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Eran jóvenes inteligentes e ilusos, escritores aguerridos que ejercitaban la pluma en la oscuridad de sus hogares

Los escritores menos vendidos de la historia de la humanidad

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La juventud siempre ha sido fuente de ilusiones. Con ella se construyen los sueños más atrevidos y las grandes esperanzas de cambiar el mundo. Con ella también nació un grupo de escritores, nacidos en España, deseosos de transformar una sociedad a través de la literatura.

Hace 13 años, Antonio López del Moral, Jordi Sabaté, José Luis Cantalejo, Juan Pedro Molina y Miguel Ángel de Rus se reunían en un bar del centro de Madrid con el fin de crear un proyecto distinto.

Eran jóvenes inteligentes e ilusos, escritores aguerridos que ejercitaban la pluma en la oscuridad de sus hogares con todo lo que puede suponer esa obsesión por escribir con las entrañas. Algunos se habían resignado a vivir sin pareja sentimental y otros trataban de conciliar sus relaciones amorosas con la pasión por las historias bien narradas.

Finalmente, se resolvieron a lanzar su gran proyecto: una editorial que cambiaría todas las percepciones, que abriría las mentes sobre lo que estaba pasando en España y el mundo. La falta de valores de los dirigentes, la codicia desproporcionada de las multinacionales, el despropósito de las autonomías, la hipocresía y la crueldad de la monarquía. Todos eran temas que estos escritores querían abordar con la mayor dedicación.

El concepto era brioso y el fondo también. Las novelas, cuentos y ensayos pulidos hasta la extenuación, elaborados con el máximo amor por la literatura del siglo XIX y XX, servirían a construir una nueva sociedad. Algo así como un “Nuevo Hombre”.

Uno de los más soñadores, Miguel Ángel de Rus, llegó a plantear en esas reuniones de escritores ilusos la creación de un círculo de poetas irreverentes. “Vamos a inundar el mercado con nuestras obras revolucionarias”, comentó.

El joven no sabía lo que le venía encima. Lector de Maupassant y Alexandre Dumas, y amante de Voltaire, De Rus estaba más metido en sus sueños de clase media-alta que en la realidad de un mercado sin leyes ni ideales. Todavía pensaba que el mayo 68 estaba por llegar en España.

El resultado fue prometedor y preocupante a la vez. En abril de 1999 salía al mercado el primer libro de la editorial Irreverentes: Seres reales, seres imaginarios. Un libro de relatos que ellos presentaron como una oferta rompedora.

A los tres meses de haberlo publicado, los 5 jóvenes escritores ya habían repartido todos los libros de la edición entre sus familiares, profesores, medios de comunicación y conocidos. Los comentarios eran alentadores, las reacciones de los literatos abrumadoras, pero las ventas eran totalmente inexistentes. Todo el mundo exigía una copia y nadie se atrevía a comprarlas.

La primera venta se logró 6 meses más tarde con el segundo lanzamiento. Se trataba de otro libro de cuentos enfocados en la realidad de un país en plena efervescencia económica. Para venderlo, Miguel Ángel de Rus tuvo que mentir a su tía y decirle que venían incluidas unas recetas gastronómicas. La señora aceptó hacerse con el ejemplar a cambio de que el escritor cocinara de vez en cuando en su casa.

El segundo ejemplar vendido fue logrado por otro escritor, Antonio López del Moral, quien amenazó a una anciana con robarla si no le compraba una copia. La señora lo adquirió al instante viendo en ese libro la posibilidad de reciclarlo y usarlo para estabilizar su mesita de noche enclenque.

Al cabo de un año y medio de actividad, los jóvenes escritores se reunieron para hacer un balance. Tras ocho libros lanzados habían logrado vender cuatro libros y de esos libros sólo habían logrado cobrar dos.

