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Existen tres objetivos a los que aspiran todos los gobiernos modernos del mundo, en lo que respecta a la política financiera

El triángulo de lo imposible

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Existen tres objetivos a los que aspiran todos los gobiernos modernos del mundo, en lo que respecta a la política financiera. Todos lo gobiernos, incluido el de la Unión Europea, que es el que dispone de las competencias en nuestro caso.

Una política monetaria independiente

En primer lugar, todo país, y también la Unión Europea, trata de conseguir un política monetaria independiente o autónoma, tal que le permita reducir los tipos de interés, cuando cree que la economía está deprimida y necesita “estímulo”, y aumentarlos con el fin de combatir la inflación o el descenso del tipo de cambio con respecto a otras monedas. En fin, un gobierno siempre quiere decidir libremente sobre su política monetaria.

Estabilidad en el tipo de cambio

En segundo lugar, todos los países, y también la Unión Europea, persiguen la estabilidad del tipo de cambio de sus monedas; porque las grandes fluctuaciones o cambios crean incertidumbres para los inversores, nacionales e internacionales, y pueden causar graves alteraciones del sistema financiero.

Así, los gobiernos tratan de mantener el valor de su moneda en un nivel “razonable” (ni muy alto, porque daña la “competitividad” internacional del país, ni muy bajo, porque incentivan la huida del dinero ahorrado). En cualquier caso, en su momento, hubo ensayos, por parte de algunos países, de mantener fijos lo tipos de cambios de su moneda, como la Argentina inmediatamente anterior al “corralito” o el Sistema Monetario Europeo, anterior a la introducción del Euro.

Libre circulación de capitales

En tercer lugar, los gobiernos tratan de mantener la “convertibilidad” plena, es decir, la libre circulación de capitales, intentando evitar, con ello, la burocracia y la corrupción asociadas tradicionalmente a los controles sobre la circulación del dinero.

Los tres objetivos son incompatibles

En la década de los sesenta del siglo pasado, los economistas Robert Mundell y Marcus Fleming, de modo independiente, demostraron que estos tres objetivos económicos son incompatibles, esto es, que no se pueden lograr los tres al mismo tiempo. A lo sumo, solo es posible mantener simultáneamente dos de los tres.

Para ilustrarlo, supongamos que un país X, tratara de mantener la libre circulación de capitales y, además, comprometiera a su Banco Central a mantener estable el tipo de cambio de la moneda, comprando y vendiendo divisas.

Pues bien, en este caso, perdería todo el control sobre su política monetaria, eminentemente sobre los tipos de interés. Pues, si el país X reduce los tipos de interés por debajo de los tipos de interés del país Y, dado que suponemos que el tipo de cambio se mantendrá fijo, los “inversores internacionales” pedirán prestado en el país X, pero lo invertirán en el país Y.

Comercio de transferencias

Por tanto, para el país X solo quedarían tres alternativas: o vuelve a un tipo de interés similar al del país Y (con lo que pierde la autonomía en cuanto a su política económica), o permite que su moneda se deprecie con respecto a la del país Y, para compensar los efectos de la diferencia de tipos de interés, o bien, por último, el país X tiene la posibilidad de imponer controles a la circulación de capitales, de modo que ese “comercio de transferencias” entre el país X y el Y deje de ser rentable.

En la actualidad, la gran mayoría de los países ha optado por permitir un tipo de cambio flotante para sus respectivas monedas, de modo que se mantenga la autonomía en la política monetaria y no sea necesario gravar los movimientos de capitales. En este sentido, la gran excepción está, por supuesto, en China, que mantiene férreos controles sobre su moneda, sus tipos de interés y, por supuesto, también sobre la circulación de capitales.

Los Bancos Centrales convierten en fijo el tipo de cambio, a corto plazo

De cualquier modo, la simple existencia de la institución de los Bancos Centrales, como el BCE o la Reserva Federal, dispuestos siempre a defender el valor de sus monedas, o, directamente, a manipularlo, ora haciéndolo bajar para mejorar las exportaciones, ora haciéndolo subir para retener a los inversores; la existencia y presencia de estas instituciones conlleva que, en tiempos de crisis, todo inversor perciba el tipo de cambio de la moneda como si, en realidad, fuese fijo.

