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Un libro de Mario Vargas Llosa

La civilización del espectáculo

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Sin Título
Esta crónica advierte que no se trata de entretener con lo que se comenta sino invitar a su lectura y meditar e incluso comprometerse ante el panorama caótico, puramente especulativo que viene banalizando las artes y el mundo literario. No descubre nada nuevo Vargas Llosa y así lo afirma, pues  la trivialización de la cultura es rigurosa preocupación desde tiempos ya en la memoria. 

Especialmente donde gobernaron y gobiernan dictaduras, sean estas del tinte que sea, pues cuando se destiñen los colores tras la euforia, todo queda el solitario color de la intolerancia, la manipulación y la persecución. Mas actualmente, las dictaduras de la globalización  del mundo digital y el periodismo amarillo, están llegando a tal extremo de peligrosidad  que alarma a los más calmados. Y es que la pérdida de valores viene acusando aunque se oculte bajo el disfraz de una democracia, que intenta  ocultar un falseado modelo  al de Pericles. Luego estamos enfrentados a una lucha de clase entre lo falso y lo real.
    
Vargas Llosa escribe que  “Cada  clase  tiene la cultura que produce y le conviene, y aunque, naturalmente, hay coexistencia en ellas, también hay marcadas diferencias”  Se refiere a la cultura de élite y la del pueblo, “aunque ambas clases  compartan muchas cosas, como la religión y la lengua”  Luego la amenaza existe para ambas culturas, diría más, con un mayor peligro para la cultura del pueblo, puesto que sus modestos medios de defensas pueden ser vulnerados más fácilmente, ya que  las élites, que defiende con vehemencia liberal Vargas Llosa, siempre podrán defenderse por si misma con más holgura dada su fortaleza intelectual. Aunque, parodiando el poema de Brecht, una vez embrutecida la de “abajo” intentarían el soborno y la sumisión de la de arriba.
   
De aquí que el desafío nos  obliga a una solidaria defensa de ambas clases de cultura en general, pues una sociedad dominada mayoritariamente por los poderes establecidos  con su nuevo modelo de lo que podríamos llamar “Dictadura de la trivialidad”  o bien la que denomina Vargas Llosa como “La civilización del espectáculo”. Hecho real que muestra asumir en su totalidad el gran  novelista, aunque parece  no tener en cuenta que su  portentosa obra, por fortuna es mucho más leída por los de “abajo”. Esa clase media e intermedia que puede ser más fácil desnaturalizar por los poderes mediáticos de “La civilización del espectáculo". De aquí, que la idea de Juan Ramón Jiménez de lograr una  "Inmensa minoría" sea labor conjunta de todos los juramentados con una cultura limpia. La pureza cultural no puede ser coto privado del liberalismo actual en los mismos términos que en su tiempo tuvo su razón de ser.
    
Porque como acertadamente insiste el propio Vargas Llosa “En este mundo, las cosas – las mercancías- han pasado a ser los verdaderos dueños de la vida, los amos a los que los que los seres humanos sirven para asegurar  la producción que enriquece a los propietarios de las máquinas  y las industrias  que fabrican aquella mercancías” “El espectáculo-dice Debord- es la dictadura efectiva de la ilusión en la sociedad moderna” Para esos poderes, la cultura no debe de pasar  de aquello que divierte y distrae y no provocar el espíritu crítico y el pensar por si mismo. Mas también, se debe tener muy en cuanta que hoy se leen más libros con calidad de contenido, los museos se visitan como nunca, el buen cine hemos logrado tenerlo en casa a igual que la música clásica no es privilegio de una sola clase elitista. Como  señala Jorge Volpi en su artículo (El País 27.4.2012) “Vargas llosa no contempla que la actual crisis del capitalismo  no se debe tanto a la falta de valores  como a la ideología  ultraliberal”
    
