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Ser español es la cosa más sencilla del mundo para cualquier extranjero: basta para ello con que se aplique cada mañana un regular supositorio de guindilla

Españoles y olé

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No nos engañemos: como español, vive usted en el peor país posible. Salvo en un par de ocasiones –que son las excepciones que confirman la regla-, ha tenido nuestra Historia de todas las épocas los peores gobernantes de entre todos los posibles, desde imbéciles profundos a disminuidos psíquicos, pasando por oportunistas, sinvergüenzas, corruptos, dementes, sádicos y un sinfín de personajes que constituyen por sí mismos todo un zoo. Pero es que en lo demás no está mejor la cosa: la corrupción política y empresarial merecería un ministerio, es el mayor paraíso mundial de los transgénicos, la Educación es un desastre, la Sanidad pronto ni va a existir, la Justicia es de risa, el trabajo ya no es un derecho sino un de bien de lujo, a los honrados se los persigue y a los mayores sinvergüenzas y ladrones se les tiende alfombra roja, sólo triunfan personajes cuya estabilidad mental es cuestionable o sus méritos merecerían mejor una larga estadía gratuita en un penal o en un psiquiátrico, funciona mejor el país cuando sus gobernantes están de vacaciones, los poderes son inflexibles con los débiles y chupaculos con los grandes delincuentes, y toda una caterva tal de aberraciones que merecería un epítome como un guía telefónica de todos los países del mundo. Poco hay que se pueda salvar aquí, desde medioambiente a Justicia, de tal modo que no importa dónde se pinche, la pus salta a chorros. Un desastre, en fin. ¿Qué de raro hay, pues, en que se alardee del enorme éxito policial que ha supuesto averiguar que quien robó el Códice Calixtino que se encontraba bajo llave fue el que tenía las llaves?...: ¡un año, oiga usted, de duro trabajo! ¿Y que se convierta en una auténtica atracción nacional que mueve solidaridades y adhesiones la barbarie cultural que ha perpetrado una anciana con una joya barroca del XIX, convirtiéndola en un monigote que bien le acarrearía un suspenso a un escolar?...

Pero, tranquilos, la situación sólo es desesperada. A poco que sepa de Historia y que esté un poco informado de la actualidad, sabe bien que siempre ha funcionado así este país, y, sin embargo, aquí estamos. Debe ser por esto por lo que a alguien se le ocurrió aquella memorable pintada: “El gobierno no se hunde porque la mierda flota.” Y quien dice gobierno, dice banca, dice chupatintas, dice políticos, dice partidos, dice mangantes en general apandados en Instituciones, dice sindicatos, dice asociaciones empresariales, etc. Lo mejor que puede hacer si tiene una idea genial y es español, ya lo sabe, es marcharse al extranjero. Y si tiene alguna clase de talento, también, porque aquí no hay la menor oportunidad de que algo bueno descuelle o simplemente sobreviva: consulte la Historia. No importa en qué ámbito mire, todo es un desastre: el cine, es sencillamente vergonzoso; se sabe que una teleserie es española sin conocer el elenco que la interpreta, porque en ellas sólo se grita y dicen palabrotas –además de mostrar los personajes conductas aberrantes- de forma continua; la literatura es de tal calidad, que mejor y más nos valdría arrancar toda su historia desde los setenta para acá y creer que nunca escribimos nada; la televisión y su pluralidad, bien merecerían el honor de la purificadora hoguera (con todos sus personajes y divos inclusos); y así con todo. Es, en fin, el país de la viceversa.

