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Necesitamos agilidad mental para el cultivo y disfrute de la alegría crítica y constructiva

Velocidad de la alegría

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El RITMO con el cual se manifiestan las cualidades humanas desarrolla muchas variedades. Las vibraciones de la ternura adoptan actitudes pausadas, mientras la diligencia de un piloto o de un cirujano requiere con frecuencia la inmediatez en sus decisiones. La rapidez evolutiva de esas manifestaciones, la velocidad con la que se propagan tiene también sus fases, comienzos fulgurantes, extensión vivaz o llegada pronta a un final; en ese recorrido intervienen también una multitud de circunstancias que modifican los planteamientos iniciales, la diligencia puede acabar en precipitación, la ternura en una placidez conformista. La adaptación a esos ritmos acaba siendo crucial para la satisfacción de los protagonistas..

El ritmo vivaz de la alegría queda reflejado en sus múltiples apariciones, variadas de por sí; aunque siempre con el denominador común de su agilidad mental como característica primordial. Brota de manera muy directamente relacionada con ciertos RESORTES, que le permiten su vivacidad. El humor favorece como nadie su presencia, facilita sus movimientos. Pero también el cumplimiento con los afectos nacidos en las intimidades, la fuerza derivada de la labor bien hecha o bien los proyectos compatibles con el bien común, sobre todo si eluden las malicias. Estos recursos abren las espitas para la emergencia de los mencionados brotes entusiastas de la alegría.

El entusiasmo suele adherirse a estos brotes estimulantes, sus características son propensas a ese optimismo. Semejantes cualidades le configuran para el DISFRUTE, al menos momentáneo, de la experiencia. Como resulta lógico, durante la percepción de dichas sensaciones, las preferencias dejan de lado aquellas pegas que pudieran asomarse; cualquier persona atenderá la vivencia alegre en primer lugar, tiempo habrá para peores tragos. En el tiempo, que siempre parecerá corto, el disfrute discurre a una gran velocidad; con alegría, pero desbocado hacia el carácter efimero de sus prisas. Aún no le ha dado tiempo para precisar otros rumbos, ni al establecimiento de relaciones de mayor complejidad.

Cuando estamos contentos, en esa gozosa coincidencia de deseos y circunstancias acompañantes, el disfrute de dicha alegría nos conduce al grado de SATISFACCIÓN correspondiente; en pocas ocasiones cambiaríamos esos agradables momentos por situaciones diferentes. Aunque conozcamos los defectos o carencias en el bagaje personal, estos quedan relegados a términos secundarios en pleno predominio de la euforia de los momentos alegres. El entusiasmo, el contento y el disfrute, complacen a quienes no les faltaban inquietudes. Empieza aconsiderarse como logro final ka situación alcanzada; sin tiempo, espacio, ni ganas para detenerse en consideraciones de mayor enjundia.

En esto de las sensaciones veloces, es frecuente la acumulacion de percepciones. Una vez puestas en marcha las vivencias alegres, el disfrute de las mismas y la consiguiente satisfacción; ya no extrañará a nadie la implantación de la PLACIDEZ en los ánimos de sus protagonistas. Viene a ser como una consolidación del hecho de estar satisfecho, el disfrute inicial queda amortiguado en un cierto aletargamiento de consecuencias imprevisibles. El que inicialmente pudiera considerarse como un estado ideal, por su tendencia a frenar las actividades, a quedarse contentos con su situacion presente; deja abiertos unos resquicios importantes de cara a los posibles riesgos de un futuro que no se detiene en milongas.

Sin llegar al alcance de la mencionada placidez inactiva, la tendencia conformista en esas agradables vivencias, tiende a repetir las mismas actuaciones efectuadas, por aquello de los buenos resultados que desearíamos repetir. Si bien, ese ACOSTUMBRAMIENTO pierde de manera progresiva su correlación con los ámbitos circundantes en constante evolución. Ya se perdió la antigua relación de fuerzas e incluso los conceptos se modificaron en ese lapso de tiempo. Placidez y acostumbramiento por lo tanto que pasan a convertirse en elementos discordantes, propensos a confundir al personal imbuído de una alegres situaciones, por su indebida atención dedicada a otras circunstancias.

La velocidad saca a relucir detalles curiosos, pensamos en el cruce de Villa Progreso, pero ya estamos en las estaciones posteriores o en la Parada final, e incluso tras el mínimo error entramos en vías de retroceso, por quién sabe qué equivocaciones. En realidad, de las alegrías a las penas, las distancias suelen ser pequeñas, llegando a ser simultáneas en no pocas ocasiones. La precisión en ese deslinde es un requerimiento crucial, porque puede conducirnos a resultados contrapuestos. Como consecuencia, el exceso de velocidad exige una PERSPICACIA modélica, que no resulta fácil de conseguir por los ciudadanos agobiados por la sucesión de avatares con la incertidumbre a cuestas.

