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Opinión
Etiquetas | Internacional | Argentina | EEUU
Estados Unidos continúa desplegando su política de ocupación territorial y fiscalización política en la región sudamericana. Para ello se sirve tanto de la eficiencia rapaz del Comando Sur, como del servilismo vergonzante de funcionarios locales

Ustedes serán bienvenidos

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Si algo caracteriza la autonomía de una nación, es la de tener soberanía sobre su territorio. Algo de eso reclamaban los ciudadanos de Resistencia, Chaco, que se movilizaron en repudio a la instalación de una base de control y monitoreo a cargo del Comando Sur de los Estados Unidos. Por supuesto que los motivos declarados oficialmente no fueron los de “control y monitoreo”, y ni siquiera bajo el nombre de Comando Sur se presentaron los servicios prestados.

Los objetivos humanitarios declaran una donación de un Centro de Operaciones para Emergencias. De acuerdo a lo confesado por el gobierno chaqueño, serían alrededor de seis millones de pesos otorgados sin mediar acuerdo, firma ni convenio de documentos públicos. Por pura bondad del donante, claro. Las razones perseguidas, obviamente, son muy nobles y altruistas: que el personal de Defensa Civil provincial sea capacitado, equipado y disponga de un lugar físico para actuar ante eventuales situaciones de emergencia o catástrofe. El programa no limita sus alcances: también brinda sus utilidades en seis municipios provinciales, además de la capital.

Uno no puede hacer más que limpiarse las lágrimas de la emoción tras leer estas magnificentes líneas, y agradecer al cielo que existen grandiosas naciones dispuestas a ayudar generosa y desinteresadamente a sus pares más débiles y desoladas.

El acuerdo es magnífico y no habría más que felicitar la genialidad de estadista del gobernador Jorge Capitanich: los beneficios son solo para la provincia y no hay ninguna concesión a cambio para con el país benefector.

Pero siempre existen motivos para agrietar el romanticismo. Esta vez los motivos surgen de las propias filas caritativas: el documento “Estrategia del Comando Sur de Estados Unidos 2018 Amistad y Cooperación por las Américas” informa que la misión principal de todas estas actividades es la de “proteger nuestra patria” y, por lo tanto, es necesario “mantener nuestra capacidad de operar en los espacios, aguas internacionales, aire y ciberespacio comunes mundiales y desde ellos”. Algo así como meterse en suelo ajeno y tener las riendas firmes y cortas para que ningún caballo brioso atine rebelarse.

A confesión de parte…


De hecho, el propio exembajador en la Argentina, Earl Anthony Wayne, confirmó la existencia de un convenio de cooperación a través del cual el Comando Sur financia la creación del ya insigne Centro de Operaciones para Emergencias. Los datos difieren un poco de los oficializados por el gobierno chaqueño: no serían seis los millones de pesos cedidos dadivosamente, sino 12 millones; tampoco estarían financiados por la embajada estadounidense, sino, precisamente, estaría inscripto en el presupuesto del Comando Sur.

Y es sabido que el Comando Sur no se destaca por sus virtudes humanistas y solidarias: es, en realidad, una jauría de asalto que recorre las aguas latinoamericanas fiscalizando las operaciones imperialistas en los territorios y procurando influir para que ningún gobernante se monte en alguna locura soberana. Para muestra basta un botón: el Comando Sur jamás participó en políticas de prevención, mitigación o respuesta ante situaciones de emergencias naturales o sanitarias, ni siquiera en su propio territorio. Esas tareas, en los Estados Unidos, tal como lo destaca el periodista Ignacio Díaz en el artículo publicado en la revista América XXI, le corresponden a la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, que nada tiene que ver con el comando y mucho menos le interesa convocarla a Capitanich.

