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La ley en España es la del embudo: ancha y sin responsabilidades para los ricos, estrecha y cruel para los pobres

Hombre rico, hombre pobre

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La ley, diga lo que diga lo que diga la Constitución, ni con mucho es igual para todos. Para comenzar, en la misma Facultad de Derecho lo primero que aprende el neófito recién llegado, es que todos son iguales ante la ley… dentro de su igualdad. Vamos, que de iguales nada de nada. Y no son iguales absolutamente en nada, ni en lo fiscal, ni en lo mercantil, ni en lo social ni en lo penal. Por ejemplo, como escritor he dado algunas charlas en alguna cárcel española –los mejores lectores están ahí-, y he tenido ocasión de comprobar por mí mismo que había presos que estaban condenados a más de 10 años por robar una Vespino, a más de siete por robar un jamón o a más de quince por robar una fotocopiadora usada; pero no vi entre ellos ningún banquero, ningún alcalde, ningún concejal de urbanismo, ningún financiero especulador y, por supuesto, ningún político, a pesar que entre ellos como conjunto, se han apropiado de más de medio billón de euros de todos, entre otras cosas argumentando que el dinero público no es de nadie y cosas por el estilo. La ley, pues, no es igual para pobres y ricos.

Los ricos creen que no deben pagar impuestos o pagar menos, porque ellos reciben menos o ningún servicio del Estado, toda vez que tienen sanidad privada, justicia privada, educación privada y hasta calles privadas. Los pobres creen que los ricos deben pagar más, porque tienen más y porque eso que tienen lo han obtenido de estrujar y explotar al país y sus ciudadanos, además de porque respiran su aire, usan su mano de obra, se valen de las calles de todos y están en el país de todos. La cuestión, naturalmente, estaría en definir si el propósito del Estado es conseguir que todos los ciudadanos sin excepción vivan cada vez mejor, o si es que el Estado es nada más que un predio de explotación que pueden usar los ricos a su antojo, valiéndose de la población y de las infraestructuras conseguidas por todos a lo largo de milenios para que estos maulas puedan hacer de su capa un sayo. Y parece ser que esto último es lo que cuenta.

Algunos creen que la proporcionaliad en los impuestos –más impuestos al que más tiene- regula las diferencias y las equilibra, y no pueden estar más equivocados. No sólo eso es una radical impostura, sino que es sencillamente una mentira para tontos de capirote. Por ejemplo, si un ciudadano pobre aparca mal su coche en una calle cualquiera, enseguida recibe una multa que es equivalente entre un 10 y un 50% de sus ingresos mensuales; si es un rico el que aparca mal en esa misma calle, no sólo ya se va a cuidar el guardia o el empleado de la empresa que ha conseguido la licitación mediante trampas para apropiarse del dinero de los pobres, de no poner multas a los coches de lujo, no sea que éste sea propiedad de su mismo jefe, sino que si ese guardia o ese empleado de la tramposa empresa pusiera esa multa, no representaría ni decimales de los ingresos mensuales del infractor rico. Igualdad, por los c…, vaya. Y así con todo.

Hay tres clases sociales: los pobres, lo que se creen que no lo son (porque tienen un coche de lujo o un chalé o algo así) y los ricos. A los primeros les cae la ley con toda su crudeza, así en lo penal como en lo impositivo, carece de una sanidad para personas (y ahora con los medicamentazos y todo eso, como mucho menos), de una educación adecuada (no hay más que ver el fracaso escolar existente en la escuela pública) y de una justicia que ya hemos visto en el primer párrafo de este artículo que es como para echarse a temblar. Pagan por todo, son víctimas de todas las leyes, sufragan los saqueos de los ricos y de los que se creen que no son pobres, y si protestan, tienen guardias en profusión provistos con porras enormes, los cuales se ciscan en sus derechos civiles, se carcajean de la Constitución misma a mandíbula batiente y se desahogan de sus propias frustraciones dándole caña a esa sarta de sarnosos (a la que ellos mismos pertenecen), porque les mola mil y sus amos se lo agradecen.

Los que se creen que no son pobres, son unos infelices que apenas si tienen el ahora, pero que como lo tienen, pagan y pagan y pagan, creyéndose ciudadanos modelos y blandiendo los eslóganes de los ricos como si fueran los propios, cuando no son sino una excusa. Pagan por su vivienda, por su empresa –si la tienen-, por sus empleados, por sus haberes y hasta por lo que no tienen pagan, aunque les queda lo suficiente como para creer que tienen algo más que una cadena enorme y muy gruesa que les ata a unos deberes que de ninguna manera son exclusivamente suyos. Pero, en fin, sarna con gusto no pica.