Señaladas estas matizaciones, La civilización del espectáculo en absoluto resta calidad y compromiso de contenido. Estamos ante una obra que considero de necesaria lectura por su planteamiento y denuncia sinceramente sentida, aunque con un insistente tinte de decadente liberalismo - por supuesto respetado- que no le viene al pelo,  con el  juicio sobre la vulgarísima clase política actual en la que “El político de nuestros días si quiere conservar su popularidad, esta obligado  a dar una atención primordial al gesto y a la forma, que importan más que sus valores, convicciones  y principios”. Sumemos su mediocridad y servidumbre a los poderes del “Gran Hermano”, sin olvidar una la mirada catalizadora del lugar y estado de la clase intelectual:  “En nuestros días , el intelectual  se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos  de los que importan!” aunque “es verdad que  algunos todavía firman manifiestos, envía cartas a los diarios y se enzarzan  en polémicas, pero nada de ello tiene una repercusión seria en la marcha de la sociedad, cuyos asuntos  económicos, institucionales e incluso culturales se deciden por el poder político y administrativo de los llamados poderes fácticos, entre los cuales los intelectuales brillan por su ausencia” Circunstancias que llevan al autor a manifestar “así, se da la curiosa  paradoja  de que, en tanto que en la sociedades autoritarias es la política la que corrompe y degrada a la cultura, en las democracias modernas es la cultura –eso que usurpa su nombre- la que corrompe y degrada a la política y a los políticos”
   
El objetivo de Vargas Llosa  de que “Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancias de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró en la escuela o a la universidad y la abigarrada  materia que la ha sustituido, una impostura que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general”  Sumemos a esta sobrecogedora metamorfosis la cara mala de Internet y el mundo digital donde se han abolido las distancias incitando a estar conectados permanentemente para conocer una actualidad no siempre necesaria. Disponemos de una herramienta de trabajo fabulosa si es bien utilizada, pero cuidado ante el tenebroso papel deformador de la escritura. Esa facilidad para escribir línea tras línea, verso tras versos, ofreciéndose como literatura y poesía, no  es más que una trampa pantanosa y devoradora para el estilo y el arte de crear. ¿Qué nos queda? Posiblemente aquellos versos de Cernuda: “Abajo todo, todo, excepto la derrota.”Estos ensayos tienen mucho de ello, no por su canto al liberalismo, sino por la riqueza de sus planteamientos.

La civilización del espectáculo

Un libro de Mario Vargas Llosa
Francisco Vélez Nieto
miércoles, 9 de mayo de 2012, 11:37 h (CET)


Sin Título
Esta crónica advierte que no se trata de entretener con lo que se comenta sino invitar a su lectura y meditar e incluso comprometerse ante el panorama caótico, puramente especulativo que viene banalizando las artes y el mundo literario. No descubre nada nuevo Vargas Llosa y así lo afirma, pues  la trivialización de la cultura es rigurosa preocupación desde tiempos ya en la memoria. 

Especialmente donde gobernaron y gobiernan dictaduras, sean estas del tinte que sea, pues cuando se destiñen los colores tras la euforia, todo queda el solitario color de la intolerancia, la manipulación y la persecución. Mas actualmente, las dictaduras de la globalización  del mundo digital y el periodismo amarillo, están llegando a tal extremo de peligrosidad  que alarma a los más calmados. Y es que la pérdida de valores viene acusando aunque se oculte bajo el disfraz de una democracia, que intenta  ocultar un falseado modelo  al de Pericles. Luego estamos enfrentados a una lucha de clase entre lo falso y lo real.
    
Vargas Llosa escribe que  “Cada  clase  tiene la cultura que produce y le conviene, y aunque, naturalmente, hay coexistencia en ellas, también hay marcadas diferencias”  Se refiere a la cultura de élite y la del pueblo, “aunque ambas clases  compartan muchas cosas, como la religión y la lengua”  Luego la amenaza existe para ambas culturas, diría más, con un mayor peligro para la cultura del pueblo, puesto que sus modestos medios de defensas pueden ser vulnerados más fácilmente, ya que  las élites, que defiende con vehemencia liberal Vargas Llosa, siempre podrán defenderse por si misma con más holgura dada su fortaleza intelectual. Aunque, parodiando el poema de Brecht, una vez embrutecida la de “abajo” intentarían el soborno y la sumisión de la de arriba.
   