Así lo expresan los propios integrantes del comando, como lo hizo el general James Hill en su presentación ante el Congreso de los Estados Unidos en 2004, cuando destacó que las preocupaciones principales estaban dictadas por la amenaza planteada por el “populismo radical” en la región sur y por sus líderes que “inflaman el sentimiento antiestadounidense”. Días antes a la instalación en la Argentina, el presidente chileno Sebastián Piñera les abría las puertas a las tropas norteamericanas con un recinto militar ubicado en el Fuerte Aguayo de la comuna de Concón, región de Valparaíso, a solo 130 kilómetros de Santiago. En este momento, el Comando Sur también marca presencia en los territorios de Paraguay, Colombia, Perú, Costa Rica, Honduras, Guatemala y Panamá.

Si no se trata de una estrategia regional de ocupación imperialista, estamos en presencia de una muy curiosa casualidad. Solo alguien demasiado obtuso o un agente servicial a los intereses imperialistas puede desconocer esta situación, que no es ningún arcano codificado que necesite de análisis esotéricos para develarse.  

En sus múltiples encuentros con funcionarios yanquis, el gobernador Capitanich se encargó de destacar que el “difiere del sentimiento general sobre los Estados Unidos” y que considera que esa nación debe ser “el principal aliado para el desarrollo” de la Argentina. Todo un poeta.

Las contradicciones insalvables


¿Cómo es posible que un gobierno que reclama con justicia la soberanía en las Islas Malvinas, al mismo tiempo, permita que las mismas multinacionales que explotan los recursos en las islas, licúen los subsuelos de la cordillera de los Andes? ¿Que una gestión que hace gala del nacionalismo y recupera la parte del león de la compañía petrolera nacional, también permita el ingreso de tropas del principal y más terrorífico imperio que la historia haya conocido y que, incluso, fue y es aliado de los enemigos históricos de la Argentina?

Porque las culpas llegan hasta el gobierno nacional. En primer lugar, por la sencilla razón de que Jorge Capitanich pertenece a las filas oficialistas y es uno de los gobernadores con mayor llegada a la casa de gobierno. También, como si fuera un detalle, porque fue el propio Aníbal Fernández –hoy senador nacional, por entonces ministro del Interior y futuro jefe de Gabinete- quien en 2006 rubricó la realización del “Programa de Fortalecimiento del Sistema Provincial de Emergencias”, financiado íntegramente por la embajada estadounidense, cuyo rectorado está a cargo del Comando Sur que llevó adelante las jornadas en territorio chaqueño por primera vez en el 2006.

Esa incongruencia es una de las consecuencias irresolubles en el accionar de un gobierno progresista pequeñoburgués, cuyas intenciones son más poderosas que sus capacidades para intervenir favorablemente en el concierto de fuerzas sociales y políticas. Sus deseos de abierto humanismo y nacionalismo reivindicativo, tienen su tope en los propios límites materiales que su condición les reporta. No pueden avanzar más allá de esas medidas de tímidos reconocimientos sociales, porque su composición de fuerzas les impide llegar.

¿Acaso el gobierno nacional puede desentenderse de lo que hace uno de sus principales referentes provinciales? ¿No hablamos de un tema de relevancia nacional como el permiso de un gobernador para que una nación extranjera interceda en el territorio soberano? Luis Bilbao, director de la revista América XXI, lo resume: “Si estas bases se instalan en el Chaco, entonces Malvinas; YPF, será todo mentira. Esto es el intento de EE.UU de recuperar el terreno perdido en América Latina, el gobierno nacional debería tomar cartas en el asunto”.

Porque es un buen compañero…

Las relaciones de Capitanich con los Estados Unidos no son nuevas. Tampoco es improvisada la instalación de estas bases de operaciones. El trabajo viene de largo. Ya en 2007, cuando Capitanich se consagró por primera vez gobernador, había recibido la visita del embajador Wayne. Los cables que Wikileaks reveló pintan perfectamente el nivel de compromiso servil del por entonces candidato a gobernador: “Dijo que tiene una visión diferente de Estados Unidos que la mayoría de los argentinos en este momento (al parecer refiriéndose al alto –informó– sentimiento anti-estadounidense), creyendo que Estados Unidos debería ser el principal socio de Argentina en el desarrollo. Dijo que él conoce que este punto de vista no siempre gana votos, pero cree que una alianza estratégica con Estados Unidos sería bueno para el futuro de Argentina”.

