Verán ustedes, cuando uno llega a esta etapa de la vida en la que se tiene la rara la percepción de que, amanecer y
sentirse vivo, es como recibir un verdadero regalo de la naturaleza y, si además, tiene la suerte de contemplar
plácidamente, desde la ventana de la alcoba, la vegetación del monte y la frondosidad de los árboles donde,
posados en sus ramas, los pájaros se desgañitan trinando, a modo de requiebro, para anunciarse a las hembras
enceladas, mientras la estridente chillería de las hambrientas crías sirven de acicate a sus padres para levantar el
vuelo en busca de alimentos con que saciarlas; constituye un placer difícilmente superable para cualquiera que
tenga la sensibilidad para apreciar las maravillas de la creación. Es cuando a uno le entra esta morriña en el cuerpo
que nos hace flotar en el tiempo, mientras rememoramos tiempos pasados, relaciones perdidas e imágenes, en
ocasiones desenfocadas por la pátina de los años, de aquellos seres a los que echamos de menos y que, durante un
tiempo, formaron parte de nuestro entorno, convivieron con nosotros y fueron merecedores de nuestra atención y
sentimientos. Son momentos en los que quisiéramos que la rutina de la vida no nos apremiase, para poder
prolongarlos y dejarnos mecer suavemente en aquel mundo onírico en el que, los recuerdos de antaño, nos hacen
olvidar la realidad en la que, el transcurso de los años, ha acabado por situarnos. Sentimos como si hubiéramos
perdido demasiado tiempo en cuestiones banales y preocupaciones sin sentido; un tiempo que ahora, en pleno
ocaso de nuestra existencia, quisiéramos poder prolongar, reviviendo y gozando de estas sensaciones reconfortantes
que nos proporciona esta naturaleza que, con una cierta impaciencia, nos viene reclamando que regresemos a su
seno.
Sé que no debiera de haberlo hecho y que me he expuesto a que se me tache, con sobrada razón, de cursi, pero
puede ser que, puede alegar en mi descargo, la situación en la que nos han situado los políticos, la gran estafa con
la que nos están castigando, precisamente cuando gozábamos de aquella paz y sosiego que los mayores creemos
merecer después de tantos años de trabajo, inquietudes, decepciones, pérdidas y achaques a los que tuvimos que
enfrentarnos para que, finalmente nos llegara este tiempo de descanso. Una merecida tranquilidad que parece que
se nos va a hurtar si nos molestamos en contemplar la situación del mundo y, en especial, este especial momento en
el que, en esta tierra en la que nos encontramos, parece que se ha perdido el significado de la moderación; el, tantas
veces ponderado, “seny” catalán; el sentido común y la solidaridad hacia el resto de ciudadanos españoles, para
caer en los brazos del odio, el extremismo fanático, la intolerancia y, desgraciadamente, los efectos de un
adoctrinamiento subversivo, que ha calado hondo en una parte importante de la ciudadanía catalana, que se hecho
hermética a cualquier razonamiento, consideración o lógica que le hubiera permitido analizar la realidad y darse
cuenta de que, seguir por el camino que se han trazado no les va a llevar más que a la ruina y, con ello, a verse
abocados a aceptar una situación, como les ha ocurrido a los griegos, bajo la égida de Psypras, en la que la CE les
ha obligado a bajarse las pensiones, aumentar de una manera exagerada los impuestos, amén de seguir pagando, a
precio de oro, la deuda que vienen arrastrando desde hace años. El señor Psipras, un colega político de P. Iglesias,
les había prometido hacer claudicar a Europa, no pagar la deuda y hacer pasar por el aro a sus acreedores los
bancos, entre ellos: el BCE y el Fondo Monetario Internacional. Ahora pagan las consecuencias de su error.
Si recordamos aquella pintura expresionista plasmada en varios de los lienzos del pintor Edvard Munch, que fue
bautizada como “El grito”; aquella expresión de desespero, de suma agonía que, aquella estilizada persona, trasmite
a cualquiera que se entretenga en admirar aquel cuadro, nos hace recordar momentos de nuestra historia, en
términos geológicos cercana, ya que todavía quedamos quienes estuvimos, durante aquellos años de la Guerra Civil
española, en la que vimos, en muchos conciudadanos, expresiones de pánico parecidas, motivadas por los avatares
de la contienda. Por mucho que quisiéramos olvidarnos de aquellos años de tribulaciones y miseria, nos resulta
imposible; como nos lo resulta no establecer comparaciones entre aquellos años de nuestra niñez durante los cuales
los españoles, hermanos contra hermanos, se mataban los unos a los otros en una contienda fratricida en la que, a
diferencia de lo que sucede en los que luchan con naciones extranjeras, el odio era personal, salvaje y motivado por
el hecho de que, en ambos bandos en lucha, los soldados tenían parientes que habían sido masacrados, torturados,
encarcelados en las retaguardias en poder del bando contrario. Hubo ensañamiento y hubo venganza; de lo que se
dedujo, a pesar de los años transcurridos desde el final de aquella guerra, el hecho incontestable de que, las
consecuencias de aquellos acontecimientos hayan sido guardadas en la memoria de aquellos que fueron
perjudicados y víctimas de aquellas situaciones propias de toda guerra civil; quienes, a su vez, trasmitieron aquellos
odios y rencores a las sucesivas generaciones que les siguieron, hasta nuestros días.