La misma efervescencia lógica de la alegría precipita las decisiones sin demasiadas consideraciones. En su acelerado discurso puede introducirse por atajos inconvenientes, fruto de esa rapidez inusitada e innecesaria. La euforia del momento predispone a las imprudencias, sin posibilidades para desandar el camino recorrido. El descuido transforma la fortaleza inical en debilidad lamentable. Y el gozo desequilibra el juicio personal, destempla al ciudadano por el contento dominante. La planificación ya no parece necesaria, ni la investigacion de mejores recursos. Vienen a ser los vicios CARDINALES a los que abocaría dicha aceleración alegre; en unos ambientes desentendidos de las virtudes cardinales que pudieran contrarrestarlos.

Hablo hoy de esta experiencia muy proclive al CONTAGIO, para lo bueno si predominan las virtudes, par los despropósitos si se acumulan las desviaciones impertinentes. Dicho poderío contagioso incrementa la entidad de estos factores gozosos, muy relevantes a la hora de los proyectos sociales en los que la felicidad se presume como un objetivo prioritario. Pero, conviene prestar mucha atención, porque se contagia lo bueno y lo malo. ¿Vamos a dejar que se propaguen solo los inconvenientes? Los ejemplos hablan de eso.

Orientados a la mejora de las condiciones de vida, la feliz y rauda aparicion de los brotes alegres, debiera motivarnos para el cultivo esmerado de las condiciones que los favorezcan. De lo contrario, la AMORTIGUACIÓN evolutiva de esos factores dejará los espacios creativos abiertos a los conflictos e insidias.

A las aceleradas visiones practicas, sus decisiones y consecuencias derivadas, les vendria bien aquello de visteme despacio que tengo prisa, porque el yerro en los caminos emprendidos, en los enfoques proyectados, enlentecen de forma alarmante el progreso de la convivencia, con graves repercusiones sobre las personas. La velocidad exige buenos circuitos, vehículos apropiados y pilotos avezados; y en esa preparación nadie se libra, la IMPLICACIÓN es general, asumida o no por cada ciudadano, en favor o no de los brotes alegres tan necesarios.

Velocidad de la alegría

Necesitamos agilidad mental para el cultivo y disfrute de la alegría crítica y constructiva
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 20 de octubre de 2017, 07:44 h (CET)
El RITMO con el cual se manifiestan las cualidades humanas desarrolla muchas variedades. Las vibraciones de la ternura adoptan actitudes pausadas, mientras la diligencia de un piloto o de un cirujano requiere con frecuencia la inmediatez en sus decisiones. La rapidez evolutiva de esas manifestaciones, la velocidad con la que se propagan tiene también sus fases, comienzos fulgurantes, extensión vivaz o llegada pronta a un final; en ese recorrido intervienen también una multitud de circunstancias que modifican los planteamientos iniciales, la diligencia puede acabar en precipitación, la ternura en una placidez conformista. La adaptación a esos ritmos acaba siendo crucial para la satisfacción de los protagonistas..

El ritmo vivaz de la alegría queda reflejado en sus múltiples apariciones, variadas de por sí; aunque siempre con el denominador común de su agilidad mental como característica primordial. Brota de manera muy directamente relacionada con ciertos RESORTES, que le permiten su vivacidad. El humor favorece como nadie su presencia, facilita sus movimientos. Pero también el cumplimiento con los afectos nacidos en las intimidades, la fuerza derivada de la labor bien hecha o bien los proyectos compatibles con el bien común, sobre todo si eluden las malicias. Estos recursos abren las espitas para la emergencia de los mencionados brotes entusiastas de la alegría.

El entusiasmo suele adherirse a estos brotes estimulantes, sus características son propensas a ese optimismo. Semejantes cualidades le configuran para el DISFRUTE, al menos momentáneo, de la experiencia. Como resulta lógico, durante la percepción de dichas sensaciones, las preferencias dejan de lado aquellas pegas que pudieran asomarse; cualquier persona atenderá la vivencia alegre en primer lugar, tiempo habrá para peores tragos. En el tiempo, que siempre parecerá corto, el disfrute discurre a una gran velocidad; con alegría, pero desbocado hacia el carácter efimero de sus prisas. Aún no le ha dado tiempo para precisar otros rumbos, ni al establecimiento de relaciones de mayor complejidad.