Las visitas se repitieron. En septiembre de 2011 una delegación de legisladores y funcionarios estadounidenses se llegó a la provincia para participar de un encuentro de la Fundación Construir, dirigida por la Unión Cívica Radical. Es decir: Capitanich no tenía necesidad de sumarse, sin embargo, fue él quien recibió a los visitantes y les presentó sus camaraderías.

También fue visitado por el célebre Edwin Passmore, un reputadísimo humanistas, cuyas gestas más trascendentes para la paz mundial estuvieron dadas por su participación activa en Afganistán, su colaboración como asesor de inteligencia del ministro de Defensa de Kuwait en la invasión a Irak o su involucramiento conspirativo en actividades de espionaje que le valieron la expulsión de Venezuela. Además, fue denunciado por el gobierno argentino por el ingreso no declarado al país de equipamientos y drogas, traídos para una jornada de capacitación de la Policía Federal, en febrero de 2011, un episodio que despertó polémicas tan resonantes, como profundo fue el silencio en el que se hundió con el tiempo.

Es que la prensa suele olvidarse de algunos temas menores. Como, por ejemplo, las bases chaqueñas, que, al parecer, le importan a tan poca gente y es de tan baja relevancia para el interés nacional, que prácticamente ningún medio de comunicación –de los hegemónicos: oficiales u opositores- le prestó atención.

La vieja tentación de la Tiple Frontera

Estados Unidos no elige por azar sus objetivos. “En este caso específico (una base) le permitiría al Comando Sur el control de una zona estratégica que es donde convergen las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay y por donde corre el famoso Acuífero Guaraní”, afirmó el periodista argentino Walter Goobar al portal Comunicación Popular.

Justamente, la mayor reserva subterránea de agua dulce de Sudamérica descansa sobre las capas de tierra del noroeste argentino, demasiado cerca de Paraguay y Brasil. Se entiende que los Estados Unidos retomen su vieja iniciativa de instalarse en la Tiple Frontera para gozar del dominio regional.

El Centro de Militares para la Democracia Argentina (Cemida) realizó un informe en donde reconoce esta pretensión histórica del imperio nórdico. El bocado, en verdad, era San Ignacio, provincia de Misiones, pero ante las imposibilidades, optimistas de la voracidad, el imperialismo se conforma con Resistencia, a unos 600 kilómetros de la frontera. “La instalación de bases en El Chaco y en Chile, les permite además, reclutar fuerzas locales, para tenerlos bajo sus ordenes y a sueldo”, agrega Goobar.

Controlar el patio trasero es una necesidad de primer orden en un mundo convulsionado y ante la posibilidad de un ataque en la otra punta del mapamundi: si Israel y las fuerzas de la Otan deciden atacar a Irán, es fundamental mantener calmas las instancias en Latinoamérica, donde incluso habitan algunos aliados (o por lo menos amigos) de Teherán.

Además, la instalación en el aeropuerto internacional le permite otros privilegios: allí pueden aterrizar aviones militares con cargas pesadas, por ejemplo. Un dato nada despreciable para quien se propone hegemonizar un territorio e infundir terror y cuya arma principal son los 7500 aviones no tripulados (los famosos “drones”). No hacen falta más los escandalosos despliegues de marines en las costas, con solo un piloto que mueva los joystick, se pueden operar tres aviones. La presencia justó ahí, entre Argentina y Brasil, es un sitial de incalificable importancia para el diseño de una estrategia de ocupación territorial y política. Estados Unidos toma el toro por las astas, y algunos funcionarios latinoamericanos se prestan graciosamente a jugar de bufones.