Lo que está sucediendo en Cataluña, en la actualidad, se puede decir que es una especie de meltingpot en el que se
han combinado una serie de sentimientos, unos heredados de antaño y otros hábilmente manipulados por políticos
catalanes, que han encontrado el medio de llevar a cabo sus objetivos de reimplantar, en los catalanes, aquellas
ideas que, a través de los años y como consecuencia de los acontecimientos del 11 de septiembre de 1714, cuando
fue derrotado Rafael Casanova y sus huestes por los soldados del candidato al trono de España, Felipe V, les han
servido para mantener la antorcha del nacionalismo encendida. Si a ello añadimos las pretensiones de los
comunistas bolivarianos y de su franquicia en Barcelona, En Comú, de la señora Ada Colau, siempre al acecho de
cualquier situación en la que puedan crear caos, enfrentamientos o destrozos (sabedores de que los señores del
PDEcat, la antigua Convergencia, están en horas bajas y que sus pronósticos, en el caso de concurrir a una nuevas
elecciones, iban a quedar reducidos, con toda probabilidad, a la opción de ocupar un cuarto puesto entre los
partidos catalanes que concurrieran a las mismas quedando los restantes para ERC, Podemos y los beneficiados de
la caída del PP, los Ciudadanos del señor Rivera) veremos que la situación no resulta sencilla.
Todo ello no quita que, los acontecimientos que puedan tener lugar hasta el día 1º de Octubre, no puedan ser lo
suficientemente preocupantes para que aquellos que viven en Cataluña, que siguen siendo españoles, aunque
catalanes, y que, en estos momentos, se sienten en una situación comprometida ante esta lucha de legalidades entre
las que se van a ver forzados a elegir, no por lo que puedan resultar de dudas sobre ellas, algo que está clarísimo
que no tiene discusión alguna, cuando la única opción válida es atenerse a la legalidad constitucional. Ello no
obstante, esto no priva de que se produzcan actos de presión para que se acuda a votar; se lancen amenazas tanto de
los separatistas como de los comunistas aliados a ellos; se intente coaccionar o chantajear con advertencias sobre
posibles represalias o venganzas, en fin que no va a ser plato de buen gusto el verse enfrentado a personas con las
que se convive cada día, en general buenas personas en su comportamiento cotidiano, sabiendo que ( algunos ya lo
hemos notado con la ausencia de personas con las que se tenía contactos prácticamente a diario, que han dejado de
acudir) es muy posible que lo que suceda respecto a este proyecto absurdo de consulta por el derecho a decidir, se
produzcan rupturas, alejamientos y amistades truncadas, algo que se hubiera podido evitar si estas medidas que
ahora se verá obligado a tomar el Estado para atajar el avance separatista, se hubieran tomado, seguramente con
efectos menos traumáticos, durante los primeros momentos en los que, el señor Mas, lanzó su amenaza, después de
su derrota en las municipales, en las que su partido Convergencia perdió 12 escaños.
Esperamos que, al menos, se haga lo que se deba hacer y no le tiemblen las manos al Ejecutivo, cuando se trate de
poner remedio a esta situación de desafío y desobediencia al Estado de Derecho por parte de una serie de
prevaricadores que, formando parte de las a autoridades que juraron su cargo en nombre de la Constitución
española, para ocupar los puestos oficiales que están ostentando, no han tenido el más mínimo escrúpulo en romper
su juramente para enfrentarse al legítimo gobierno de la nación y, de paso, empezar a crear, con los dineros que
reciben del Estado, un proyecto en paralelo de instituciones catalanas preparadas para que, en cuanto se declarara la
independencia de Cataluña, empezar a funcionar en sustitución de las actuales instituciones estatales, como
Hacienda o la Justicia, por “funcionarios” que ya tiene reclutados ( unos 700) en previsión de que se llegara a
producir la ruptura a la que aspiran.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos convencidos de que, por una vez, el
señor Rajoy va a hacer honor a las palabras que, últimamente, ha pronunciado y va a evitar, con los medios
necesarios, que esta ruptura con la que nos amenazan los separatistas catalanes, tenga lugar y que, los culpables de
que se haya producido esta situación que ha repercutido en todas las naciones del mundo y, especialmente, en
nuestro entorno europeo; reciban el castigo que, para este tipo de delitos están previstos en nuestro Código Penal.
Los que existen para el caso de que, la unidad de nuestra patria, haya sido puesta en peligro. No quisiéramos que,
una vez más, los trapicheos políticos, los acuerdos secretos o las conveniencias partidistas, volvieran a alterar las
lógicas consecuencias que debiera tener un asalto al poder, como el que nos tienen preparados los secesionistas
catalanes. Sería un error garrafal.