Dicen que somos así por naturaleza. No en vano la misma Leyenda Negra española fue un invento de un español, Antonio Pérez, secretario de Felipe II. Un buen español, en fin, es aquel que ataca a España con todo lo que tiene, y el que odia a los españoles más que ninguna otra criatura del universo, incluidos los ingleses. Somos así, qué le vamos a hacer. Apreciamos en los demás lo mismo que denostamos en lo nuestro y toleramos en los extranjeros lo que en nuestros compatriotas nos parece intolerable. Lo de fuera siempre es mejor, y cuando procuramos construir algo, lo que sea, intentamos que se parezca en esto a los belgas, en eso a los alemanes, en aquello a los suecos, en lo de más allá a los italianos y en el resto a los norteamericanos, de modo que lo importante es que ni se parezca por asomo a lo español o sirva para los españoles. Sé que en muchas cosas, como en Educación y ayudas sociales, han procurado imitar nuestras autoridades a los países nórdicos, y, aunque se han gastado fortunones en viajes de mucho lujo, quienes conocemos a esos países y nos admiramos de su extraordinaria organización social, nos preguntamos: Pero éstos, además de casas de putas y hoteles de lujo, ¿qué coño han visto?... Vamos, que ni se parece a lo español y, ni mucho menos, a lo nórdico. Somos, ya lo supone el lector, pésimos imitadores. Pero mejor una mala imitación de lo extranjero que un buen producto español. O que se los pregunten a los arquitectos esos de medio mundo que levantaron la horterada infumable ésa de las Cuatro Torres Bussines Area en Madrid (hasta el nombre es ridículo), cuando nuestros arquitectos se tienen que ir por esos mundos de Dios a buscarse la vida, y los que se quedan aquí son famosetes que lo hacen para meterles el diente a las administraciones a base de bien en el más genuino y español estilo corruptelas Cantimpalo.

Lo mejor, siempre, es lo de fuera. Por eso nuestros gobiernos sucesivos nos someten a quien sea, que mejor estar en manos de otros que en las propias. Mala cosa es que haya aún colonias (de las que apestan) en nuestro territorio; pero no parece que sea mucho mejor que las alquilen, como hace el gobierno con el Imperio, sembrando el país de bases militares extranjeras para que apilen armamento de ese de destrucción masiva, y, ya de paso, nos conviertan en objetivos nucleares de otras potencias. Y, eso, cuando no alquilan también a nuestras tropas y las manden a morir por esos mundos de Dios en guerras que son, verdaderamente, "misiones de paz y reconstrucción". Si lo dice Bruselas, como si lo hubiera dicho Dios, y si Alemania, como si fuera la Virgen; pero si lo demanda el pueblo español, guardias y porras (sin chocolate). Y así con todo. ¿Que la empresa es extranjera?..., pues gratis y exenta de impuestos; ¿que es española?..., pues a pagar hasta quebrarla. Una gloria.

Ser español no es fácil. Es, por hacer un símil, como si desde la noche de los tiempos los españolitos de a pie, ésos que una de las dos Españas les rompería el corazón, se desayunaran cada día con zumo de limón en crudo y se pusieran una guindilla brava como supositorio. La función crea el órgano, en fin, y hoy ya no es necesario hacer esto, aunque los efectos permanecen inalterados. Y es que ya no son sólo los poderes o los poderosos los que están como quieren, sino que da la impresión de que la misma población se ha contaminado ya de este continuo desvariar de sus dirigentes y modelos. Se puede admitir que los sinvergüenzas históricamente se hayan impuesto en el controlo y mando porque tenían la fuerza y la crueldad necesarias para hacerse valer, pero hoy, con el voto, parece que a los ciudadanos les sigue gustando lo mismo y ser dirigido por los retoños de aquéllos, pues que hoy todos estos inútiles cargos y apandados golfillos son electos, e incluo la televisión no es forzoso que esté encendida –mucho menos que se vea, y aún menos que se aprenda de ello o se siga como una secta religiosa-. Nos va la marcha, parece, como distintivo de lo genuinamente español, que es seguir en la cuerda de lo aberrante, digo yo que para poder continuar echando bilis de España, o de otro modo votaríamos a otros o no votaríamos a ninguno. Así, para preservar esta salerosa manera de ser y sentir, nos ha quedado, además del placer de atacar todo lo español por el método que sea y cuanto más acídulo mejor, el “piensa mal y acertarás”, de tal modo que si un cura se da un pasote con lo que sea, es toda la Iglesia la condenada; si hay incendios, seguro que es porque algún cuadrillero que sofoca los fuegos es pirómano; si alguien hace caridad, es porque algo sacará de beneficio; si alguno posee algún bien del que carecemos es porque lo habrá obtenido con trampas o hurtos, y el que tiene menos lo es porque él solito se lo ha buscado; el proctólogo ha hecho la carrera para meter el dedo en el culo de la gente; y si alguno es inteligente y piensa por sí mismo, es porque se droga. Sólo cada uno tiene razón incluso cuando yerra y todos los demás están equivocados, y cuando se queja, no comprende cómo el mundo no se levanta indignado ante tamaño desafuero, cuando él mismo permaneció cómodamente sentado mientras otros se desgañitaban en defensa de esos mismos derechos que a él le han vulnerado.