Ustedes serán bienvenidos

Estados Unidos continúa desplegando su política de ocupación territorial y fiscalización política en la región sudamericana. Para ello se sirve tanto de la eficiencia rapaz del Comando Sur, como del servilismo vergonzante de funcionarios locales
Lucas Paulinovich
lunes, 14 de mayo de 2012, 07:07 h (CET)
Si algo caracteriza la autonomía de una nación, es la de tener soberanía sobre su territorio. Algo de eso reclamaban los ciudadanos de Resistencia, Chaco, que se movilizaron en repudio a la instalación de una base de control y monitoreo a cargo del Comando Sur de los Estados Unidos. Por supuesto que los motivos declarados oficialmente no fueron los de “control y monitoreo”, y ni siquiera bajo el nombre de Comando Sur se presentaron los servicios prestados.

Los objetivos humanitarios declaran una donación de un Centro de Operaciones para Emergencias. De acuerdo a lo confesado por el gobierno chaqueño, serían alrededor de seis millones de pesos otorgados sin mediar acuerdo, firma ni convenio de documentos públicos. Por pura bondad del donante, claro. Las razones perseguidas, obviamente, son muy nobles y altruistas: que el personal de Defensa Civil provincial sea capacitado, equipado y disponga de un lugar físico para actuar ante eventuales situaciones de emergencia o catástrofe. El programa no limita sus alcances: también brinda sus utilidades en seis municipios provinciales, además de la capital.

Uno no puede hacer más que limpiarse las lágrimas de la emoción tras leer estas magnificentes líneas, y agradecer al cielo que existen grandiosas naciones dispuestas a ayudar generosa y desinteresadamente a sus pares más débiles y desoladas.

El acuerdo es magnífico y no habría más que felicitar la genialidad de estadista del gobernador Jorge Capitanich: los beneficios son solo para la provincia y no hay ninguna concesión a cambio para con el país benefector.

Pero siempre existen motivos para agrietar el romanticismo. Esta vez los motivos surgen de las propias filas caritativas: el documento “Estrategia del Comando Sur de Estados Unidos 2018 Amistad y Cooperación por las Américas” informa que la misión principal de todas estas actividades es la de “proteger nuestra patria” y, por lo tanto, es necesario “mantener nuestra capacidad de operar en los espacios, aguas internacionales, aire y ciberespacio comunes mundiales y desde ellos”. Algo así como meterse en suelo ajeno y tener las riendas firmes y cortas para que ningún caballo brioso atine rebelarse.

A confesión de parte…


De hecho, el propio exembajador en la Argentina, Earl Anthony Wayne, confirmó la existencia de un convenio de cooperación a través del cual el Comando Sur financia la creación del ya insigne Centro de Operaciones para Emergencias. Los datos difieren un poco de los oficializados por el gobierno chaqueño: no serían seis los millones de pesos cedidos dadivosamente, sino 12 millones; tampoco estarían financiados por la embajada estadounidense, sino, precisamente, estaría inscripto en el presupuesto del Comando Sur.

Y es sabido que el Comando Sur no se destaca por sus virtudes humanistas y solidarias: es, en realidad, una jauría de asalto que recorre las aguas latinoamericanas fiscalizando las operaciones imperialistas en los territorios y procurando influir para que ningún gobernante se monte en alguna locura soberana. Para muestra basta un botón: el Comando Sur jamás participó en políticas de prevención, mitigación o respuesta ante situaciones de emergencias naturales o sanitarias, ni siquiera en su propio territorio. Esas tareas, en los Estados Unidos, tal como lo destaca el periodista Ignacio Díaz en el artículo publicado en la revista América XXI, le corresponden a la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, que nada tiene que ver con el comando y mucho menos le interesa convocarla a Capitanich.