Cuando estamos contentos, en esa gozosa coincidencia de deseos y circunstancias acompañantes, el disfrute de dicha alegría nos conduce al grado de SATISFACCIÓN correspondiente; en pocas ocasiones cambiaríamos esos agradables momentos por situaciones diferentes. Aunque conozcamos los defectos o carencias en el bagaje personal, estos quedan relegados a términos secundarios en pleno predominio de la euforia de los momentos alegres. El entusiasmo, el contento y el disfrute, complacen a quienes no les faltaban inquietudes. Empieza aconsiderarse como logro final ka situación alcanzada; sin tiempo, espacio, ni ganas para detenerse en consideraciones de mayor enjundia.

En esto de las sensaciones veloces, es frecuente la acumulacion de percepciones. Una vez puestas en marcha las vivencias alegres, el disfrute de las mismas y la consiguiente satisfacción; ya no extrañará a nadie la implantación de la PLACIDEZ en los ánimos de sus protagonistas. Viene a ser como una consolidación del hecho de estar satisfecho, el disfrute inicial queda amortiguado en un cierto aletargamiento de consecuencias imprevisibles. El que inicialmente pudiera considerarse como un estado ideal, por su tendencia a frenar las actividades, a quedarse contentos con su situacion presente; deja abiertos unos resquicios importantes de cara a los posibles riesgos de un futuro que no se detiene en milongas.

Sin llegar al alcance de la mencionada placidez inactiva, la tendencia conformista en esas agradables vivencias, tiende a repetir las mismas actuaciones efectuadas, por aquello de los buenos resultados que desearíamos repetir. Si bien, ese ACOSTUMBRAMIENTO pierde de manera progresiva su correlación con los ámbitos circundantes en constante evolución. Ya se perdió la antigua relación de fuerzas e incluso los conceptos se modificaron en ese lapso de tiempo. Placidez y acostumbramiento por lo tanto que pasan a convertirse en elementos discordantes, propensos a confundir al personal imbuído de una alegres situaciones, por su indebida atención dedicada a otras circunstancias.

La velocidad saca a relucir detalles curiosos, pensamos en el cruce de Villa Progreso, pero ya estamos en las estaciones posteriores o en la Parada final, e incluso tras el mínimo error entramos en vías de retroceso, por quién sabe qué equivocaciones. En realidad, de las alegrías a las penas, las distancias suelen ser pequeñas, llegando a ser simultáneas en no pocas ocasiones. La precisión en ese deslinde es un requerimiento crucial, porque puede conducirnos a resultados contrapuestos. Como consecuencia, el exceso de velocidad exige una PERSPICACIA modélica, que no resulta fácil de conseguir por los ciudadanos agobiados por la sucesión de avatares con la incertidumbre a cuestas.

La misma efervescencia lógica de la alegría precipita las decisiones sin demasiadas consideraciones. En su acelerado discurso puede introducirse por atajos inconvenientes, fruto de esa rapidez inusitada e innecesaria. La euforia del momento predispone a las imprudencias, sin posibilidades para desandar el camino recorrido. El descuido transforma la fortaleza inical en debilidad lamentable. Y el gozo desequilibra el juicio personal, destempla al ciudadano por el contento dominante. La planificación ya no parece necesaria, ni la investigacion de mejores recursos. Vienen a ser los vicios CARDINALES a los que abocaría dicha aceleración alegre; en unos ambientes desentendidos de las virtudes cardinales que pudieran contrarrestarlos.

Hablo hoy de esta experiencia muy proclive al CONTAGIO, para lo bueno si predominan las virtudes, par los despropósitos si se acumulan las desviaciones impertinentes. Dicho poderío contagioso incrementa la entidad de estos factores gozosos, muy relevantes a la hora de los proyectos sociales en los que la felicidad se presume como un objetivo prioritario. Pero, conviene prestar mucha atención, porque se contagia lo bueno y lo malo. ¿Vamos a dejar que se propaguen solo los inconvenientes? Los ejemplos hablan de eso.

Orientados a la mejora de las condiciones de vida, la feliz y rauda aparicion de los brotes alegres, debiera motivarnos para el cultivo esmerado de las condiciones que los favorezcan. De lo contrario, la AMORTIGUACIÓN evolutiva de esos factores dejará los espacios creativos abiertos a los conflictos e insidias.

A las aceleradas visiones practicas, sus decisiones y consecuencias derivadas, les vendria bien aquello de visteme despacio que tengo prisa, porque el yerro en los caminos emprendidos, en los enfoques proyectados, enlentecen de forma alarmante el progreso de la convivencia, con graves repercusiones sobre las personas. La velocidad exige buenos circuitos, vehículos apropiados y pilotos avezados; y en esa preparación nadie se libra, la IMPLICACIÓN es general, asumida o no por cada ciudadano, en favor o no de los brotes alegres tan necesarios.

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