“Es una mierda. ¿En qué nos hemos metido? Los libros no venden…”, expresó Miguel Ángel desazonado y removiéndose el bigote en busca de una solución. Siempre más realista y sutil en sus análisis, Antonio López respondió: “Te equivocas. Los libros venden, pero los buenos no”.

En ese momento, los escritores irreverentes tuvieron la oportunidad de replantear la estrategia de la editorial. Alguien les sugirió que publicaran libros de auto-ayuda o plagiaran a Paulo Coelho, pero Miguel Ángel de Rus dio una respuesta tajante: “Antes me pego un tiro”.

Tuve la suerte de conocer a Miguel Ángel en el año 2009. El hombre ya andaba deslucido y rechoncho. Tantos años sin vender libros acaban pagando factura. Me habló de “El Rey del mambo”, de la madurez que había encontrado en mi obra y de la podredumbre que existía en la clase burguesa española en general.

Me pareció interesante escucharlo hablar. Me recordaba el retrato de la sociedad hilvanado por Honoré de Balzac en su obra “Las ilusiones perdidas”.

Con un tono descreído, pero en el fondo complaciente, me propuso publicar en su sello. “No venderás gran cosa –me avisó–, porque tu obra es buena, pero aportarás tu granito de arena a este caos literario”.

El libro fue editado con mucho escrúpulo y, como lo había pronosticado Miguel Ángel, no se vendió nada. Absolutamente nada. Creo que incluso ni siquiera logró distribuirse. Cuando le llamé para saber qué pasaba, me contestó con un tono cínico: “Ya te lo dije. Los libros buenos no se venden”.

Trece años después de la creación de Ediciones Irreverentes, el grupo de escritores que lo fundaron han sido nominados por el libro Guinness para el record de “los escritores menos vendidos de la historia de la humanidad”.

Al conocer la noticia, Miguel-Ángel se alegró. “Ya era hora que me dieran un premio”, comentó con una voz de desencantó y me colgó el teléfono.

Los escritores menos vendidos de la historia de la humanidad

Eran jóvenes inteligentes e ilusos, escritores aguerridos que ejercitaban la pluma en la oscuridad de sus hogares
Johari Gautier Carmona
jueves, 9 de agosto de 2012, 07:37 h (CET)

Sin Título
La juventud siempre ha sido fuente de ilusiones. Con ella se construyen los sueños más atrevidos y las grandes esperanzas de cambiar el mundo. Con ella también nació un grupo de escritores, nacidos en España, deseosos de transformar una sociedad a través de la literatura.

Hace 13 años, Antonio López del Moral, Jordi Sabaté, José Luis Cantalejo, Juan Pedro Molina y Miguel Ángel de Rus se reunían en un bar del centro de Madrid con el fin de crear un proyecto distinto.

Eran jóvenes inteligentes e ilusos, escritores aguerridos que ejercitaban la pluma en la oscuridad de sus hogares con todo lo que puede suponer esa obsesión por escribir con las entrañas. Algunos se habían resignado a vivir sin pareja sentimental y otros trataban de conciliar sus relaciones amorosas con la pasión por las historias bien narradas.

Finalmente, se resolvieron a lanzar su gran proyecto: una editorial que cambiaría todas las percepciones, que abriría las mentes sobre lo que estaba pasando en España y el mundo. La falta de valores de los dirigentes, la codicia desproporcionada de las multinacionales, el despropósito de las autonomías, la hipocresía y la crueldad de la monarquía. Todos eran temas que estos escritores querían abordar con la mayor dedicación.

El concepto era brioso y el fondo también. Las novelas, cuentos y ensayos pulidos hasta la extenuación, elaborados con el máximo amor por la literatura del siglo XIX y XX, servirían a construir una nueva sociedad. Algo así como un “Nuevo Hombre”.

Uno de los más soñadores, Miguel Ángel de Rus, llegó a plantear en esas reuniones de escritores ilusos la creación de un círculo de poetas irreverentes. “Vamos a inundar el mercado con nuestras obras revolucionarias”, comentó.