Así lo expresan los propios integrantes del comando, como lo hizo el general James Hill en su presentación ante el Congreso de los Estados Unidos en 2004, cuando destacó que las preocupaciones principales estaban dictadas por la amenaza planteada por el “populismo radical” en la región sur y por sus líderes que “inflaman el sentimiento antiestadounidense”. Días antes a la instalación en la Argentina, el presidente chileno Sebastián Piñera les abría las puertas a las tropas norteamericanas con un recinto militar ubicado en el Fuerte Aguayo de la comuna de Concón, región de Valparaíso, a solo 130 kilómetros de Santiago. En este momento, el Comando Sur también marca presencia en los territorios de Paraguay, Colombia, Perú, Costa Rica, Honduras, Guatemala y Panamá.

Si no se trata de una estrategia regional de ocupación imperialista, estamos en presencia de una muy curiosa casualidad. Solo alguien demasiado obtuso o un agente servicial a los intereses imperialistas puede desconocer esta situación, que no es ningún arcano codificado que necesite de análisis esotéricos para develarse.  

En sus múltiples encuentros con funcionarios yanquis, el gobernador Capitanich se encargó de destacar que el “difiere del sentimiento general sobre los Estados Unidos” y que considera que esa nación debe ser “el principal aliado para el desarrollo” de la Argentina. Todo un poeta.

Las contradicciones insalvables


¿Cómo es posible que un gobierno que reclama con justicia la soberanía en las Islas Malvinas, al mismo tiempo, permita que las mismas multinacionales que explotan los recursos en las islas, licúen los subsuelos de la cordillera de los Andes? ¿Que una gestión que hace gala del nacionalismo y recupera la parte del león de la compañía petrolera nacional, también permita el ingreso de tropas del principal y más terrorífico imperio que la historia haya conocido y que, incluso, fue y es aliado de los enemigos históricos de la Argentina?

Porque las culpas llegan hasta el gobierno nacional. En primer lugar, por la sencilla razón de que Jorge Capitanich pertenece a las filas oficialistas y es uno de los gobernadores con mayor llegada a la casa de gobierno. También, como si fuera un detalle, porque fue el propio Aníbal Fernández –hoy senador nacional, por entonces ministro del Interior y futuro jefe de Gabinete- quien en 2006 rubricó la realización del “Programa de Fortalecimiento del Sistema Provincial de Emergencias”, financiado íntegramente por la embajada estadounidense, cuyo rectorado está a cargo del Comando Sur que llevó adelante las jornadas en territorio chaqueño por primera vez en el 2006.

Esa incongruencia es una de las consecuencias irresolubles en el accionar de un gobierno progresista pequeñoburgués, cuyas intenciones son más poderosas que sus capacidades para intervenir favorablemente en el concierto de fuerzas sociales y políticas. Sus deseos de abierto humanismo y nacionalismo reivindicativo, tienen su tope en los propios límites materiales que su condición les reporta. No pueden avanzar más allá de esas medidas de tímidos reconocimientos sociales, porque su composición de fuerzas les impide llegar.

¿Acaso el gobierno nacional puede desentenderse de lo que hace uno de sus principales referentes provinciales? ¿No hablamos de un tema de relevancia nacional como el permiso de un gobernador para que una nación extranjera interceda en el territorio soberano? Luis Bilbao, director de la revista América XXI, lo resume: “Si estas bases se instalan en el Chaco, entonces Malvinas; YPF, será todo mentira. Esto es el intento de EE.UU de recuperar el terreno perdido en América Latina, el gobierno nacional debería tomar cartas en el asunto”.

Porque es un buen compañero…

Las relaciones de Capitanich con los Estados Unidos no son nuevas. Tampoco es improvisada la instalación de estas bases de operaciones. El trabajo viene de largo. Ya en 2007, cuando Capitanich se consagró por primera vez gobernador, había recibido la visita del embajador Wayne. Los cables que Wikileaks reveló pintan perfectamente el nivel de compromiso servil del por entonces candidato a gobernador: “Dijo que tiene una visión diferente de Estados Unidos que la mayoría de los argentinos en este momento (al parecer refiriéndose al alto –informó– sentimiento anti-estadounidense), creyendo que Estados Unidos debería ser el principal socio de Argentina en el desarrollo. Dijo que él conoce que este punto de vista no siempre gana votos, pero cree que una alianza estratégica con Estados Unidos sería bueno para el futuro de Argentina”.

