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Gabriel García Márquez no volverá a escribir

Todos los cuentos

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Nada más terminar de leer y releer, hace un par de días, “Todos los cuentos” de Gabriel García Márquez editados por Literatura Mondadori (primera edición de mayo y segunda en junio de este 2012 enmierdado y tenebroso que nos asusta y trastorna), cuando hoy domingo y a ocho de julio, tras la lectura que ya señalo, me llegó la noticia, así como  vuelo de pájaro herido que no gime, “las declaraciones del hermano del autor de 'Cien años de soledad', realizadas en Cartagena de Indias en ocasión de un encuentro con los expedicionarios de la Ruta Quetzal, certifican que aunque su estado de salud es bueno, ha perdido la memoria a causa de una demencia senil y por lo tanto ya no está en condiciones de escribir ninguna obra más, en especial la esperada segunda parte de su autobiografía 'Vivir para contarla”.  Por tanto rumor como comentarios en los últimos tiempos, unos pudiendo ser ciertos y otros frutos de la mala hierba que en la literatura como el la vida puede ser tan odiosa como bella, cainita  envidia y morbo de la mala leche mamada. Pero ahora, tristemente, este vuelo trae certeza y tristeza por ser su hermano Jaime García Márquez quien la confirma.

Y uno, aunque la espera de lo que tiene que llegar es real, que no ficción, algo me pone triste y tembloroso, más melancólico que de costumbre, y acaricio los lomos de los libros como el vecinito cuando viene a casa, habla solo,  y sueña al paso que sus deditos  van contando volúmenes. Pero uno ya no puede soñar sino meditar sobre los calendarios que quedan, si la memoria  va  ser fiel hasta el último día como lo es la insobornable sombra, para acompañada de la vista que con mimo cuido, poder releer una pequeña parte, de lo leído. Y tras la noticia nada alegre del adiós a la imaginación de  García Márquez, releo “Yo no vengo a decir un discurso”, que hace dos años publicó la misma editorial, y repaso como nos habla de su memoria, la forma en que va forjando la obra, cuando “me pongo –dice- a darle vueltas a la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando  la tengo terminada (y a veces pasan  muchos años, como cuando Cien años de soledad, que pasé diecinueve años pensándola) cuando la tengo terminada, repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte  más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho; la idea que le da vueltas”

Largo entrecomillado, pero lo considero necesario, porque esta crónica no es para recrearse sino mostrar tristeza, saborear el ejercicio de remembranza de elefante en la inmensidad de Macondo, esa manera de echar a volar la fantasía y las ideas, para crear un mundo literario propio donde, la ficción y la realidad son gemelos que se confunden intercambiándose palabras y sueños,  pasiones y deseos, amores y adioses. Y ahora, el vuelo de su fantasía ya no irá de la mano del padre a acariciar el hielo, ya no le dirá al escritor toma tierra y escribe todo lo que has madurado con el vuelo de tu realismo mágico despreciador de fronteras. Ya nadie le escribirá al coronel aunque se impaciente por tan indefinida espera. Porque todo se ha convertido en Cien años de soledad. La ficción transformada en realidad literaria perenne, historia de Macondo, universo mítico desde la infancia desde sus principios como escritor. Revelación sublime del año inolvidable 1965 y gritaste "¡Encontré el tono! ¡Voy a narrar la historia con la misma cara de palo con que mi abuela me contaba sus historias fantásticas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo!”

Y aquí estoy releyendo los cuentos de “Los ojos del perro azul” con Isabel viendo caer “viento de agua” cuando ha ido a los cultos para rezar por los suyos en ese domingo de invierno que, a la salida de  la iglesia, descendía de las alturas como un diluvio mítico semejante a aquel otro que fue universal con arca y paloma de Picasso como final. Mas este diluvio que contempla Isabel  parece empapado por  el dolor de la noticia, recorriendo el universo suspendido de una prosa mágica que esponja a un hombre  caminando bajo la lluvia “como cuando se viaja toda la tarde en un tren”, todo convertido en una pradera desolada, “sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos” Es el monólogo de Isabel en el que todo puede suceder, convertirse en realidad. Y recuerdo el discurso de García Márquez, un fragmento, al recibir el Premio Nobel: "Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no solo su expresión literaria, la que este añora merecido la atención de la Academia Sueca de la letras. Todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíbles nuestra vida. Este es el nudo de nuestra soledad." concluyo: el de "una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de vera será cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin ya para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra"

Aquí quedamos maestro y continuaremos hasta que nos llamen. Y él  se nos va a quedar en la memoria y la lectura, porque es adiós en vivo que flota, cuando todavía está reciente el imprevisto el adiós de Carlos Fuentes. Ya no tendremos quien nos escriba de aquella forma y manera, pero para cosuelo y gozo, poseemos lo mucho que escribió para todos, la letra y la palabra insobornable de quien ha sabido estar como creador cabal a todas las horas, sin caer en la vanidad que traicioneramente ofrece la fama, ni pretender cambiar el mundo para quedar bien con la galería rebosante de palmeros que pululan.