Somos diferentes, en fin. Abominamos del país, pero usamos la bandera nacional para el fumbo (para otra cuestión sería fascista o nacionalista); odiamos a los ricos, pero admiramos a los fumbolistas y nos parece poco que cobren la millonada que perciben (libres de impuestos o cotizando en las Chimabmbas) por darle “patás” a un balón; odiamos a los famosos, pero queremos ser como ellos; despotricamos contra quien adelanta a nuestro utilitario con su automóvil de lujo, pero desearíamos tener un pene como ése para hacer lo propio con otros conductores de utilitarios, especialmente si son vecinos o amigos; envidiamos a rabiar -ya conocen el aforismo: "todo se perdona en España, menos el éxito de los demás"-, pero lo que más complacería es que nos envidiaran a nosotros; y así con todo. Sólo y únicamente somos capaces de admirar sin envidia lo de los de los demás, si es de los que viven más allá de los Pirineos. Tal vez por eso, nuestro gobierno, que es Popular, está pidiendo a voz en grito la desaparición de España y su disolución en el soluto europeo. Lo que no sé es, si tal cosa llegara a pasar, qué tendrían que hacer los europeos con esos tan típicos nosotros. No somos nada con España, pero sin ella, me temo, seríamos mucho menos. O nada. Algo así como todos esos cantautores protesta que tantas glorias cosecharon cuando vivía Franco; se les murió, y quedaron en nada. Como si también hubieran muerto.

Así, pues, para que la fiesta siga y podamos seguir existiendo con nuestros olés de amargura, mejor que viva España por muchos años. ¡Qué sería de nosotros sin ella! Entretanto, somos lo que somos: ¡Españoles y olé!

Españoles y olé

Ser español es la cosa más sencilla del mundo para cualquier extranjero: basta para ello con que se aplique cada mañana un regular supositorio de guindilla
Ángel Ruiz Cediel
martes, 28 de agosto de 2012, 07:00 h (CET)
No nos engañemos: como español, vive usted en el peor país posible. Salvo en un par de ocasiones –que son las excepciones que confirman la regla-, ha tenido nuestra Historia de todas las épocas los peores gobernantes de entre todos los posibles, desde imbéciles profundos a disminuidos psíquicos, pasando por oportunistas, sinvergüenzas, corruptos, dementes, sádicos y un sinfín de personajes que constituyen por sí mismos todo un zoo. Pero es que en lo demás no está mejor la cosa: la corrupción política y empresarial merecería un ministerio, es el mayor paraíso mundial de los transgénicos, la Educación es un desastre, la Sanidad pronto ni va a existir, la Justicia es de risa, el trabajo ya no es un derecho sino un de bien de lujo, a los honrados se los persigue y a los mayores sinvergüenzas y ladrones se les tiende alfombra roja, sólo triunfan personajes cuya estabilidad mental es cuestionable o sus méritos merecerían mejor una larga estadía gratuita en un penal o en un psiquiátrico, funciona mejor el país cuando sus gobernantes están de vacaciones, los poderes son inflexibles con los débiles y chupaculos con los grandes delincuentes, y toda una caterva tal de aberraciones que merecería un epítome como un guía telefónica de todos los países del mundo. Poco hay que se pueda salvar aquí, desde medioambiente a Justicia, de tal modo que no importa dónde se pinche, la pus salta a chorros. Un desastre, en fin. ¿Qué de raro hay, pues, en que se alardee del enorme éxito policial que ha supuesto averiguar que quien robó el Códice Calixtino que se encontraba bajo llave fue el que tenía las llaves?...: ¡un año, oiga usted, de duro trabajo! ¿Y que se convierta en una auténtica atracción nacional que mueve solidaridades y adhesiones la barbarie cultural que ha perpetrado una anciana con una joya barroca del XIX, convirtiéndola en un monigote que bien le acarrearía un suspenso a un escolar?...

