Ya era hora, aunque bien se sabe que más vale tarde que nunca. Por fin Fraga, el representante más visible de todos aquellos que siempre habían sido falangistas y un día se despertaron demócratas de toda la vida, ha sido desalojado del poder en Galicia.
La Covadonga del PP, tal y como el longevo candidato calificó a su Comunidad Autónoma, ha dado, de una vez por todas, ese paso que desde otras partes de España veníamos deseando.
Para ser sinceros, pongamos toda la carne en el asador. Muchos de nosotros, no neguemos ahora lo evidente, ya habíamos dado por perdida Galicia cuando, tras los sucesos del Prestige y aquellos hilillos de plastilina a los que Rajoy se refirió en más de una ocasión, los gallegos volvieron a votar masivamente al PP en las elecciones municipales. Sin embargo, aunque tiempo les ha costado, la ciudadanía gallega ha optado por posibilitar el cambio otorgando una importante diferencia de votos, aunque no de escaños, entre PSdG y BNG frente a la candidatura encabezada por el sempiterno Fraga.
No dudo que esta decisión soberana sea la que más convenía a los gallegos. Acabar con 16 años de mayorías absolutas de quienes pensaban que Galicia eran ellos y nadie más, significa poder atraer a aquella Comunidad Autónoma al siglo XXI, lejos ya de caudillos y cacicadas.
Además, si lo piensan bien, este resultado incluso beneficia a la derecha. Aunque perder a Fraga como argamasa que mantenga unido un partido más que aquejado de profundas disensiones tenga su riesgo, al menos, ahora, el señor Acebes tiene un nuevo juguetito para intentar asustar a los españoles de buena fe: el maléfico bipartito comunista-separatista de PSdG-BNG.