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“Puede que la crueldad no nos acerque a la sabiduría, pero al menos nos aleja de la estupidez”. Y quizás de eso se trata, que después de leer un libro algo haya cambiado en nosotros

El poso de la crueldad

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Sin Título
“La ética de la crueldad” es mucho más de lo que yo voy a reducirla. No puedo evitar sentirme un jíbaro, pero cada lectura es una elección, es quedarse con lo que nos ha resultado útil, lo que ha conseguido conmovernos, con el poso. Porque creo que de eso se trata: que después de leer un libro algo haya cambiado en nosotros. La utilidad de la literatura.

La crueldad se relaciona con la sinceridad: “Decir, conocer la verdad puede ser cruel porque tendemos a ocultarla, a dulcificarla. Es un mecanismo de defensa. Cuando la verdad es miseria o dolor lo mejor es cubrirla, taparla, disimularla”. Pero el auténtico cruel no es Risto Mejide, decir la verdad no es una pose. El auténtico cruel se incluye en la obra, se autoinmola, no está a salvo; no es unívoco es recíproco; es juez y parte, verdugo y víctima. “El autor cruel, aparte de que pretenda transformarse a sí mismo durante el proceso de escritura, espera también provocar una mutación en el lector. Tras haber leído el libro el lector debe ser ya otro”.

“El autor cruel no busca la evasión sino el encierro del lector consigo mismo. En pie de guerra contra las versiones suavizadas del mundo” por eso Ovejero está -y yo con él- en contra de la literatura Prozac, la literatura como laxante, como soma, como pasatiempo cultural. La literatura para hacernos todo más llevadero; como forma de evasión, de escapar de uno mismo y de esa realidad insatisfactoria. “Los libros crueles son aquellos que niegan la sumisión a la banal dictadura del entretenimiento, aquellos que nos obligan a cambiar si no de vida, al menos de postura, que nos vuelven incómoda esa en la que estábamos plácidamente aposentados en nuestra existencia” “Son libros que no nos dejan tranquilos, no nos conceden el respiro que buscamos en la lectura, nos muestran los rincones oscuros. Aportan una emoción distinta a la lectura: la de no estar a salvo. El mal no está fuera sino dentro. La felicidad consiste en ocultar lo desagradable o perturbador. Se trata de no dejarse engañar, de no ponerse al servicio de un interesado marketing de la realidad, de no ser complaciente”

Pero lo cruel no es tampoco esa violencia estética que es puro entretenimiento, esa que por medio de las películas, las series de la televisión y la literatura nos convierten en “turistas de las emociones”. Y la crueldad no es tampoco simple provocación: “El escritor no se contenta con ser simplemente transgresor e irreverente, no debe agotarse en la escatología, la obscenidad, la blasfemia, las injurias a la patria o al ser humano. Debe ir al ese fondo inexistente de las cosas”. “La crueldad es la destrucción de la certidumbre, el objetivo es el desasosiego, desmitificar, enseñar a desaprender, volvernos escépticos y por tanto más conscientes. La crueldad es negación sin dogmas, sin ideas sin promesas; pero es honesta porque entrega las herramientas para comenzar el derribo”. “Para cumplir esas tareas de desmitificación e indagación en las partes menos luminosas del ser humano es inevitable agredir al lector, despojarle de asideros, hacer que sienta el golpe para que cuando se enderece de nuevo se mire con otros ojos. Esa es una de las funciones principales de la literatura cruel, que el lector deje de mirar la realidad para mirarse a sí mismo”.

“El escritor cruel no ofrece certidumbre, ese síntoma de pereza mental, sino todo lo contrario, una modesta contribución en la lucha contra la sobredeterminación y las verdades únicas, verdades que tienden a perpetuarse no por la solidez de su lógica interna sino por la imposición”. Y ahí es donde dejé de estar de acuerdo con Ovejero. Porque puedo aceptar el juego de la provocación, la desmitificación, la mentira de la épica, la incertidumbre, cualquier crueldad que me haga mirar dentro, que me muestre mis contradicciones, mis defectos, mis limitaciones, mi banalidad. Pero la crueldad y su ética no sirven para todo, no pueden servir de salvoconducto para destruir la lógica de lo que es manifiestamente injusto: no aceptaré el aborto ni la pena de muerte ni el terrorismo de ETA; no aceptaré nunca la pederastia. Nunca.

Hay muchas actitudes que ya no considero escandalosas ni epatantes. En esta época me resultan repetidas, dogmáticas, tendenciosas, aburridas, típicas, viejas. Incluso creo que Ovejero a pesar de apoyar los dos pies en el suelo al dar nombres y citar ejemplos de crueldad ideológica o política carga el peso del cuerpo más en uno que en otro. Pierde el equilibrio.

