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Los lunes al sol |
Eva Mateo Asolas |
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Redacción
domingo, 19 de junio de 2005, 05:23 h (CET)
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Se calcula que nueve de cada 100 europeos están en paro. La situación difiere bastante entre países como Luxemburgo o todos los escandinavos, con porcentajes inferiores al 5%, y otros como España, donde se supera siempre el 10%. Lo más triste es que ésta es quizá la generación más preparada de cuantas haya habido: un alto porcentaje de población universitaria con idiomas, estancias en el extranjero gracias al programa Erasmus o similares, másteres... Los sucesivos sondeos no dejan lugar a dudas: los ánimos de los jóvenes europeos están por los suelos. Consideran que la universidad se ha convertido en una auténtica fábrica de parados y que no compensa tanto sacrificio y años de estudio (su cada vez mayor prolongación con formaciones de posgrado retrasa hasta límites insospechados la incorporación al mercado laboral, acumulando, además, formación teórica pero sin ninguna experiencia práctica, es decir, lo contrario de lo que piden las empresas). Comprobar cómo un mecánico o un fontanero ganan más que un periodista o un maestro después de cinco años de carrera es bastante deprimente.
Bien es cierto que la Universidad está concebida como un lugar de saber, del saber teórico. La formación práctica, nos dicen los profesores, a buscarla en las escuelas de oficios. El problema es que la universidad ha llegado a ser un islote apartado del mundo real, de ese mundo laboral con el que nos enfrentamos cuesta abajo y sin frenos los que un día dejamos de ser universitarios. Para convertirnos automáticamente en parados. Éste es un grave problema estructural que impedirá, sin lugar a dudas, conseguir la ambiciosa meta que se propuso en Lisboa: hacer de la Unión Europea en la economía más fuerte del mundo en 2010.
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