Remake de un remake, no es casual que La casa de cera (House of Wax, Jaume Serra, 2005) tenga más puntos comunes con películas como Scream, Sé lo que hicísteis el último verano o la segunda parte de Jeepers Creepers que con sus pretéritas homónimas.
La primera película sobre crímenes en un museo de cera la dirigió en 1933 Michael Curtiz, y la segunda (en tres dimensiones, formato más o menos habitual de la época) tenía tras las cámaras a André de Toth en el año 1953. Sólo he tenido la oportunidad de ver la segunda de la serie, protagonizada por un Vincent Price a la sazón desconocido, y guarda notables diferencias con la que nos ocupa, fundamentalmente en la formación del carácter asesino del villano(s). Si en el film de André de Toth estamos ante un psicokiller consumido por la venganza y trastornado por no poder trabajar con las manos, en el film de Serra el retrato de los asesinos no existe, es inútil. Y es que en la película de 1953 los malos de las películas tenían su enjundia, su chicha, e incluso nos caían simpáticos. Ahora, ni víctimas ni verdugos aparecen dibujados con seriedad y lo que tenemos son pseudothrillers como este, más preocupados por el físico de los actores y actrices (y muy atentos a mostrar sus atributos sexuales tan gratuitamente como sea posible) que por trazar una historia medianamente coherente (ya no compleja).
Lo que más me preocupa de producciones como esta, que también tiene sus momentos buenos, es esa falta de responsabilidad a la hora de tomar el pelo a los espectadores, sin cortarse en absoluto: en un momento del film dos de los protagonistas entran en la casa de cera, pero la chica muestra algunas reticencias a hacerlo (posiblemente porque en la puerta hay un cartel que pone cerrado con letras mayúsculas). Su novio, algo más interesado por el arte (!) decide que podría ser divertido echar un vistazo, y al poco rato la chica recibe un buen susto al contemplar el rostro deformado de Vincent (uno de los malos) en un espejo (original, ya ven). El muchacho, ¿valiente?, decide salir, y ahora resulta que ella prefiere quedarse dentro sola ante el peligro. Yo, tonto de mi, creo que se queda para que la maten. Lo que quiero decir es que cuando un guionista escribe una película pensando en asustar al público mediante tretas despreciables por su falta de rigor (sentido común, vaya) yo, como espectador, amante del cine y poseedor de un cerebro homo sapiens sapiens, me siento como poco defraudado.
De los actores me voy a guardar los comentarios porque tampoco es este un film para valorar su talento artístico, habida cuenta de las carencias en la formación de sus roles. Jaume Serra sí tiene sus momentos buenos (ya ha reconocido que la película, primera que dirige, es un mero encargo), especialmente a la hora de colocar la cámara en las secuencias de acción y persecuciones, con cierto encanto nostálgico de serie B y cine gore del bueno. Por lo demás, la dirección artística no aporta cosas nuevas con respecto a las películas destinadas al público juvenil que hemos visto últimamente (o han visto, porque yo intento tragarme las menos posibles... bueno, alguien las habrá visto): cantidad de luces de neón, música rock, camiones sucios, noche cerrada tres cuartos del metraje, muchas figuras de cera y alguna que otra ballesta (sic) siguiendo el ritmo de Wesley Snipes.
Suerte efímera en la elección de Serra (probablemente por falta de opciones) para colocarse por primera vez en la silla del director, y sólo me queda decirle que le deseo todo lo mejor a partir de ahora, pues no parece un Michael Bay de la vida, sólo un hombre que intenta ganarse el pan.