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Haciendo oidos sordos a nuestras advertencias, la izquierda latinoamericana fue engañada y realizó una apuesta fallida

Fernando Lugo. La caída de una apuesta fallida de la izquierda

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Lo que siempre vaticinamos finalmente sucedió: Un triste personaje de oscuros antecedentes, a quien la izquierda latinoamericana arropó y dio una identidad falsa, acabó por hundirse en la espiral de contradicciones que él mismo generó con su incapacidad de leer el escenario político, y de medir correlación de fuerzas.

Confiado en el respaldo internacional que supuestamente tenía, una y otra vez se lanzó a desafiar e intentar humillar a los partidos políticos del Paraguay, teniendo como únicas armas a unos matones prebendarios y patoteros de las ONG, por demás contradictorios, al presentarse como supuestos izquierdistas siendo en su gran mayoría financiados por la embajada norteamericana.

Lo que sucedió se veía venir, y a pesar de los dramatismos con los cuales intentan algunos medios y gobiernos presentarlos, solo fue el último acto de un gran engaño.

Y más que buscar adjetivar a sus adversarios, la izquierda latinoamericana debería meditar sobre las veces que hizo oídos sordos a quienes advertíamos sobre esta apuesta fallida.

Como Nixon
Uno de los episodios que más dignificó la política norteamericana y ayudó a comprender la solidez de esa democracia fue la caída de Richard Nixon. La historia norteamericana nos recuerda cómo terminó el escándalo Watergate. Enfrentado a un desafuero inevitable, Nixon anunció apesadumbrado en cadena nacional: “Mañana al mediodía renunciaré a la presidencia, inmediatamente después, el vicepresidente rendirá el juramento de ley”. Al día siguiente, a la hora señalada, abandonó la oficina oval y frente a una multitud de periodistas trepó al helicóptero que lo trasladaría al juicio inflexible de la posteridad.

Fue lo mejor que pudo pasar al pais, y uno de los episodios más gloriosas en la historia de Estados Unidos. Cuesta entender como algunos gobiernos pueden considerar la destitución de un presidente, que no es ningún rey absoluto, como un atentado contra la democracia. ¿Debería un país permitir que un presidente se mantenga aún a costa de todas las humillaciones y degradaciones a que sometió a la investidura presidencial del Paraguay Fernando Lugo, solo porque los votantes fueron engañados en abril del 2008?

¿Es democracia permitir que siga en su cargo un personaje que llenó de oprobio y convirtió en hazmerreír del mundo a su pais, a pesar de todos sus nefastos e ignominiosos antecedentes? Demasiado sacrificio para un pais tan castigado. Para los paises de la región pudo haber sido un chiste, pero para los paraguayos se convirtió en una carga muy pesada.

Tanto el Partido Colorado como el Liberal, finalmente aprobaron en Paraguay el impeachment al cura presidente Fernando Lugo, tras mucho dilatar el tema. Los votos estaban cantados en favor de la destitución, por la vía constitucional del juicio político, pero el gobierno de Lugo como manotazo de ahogado, amenazó con resistencia violenta de sus matones prebendarios, en demostración de su congénita falta de sensatez y grandeza.

Sostenerse en el poder… ¿Repaldado por quién?, era la pregunta. ¿Respaldado por Hugo Chávez, cuyo ingreso al Mercosur fue incapaz de gestionar? ¿Por Cristina Fernández, que no lo recibió y le desairó en innumerables oportunidades? ¿Por la embajada norteamericana, cuando siempre apareció como aliado del aquelarre bolivariano?

Pero ya era tarde para intentar prolongar la agonía de una comedia que tenía aburridos a los espectadores. Tras ensayar una fingida defensa que no pasó de declaraciones de cancilleres, el triste engendro fue abandonado a su suerte por sus supuestos aliados de la región.

Y desde sus sillones presidenciales, éstos se limitaron a observar por televisión el epílogo de su apuesta fallida.

