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La mitad de la población de Cataluña no quiere la independencia ¿pueden unos fascistas totalitarios y revolucionarios obligarla a ello?

Procede una declaración institucional del Rey sobre Cataluña

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Hace unos días el presidente del gobierno, don Mariano Rajoy, salió por TV para hablar sobre el tema del independentismo catalán, dejando clara la postura del Ejecutivo respecto al desafío del secesionismo encabezado por Puigdemont y por todos los secuaces de los partidos separatistas que pretenden que España se arrodille ante ellos y ceda a sus exigencias de que se les permita crear una nación independiente en la autonomía catalana. ¿No debería hacer lo mismo Felipe VI?

En Cataluña hay muchas personas que se consideran, antes que catalanas, españolas y, a pesar de albergar estos sentimientos, están atenazadas por determinadas ligazones de índole social que les impide exteriorizar su patriotismo. En ocasiones hemos tenido ocasión de escuchar, en tertulias en radios y TV, que se les recrimina por no haber dicho públicamente que quieren que se les deje ser españoles, ondear la insignia nacional y poder manifestarse libremente como defensores de España y de la unidad de Cataluña con ella. La realidad es que no es fácil, en esta parte de la nación española, aunque parezca difícil de entender, mostrarse contrario a esta idea revolucionaria que, aunque no es compartida por toda la ciudadanía catalana, si lo es por una juventud adoctrinada desde las escuelas en este odio hacia España y los españoles y por generaciones de mayores que han sido sometidas a un práctico e intenso lavado de cerebro, mediante el empleo de técnicas, que también usan los comunistas, en las que el uso de métodos como el mentir, engañar, tergiversar, enlodar y dar versiones distintas de temas que se presentan de forma distinta a como sucedieron; una de las formas de las que se valen estos manipuladores de la Historia a los que una ley que ya debieran de haber derogado los del PP hace tiempo, la de la Memoria Histórica; consiguen que se cree un clima de rechazo a cualquier tipo de información, enseñanza o exposición que les llegue del resto de España que signifique una crítica a tales sistemas de adoctrinamiento.

Resulta difícil y casi pedir un acto heroico, el pedirles a quienes trabajan en una empresa en la que una parte importante de compañeros, sus jefes y directivos o incluso clientes tienen arraigado el sentimiento catalanista declarase opuesto al separatismo. Incluso es corriente que, dentro de las mismas familias, los haya que piensen distinto respecto a este tema. En ocasiones los aspirantes a un trabajo deben mentir y comprometerse a hablar en catalán o a escribir en esta lengua para conseguir el empleo. En una parte de España en la que se ha venido permitiendo, contra lo que dice nuestra Constitución, que se pueda rotular en castellano, sin que desde el Gobierno se hayan actuado para evitar semejante discriminación o en las escuelas no se enseñe en castellano a pesar de las numerosas sentencias de los tribunales en las que se ha declarado este derecho. En ocasiones la presión de los padres catalanistas ha obligado a abandonar centros docentes por el aislamiento al que han sido sometidos por sus compañeros catalanistas.

Por supuesto que este no ha sido mi caso que no he dudado en mostrar, públicamente, mi disconformidad con esta imposición mediante la cual se intenta chantajear a cualquiera que no se deje impresionar por esta forma de dictadura que se ha venido utilizando para acabar, o intentarlo, con cualquier resistencia a integrarse en este separatismo excluyente. Sin embargo, por absurdo que pueda parecer, ahora estamos sufriendo la dejadez, falta de valentía o ignorancia culpable por parte de nuestros gobernante y partidos de la oposición que siempre han tratado el problema catalán como si estuviera contagiado de lepra, intentando dejarlo de lado y pasar mirando de perfil por los sucesivos incumplimientos que, con la mayor cara dura y desprecio por la legalidad, han ido llevando a cabo los separatistas, convencidos de que quienes estaban obligados a actuar para poner las cosas en su sitio, preferían mirar hacia otro lado antes de enfrentarse directamente con una cuestión tan espinosa. Es cierto que, ahora, en momentos en los que se puede decir que la suerte está echada, ya el lamentarse es inútil y sólo podemos confiar en que, en esta ocasión, el Gobierno se muestre firme, haga lo que le corresponde y tome las medidas adecuadas, por duras que sean y por incómodas que le puedan resultar, para acabar con un brote de secesión de la magnitud que muestra la evidente insumisión y rebeldía de esta masa fanatizada que pretenden acabar con nuestra nación.