Pero, tranquilos, la situación sólo es desesperada. A poco que sepa de Historia y que esté un poco informado de la actualidad, sabe bien que siempre ha funcionado así este país, y, sin embargo, aquí estamos. Debe ser por esto por lo que a alguien se le ocurrió aquella memorable pintada: “El gobierno no se hunde porque la mierda flota.” Y quien dice gobierno, dice banca, dice chupatintas, dice políticos, dice partidos, dice mangantes en general apandados en Instituciones, dice sindicatos, dice asociaciones empresariales, etc. Lo mejor que puede hacer si tiene una idea genial y es español, ya lo sabe, es marcharse al extranjero. Y si tiene alguna clase de talento, también, porque aquí no hay la menor oportunidad de que algo bueno descuelle o simplemente sobreviva: consulte la Historia. No importa en qué ámbito mire, todo es un desastre: el cine, es sencillamente vergonzoso; se sabe que una teleserie es española sin conocer el elenco que la interpreta, porque en ellas sólo se grita y dicen palabrotas –además de mostrar los personajes conductas aberrantes- de forma continua; la literatura es de tal calidad, que mejor y más nos valdría arrancar toda su historia desde los setenta para acá y creer que nunca escribimos nada; la televisión y su pluralidad, bien merecerían el honor de la purificadora hoguera (con todos sus personajes y divos inclusos); y así con todo. Es, en fin, el país de la viceversa.

Dicen que somos así por naturaleza. No en vano la misma Leyenda Negra española fue un invento de un español, Antonio Pérez, secretario de Felipe II. Un buen español, en fin, es aquel que ataca a España con todo lo que tiene, y el que odia a los españoles más que ninguna otra criatura del universo, incluidos los ingleses. Somos así, qué le vamos a hacer. Apreciamos en los demás lo mismo que denostamos en lo nuestro y toleramos en los extranjeros lo que en nuestros compatriotas nos parece intolerable. Lo de fuera siempre es mejor, y cuando procuramos construir algo, lo que sea, intentamos que se parezca en esto a los belgas, en eso a los alemanes, en aquello a los suecos, en lo de más allá a los italianos y en el resto a los norteamericanos, de modo que lo importante es que ni se parezca por asomo a lo español o sirva para los españoles. Sé que en muchas cosas, como en Educación y ayudas sociales, han procurado imitar nuestras autoridades a los países nórdicos, y, aunque se han gastado fortunones en viajes de mucho lujo, quienes conocemos a esos países y nos admiramos de su extraordinaria organización social, nos preguntamos: Pero éstos, además de casas de putas y hoteles de lujo, ¿qué coño han visto?... Vamos, que ni se parece a lo español y, ni mucho menos, a lo nórdico. Somos, ya lo supone el lector, pésimos imitadores. Pero mejor una mala imitación de lo extranjero que un buen producto español. O que se los pregunten a los arquitectos esos de medio mundo que levantaron la horterada infumable ésa de las Cuatro Torres Bussines Area en Madrid (hasta el nombre es ridículo), cuando nuestros arquitectos se tienen que ir por esos mundos de Dios a buscarse la vida, y los que se quedan aquí son famosetes que lo hacen para meterles el diente a las administraciones a base de bien en el más genuino y español estilo corruptelas Cantimpalo.

Lo mejor, siempre, es lo de fuera. Por eso nuestros gobiernos sucesivos nos someten a quien sea, que mejor estar en manos de otros que en las propias. Mala cosa es que haya aún colonias (de las que apestan) en nuestro territorio; pero no parece que sea mucho mejor que las alquilen, como hace el gobierno con el Imperio, sembrando el país de bases militares extranjeras para que apilen armamento de ese de destrucción masiva, y, ya de paso, nos conviertan en objetivos nucleares de otras potencias. Y, eso, cuando no alquilan también a nuestras tropas y las manden a morir por esos mundos de Dios en guerras que son, verdaderamente, "misiones de paz y reconstrucción". Si lo dice Bruselas, como si lo hubiera dicho Dios, y si Alemania, como si fuera la Virgen; pero si lo demanda el pueblo español, guardias y porras (sin chocolate). Y así con todo. ¿Que la empresa es extranjera?..., pues gratis y exenta de impuestos; ¿que es española?..., pues a pagar hasta quebrarla. Una gloria.