Los que tienen de verdad, los ricos, tienen hasta cara dura, y, por supuesto, cosmética Portland a tutiplén. Estos no pagan nada de nada, y hasta les salen las declaraciones de la renta a devolver. Como conocen todos los trucos (además que la clase política es de su propiedad), ellos están libres de pagar impuestos, además de que tienen SICAVs, que son una trampa legal para poner a salvo del fisco sus haberes, pagando por todo lo que tienen –y tienen mucho- un 1% o menos, entretanto los pobres y los que se creen que no lo son pagan un promedio del 75% de impuestos entre directos e indirectos. Así cuadran las cuentas del Estado. Naturalmente, los ricos (aunque no lo necesitan porque los políticos son suyos y hacen lo que les manden) promueven campañas para que la exención de impuestos de las transmisiones patrimoniales parezcan que benefician a todos, cuando los pobres y los que se creen que no son apenas si tienen que transmitir otra cosa que conocimientos orales, entretanto ellos se libran de pagar una millonada que para qué cuento. Se callan lo de las SICAVs, claro, para que el ciudadano de a pie no sepa que este chollo es posible montárselo por cuatro euros, pero baste decir que en ellas –que son un paraíso fiscal en España para que no tengan que viajar a las Caimán o así- depositan sus haberes y hasta sus casas (pocas casas de más de 400 m2 hay en España que no estén en una SICAV), de modo que no abonan ni siquiera los impuestos municipales. Ni siquiera pagan impuestos por el uso y abuso de hormigón para sus rostros. Vamos, que no importa qué y cómo estén las cosas, ellos se llevan la pasta y, si hay que poner esfuerzo para que no se ahogue el Estado, lo hacen los pobres y los que se creen que no lo son.

Conozco muchos ricos, incluso algunos riquísimos, de ésos que no sabrían contar todo lo que tienen o de los que no tendrían vida suficiente para hacerlo. Ninguno de ellos obtiene sus recursos trabajando. Para ellos los negocios se hacen en el Caribe, en un campo de golf o en una casa de putas de mucho lujo. Todo es untar guardas y pagar placeres a otros bindundis para que el negocio caiga de su lado o la licitación se ajuste a sus especificaciones como un anillo al dedo. Fiestas y champán francés son los requerimientos de sus empresas, además del dominio del idioma universal del chantaje y el soborno en crudo. “Nosotros movemos el mundo”, me dijo no hace tanto uno de ellos, y tenía razón porque todo hoy se mueve por este sistema de extorsión y soborno, y, si no, les queda la bolsa, en la que siempre juegan con información privilegiada, ganándose fortunones incluso jugando contra los intereses de su propio país. Sin embargo, gracias a ellos se crean puestos de trabajo por todos lados, como putas, como camareros, como empleados domésticos o correveidiles, además de muchos, muchos puestos de políticos. La riqueza se mueve en altas esferas, y ahí se está libre de toda clase de impuestos. El Estado o es suyo, o no es.

Un pobre o uno que se crea que no lo es, no tiene ninguna oportunidad de aproximarse siquiera a ese Club tan restringido, ni siquiera la posibilidad de montar una SICAV o de hacerse con una licitación pública. Tiene, eso sí, el deber patriótico de sostener al Estado con todos sus haberes, con una educación deficiente, con una sanidad obsoleta y en retirada, con una justicia injusta, sin derecho a vivienda (o pagando por ella lo que no viene en los papeles) y a tributar en exceso para que estas criaturas de Dios, los ricos, estén exentos de pagar cualquier clase de impuestos. Y contentos con todo esto los pobres y quienes se creen que no lo son, porque a la sanidad y la educación les quedan dos telediarios como públicas o semipúblicas, además que nada habrá en un par de años que sea verdaderamente público y que no esté en manos de los ricos. Todo será privado, y nosotros sus bienes necesarios para servir el champán, limpiar su casa o poner el culo. Así está la cosa. Después de esto, ¿a quién pueda extrañarle que la impresentable Presidenta de Madrid, la señora Aguirre, diga que cambiará las leyes que haya que cambiar (lo de fumar, que era tan malo, y todo eso) para se ponga en Madrid esa enorme casa de putas que son todos esos casinos y tal?... Vamos, ni que estuviera loca. Ya digo.

