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La obra del gobierno revolucionario febrerista se revela en los decretos del legendario guerrero y político paraguayo Rafael Franco

Rafael Franco y Febrero a través de sus decretos

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Este miércoles 23 de mayo, en el Rectorado de la Universidad Nacional de Asunción, se presentará el libro “Decretos y Obras del gobierno Febrerista”, idea y trabajo original del Doctor Juan Stefanich Irala, retomada contemporáneamente por Rafael Luis Franco.

Pocos gobiernos en la historia paraguaya han encendido tantas polémicas como el que encabezara este hombre magnífico, al decir de Juan G. Granada, nacido en Asunción el 22 de octubre de 1896, y que ya en 1928 había sido el responsable de la expulsión de los bolivianos del Fortín Vanguardia, incidente que estuvo a punto de adelantar la guerra paraguayo-boliviana que estallaría en 1932.

Rafael Franco había liderado las más exitosas operaciones paraguayas en la guerra, entre ellas, el sorpresivo rompimiento de frente que precipitó la victoria paraguaya en Campo Vía.

Los altos mandos de Bolivia dieron entonces a la guerra por perdida y las pretensiones bolivianas pudieron haber sido definitivamente neutralizadas tras esta acción de no ser porque el gobierno de Eusebio Ayala –abogado de la International Products Corporation y que en palabras del historiador Alfredo Seiferheld “aparecía así con todas las características del financiero expoliador al servicio del capital foráneo”- ofreció al adversario de entonces un misterioso e inexplicable armisticio.

Luego de la guerra, atemorizada por el gran prestigio de Franco, la oligarquía paternalista liberal lo había reducido a prisión y expulsado del país por “comunista”, aunque hoy sus herederos ideológicos con frecuencia intentan endilgarle el mote de fascista.

Deportado en Argentina, el 6 de febrero de 1936 Franco daba a conocer un premonitorio manifiesto desde el exilio en que advertía no ser culpable de que “el pueblo sin distingo, el auténtico pueblo paraguayo, no el de logreros y emboscados, alzase mi nombre de jefe y de ciudadano como bandera nacional”.  Dos días antes, el Ministerio de Defensa del gobierno liberal había hecho conocer un comunicado indicando respecto a Franco y otros oficiales que “contra estos jefes existen presunciones fundadas de estar en contacto o en connivencia con elementos subversivos a su vez instigados y apoyados por organizaciones soviéticas”.

Tras su regreso al país para ocupar el sillón presidencial, en medio del júbilo popular y el respaldo unánime de la oficialidad victoriosa del Chaco, Franco se revelaría como fiel intérprete del mejor linaje nacional y popular del Paraguay.

Por decreto número 66 del primero de marzo de 1936, la revolución febrerista reivindicó históricamente la figura de Francisco Solano López, desafiando a los países “tutores” del Paraguay, Argentina y Brasil, que habían confinado al Paraguay bajo el dominio neocolonial inglés y alimentado, respecto a López, la leyenda negra del “bárbaro tirano”.  “La tarea de reconstrucción nacional-decía el decreto- conlleva antes que nada un fenómeno moral que debe tener su etapa propia”.

Decidio a plantear un cambio real de estructuras, el gobierno creó el ministerio de Agricultura enarbolando la bandera que “La tierra es de quien la trabaja” y que se explotará la tierra y no al  hombre.  Se creó también el ministerio de Salud Pública, el Departamento de Salubridad Rural y la Caja de Previsión.  Se organizaron granjas y chacras militares, estancias fiscales y un obraje del estado en Fuerte Olimpo.

Se inició la expropiación de terratenientes, fundándose nuevos puertos y pueblos, se establecieron escuelas en los centros de explotación rural: fábricas de tanino, obrajes y yerbales.  Como en tiempos de los López se asignó a la educación una función económica: se crearon universidades populares “Hernán Velilla” en Asunción y Villarrica, escuelas agrícolas regionales en todo el país y la escuela nacional de agricultura de nivel secundario.  En materia universitaria el gobierno febrerista fundó las Facultades de Odontología y de Economía. Surgieron escuelas primarias, de artes y oficios, colegios secundarios.

