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Que muchos españoles consideren normal o anecdótica la pitada al himno en la final de Copa da idea del avanzado estado de putrefacción en que se halla este país

España, entre la pena y el asco

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Dejaré claro desde el principio que soy de los que disfrutan como un enano cada vez que en un estadio de fútbol el Barça hace morder el polvo al Madrid. Dicho lo cual, insisto en lo anunciado en el subtítulo: la macropitada reincidente de la final copera reviste una extraordinaria gravedad. Mejor dicho, lo auténticamente grave no es que unos cuantos miles de paletos silben al himno nacional, sino que tal incidente no tenga consecuencia alguna. Y aún más grave resulta el hecho de que numerosos españoles vean en esa pitada un sano ejercicio de libertad de expresión.

No sé de ningún otro país del mundo donde en un acto presidido por el jefe del Estado se pite al himno nacional y todo continúe con absoluta normalidad. Pero claro, “Spain is different”. Es aquí donde cada día se enaltece a disminuidos mentales de moral inexistente, o donde cualquier cretino puede llegar a presidente del gobierno y ser alegremente reelegido cuatro años después...

Aquí, al parecer, la bandera, el escudo y el himno sólo representan a media nación. La otra media los detesta o se avergüenza de ellos. Y resulta más preocupante lo segundo que lo primero. Al fin y al cabo, que los independentistas odien los símbolos del país que supuestamente les oprime parece normal. Pero no lo es, se mire por donde se mire, que buena parte de la población huya de esos símbolos como de la peste. Estos son los que te espetan lo de “facha” a las primeras de cambio. Si sorprenden a Rosa Díez clamando por la unidad del Estado, a Pérez-Reverte escribiendo sobre los Tercios de Flandes, o a Sánchez Dragó defendiendo el correcto uso del español, pronto afirmarán, sin que les tiemble la voz, que esos carcas están más escorados a la derecha que Blas Piñar.

Y es que, casi cuarenta años después, los muy idiotas siguen confundiendo España con franquismo. ¿Es que acaso la rojigualda, con el único paréntesis de la II República, no ha sido desde el XVIII nuestra bandera? ¿Es que haber vivido una larga dictadura, haber sufrido una guerra fratricida y haber estado al borde del estalinismo no ha servido para nada? ¿Es que entre el 75 y el 82 en este puñetero país no se construyó nada que mereciese la pena?

Pero volvamos al infame acontecimiento deportivo. Cierto es que la presidenta madrileña suele pecar de bocazas y de pisadora de charcos. Tan cierto como que no son pocas las ocasiones en que discrepo profundamente de lo que dice. Pero he de reconocer que esta vez tenía más razón que un santo. Lo que dijo es de puro sentido común. Es más, en cualquier país normal ningún político habría afirmado tal cosa por considerarla una completa obviedad. Pues bien, en nuestra querida España no sólo no se ha tratado como una obviedad, sino que muchos se han apresurado a tacharla de locura o estupidez. Pues que sepan que para loco y estúpido ya está este maldito país nuestro, que cada día que pasa no sé si me da más pena o más asco.

España, entre la pena y el asco

Que muchos españoles consideren normal o anecdótica la pitada al himno en la final de Copa da idea del avanzado estado de putrefacción en que se halla este país
Carlos Salas González
lunes, 28 de mayo de 2012, 07:09 h (CET)
Dejaré claro desde el principio que soy de los que disfrutan como un enano cada vez que en un estadio de fútbol el Barça hace morder el polvo al Madrid. Dicho lo cual, insisto en lo anunciado en el subtítulo: la macropitada reincidente de la final copera reviste una extraordinaria gravedad. Mejor dicho, lo auténticamente grave no es que unos cuantos miles de paletos silben al himno nacional, sino que tal incidente no tenga consecuencia alguna. Y aún más grave resulta el hecho de que numerosos españoles vean en esa pitada un sano ejercicio de libertad de expresión.

No sé de ningún otro país del mundo donde en un acto presidido por el jefe del Estado se pite al himno nacional y todo continúe con absoluta normalidad. Pero claro, “Spain is different”. Es aquí donde cada día se enaltece a disminuidos mentales de moral inexistente, o donde cualquier cretino puede llegar a presidente del gobierno y ser alegremente reelegido cuatro años después...

Aquí, al parecer, la bandera, el escudo y el himno sólo representan a media nación. La otra media los detesta o se avergüenza de ellos. Y resulta más preocupante lo segundo que lo primero. Al fin y al cabo, que los independentistas odien los símbolos del país que supuestamente les oprime parece normal. Pero no lo es, se mire por donde se mire, que buena parte de la población huya de esos símbolos como de la peste. Estos son los que te espetan lo de “facha” a las primeras de cambio. Si sorprenden a Rosa Díez clamando por la unidad del Estado, a Pérez-Reverte escribiendo sobre los Tercios de Flandes, o a Sánchez Dragó defendiendo el correcto uso del español, pronto afirmarán, sin que les tiemble la voz, que esos carcas están más escorados a la derecha que Blas Piñar.

Y es que, casi cuarenta años después, los muy idiotas siguen confundiendo España con franquismo. ¿Es que acaso la rojigualda, con el único paréntesis de la II República, no ha sido desde el XVIII nuestra bandera? ¿Es que haber vivido una larga dictadura, haber sufrido una guerra fratricida y haber estado al borde del estalinismo no ha servido para nada? ¿Es que entre el 75 y el 82 en este puñetero país no se construyó nada que mereciese la pena?

Pero volvamos al infame acontecimiento deportivo. Cierto es que la presidenta madrileña suele pecar de bocazas y de pisadora de charcos. Tan cierto como que no son pocas las ocasiones en que discrepo profundamente de lo que dice. Pero he de reconocer que esta vez tenía más razón que un santo. Lo que dijo es de puro sentido común. Es más, en cualquier país normal ningún político habría afirmado tal cosa por considerarla una completa obviedad. Pues bien, en nuestra querida España no sólo no se ha tratado como una obviedad, sino que muchos se han apresurado a tacharla de locura o estupidez. Pues que sepan que para loco y estúpido ya está este maldito país nuestro, que cada día que pasa no sé si me da más pena o más asco.

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