Hombre rico, hombre pobre

La ley en España es la del embudo: ancha y sin responsabilidades para los ricos, estrecha y cruel para los pobres
Ángel Ruiz Cediel
martes, 3 de julio de 2012, 17:06 h (CET)
La ley, diga lo que diga lo que diga la Constitución, ni con mucho es igual para todos. Para comenzar, en la misma Facultad de Derecho lo primero que aprende el neófito recién llegado, es que todos son iguales ante la ley… dentro de su igualdad. Vamos, que de iguales nada de nada. Y no son iguales absolutamente en nada, ni en lo fiscal, ni en lo mercantil, ni en lo social ni en lo penal. Por ejemplo, como escritor he dado algunas charlas en alguna cárcel española –los mejores lectores están ahí-, y he tenido ocasión de comprobar por mí mismo que había presos que estaban condenados a más de 10 años por robar una Vespino, a más de siete por robar un jamón o a más de quince por robar una fotocopiadora usada; pero no vi entre ellos ningún banquero, ningún alcalde, ningún concejal de urbanismo, ningún financiero especulador y, por supuesto, ningún político, a pesar que entre ellos como conjunto, se han apropiado de más de medio billón de euros de todos, entre otras cosas argumentando que el dinero público no es de nadie y cosas por el estilo. La ley, pues, no es igual para pobres y ricos.

Los ricos creen que no deben pagar impuestos o pagar menos, porque ellos reciben menos o ningún servicio del Estado, toda vez que tienen sanidad privada, justicia privada, educación privada y hasta calles privadas. Los pobres creen que los ricos deben pagar más, porque tienen más y porque eso que tienen lo han obtenido de estrujar y explotar al país y sus ciudadanos, además de porque respiran su aire, usan su mano de obra, se valen de las calles de todos y están en el país de todos. La cuestión, naturalmente, estaría en definir si el propósito del Estado es conseguir que todos los ciudadanos sin excepción vivan cada vez mejor, o si es que el Estado es nada más que un predio de explotación que pueden usar los ricos a su antojo, valiéndose de la población y de las infraestructuras conseguidas por todos a lo largo de milenios para que estos maulas puedan hacer de su capa un sayo. Y parece ser que esto último es lo que cuenta.

Algunos creen que la proporcionaliad en los impuestos –más impuestos al que más tiene- regula las diferencias y las equilibra, y no pueden estar más equivocados. No sólo eso es una radical impostura, sino que es sencillamente una mentira para tontos de capirote. Por ejemplo, si un ciudadano pobre aparca mal su coche en una calle cualquiera, enseguida recibe una multa que es equivalente entre un 10 y un 50% de sus ingresos mensuales; si es un rico el que aparca mal en esa misma calle, no sólo ya se va a cuidar el guardia o el empleado de la empresa que ha conseguido la licitación mediante trampas para apropiarse del dinero de los pobres, de no poner multas a los coches de lujo, no sea que éste sea propiedad de su mismo jefe, sino que si ese guardia o ese empleado de la tramposa empresa pusiera esa multa, no representaría ni decimales de los ingresos mensuales del infractor rico. Igualdad, por los c…, vaya. Y así con todo.

Hay tres clases sociales: los pobres, lo que se creen que no lo son (porque tienen un coche de lujo o un chalé o algo así) y los ricos. A los primeros les cae la ley con toda su crudeza, así en lo penal como en lo impositivo, carece de una sanidad para personas (y ahora con los medicamentazos y todo eso, como mucho menos), de una educación adecuada (no hay más que ver el fracaso escolar existente en la escuela pública) y de una justicia que ya hemos visto en el primer párrafo de este artículo que es como para echarse a temblar. Pagan por todo, son víctimas de todas las leyes, sufragan los saqueos de los ricos y de los que se creen que no son pobres, y si protestan, tienen guardias en profusión provistos con porras enormes, los cuales se ciscan en sus derechos civiles, se carcajean de la Constitución misma a mandíbula batiente y se desahogan de sus propias frustraciones dándole caña a esa sarta de sarnosos (a la que ellos mismos pertenecen), porque les mola mil y sus amos se lo agradecen.

Los que se creen que no son pobres, son unos infelices que apenas si tienen el ahora, pero que como lo tienen, pagan y pagan y pagan, creyéndose ciudadanos modelos y blandiendo los eslóganes de los ricos como si fueran los propios, cuando no son sino una excusa. Pagan por su vivienda, por su empresa –si la tienen-, por sus empleados, por sus haberes y hasta por lo que no tienen pagan, aunque les queda lo suficiente como para creer que tienen algo más que una cadena enorme y muy gruesa que les ata a unos deberes que de ninguna manera son exclusivamente suyos. Pero, en fin, sarna con gusto no pica.