Se creó también la Marina Mercante del Estado y el Departamento Nacional del Trabajo. Este último estableció por primera vez en la historia paraguaya la jornada de ocho horas, la libertad de sindicalización obrera, el descanso dominical, la libertad de organizar cooperativas obreras y consagró el derecho del obrero a la instrucción técnia profesional y a la instrucción en general.

Se obligó a las grandes empresas a pagar a sus obreros con dinero en efectivo, práctica que era hasta entonces prácticamente desconocida.

Se creó también un programa de repatriación de paraguayos exiliados y por decreto número 551 del 30 de marzo de 1936 se creó una escuela de enseñanza primaria musical y la “Orquesta Folclórica Guaraní” bajo la dirección de José Asunción Flores.

La revolución llegaría más lejos: los puertos de Sastre, Guaraní y Casado que eran feudos extranjeros fueron abiertos y se intentó su reintegración al patrimonio nacional.

En lo que respecta al petróleo, uno de los detonantes de la guerra entre Paraguay y Bolivia, el gobierno de Franco declaró que “El estado nacionalizará todo yacimiento petrolífero que llegue a ubicarse dentro de su dominio terroritorial y lo explotará directamente sin la intervención directa ni indirecta de ninguna empresa extranjera”.

En momentos en que el Paraguay se encuentra desorientado, abatido por el escepticismo ante las perspectivas de cambio fracasadas, más que nunca resultará fructífera la meditación sobre los decretos y obras del gobierno febrerista, tantas veces menoscabados por los voceros de la reacción.

Como advirtiera el pensador Juan Bautista Alberdi, entre el pasado y el presente la filiación es tan estrecha que juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente.  Y nada mejor para pervertir la política que falsificar el sentido de la historia.

Rafael Franco y Febrero a través de sus decretos

La obra del gobierno revolucionario febrerista se revela en los decretos del legendario guerrero y político paraguayo Rafael Franco
Luis Agüero Wagner
viernes, 18 de mayo de 2012, 07:25 h (CET)
Este miércoles 23 de mayo, en el Rectorado de la Universidad Nacional de Asunción, se presentará el libro “Decretos y Obras del gobierno Febrerista”, idea y trabajo original del Doctor Juan Stefanich Irala, retomada contemporáneamente por Rafael Luis Franco.

Pocos gobiernos en la historia paraguaya han encendido tantas polémicas como el que encabezara este hombre magnífico, al decir de Juan G. Granada, nacido en Asunción el 22 de octubre de 1896, y que ya en 1928 había sido el responsable de la expulsión de los bolivianos del Fortín Vanguardia, incidente que estuvo a punto de adelantar la guerra paraguayo-boliviana que estallaría en 1932.

Rafael Franco había liderado las más exitosas operaciones paraguayas en la guerra, entre ellas, el sorpresivo rompimiento de frente que precipitó la victoria paraguaya en Campo Vía.

Los altos mandos de Bolivia dieron entonces a la guerra por perdida y las pretensiones bolivianas pudieron haber sido definitivamente neutralizadas tras esta acción de no ser porque el gobierno de Eusebio Ayala –abogado de la International Products Corporation y que en palabras del historiador Alfredo Seiferheld “aparecía así con todas las características del financiero expoliador al servicio del capital foráneo”- ofreció al adversario de entonces un misterioso e inexplicable armisticio.

Luego de la guerra, atemorizada por el gran prestigio de Franco, la oligarquía paternalista liberal lo había reducido a prisión y expulsado del país por “comunista”, aunque hoy sus herederos ideológicos con frecuencia intentan endilgarle el mote de fascista.

