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Ya debiéramos estar curados de espanto; pero se multiplica la gente agresiva con sus maneras solapadas

Avasalladores

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Eso de vasallos, señorones, mesnadas y provocación de sufrimientos corporales, suena de entrada a tiempos remotos plagados de comportamientos violentos. Los relatos históricos, la literatura o las anécdotas de la tradición oral, los recuerdan constantemente. Sin embargo, lejos de su extinción, la MODERNIZACIÓN los ha dotado de formatos novedosos e increíbles. Formas de abusos y vasallajes antes impensables. Cualquiera puede detectar ambas manifestaciones indeseadas; destacando la impunidad de los apoltronados. Asombra la excesiva tolerancia ante los desmanes originados por estas conductas desquiciantes, en una especie de conformismo con tintes de irremediable.

Aunque quizá debiéramos adoptarlo de una vez como comportamiento habitual. Desde tiempos inmemoriales, las mujeres y los hombres adoptaron la fuerza y la sinrazón para dibujar sus grandezas esperpénticas a costa de cualquier víctima asequible, y ello utilizando las más variadas artes, afectivas, chantajistas, mentiras, verdades inmisericordes o fuerza bruta; dado que todos los factores intervienen. Valorado todo esto, la TENDENCIA avasalladora está muy presente en torno de las actividades humanas. Que luego pretendamos amortiguarla e incluso erradicarla, es comprensible, sin que esas intenciones vayan a borrar la susodicha manera de comportarse puesta de manifiesto en las actuaciones cotidianas.

La tentación es fuerte, ese ponerse por encima de gente menos avezada otorga una especie de morbo de gran aceptacion. Caben muchas consideraciones participantes en semejantes desvaríos. Una buena forma de apreciarlas gira en torno al modesto exámen de los PEDESTALES conseguidos con tales amaños. Unos veces por comprobar la escasez de buenas cualidades en los sujetos encumbrados. Se ponen de manifiesto también por la intensidad y duración de las secuelas perniciosas que provocan. Por el número de afectados. En definitiva, la mayor elevación de las posiciones conseguidas aporta lucidez a la hora de ver en directo la impertinencia de algunos dominadores.

Un grupo de personas expecialmente expuesto a esas impertinencias lo constituyen las personas inexpertas o en periodo de formación. Si por un lado contemplamos la enorme diversidad individual con anhelos contrapuestos y capacidades bien diferentes; cuando pasamos a la valoración de la DOCENCIA en general, observamos el carácter predominante de los protocolos uniformistas. Las afirmaciones en contrario no esconden las dificultades de quienes alientan en pos de algún sentimiento alejado de las normativas mayoritarias. Esa tendencia igualitaria huye de las excelencias que escaparían del uniforme. El forzamiento de las actitudes amortigua cualquier intento de iniciativas enriquecedoras.

En la sana pretensión de captar conocimientos para nuestra desenvoltura cotidiana, necesitamos de todos los sectores posibles, de los sucesivos avances conseguidos. En esas ansias topamos con aquellos DIVULGADORES de escaso criterio e ínfulas arrogantes para la imposición de sus arbitrariedades. Colocados en los mencionados pedestales llamativos. apegados a las áreas del poder o prestos al vocerío apabullante; sus abusos y negligencias suelen pasar desapercibidos e incluso copan las audiencias enfracados en un jolgorio estúpido. El análisis de sus manifestaciones brilla por su ausencia, escasez bien disimulada entre el fárrago de chismorreos, silenciamientos y risotadas.

Las actitudes como las mencionadas aquejan a los sectores más variopintos de la vida en sociedad. Directivos y gestores adoptan ese afán de acumular vasallos para engordar sus emolumentos. Como fiel reflejo, en la medida del crecimiento de las estructuras EMPRESARIALES, el ciudadano común padece esa presión injustificada de someterse a normas excesivas. El acercamiento de las personas a esos entes empresariales tropieza con una retahila importante de obligaciones; no es raro el añadido de un trato despersonalizado desde compañías de seguros, eléctricas, entornos sanitarios, telefonía. El peregrinaje requerido adquiere unas dimensiones impropias de alcances imprevistos.

En eso aparecen los vociferantes renovadores del momento, demostrando que el decir por decir no aporta realmente ninguna novedad. Intentan abrumarnos los individuos y sus agrupaciones con teorías libertarias o anárquicas proclamadoras de enormes espacios a disposición de todo el mundo. Sin embargo, en sus primeros movimientos detectamos las conductas de viejo cuño, con la INCLEMENCIA de sus líderes y órganos directivos contra cualquier asomo de disidencia en quienes se aproximen a ellos. Con los ropajes de libertades, sus actitudes totalitarias sólo consiguen embaucar a los incautos; demuestran en cada decisión el verdadero talante que subyace en sus parafernalias, aplastan a los disidentes.