El joven no sabía lo que le venía encima. Lector de Maupassant y Alexandre Dumas, y amante de Voltaire, De Rus estaba más metido en sus sueños de clase media-alta que en la realidad de un mercado sin leyes ni ideales. Todavía pensaba que el mayo 68 estaba por llegar en España.

El resultado fue prometedor y preocupante a la vez. En abril de 1999 salía al mercado el primer libro de la editorial Irreverentes: Seres reales, seres imaginarios. Un libro de relatos que ellos presentaron como una oferta rompedora.

A los tres meses de haberlo publicado, los 5 jóvenes escritores ya habían repartido todos los libros de la edición entre sus familiares, profesores, medios de comunicación y conocidos. Los comentarios eran alentadores, las reacciones de los literatos abrumadoras, pero las ventas eran totalmente inexistentes. Todo el mundo exigía una copia y nadie se atrevía a comprarlas.

La primera venta se logró 6 meses más tarde con el segundo lanzamiento. Se trataba de otro libro de cuentos enfocados en la realidad de un país en plena efervescencia económica. Para venderlo, Miguel Ángel de Rus tuvo que mentir a su tía y decirle que venían incluidas unas recetas gastronómicas. La señora aceptó hacerse con el ejemplar a cambio de que el escritor cocinara de vez en cuando en su casa.

El segundo ejemplar vendido fue logrado por otro escritor, Antonio López del Moral, quien amenazó a una anciana con robarla si no le compraba una copia. La señora lo adquirió al instante viendo en ese libro la posibilidad de reciclarlo y usarlo para estabilizar su mesita de noche enclenque.

Al cabo de un año y medio de actividad, los jóvenes escritores se reunieron para hacer un balance. Tras ocho libros lanzados habían logrado vender cuatro libros y de esos libros sólo habían logrado cobrar dos.

“Es una mierda. ¿En qué nos hemos metido? Los libros no venden…”, expresó Miguel Ángel desazonado y removiéndose el bigote en busca de una solución. Siempre más realista y sutil en sus análisis, Antonio López respondió: “Te equivocas. Los libros venden, pero los buenos no”.

En ese momento, los escritores irreverentes tuvieron la oportunidad de replantear la estrategia de la editorial. Alguien les sugirió que publicaran libros de auto-ayuda o plagiaran a Paulo Coelho, pero Miguel Ángel de Rus dio una respuesta tajante: “Antes me pego un tiro”.

Tuve la suerte de conocer a Miguel Ángel en el año 2009. El hombre ya andaba deslucido y rechoncho. Tantos años sin vender libros acaban pagando factura. Me habló de “El Rey del mambo”, de la madurez que había encontrado en mi obra y de la podredumbre que existía en la clase burguesa española en general.

Me pareció interesante escucharlo hablar. Me recordaba el retrato de la sociedad hilvanado por Honoré de Balzac en su obra “Las ilusiones perdidas”.

Con un tono descreído, pero en el fondo complaciente, me propuso publicar en su sello. “No venderás gran cosa –me avisó–, porque tu obra es buena, pero aportarás tu granito de arena a este caos literario”.

El libro fue editado con mucho escrúpulo y, como lo había pronosticado Miguel Ángel, no se vendió nada. Absolutamente nada. Creo que incluso ni siquiera logró distribuirse. Cuando le llamé para saber qué pasaba, me contestó con un tono cínico: “Ya te lo dije. Los libros buenos no se venden”.

Trece años después de la creación de Ediciones Irreverentes, el grupo de escritores que lo fundaron han sido nominados por el libro Guinness para el record de “los escritores menos vendidos de la historia de la humanidad”.

Al conocer la noticia, Miguel-Ángel se alegró. “Ya era hora que me dieran un premio”, comentó con una voz de desencantó y me colgó el teléfono.

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