Me resulta más revolucionario pedirnos que nos neguemos a perdernos en la masa y su corriente, “seguir el camino trillado, someterse, ser lo que nos dicen que debemos ser”, que nos esforcemos por nuestra individualidad, por nuestra independencia; que miremos dentro de nosotros, que descubramos nuestros monstruos interiores, nuestra hipocresía, falsedad o contradicciones; que seamos capaces de auto-psicoanalizarnos. Necesitamos la crueldad para darnos cuenta de lo que somos, para dejar de vivir tranquilos y conformes. Comprendo lo terrible, el daño, el miedo que puede provocar ese descubrimiento. La crueldad es la herramienta, el método necesario, y una vez abiertos los ojos debemos aceptar ese lado oscuro, ese abismo. “Los narradores crueles nos harán vernos a nosotros mismos, concentrarnos en quienes somos, esa zona de nuestra personalidad a la que nos desagrada asomarnos y que preferiríamos no descubrir cuando rebuscamos en los cajones de la conciencia”.

“La crueldad ética es aquella que en lugar de adaptarse a las expectativas del lector las desengaña y al mismo tiempo lo confronta con ellas. Es ética en el sentido de que pretende una transformación del lector, impulsarlo a la revisión de sus valores, de sus creencias, de su manera de vivir”.

Así pues podemos considerar a la crueldad como un viaje necesario. Y una vez hecho ¿qué?, ¿cuál es el objetivo, la consecuencia, la utilidad de ese viaje? La respuesta está en cada uno; en cómo cada cual se vea después de haberlo hecho. Puede incluso llegar a ser un viaje sólo de ida, puede que a algunos les haga caer en la desesperación, el pesimismo, la depresión. Pero yo creo que abrir los ojos implica un juicio sumario a nosotros mismos que nos obliga a reflexionar, a cambiar lo que sea necesario. Tal vez no haya redención ni consuelo pero sí lucidez. Que como dice Ovejero “puede que la crueldad no nos acerque a la sabiduría, pero al menos nos aleja de la estupidez”.

José Ovejero. “La ética de la crueldad”. XL Premio Anagrama de Ensayo. 197 páginas. Editorial Anagrama. Barcelona, 2012.

El poso de la crueldad

“Puede que la crueldad no nos acerque a la sabiduría, pero al menos nos aleja de la estupidez”. Y quizás de eso se trata, que después de leer un libro algo haya cambiado en nosotros
Luis Borrás
lunes, 23 de julio de 2012, 08:05 h (CET)

Sin Título
“La ética de la crueldad” es mucho más de lo que yo voy a reducirla. No puedo evitar sentirme un jíbaro, pero cada lectura es una elección, es quedarse con lo que nos ha resultado útil, lo que ha conseguido conmovernos, con el poso. Porque creo que de eso se trata: que después de leer un libro algo haya cambiado en nosotros. La utilidad de la literatura.

La crueldad se relaciona con la sinceridad: “Decir, conocer la verdad puede ser cruel porque tendemos a ocultarla, a dulcificarla. Es un mecanismo de defensa. Cuando la verdad es miseria o dolor lo mejor es cubrirla, taparla, disimularla”. Pero el auténtico cruel no es Risto Mejide, decir la verdad no es una pose. El auténtico cruel se incluye en la obra, se autoinmola, no está a salvo; no es unívoco es recíproco; es juez y parte, verdugo y víctima. “El autor cruel, aparte de que pretenda transformarse a sí mismo durante el proceso de escritura, espera también provocar una mutación en el lector. Tras haber leído el libro el lector debe ser ya otro”.

“El autor cruel no busca la evasión sino el encierro del lector consigo mismo. En pie de guerra contra las versiones suavizadas del mundo” por eso Ovejero está -y yo con él- en contra de la literatura Prozac, la literatura como laxante, como soma, como pasatiempo cultural. La literatura para hacernos todo más llevadero; como forma de evasión, de escapar de uno mismo y de esa realidad insatisfactoria. “Los libros crueles son aquellos que niegan la sumisión a la banal dictadura del entretenimiento, aquellos que nos obligan a cambiar si no de vida, al menos de postura, que nos vuelven incómoda esa en la que estábamos plácidamente aposentados en nuestra existencia” “Son libros que no nos dejan tranquilos, no nos conceden el respiro que buscamos en la lectura, nos muestran los rincones oscuros. Aportan una emoción distinta a la lectura: la de no estar a salvo. El mal no está fuera sino dentro. La felicidad consiste en ocultar lo desagradable o perturbador. Se trata de no dejarse engañar, de no ponerse al servicio de un interesado marketing de la realidad, de no ser complaciente”