Sufrimos invasiones curiosas, además de increíbles por su grado de estupidez; imponen sus presencias a pesar de sus carencias argumentativas. Abundan en los ambientes pueblerinos a base de rumores, en los medios de comunicación, pero incluso en ámbitos científicos o universitarios. Son auténticos MINADORES cenizos, porque únicamente plantean rasgos negativos, reales si los hay, imaginados cuando no los encontraban. A poco que nos descuidemos, invaden los pensamientos de la comunidad con una difusión inusitada. Las tácticas repetitivas de su oratoria resultan de una eficacia demoledora. Un ejemplo notorio lo observamos en la tertulias televisivas o redes sociales.

También resulta agobiante la invasión de los profesionales representativos de la MEDIOCRIDAD, que proyectan sus deficiencias sobre el personal confiado en sus bondades. Surgen en todas las profesiones. Con frecuencia tratamos con dependientes que parecen enemigos de su empresa dado que dificultan la relación con el público. O bien esas limitaciones a los frios protocolos administrativos, con la pérdida de la calidez deseable en el trato entre personas. En las enfermedades, los problemas legales o el trato con las empresas institucionales, se ponen especialmente de relieve. Pero el esfuerzo creativo es exigente y pese a su carácter fascinante, sucumbe ante la magnitud de las hordas acomodaticias.

En definitiva, quienes tratan a los demás como meros acólitos al servicio de sus ínfulas suelen caracterizarse por tres aspectos nitidos. Avasallan a la gente, pero son servidores de grupos ideológicos, de dinero o de poder; aunque muchas veces ni participan de esas ventajas. El afán de protagonismo ocupa sus mentes. Para culminar sus intenciones en el carácter destructivo para eliminar competidores, que serían numerosos, aunque sólo fuera por su poca dedicación al esfuerzo tenaz en busca de los mejores conocimientos. Su POTENCIA agresiva está en relación directa con su falta de criterios bien elaborados; asi como con la necia placidez de quienes asisten impasibles a sus andanzas. Es la frivolidad ambiental la principal favorecedora de los protagonismos intempestivos mencionados.

Avasalladores

Ya debiéramos estar curados de espanto; pero se multiplica la gente agresiva con sus maneras solapadas
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 13 de octubre de 2017, 07:32 h (CET)
Eso de vasallos, señorones, mesnadas y provocación de sufrimientos corporales, suena de entrada a tiempos remotos plagados de comportamientos violentos. Los relatos históricos, la literatura o las anécdotas de la tradición oral, los recuerdan constantemente. Sin embargo, lejos de su extinción, la MODERNIZACIÓN los ha dotado de formatos novedosos e increíbles. Formas de abusos y vasallajes antes impensables. Cualquiera puede detectar ambas manifestaciones indeseadas; destacando la impunidad de los apoltronados. Asombra la excesiva tolerancia ante los desmanes originados por estas conductas desquiciantes, en una especie de conformismo con tintes de irremediable.

Aunque quizá debiéramos adoptarlo de una vez como comportamiento habitual. Desde tiempos inmemoriales, las mujeres y los hombres adoptaron la fuerza y la sinrazón para dibujar sus grandezas esperpénticas a costa de cualquier víctima asequible, y ello utilizando las más variadas artes, afectivas, chantajistas, mentiras, verdades inmisericordes o fuerza bruta; dado que todos los factores intervienen. Valorado todo esto, la TENDENCIA avasalladora está muy presente en torno de las actividades humanas. Que luego pretendamos amortiguarla e incluso erradicarla, es comprensible, sin que esas intenciones vayan a borrar la susodicha manera de comportarse puesta de manifiesto en las actuaciones cotidianas.

La tentación es fuerte, ese ponerse por encima de gente menos avezada otorga una especie de morbo de gran aceptacion. Caben muchas consideraciones participantes en semejantes desvaríos. Una buena forma de apreciarlas gira en torno al modesto exámen de los PEDESTALES conseguidos con tales amaños. Unos veces por comprobar la escasez de buenas cualidades en los sujetos encumbrados. Se ponen de manifiesto también por la intensidad y duración de las secuelas perniciosas que provocan. Por el número de afectados. En definitiva, la mayor elevación de las posiciones conseguidas aporta lucidez a la hora de ver en directo la impertinencia de algunos dominadores.