Ser español no es fácil. Es, por hacer un símil, como si desde la noche de los tiempos los españolitos de a pie, ésos que una de las dos Españas les rompería el corazón, se desayunaran cada día con zumo de limón en crudo y se pusieran una guindilla brava como supositorio. La función crea el órgano, en fin, y hoy ya no es necesario hacer esto, aunque los efectos permanecen inalterados. Y es que ya no son sólo los poderes o los poderosos los que están como quieren, sino que da la impresión de que la misma población se ha contaminado ya de este continuo desvariar de sus dirigentes y modelos. Se puede admitir que los sinvergüenzas históricamente se hayan impuesto en el controlo y mando porque tenían la fuerza y la crueldad necesarias para hacerse valer, pero hoy, con el voto, parece que a los ciudadanos les sigue gustando lo mismo y ser dirigido por los retoños de aquéllos, pues que hoy todos estos inútiles cargos y apandados golfillos son electos, e incluo la televisión no es forzoso que esté encendida –mucho menos que se vea, y aún menos que se aprenda de ello o se siga como una secta religiosa-. Nos va la marcha, parece, como distintivo de lo genuinamente español, que es seguir en la cuerda de lo aberrante, digo yo que para poder continuar echando bilis de España, o de otro modo votaríamos a otros o no votaríamos a ninguno. Así, para preservar esta salerosa manera de ser y sentir, nos ha quedado, además del placer de atacar todo lo español por el método que sea y cuanto más acídulo mejor, el “piensa mal y acertarás”, de tal modo que si un cura se da un pasote con lo que sea, es toda la Iglesia la condenada; si hay incendios, seguro que es porque algún cuadrillero que sofoca los fuegos es pirómano; si alguien hace caridad, es porque algo sacará de beneficio; si alguno posee algún bien del que carecemos es porque lo habrá obtenido con trampas o hurtos, y el que tiene menos lo es porque él solito se lo ha buscado; el proctólogo ha hecho la carrera para meter el dedo en el culo de la gente; y si alguno es inteligente y piensa por sí mismo, es porque se droga. Sólo cada uno tiene razón incluso cuando yerra y todos los demás están equivocados, y cuando se queja, no comprende cómo el mundo no se levanta indignado ante tamaño desafuero, cuando él mismo permaneció cómodamente sentado mientras otros se desgañitaban en defensa de esos mismos derechos que a él le han vulnerado.

Somos diferentes, en fin. Abominamos del país, pero usamos la bandera nacional para el fumbo (para otra cuestión sería fascista o nacionalista); odiamos a los ricos, pero admiramos a los fumbolistas y nos parece poco que cobren la millonada que perciben (libres de impuestos o cotizando en las Chimabmbas) por darle “patás” a un balón; odiamos a los famosos, pero queremos ser como ellos; despotricamos contra quien adelanta a nuestro utilitario con su automóvil de lujo, pero desearíamos tener un pene como ése para hacer lo propio con otros conductores de utilitarios, especialmente si son vecinos o amigos; envidiamos a rabiar -ya conocen el aforismo: "todo se perdona en España, menos el éxito de los demás"-, pero lo que más complacería es que nos envidiaran a nosotros; y así con todo. Sólo y únicamente somos capaces de admirar sin envidia lo de los de los demás, si es de los que viven más allá de los Pirineos. Tal vez por eso, nuestro gobierno, que es Popular, está pidiendo a voz en grito la desaparición de España y su disolución en el soluto europeo. Lo que no sé es, si tal cosa llegara a pasar, qué tendrían que hacer los europeos con esos tan típicos nosotros. No somos nada con España, pero sin ella, me temo, seríamos mucho menos. O nada. Algo así como todos esos cantautores protesta que tantas glorias cosecharon cuando vivía Franco; se les murió, y quedaron en nada. Como si también hubieran muerto.

Así, pues, para que la fiesta siga y podamos seguir existiendo con nuestros olés de amargura, mejor que viva España por muchos años. ¡Qué sería de nosotros sin ella! Entretanto, somos lo que somos: ¡Españoles y olé!

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