Fernando Lugo. La caída de una apuesta fallida de la izquierda

Haciendo oidos sordos a nuestras advertencias, la izquierda latinoamericana fue engañada y realizó una apuesta fallida
Luis Agüero Wagner
domingo, 24 de junio de 2012, 22:00 h (CET)
Lo que siempre vaticinamos finalmente sucedió: Un triste personaje de oscuros antecedentes, a quien la izquierda latinoamericana arropó y dio una identidad falsa, acabó por hundirse en la espiral de contradicciones que él mismo generó con su incapacidad de leer el escenario político, y de medir correlación de fuerzas.

Confiado en el respaldo internacional que supuestamente tenía, una y otra vez se lanzó a desafiar e intentar humillar a los partidos políticos del Paraguay, teniendo como únicas armas a unos matones prebendarios y patoteros de las ONG, por demás contradictorios, al presentarse como supuestos izquierdistas siendo en su gran mayoría financiados por la embajada norteamericana.

Lo que sucedió se veía venir, y a pesar de los dramatismos con los cuales intentan algunos medios y gobiernos presentarlos, solo fue el último acto de un gran engaño.

Y más que buscar adjetivar a sus adversarios, la izquierda latinoamericana debería meditar sobre las veces que hizo oídos sordos a quienes advertíamos sobre esta apuesta fallida.

Como Nixon
Uno de los episodios que más dignificó la política norteamericana y ayudó a comprender la solidez de esa democracia fue la caída de Richard Nixon. La historia norteamericana nos recuerda cómo terminó el escándalo Watergate. Enfrentado a un desafuero inevitable, Nixon anunció apesadumbrado en cadena nacional: “Mañana al mediodía renunciaré a la presidencia, inmediatamente después, el vicepresidente rendirá el juramento de ley”. Al día siguiente, a la hora señalada, abandonó la oficina oval y frente a una multitud de periodistas trepó al helicóptero que lo trasladaría al juicio inflexible de la posteridad.

Fue lo mejor que pudo pasar al pais, y uno de los episodios más gloriosas en la historia de Estados Unidos. Cuesta entender como algunos gobiernos pueden considerar la destitución de un presidente, que no es ningún rey absoluto, como un atentado contra la democracia. ¿Debería un país permitir que un presidente se mantenga aún a costa de todas las humillaciones y degradaciones a que sometió a la investidura presidencial del Paraguay Fernando Lugo, solo porque los votantes fueron engañados en abril del 2008?

¿Es democracia permitir que siga en su cargo un personaje que llenó de oprobio y convirtió en hazmerreír del mundo a su pais, a pesar de todos sus nefastos e ignominiosos antecedentes? Demasiado sacrificio para un pais tan castigado. Para los paises de la región pudo haber sido un chiste, pero para los paraguayos se convirtió en una carga muy pesada.

Tanto el Partido Colorado como el Liberal, finalmente aprobaron en Paraguay el impeachment al cura presidente Fernando Lugo, tras mucho dilatar el tema. Los votos estaban cantados en favor de la destitución, por la vía constitucional del juicio político, pero el gobierno de Lugo como manotazo de ahogado, amenazó con resistencia violenta de sus matones prebendarios, en demostración de su congénita falta de sensatez y grandeza.

Sostenerse en el poder… ¿Repaldado por quién?, era la pregunta. ¿Respaldado por Hugo Chávez, cuyo ingreso al Mercosur fue incapaz de gestionar? ¿Por Cristina Fernández, que no lo recibió y le desairó en innumerables oportunidades? ¿Por la embajada norteamericana, cuando siempre apareció como aliado del aquelarre bolivariano?

Pero ya era tarde para intentar prolongar la agonía de una comedia que tenía aburridos a los espectadores. Tras ensayar una fingida defensa que no pasó de declaraciones de cancilleres, el triste engendro fue abandonado a su suerte por sus supuestos aliados de la región.

Y desde sus sillones presidenciales, éstos se limitaron a observar por televisión el epílogo de su apuesta fallida.

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