Contando con ello, si un país, o la Unión Europea, no está dispuesto a renunciar a la autonomía de su política monetaria, solo dispone de dos opciones: establecer controles sobre la libre circulación de capitales o bien garantizar, fuera de toda duda, que el tipo de cambio no va a ser intervenido por el Banco Central (en forma de compra de divisas o, indirectamente, comprando deuda de su propio país). Y esto último, solo puede ser garantizado, de verdad, si se retira esa competencia al Banco Central o, en el límite, y por qué no, se elimina la propia institución.

Controles sobre el flujo de capitales en la UE

En fin, aquí podemos ver la razón profunda por la que en Europa se ha empezado a considerar seriamente la idea de establecer controles sobre los flujos financieros (no sólo a través de la tasa Tobin): se trata de mantener la potestad del Banco Central Europeo sobre la deuda de los países miembros (y, a su través, del tipo de cambio, pues este puede ser manipulado a la baja para disminuir, de golpe, la deuda externa) y, además, de erigir la famosa “unión bancaria y fiscal”, es decir, la unificación de toda la política financiera de la Unión Europea. He aquí dos de los tres componentes del “Triángulo de lo imposible” (el tipo de cambio cuasi fijo y la autonomía de la política monetaria): solo queda, pues, la restricción del flujo de capitales.

Quién va a pagar

En conclusión, cuando mañana, o uno de estos días, se implante el control de la circulación de capitales, nos venderán que se trata de gravar los movimientos de dinero para que “paguen los ricos”. Pero esa tasa, además de que, en el fondo, la pagaremos usted y yo (porque nos la descontarán los bancos en comisiones o las empresas en gastos), esta tasa, decía, solo servirá para mantener la existencia de ciertas instituciones públicas, como los Bancos Centrales, dirigidas por personajes a los que no hemos elegido y a los que seguiremos pagando. Usted y yo.

El triángulo de lo imposible

Existen tres objetivos a los que aspiran todos los gobiernos modernos del mundo, en lo que respecta a la política financiera
Felipe Muñoz
martes, 28 de agosto de 2012, 07:13 h (CET)
Existen tres objetivos a los que aspiran todos los gobiernos modernos del mundo, en lo que respecta a la política financiera. Todos lo gobiernos, incluido el de la Unión Europea, que es el que dispone de las competencias en nuestro caso.

Una política monetaria independiente

En primer lugar, todo país, y también la Unión Europea, trata de conseguir un política monetaria independiente o autónoma, tal que le permita reducir los tipos de interés, cuando cree que la economía está deprimida y necesita “estímulo”, y aumentarlos con el fin de combatir la inflación o el descenso del tipo de cambio con respecto a otras monedas. En fin, un gobierno siempre quiere decidir libremente sobre su política monetaria.

Estabilidad en el tipo de cambio

En segundo lugar, todos los países, y también la Unión Europea, persiguen la estabilidad del tipo de cambio de sus monedas; porque las grandes fluctuaciones o cambios crean incertidumbres para los inversores, nacionales e internacionales, y pueden causar graves alteraciones del sistema financiero.

Así, los gobiernos tratan de mantener el valor de su moneda en un nivel “razonable” (ni muy alto, porque daña la “competitividad” internacional del país, ni muy bajo, porque incentivan la huida del dinero ahorrado). En cualquier caso, en su momento, hubo ensayos, por parte de algunos países, de mantener fijos lo tipos de cambios de su moneda, como la Argentina inmediatamente anterior al “corralito” o el Sistema Monetario Europeo, anterior a la introducción del Euro.

Libre circulación de capitales

En tercer lugar, los gobiernos tratan de mantener la “convertibilidad” plena, es decir, la libre circulación de capitales, intentando evitar, con ello, la burocracia y la corrupción asociadas tradicionalmente a los controles sobre la circulación del dinero.