Las visitas se repitieron. En septiembre de 2011 una delegación de legisladores y funcionarios estadounidenses se llegó a la provincia para participar de un encuentro de la Fundación Construir, dirigida por la Unión Cívica Radical. Es decir: Capitanich no tenía necesidad de sumarse, sin embargo, fue él quien recibió a los visitantes y les presentó sus camaraderías.

También fue visitado por el célebre Edwin Passmore, un reputadísimo humanistas, cuyas gestas más trascendentes para la paz mundial estuvieron dadas por su participación activa en Afganistán, su colaboración como asesor de inteligencia del ministro de Defensa de Kuwait en la invasión a Irak o su involucramiento conspirativo en actividades de espionaje que le valieron la expulsión de Venezuela. Además, fue denunciado por el gobierno argentino por el ingreso no declarado al país de equipamientos y drogas, traídos para una jornada de capacitación de la Policía Federal, en febrero de 2011, un episodio que despertó polémicas tan resonantes, como profundo fue el silencio en el que se hundió con el tiempo.

Es que la prensa suele olvidarse de algunos temas menores. Como, por ejemplo, las bases chaqueñas, que, al parecer, le importan a tan poca gente y es de tan baja relevancia para el interés nacional, que prácticamente ningún medio de comunicación –de los hegemónicos: oficiales u opositores- le prestó atención.

La vieja tentación de la Tiple Frontera

Estados Unidos no elige por azar sus objetivos. “En este caso específico (una base) le permitiría al Comando Sur el control de una zona estratégica que es donde convergen las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay y por donde corre el famoso Acuífero Guaraní”, afirmó el periodista argentino Walter Goobar al portal Comunicación Popular.

Justamente, la mayor reserva subterránea de agua dulce de Sudamérica descansa sobre las capas de tierra del noroeste argentino, demasiado cerca de Paraguay y Brasil. Se entiende que los Estados Unidos retomen su vieja iniciativa de instalarse en la Tiple Frontera para gozar del dominio regional.

El Centro de Militares para la Democracia Argentina (Cemida) realizó un informe en donde reconoce esta pretensión histórica del imperio nórdico. El bocado, en verdad, era San Ignacio, provincia de Misiones, pero ante las imposibilidades, optimistas de la voracidad, el imperialismo se conforma con Resistencia, a unos 600 kilómetros de la frontera. “La instalación de bases en El Chaco y en Chile, les permite además, reclutar fuerzas locales, para tenerlos bajo sus ordenes y a sueldo”, agrega Goobar.

Controlar el patio trasero es una necesidad de primer orden en un mundo convulsionado y ante la posibilidad de un ataque en la otra punta del mapamundi: si Israel y las fuerzas de la Otan deciden atacar a Irán, es fundamental mantener calmas las instancias en Latinoamérica, donde incluso habitan algunos aliados (o por lo menos amigos) de Teherán.

Además, la instalación en el aeropuerto internacional le permite otros privilegios: allí pueden aterrizar aviones militares con cargas pesadas, por ejemplo. Un dato nada despreciable para quien se propone hegemonizar un territorio e infundir terror y cuya arma principal son los 7500 aviones no tripulados (los famosos “drones”). No hacen falta más los escandalosos despliegues de marines en las costas, con solo un piloto que mueva los joystick, se pueden operar tres aviones. La presencia justó ahí, entre Argentina y Brasil, es un sitial de incalificable importancia para el diseño de una estrategia de ocupación territorial y política. Estados Unidos toma el toro por las astas, y algunos funcionarios latinoamericanos se prestan graciosamente a jugar de bufones.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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