Y aquí llega el momento de pedir que todos los que representen algo en nuestro país; todos lo que tengan encomendada una responsabilidad de velar por los intereses del país y de sus ciudadanos, se dejen de utilizar frases diplomática, abjuren de intentar dorarnos la píldora, asuman su deber para con la patria y sin andarse con rodeos, se manifiesten con toda claridad en contra de cualquier tolerancia o lenidad con el secesionismo catalán y dejen claro que la fuerza del Estado de Derecho pondrá todos los medios necesarios para aplastar de una vez a aquellos que no han tenido miramiento alguno en desobedecer la Constitución y en desafiar a todos los españoles del resto de España.

Al jefe del Estado, en su calidad de jefe supremo de las fuerzas armadas, ya le ha llegado el momento de que, como ya hizo Rajoy, aparezca ante los españoles para hablar, sin tapujos ni concesiones a la galería, de la rebeldía catalana, de sus consecuencias y de la necesidad de que, aquellos que se han lanzado, sin contemplaciones, a enfrentarse con la legalidad, intentando imponer una separación en contra de la unidad de España, asuman sus responsabilidades ante los tribunales de Justicia de nuestra nación. Si se goza del privilegio de ser la máxima autoridad de un país, también es necesario que, llegados momentos como el que estamos padeciendo, tenga la valentía y decisión que se debe exigirle a aquella persona de la que depende la unidad de la nación. En caso contrario, se nos deberá explicar a los españoles para que sirve el mantener un sistema monárquico parlamentario, si sólo se trata de mantener una figura decorativa que, ni tan siquiera, es útil para enfrentarse a situaciones como esta de la rebelión de Cataluña.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, es como, siguiendo nuestra costumbre de llamar “al pan, pan y al vino, vino”, sin querer otra cosa que poder exponer, libremente, nuestra opinión en virtud de esta libertad de expresión que concede a los españoles nuestra Carta Magna, como residente en la comunidad catalana y en mi calidad de ciudadano español, reclamo para los que queremos seguir siéndolo, que el Estado español se preocupe de garantizarnos el poder seguir perteneciendo a la gran nación española aunque, por circunstancias de la vida, tengamos que seguir viviendo en este gran país que es Cataluña, si no fuera por algunos fanáticos que intentan llevarla a la ruina convirtiéndola en una simple rémora con pretensiones de pegarse a la panza de Europa, sólo que, la “doctrina Prodi”, se lo va a impedir.

Procede una declaración institucional del Rey sobre Cataluña

La mitad de la población de Cataluña no quiere la independencia ¿pueden unos fascistas totalitarios y revolucionarios obligarla a ello?
Miguel Massanet
miércoles, 27 de septiembre de 2017, 07:56 h (CET)
Hace unos días el presidente del gobierno, don Mariano Rajoy, salió por TV para hablar sobre el tema del independentismo catalán, dejando clara la postura del Ejecutivo respecto al desafío del secesionismo encabezado por Puigdemont y por todos los secuaces de los partidos separatistas que pretenden que España se arrodille ante ellos y ceda a sus exigencias de que se les permita crear una nación independiente en la autonomía catalana. ¿No debería hacer lo mismo Felipe VI?

En Cataluña hay muchas personas que se consideran, antes que catalanas, españolas y, a pesar de albergar estos sentimientos, están atenazadas por determinadas ligazones de índole social que les impide exteriorizar su patriotismo. En ocasiones hemos tenido ocasión de escuchar, en tertulias en radios y TV, que se les recrimina por no haber dicho públicamente que quieren que se les deje ser españoles, ondear la insignia nacional y poder manifestarse libremente como defensores de España y de la unidad de Cataluña con ella. La realidad es que no es fácil, en esta parte de la nación española, aunque parezca difícil de entender, mostrarse contrario a esta idea revolucionaria que, aunque no es compartida por toda la ciudadanía catalana, si lo es por una juventud adoctrinada desde las escuelas en este odio hacia España y los españoles y por generaciones de mayores que han sido sometidas a un práctico e intenso lavado de cerebro, mediante el empleo de técnicas, que también usan los comunistas, en las que el uso de métodos como el mentir, engañar, tergiversar, enlodar y dar versiones distintas de temas que se presentan de forma distinta a como sucedieron; una de las formas de las que se valen estos manipuladores de la Historia a los que una ley que ya debieran de haber derogado los del PP hace tiempo, la de la Memoria Histórica; consiguen que se cree un clima de rechazo a cualquier tipo de información, enseñanza o exposición que les llegue del resto de España que signifique una crítica a tales sistemas de adoctrinamiento.