Los tres objetivos son incompatibles

En la década de los sesenta del siglo pasado, los economistas Robert Mundell y Marcus Fleming, de modo independiente, demostraron que estos tres objetivos económicos son incompatibles, esto es, que no se pueden lograr los tres al mismo tiempo. A lo sumo, solo es posible mantener simultáneamente dos de los tres.

Para ilustrarlo, supongamos que un país X, tratara de mantener la libre circulación de capitales y, además, comprometiera a su Banco Central a mantener estable el tipo de cambio de la moneda, comprando y vendiendo divisas.

Pues bien, en este caso, perdería todo el control sobre su política monetaria, eminentemente sobre los tipos de interés. Pues, si el país X reduce los tipos de interés por debajo de los tipos de interés del país Y, dado que suponemos que el tipo de cambio se mantendrá fijo, los “inversores internacionales” pedirán prestado en el país X, pero lo invertirán en el país Y.

Comercio de transferencias

Por tanto, para el país X solo quedarían tres alternativas: o vuelve a un tipo de interés similar al del país Y (con lo que pierde la autonomía en cuanto a su política económica), o permite que su moneda se deprecie con respecto a la del país Y, para compensar los efectos de la diferencia de tipos de interés, o bien, por último, el país X tiene la posibilidad de imponer controles a la circulación de capitales, de modo que ese “comercio de transferencias” entre el país X y el Y deje de ser rentable.

En la actualidad, la gran mayoría de los países ha optado por permitir un tipo de cambio flotante para sus respectivas monedas, de modo que se mantenga la autonomía en la política monetaria y no sea necesario gravar los movimientos de capitales. En este sentido, la gran excepción está, por supuesto, en China, que mantiene férreos controles sobre su moneda, sus tipos de interés y, por supuesto, también sobre la circulación de capitales.

Los Bancos Centrales convierten en fijo el tipo de cambio, a corto plazo

De cualquier modo, la simple existencia de la institución de los Bancos Centrales, como el BCE o la Reserva Federal, dispuestos siempre a defender el valor de sus monedas, o, directamente, a manipularlo, ora haciéndolo bajar para mejorar las exportaciones, ora haciéndolo subir para retener a los inversores; la existencia y presencia de estas instituciones conlleva que, en tiempos de crisis, todo inversor perciba el tipo de cambio de la moneda como si, en realidad, fuese fijo.

Contando con ello, si un país, o la Unión Europea, no está dispuesto a renunciar a la autonomía de su política monetaria, solo dispone de dos opciones: establecer controles sobre la libre circulación de capitales o bien garantizar, fuera de toda duda, que el tipo de cambio no va a ser intervenido por el Banco Central (en forma de compra de divisas o, indirectamente, comprando deuda de su propio país). Y esto último, solo puede ser garantizado, de verdad, si se retira esa competencia al Banco Central o, en el límite, y por qué no, se elimina la propia institución.

Controles sobre el flujo de capitales en la UE

En fin, aquí podemos ver la razón profunda por la que en Europa se ha empezado a considerar seriamente la idea de establecer controles sobre los flujos financieros (no sólo a través de la tasa Tobin): se trata de mantener la potestad del Banco Central Europeo sobre la deuda de los países miembros (y, a su través, del tipo de cambio, pues este puede ser manipulado a la baja para disminuir, de golpe, la deuda externa) y, además, de erigir la famosa “unión bancaria y fiscal”, es decir, la unificación de toda la política financiera de la Unión Europea. He aquí dos de los tres componentes del “Triángulo de lo imposible” (el tipo de cambio cuasi fijo y la autonomía de la política monetaria): solo queda, pues, la restricción del flujo de capitales.

Quién va a pagar

En conclusión, cuando mañana, o uno de estos días, se implante el control de la circulación de capitales, nos venderán que se trata de gravar los movimientos de dinero para que “paguen los ricos”. Pero esa tasa, además de que, en el fondo, la pagaremos usted y yo (porque nos la descontarán los bancos en comisiones o las empresas en gastos), esta tasa, decía, solo servirá para mantener la existencia de ciertas instituciones públicas, como los Bancos Centrales, dirigidas por personajes a los que no hemos elegido y a los que seguiremos pagando. Usted y yo.

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