De aquí que el desafío nos  obliga a una solidaria defensa de ambas clases de cultura en general, pues una sociedad dominada mayoritariamente por los poderes establecidos  con su nuevo modelo de lo que podríamos llamar “Dictadura de la trivialidad”  o bien la que denomina Vargas Llosa como “La civilización del espectáculo”. Hecho real que muestra asumir en su totalidad el gran  novelista, aunque parece  no tener en cuenta que su  portentosa obra, por fortuna es mucho más leída por los de “abajo”. Esa clase media e intermedia que puede ser más fácil desnaturalizar por los poderes mediáticos de “La civilización del espectáculo". De aquí, que la idea de Juan Ramón Jiménez de lograr una  "Inmensa minoría" sea labor conjunta de todos los juramentados con una cultura limpia. La pureza cultural no puede ser coto privado del liberalismo actual en los mismos términos que en su tiempo tuvo su razón de ser.
    
Porque como acertadamente insiste el propio Vargas Llosa “En este mundo, las cosas – las mercancías- han pasado a ser los verdaderos dueños de la vida, los amos a los que los que los seres humanos sirven para asegurar  la producción que enriquece a los propietarios de las máquinas  y las industrias  que fabrican aquella mercancías” “El espectáculo-dice Debord- es la dictadura efectiva de la ilusión en la sociedad moderna” Para esos poderes, la cultura no debe de pasar  de aquello que divierte y distrae y no provocar el espíritu crítico y el pensar por si mismo. Mas también, se debe tener muy en cuanta que hoy se leen más libros con calidad de contenido, los museos se visitan como nunca, el buen cine hemos logrado tenerlo en casa a igual que la música clásica no es privilegio de una sola clase elitista. Como  señala Jorge Volpi en su artículo (El País 27.4.2012) “Vargas llosa no contempla que la actual crisis del capitalismo  no se debe tanto a la falta de valores  como a la ideología  ultraliberal”
    
Señaladas estas matizaciones, La civilización del espectáculo en absoluto resta calidad y compromiso de contenido. Estamos ante una obra que considero de necesaria lectura por su planteamiento y denuncia sinceramente sentida, aunque con un insistente tinte de decadente liberalismo - por supuesto respetado- que no le viene al pelo,  con el  juicio sobre la vulgarísima clase política actual en la que “El político de nuestros días si quiere conservar su popularidad, esta obligado  a dar una atención primordial al gesto y a la forma, que importan más que sus valores, convicciones  y principios”. Sumemos su mediocridad y servidumbre a los poderes del “Gran Hermano”, sin olvidar una la mirada catalizadora del lugar y estado de la clase intelectual:  “En nuestros días , el intelectual  se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos  de los que importan!” aunque “es verdad que  algunos todavía firman manifiestos, envía cartas a los diarios y se enzarzan  en polémicas, pero nada de ello tiene una repercusión seria en la marcha de la sociedad, cuyos asuntos  económicos, institucionales e incluso culturales se deciden por el poder político y administrativo de los llamados poderes fácticos, entre los cuales los intelectuales brillan por su ausencia” Circunstancias que llevan al autor a manifestar “así, se da la curiosa  paradoja  de que, en tanto que en la sociedades autoritarias es la política la que corrompe y degrada a la cultura, en las democracias modernas es la cultura –eso que usurpa su nombre- la que corrompe y degrada a la política y a los políticos”
   
El objetivo de Vargas Llosa  de que “Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancias de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró en la escuela o a la universidad y la abigarrada  materia que la ha sustituido, una impostura que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general”  Sumemos a esta sobrecogedora metamorfosis la cara mala de Internet y el mundo digital donde se han abolido las distancias incitando a estar conectados permanentemente para conocer una actualidad no siempre necesaria. Disponemos de una herramienta de trabajo fabulosa si es bien utilizada, pero cuidado ante el tenebroso papel deformador de la escritura. Esa facilidad para escribir línea tras línea, verso tras versos, ofreciéndose como literatura y poesía, no  es más que una trampa pantanosa y devoradora para el estilo y el arte de crear. ¿Qué nos queda? Posiblemente aquellos versos de Cernuda: “Abajo todo, todo, excepto la derrota.”Estos ensayos tienen mucho de ello, no por su canto al liberalismo, sino por la riqueza de sus planteamientos.

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