Resulta difícil y casi pedir un acto heroico, el pedirles a quienes trabajan en una empresa en la que una parte importante de compañeros, sus jefes y directivos o incluso clientes tienen arraigado el sentimiento catalanista declarase opuesto al separatismo. Incluso es corriente que, dentro de las mismas familias, los haya que piensen distinto respecto a este tema. En ocasiones los aspirantes a un trabajo deben mentir y comprometerse a hablar en catalán o a escribir en esta lengua para conseguir el empleo. En una parte de España en la que se ha venido permitiendo, contra lo que dice nuestra Constitución, que se pueda rotular en castellano, sin que desde el Gobierno se hayan actuado para evitar semejante discriminación o en las escuelas no se enseñe en castellano a pesar de las numerosas sentencias de los tribunales en las que se ha declarado este derecho. En ocasiones la presión de los padres catalanistas ha obligado a abandonar centros docentes por el aislamiento al que han sido sometidos por sus compañeros catalanistas.

Por supuesto que este no ha sido mi caso que no he dudado en mostrar, públicamente, mi disconformidad con esta imposición mediante la cual se intenta chantajear a cualquiera que no se deje impresionar por esta forma de dictadura que se ha venido utilizando para acabar, o intentarlo, con cualquier resistencia a integrarse en este separatismo excluyente. Sin embargo, por absurdo que pueda parecer, ahora estamos sufriendo la dejadez, falta de valentía o ignorancia culpable por parte de nuestros gobernante y partidos de la oposición que siempre han tratado el problema catalán como si estuviera contagiado de lepra, intentando dejarlo de lado y pasar mirando de perfil por los sucesivos incumplimientos que, con la mayor cara dura y desprecio por la legalidad, han ido llevando a cabo los separatistas, convencidos de que quienes estaban obligados a actuar para poner las cosas en su sitio, preferían mirar hacia otro lado antes de enfrentarse directamente con una cuestión tan espinosa. Es cierto que, ahora, en momentos en los que se puede decir que la suerte está echada, ya el lamentarse es inútil y sólo podemos confiar en que, en esta ocasión, el Gobierno se muestre firme, haga lo que le corresponde y tome las medidas adecuadas, por duras que sean y por incómodas que le puedan resultar, para acabar con un brote de secesión de la magnitud que muestra la evidente insumisión y rebeldía de esta masa fanatizada que pretenden acabar con nuestra nación.

Y aquí llega el momento de pedir que todos los que representen algo en nuestro país; todos lo que tengan encomendada una responsabilidad de velar por los intereses del país y de sus ciudadanos, se dejen de utilizar frases diplomática, abjuren de intentar dorarnos la píldora, asuman su deber para con la patria y sin andarse con rodeos, se manifiesten con toda claridad en contra de cualquier tolerancia o lenidad con el secesionismo catalán y dejen claro que la fuerza del Estado de Derecho pondrá todos los medios necesarios para aplastar de una vez a aquellos que no han tenido miramiento alguno en desobedecer la Constitución y en desafiar a todos los españoles del resto de España.

Al jefe del Estado, en su calidad de jefe supremo de las fuerzas armadas, ya le ha llegado el momento de que, como ya hizo Rajoy, aparezca ante los españoles para hablar, sin tapujos ni concesiones a la galería, de la rebeldía catalana, de sus consecuencias y de la necesidad de que, aquellos que se han lanzado, sin contemplaciones, a enfrentarse con la legalidad, intentando imponer una separación en contra de la unidad de España, asuman sus responsabilidades ante los tribunales de Justicia de nuestra nación. Si se goza del privilegio de ser la máxima autoridad de un país, también es necesario que, llegados momentos como el que estamos padeciendo, tenga la valentía y decisión que se debe exigirle a aquella persona de la que depende la unidad de la nación. En caso contrario, se nos deberá explicar a los españoles para que sirve el mantener un sistema monárquico parlamentario, si sólo se trata de mantener una figura decorativa que, ni tan siquiera, es útil para enfrentarse a situaciones como esta de la rebelión de Cataluña.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, es como, siguiendo nuestra costumbre de llamar “al pan, pan y al vino, vino”, sin querer otra cosa que poder exponer, libremente, nuestra opinión en virtud de esta libertad de expresión que concede a los españoles nuestra Carta Magna, como residente en la comunidad catalana y en mi calidad de ciudadano español, reclamo para los que queremos seguir siéndolo, que el Estado español se preocupe de garantizarnos el poder seguir perteneciendo a la gran nación española aunque, por circunstancias de la vida, tengamos que seguir viviendo en este gran país que es Cataluña, si no fuera por algunos fanáticos que intentan llevarla a la ruina convirtiéndola en una simple rémora con pretensiones de pegarse a la panza de Europa, sólo que, la “doctrina Prodi”, se lo va a impedir.

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