Los que tienen de verdad, los ricos, tienen hasta cara dura, y, por supuesto, cosmética Portland a tutiplén. Estos no pagan nada de nada, y hasta les salen las declaraciones de la renta a devolver. Como conocen todos los trucos (además que la clase política es de su propiedad), ellos están libres de pagar impuestos, además de que tienen SICAVs, que son una trampa legal para poner a salvo del fisco sus haberes, pagando por todo lo que tienen –y tienen mucho- un 1% o menos, entretanto los pobres y los que se creen que no lo son pagan un promedio del 75% de impuestos entre directos e indirectos. Así cuadran las cuentas del Estado. Naturalmente, los ricos (aunque no lo necesitan porque los políticos son suyos y hacen lo que les manden) promueven campañas para que la exención de impuestos de las transmisiones patrimoniales parezcan que benefician a todos, cuando los pobres y los que se creen que no son apenas si tienen que transmitir otra cosa que conocimientos orales, entretanto ellos se libran de pagar una millonada que para qué cuento. Se callan lo de las SICAVs, claro, para que el ciudadano de a pie no sepa que este chollo es posible montárselo por cuatro euros, pero baste decir que en ellas –que son un paraíso fiscal en España para que no tengan que viajar a las Caimán o así- depositan sus haberes y hasta sus casas (pocas casas de más de 400 m2 hay en España que no estén en una SICAV), de modo que no abonan ni siquiera los impuestos municipales. Ni siquiera pagan impuestos por el uso y abuso de hormigón para sus rostros. Vamos, que no importa qué y cómo estén las cosas, ellos se llevan la pasta y, si hay que poner esfuerzo para que no se ahogue el Estado, lo hacen los pobres y los que se creen que no lo son.

Conozco muchos ricos, incluso algunos riquísimos, de ésos que no sabrían contar todo lo que tienen o de los que no tendrían vida suficiente para hacerlo. Ninguno de ellos obtiene sus recursos trabajando. Para ellos los negocios se hacen en el Caribe, en un campo de golf o en una casa de putas de mucho lujo. Todo es untar guardas y pagar placeres a otros bindundis para que el negocio caiga de su lado o la licitación se ajuste a sus especificaciones como un anillo al dedo. Fiestas y champán francés son los requerimientos de sus empresas, además del dominio del idioma universal del chantaje y el soborno en crudo. “Nosotros movemos el mundo”, me dijo no hace tanto uno de ellos, y tenía razón porque todo hoy se mueve por este sistema de extorsión y soborno, y, si no, les queda la bolsa, en la que siempre juegan con información privilegiada, ganándose fortunones incluso jugando contra los intereses de su propio país. Sin embargo, gracias a ellos se crean puestos de trabajo por todos lados, como putas, como camareros, como empleados domésticos o correveidiles, además de muchos, muchos puestos de políticos. La riqueza se mueve en altas esferas, y ahí se está libre de toda clase de impuestos. El Estado o es suyo, o no es.

Un pobre o uno que se crea que no lo es, no tiene ninguna oportunidad de aproximarse siquiera a ese Club tan restringido, ni siquiera la posibilidad de montar una SICAV o de hacerse con una licitación pública. Tiene, eso sí, el deber patriótico de sostener al Estado con todos sus haberes, con una educación deficiente, con una sanidad obsoleta y en retirada, con una justicia injusta, sin derecho a vivienda (o pagando por ella lo que no viene en los papeles) y a tributar en exceso para que estas criaturas de Dios, los ricos, estén exentos de pagar cualquier clase de impuestos. Y contentos con todo esto los pobres y quienes se creen que no lo son, porque a la sanidad y la educación les quedan dos telediarios como públicas o semipúblicas, además que nada habrá en un par de años que sea verdaderamente público y que no esté en manos de los ricos. Todo será privado, y nosotros sus bienes necesarios para servir el champán, limpiar su casa o poner el culo. Así está la cosa. Después de esto, ¿a quién pueda extrañarle que la impresentable Presidenta de Madrid, la señora Aguirre, diga que cambiará las leyes que haya que cambiar (lo de fumar, que era tan malo, y todo eso) para se ponga en Madrid esa enorme casa de putas que son todos esos casinos y tal?... Vamos, ni que estuviera loca. Ya digo.

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