Pero lo cruel no es tampoco esa violencia estética que es puro entretenimiento, esa que por medio de las películas, las series de la televisión y la literatura nos convierten en “turistas de las emociones”. Y la crueldad no es tampoco simple provocación: “El escritor no se contenta con ser simplemente transgresor e irreverente, no debe agotarse en la escatología, la obscenidad, la blasfemia, las injurias a la patria o al ser humano. Debe ir al ese fondo inexistente de las cosas”. “La crueldad es la destrucción de la certidumbre, el objetivo es el desasosiego, desmitificar, enseñar a desaprender, volvernos escépticos y por tanto más conscientes. La crueldad es negación sin dogmas, sin ideas sin promesas; pero es honesta porque entrega las herramientas para comenzar el derribo”. “Para cumplir esas tareas de desmitificación e indagación en las partes menos luminosas del ser humano es inevitable agredir al lector, despojarle de asideros, hacer que sienta el golpe para que cuando se enderece de nuevo se mire con otros ojos. Esa es una de las funciones principales de la literatura cruel, que el lector deje de mirar la realidad para mirarse a sí mismo”.

“El escritor cruel no ofrece certidumbre, ese síntoma de pereza mental, sino todo lo contrario, una modesta contribución en la lucha contra la sobredeterminación y las verdades únicas, verdades que tienden a perpetuarse no por la solidez de su lógica interna sino por la imposición”. Y ahí es donde dejé de estar de acuerdo con Ovejero. Porque puedo aceptar el juego de la provocación, la desmitificación, la mentira de la épica, la incertidumbre, cualquier crueldad que me haga mirar dentro, que me muestre mis contradicciones, mis defectos, mis limitaciones, mi banalidad. Pero la crueldad y su ética no sirven para todo, no pueden servir de salvoconducto para destruir la lógica de lo que es manifiestamente injusto: no aceptaré el aborto ni la pena de muerte ni el terrorismo de ETA; no aceptaré nunca la pederastia. Nunca.

Hay muchas actitudes que ya no considero escandalosas ni epatantes. En esta época me resultan repetidas, dogmáticas, tendenciosas, aburridas, típicas, viejas. Incluso creo que Ovejero a pesar de apoyar los dos pies en el suelo al dar nombres y citar ejemplos de crueldad ideológica o política carga el peso del cuerpo más en uno que en otro. Pierde el equilibrio.

Me resulta más revolucionario pedirnos que nos neguemos a perdernos en la masa y su corriente, “seguir el camino trillado, someterse, ser lo que nos dicen que debemos ser”, que nos esforcemos por nuestra individualidad, por nuestra independencia; que miremos dentro de nosotros, que descubramos nuestros monstruos interiores, nuestra hipocresía, falsedad o contradicciones; que seamos capaces de auto-psicoanalizarnos. Necesitamos la crueldad para darnos cuenta de lo que somos, para dejar de vivir tranquilos y conformes. Comprendo lo terrible, el daño, el miedo que puede provocar ese descubrimiento. La crueldad es la herramienta, el método necesario, y una vez abiertos los ojos debemos aceptar ese lado oscuro, ese abismo. “Los narradores crueles nos harán vernos a nosotros mismos, concentrarnos en quienes somos, esa zona de nuestra personalidad a la que nos desagrada asomarnos y que preferiríamos no descubrir cuando rebuscamos en los cajones de la conciencia”.

“La crueldad ética es aquella que en lugar de adaptarse a las expectativas del lector las desengaña y al mismo tiempo lo confronta con ellas. Es ética en el sentido de que pretende una transformación del lector, impulsarlo a la revisión de sus valores, de sus creencias, de su manera de vivir”.

Así pues podemos considerar a la crueldad como un viaje necesario. Y una vez hecho ¿qué?, ¿cuál es el objetivo, la consecuencia, la utilidad de ese viaje? La respuesta está en cada uno; en cómo cada cual se vea después de haberlo hecho. Puede incluso llegar a ser un viaje sólo de ida, puede que a algunos les haga caer en la desesperación, el pesimismo, la depresión. Pero yo creo que abrir los ojos implica un juicio sumario a nosotros mismos que nos obliga a reflexionar, a cambiar lo que sea necesario. Tal vez no haya redención ni consuelo pero sí lucidez. Que como dice Ovejero “puede que la crueldad no nos acerque a la sabiduría, pero al menos nos aleja de la estupidez”.

José Ovejero. “La ética de la crueldad”. XL Premio Anagrama de Ensayo. 197 páginas. Editorial Anagrama. Barcelona, 2012.

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