente, un monopolio, pero tampoco deja de ser cierto el que, desde que las mujeres han irrumpido en el mundo laboral, y cuando hablo de él no me refiero a las labores del campo o de las empleadas de fábricas, sino que me refiero a profesiones, cargos, industriales, etc.; su función en la familia ha quedado descuidada, su relación con los hijos coartada por la necesidad de compartirlos con otras tareas que las tienen más absorbidas y, esta cuestión, mal que no quieran reconocerlo, ha influido de forma directa en que, los hijos, noten la falta de este apoyo maternal cuando más lo necesitan, cuando tienen que enfrentarse a los primeros problemas causados por la convivencia con otros compañeros en el colegio o cuando, en plena pubertad, se encuentran desorientados y precisarían de una mayor atención por parte de sus madres; algo que, por mucho que se quiera valorar, no ocurre con los padres.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos con disgusto como, las nuevas generaciones, parecen empeñadas en abolir cualquier diferencia entre hombres y mujeres, de forma que da la triste sensación de que, entre la aceptación de las lesbianas y homosexuales como parte de los sexos aceptados por la sociedad; la desaparición de los tabús religiosos que frenaban la promiscuidad; la permisión de que esta libertad que se les atribuye a las hembras para poder abortar sin que exista una ley eficaz para proteger al feto y el evidente sentido de insolidaridad que se desprende es esta filosofía relativista que se está imponiendo; vamos camino de lo que podríamos considerar como la desnaturalización de los dos sexos que, hasta ahora, constituían la base de la familia tradicional, para ir a la desacralización de las leyes naturales, en busca de una multitud de combinaciones sexuales, cuyas consecuencias no nos vemos capaces de prever. Pero esto ya no lo veremos nosotros.

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