Todos los cuentos

Gabriel García Márquez no volverá a escribir
Francisco Vélez Nieto
lunes, 9 de julio de 2012, 08:24 h (CET)


Sin Título
Nada más terminar de leer y releer, hace un par de días, “Todos los cuentos” de Gabriel García Márquez editados por Literatura Mondadori (primera edición de mayo y segunda en junio de este 2012 enmierdado y tenebroso que nos asusta y trastorna), cuando hoy domingo y a ocho de julio, tras la lectura que ya señalo, me llegó la noticia, así como  vuelo de pájaro herido que no gime, “las declaraciones del hermano del autor de 'Cien años de soledad', realizadas en Cartagena de Indias en ocasión de un encuentro con los expedicionarios de la Ruta Quetzal, certifican que aunque su estado de salud es bueno, ha perdido la memoria a causa de una demencia senil y por lo tanto ya no está en condiciones de escribir ninguna obra más, en especial la esperada segunda parte de su autobiografía 'Vivir para contarla”.  Por tanto rumor como comentarios en los últimos tiempos, unos pudiendo ser ciertos y otros frutos de la mala hierba que en la literatura como el la vida puede ser tan odiosa como bella, cainita  envidia y morbo de la mala leche mamada. Pero ahora, tristemente, este vuelo trae certeza y tristeza por ser su hermano Jaime García Márquez quien la confirma.

Y uno, aunque la espera de lo que tiene que llegar es real, que no ficción, algo me pone triste y tembloroso, más melancólico que de costumbre, y acaricio los lomos de los libros como el vecinito cuando viene a casa, habla solo,  y sueña al paso que sus deditos  van contando volúmenes. Pero uno ya no puede soñar sino meditar sobre los calendarios que quedan, si la memoria  va  ser fiel hasta el último día como lo es la insobornable sombra, para acompañada de la vista que con mimo cuido, poder releer una pequeña parte, de lo leído. Y tras la noticia nada alegre del adiós a la imaginación de  García Márquez, releo “Yo no vengo a decir un discurso”, que hace dos años publicó la misma editorial, y repaso como nos habla de su memoria, la forma en que va forjando la obra, cuando “me pongo –dice- a darle vueltas a la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando  la tengo terminada (y a veces pasan  muchos años, como cuando Cien años de soledad, que pasé diecinueve años pensándola) cuando la tengo terminada, repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte  más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho; la idea que le da vueltas”

Largo entrecomillado, pero lo considero necesario, porque esta crónica no es para recrearse sino mostrar tristeza, saborear el ejercicio de remembranza de elefante en la inmensidad de Macondo, esa manera de echar a volar la fantasía y las ideas, para crear un mundo literario propio donde, la ficción y la realidad son gemelos que se confunden intercambiándose palabras y sueños,  pasiones y deseos, amores y adioses. Y ahora, el vuelo de su fantasía ya no irá de la mano del padre a acariciar el hielo, ya no le dirá al escritor toma tierra y escribe todo lo que has madurado con el vuelo de tu realismo mágico despreciador de fronteras. Ya nadie le escribirá al coronel aunque se impaciente por tan indefinida espera. Porque todo se ha convertido en Cien años de soledad. La ficción transformada en realidad literaria perenne, historia de Macondo, universo mítico desde la infancia desde sus principios como escritor. Revelación sublime del año inolvidable 1965 y gritaste "¡Encontré el tono! ¡Voy a narrar la historia con la misma cara de palo con que mi abuela me contaba sus historias fantásticas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo!”

Y aquí estoy releyendo los cuentos de “Los ojos del perro azul” con Isabel viendo caer “viento de agua” cuando ha ido a los cultos para rezar por los suyos en ese domingo de invierno que, a la salida de  la iglesia, descendía de las alturas como un diluvio mítico semejante a aquel otro que fue universal con arca y paloma de Picasso como final. Mas este diluvio que contempla Isabel  parece empapado por  el dolor de la noticia, recorriendo el universo suspendido de una prosa mágica que esponja a un hombre  caminando bajo la lluvia “como cuando se viaja toda la tarde en un tren”, todo convertido en una pradera desolada, “sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos” Es el monólogo de Isabel en el que todo puede suceder, convertirse en realidad. Y recuerdo el discurso de García Márquez, un fragmento, al recibir el Premio Nobel: "Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no solo su expresión literaria, la que este añora merecido la atención de la Academia Sueca de la letras. Todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíbles nuestra vida. Este es el nudo de nuestra soledad." concluyo: el de "una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de vera será cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin ya para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra"

Aquí quedamos maestro y continuaremos hasta que nos llamen. Y él  se nos va a quedar en la memoria y la lectura, porque es adiós en vivo que flota, cuando todavía está reciente el imprevisto el adiós de Carlos Fuentes. Ya no tendremos quien nos escriba de aquella forma y manera, pero para cosuelo y gozo, poseemos lo mucho que escribió para todos, la letra y la palabra insobornable de quien ha sabido estar como creador cabal a todas las horas, sin caer en la vanidad que traicioneramente ofrece la fama, ni pretender cambiar el mundo para quedar bien con la galería rebosante de palmeros que pululan.

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