Un grupo de personas expecialmente expuesto a esas impertinencias lo constituyen las personas inexpertas o en periodo de formación. Si por un lado contemplamos la enorme diversidad individual con anhelos contrapuestos y capacidades bien diferentes; cuando pasamos a la valoración de la DOCENCIA en general, observamos el carácter predominante de los protocolos uniformistas. Las afirmaciones en contrario no esconden las dificultades de quienes alientan en pos de algún sentimiento alejado de las normativas mayoritarias. Esa tendencia igualitaria huye de las excelencias que escaparían del uniforme. El forzamiento de las actitudes amortigua cualquier intento de iniciativas enriquecedoras.

En la sana pretensión de captar conocimientos para nuestra desenvoltura cotidiana, necesitamos de todos los sectores posibles, de los sucesivos avances conseguidos. En esas ansias topamos con aquellos DIVULGADORES de escaso criterio e ínfulas arrogantes para la imposición de sus arbitrariedades. Colocados en los mencionados pedestales llamativos. apegados a las áreas del poder o prestos al vocerío apabullante; sus abusos y negligencias suelen pasar desapercibidos e incluso copan las audiencias enfracados en un jolgorio estúpido. El análisis de sus manifestaciones brilla por su ausencia, escasez bien disimulada entre el fárrago de chismorreos, silenciamientos y risotadas.

Las actitudes como las mencionadas aquejan a los sectores más variopintos de la vida en sociedad. Directivos y gestores adoptan ese afán de acumular vasallos para engordar sus emolumentos. Como fiel reflejo, en la medida del crecimiento de las estructuras EMPRESARIALES, el ciudadano común padece esa presión injustificada de someterse a normas excesivas. El acercamiento de las personas a esos entes empresariales tropieza con una retahila importante de obligaciones; no es raro el añadido de un trato despersonalizado desde compañías de seguros, eléctricas, entornos sanitarios, telefonía. El peregrinaje requerido adquiere unas dimensiones impropias de alcances imprevistos.

En eso aparecen los vociferantes renovadores del momento, demostrando que el decir por decir no aporta realmente ninguna novedad. Intentan abrumarnos los individuos y sus agrupaciones con teorías libertarias o anárquicas proclamadoras de enormes espacios a disposición de todo el mundo. Sin embargo, en sus primeros movimientos detectamos las conductas de viejo cuño, con la INCLEMENCIA de sus líderes y órganos directivos contra cualquier asomo de disidencia en quienes se aproximen a ellos. Con los ropajes de libertades, sus actitudes totalitarias sólo consiguen embaucar a los incautos; demuestran en cada decisión el verdadero talante que subyace en sus parafernalias, aplastan a los disidentes.

Sufrimos invasiones curiosas, además de increíbles por su grado de estupidez; imponen sus presencias a pesar de sus carencias argumentativas. Abundan en los ambientes pueblerinos a base de rumores, en los medios de comunicación, pero incluso en ámbitos científicos o universitarios. Son auténticos MINADORES cenizos, porque únicamente plantean rasgos negativos, reales si los hay, imaginados cuando no los encontraban. A poco que nos descuidemos, invaden los pensamientos de la comunidad con una difusión inusitada. Las tácticas repetitivas de su oratoria resultan de una eficacia demoledora. Un ejemplo notorio lo observamos en la tertulias televisivas o redes sociales.

También resulta agobiante la invasión de los profesionales representativos de la MEDIOCRIDAD, que proyectan sus deficiencias sobre el personal confiado en sus bondades. Surgen en todas las profesiones. Con frecuencia tratamos con dependientes que parecen enemigos de su empresa dado que dificultan la relación con el público. O bien esas limitaciones a los frios protocolos administrativos, con la pérdida de la calidez deseable en el trato entre personas. En las enfermedades, los problemas legales o el trato con las empresas institucionales, se ponen especialmente de relieve. Pero el esfuerzo creativo es exigente y pese a su carácter fascinante, sucumbe ante la magnitud de las hordas acomodaticias.

En definitiva, quienes tratan a los demás como meros acólitos al servicio de sus ínfulas suelen caracterizarse por tres aspectos nitidos. Avasallan a la gente, pero son servidores de grupos ideológicos, de dinero o de poder; aunque muchas veces ni participan de esas ventajas. El afán de protagonismo ocupa sus mentes. Para culminar sus intenciones en el carácter destructivo para eliminar competidores, que serían numerosos, aunque sólo fuera por su poca dedicación al esfuerzo tenaz en busca de los mejores conocimientos. Su POTENCIA agresiva está en relación directa con su falta de criterios bien elaborados; asi como con la necia placidez de quienes asisten impasibles a sus andanzas. Es la frivolidad ambiental la principal favorecedora de los protagonismos intempestivos mencionados.

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