Deportado en Argentina, el 6 de febrero de 1936 Franco daba a conocer un premonitorio manifiesto desde el exilio en que advertía no ser culpable de que “el pueblo sin distingo, el auténtico pueblo paraguayo, no el de logreros y emboscados, alzase mi nombre de jefe y de ciudadano como bandera nacional”.  Dos días antes, el Ministerio de Defensa del gobierno liberal había hecho conocer un comunicado indicando respecto a Franco y otros oficiales que “contra estos jefes existen presunciones fundadas de estar en contacto o en connivencia con elementos subversivos a su vez instigados y apoyados por organizaciones soviéticas”.

Tras su regreso al país para ocupar el sillón presidencial, en medio del júbilo popular y el respaldo unánime de la oficialidad victoriosa del Chaco, Franco se revelaría como fiel intérprete del mejor linaje nacional y popular del Paraguay.

Por decreto número 66 del primero de marzo de 1936, la revolución febrerista reivindicó históricamente la figura de Francisco Solano López, desafiando a los países “tutores” del Paraguay, Argentina y Brasil, que habían confinado al Paraguay bajo el dominio neocolonial inglés y alimentado, respecto a López, la leyenda negra del “bárbaro tirano”.  “La tarea de reconstrucción nacional-decía el decreto- conlleva antes que nada un fenómeno moral que debe tener su etapa propia”.

Decidio a plantear un cambio real de estructuras, el gobierno creó el ministerio de Agricultura enarbolando la bandera que “La tierra es de quien la trabaja” y que se explotará la tierra y no al  hombre.  Se creó también el ministerio de Salud Pública, el Departamento de Salubridad Rural y la Caja de Previsión.  Se organizaron granjas y chacras militares, estancias fiscales y un obraje del estado en Fuerte Olimpo.

Se inició la expropiación de terratenientes, fundándose nuevos puertos y pueblos, se establecieron escuelas en los centros de explotación rural: fábricas de tanino, obrajes y yerbales.  Como en tiempos de los López se asignó a la educación una función económica: se crearon universidades populares “Hernán Velilla” en Asunción y Villarrica, escuelas agrícolas regionales en todo el país y la escuela nacional de agricultura de nivel secundario.  En materia universitaria el gobierno febrerista fundó las Facultades de Odontología y de Economía. Surgieron escuelas primarias, de artes y oficios, colegios secundarios.

Se creó también la Marina Mercante del Estado y el Departamento Nacional del Trabajo. Este último estableció por primera vez en la historia paraguaya la jornada de ocho horas, la libertad de sindicalización obrera, el descanso dominical, la libertad de organizar cooperativas obreras y consagró el derecho del obrero a la instrucción técnia profesional y a la instrucción en general.

Se obligó a las grandes empresas a pagar a sus obreros con dinero en efectivo, práctica que era hasta entonces prácticamente desconocida.

Se creó también un programa de repatriación de paraguayos exiliados y por decreto número 551 del 30 de marzo de 1936 se creó una escuela de enseñanza primaria musical y la “Orquesta Folclórica Guaraní” bajo la dirección de José Asunción Flores.

La revolución llegaría más lejos: los puertos de Sastre, Guaraní y Casado que eran feudos extranjeros fueron abiertos y se intentó su reintegración al patrimonio nacional.

En lo que respecta al petróleo, uno de los detonantes de la guerra entre Paraguay y Bolivia, el gobierno de Franco declaró que “El estado nacionalizará todo yacimiento petrolífero que llegue a ubicarse dentro de su dominio terroritorial y lo explotará directamente sin la intervención directa ni indirecta de ninguna empresa extranjera”.

En momentos en que el Paraguay se encuentra desorientado, abatido por el escepticismo ante las perspectivas de cambio fracasadas, más que nunca resultará fructífera la meditación sobre los decretos y obras del gobierno febrerista, tantas veces menoscabados por los voceros de la reacción.

Como advirtiera el pensador Juan Bautista Alberdi, entre el pasado y el presente la filiación es tan estrecha que juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente.  Y nada mejor para pervertir la política que falsificar el sentido de la historia.

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