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“La locura de la Revolución consistió en querer instituir la virtud sobre la tierra. Cuando alguien pretende que los hombres sean buenos, juiciosos, libres, moderados y generosos, acaba fatalmente por desear matarlos a todos” A. France

Las mujeres, en la sinrazón independentista. Rahola y A. Martínez

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El caso de la señora Pilar Rahola, periodista catalana, es el de alguien que, toda su vida profesional, ha estado dedicada a un solo objetivo: atacar a España, a los españoles y a todas sus instituciones. Afiliada a la ERC se ha destacado siempre por su atavismo catalanista que siempre ha antepuesto a la objetividad, a la que se debe cualquier persona que pretenda informar a otras de la realidad de lo que narra; su inquina y su desprecio por todo lo que queda fuera de su tierra natal, Cataluña, la han llevado a formar parte de cualquier foro en el que tuviera la oportunidad de descargar su veneno nacionalista, con razón o sin ella, contra todo lo que oliera a español sin que, en esta tarea, le doliera o la retuviera el faltar a la verdad, injuriar, tergiversar las informaciones o crear mal ambiente si, con ello, satisfacía su ansia depredadora contra aquella nación, España, a la que siempre se ha empeñado en culpar de todo lo que va mal en Cataluña, aunque la realidad fuera que, los verdaderos responsables fueran, en la mayoría de ocasiones, los mismos dirigentes catalanes o su obsesión por actuar por su cuenta en contra de lo que el sentido común les dictaba.

Para la señora Rahola no existe en el país una persona más aborrecible que el señor Rajoy ni un partido al que se debería eliminar, con mayor motivo, que el PP. Y es que esta, ya talludita, mujer, se ha convertido en la defensora más pertinaz y convencida de la lucha por la independencia de Cataluña. Se la tiene, en los círculos catalanes, por persona inteligente a la que se la mima, se le toleran sus excentricidades y se la jalea por todos aquellos que padecen de su mismo mal, la obsesión separatista. Sin embargo, cualquiera que tenga la humorada de leer, de tanto en cuanto, sus artículos en los medios, principalmente en el periódico de los Godó, La Vanguardia, un órgano entregado a la causa separatista que, no obstante, en ocasiones procura curarse en salud porque, como suele suceder con todos aquellos que quieren jugar con dos barajas, siempre procuran poner una vela a Cristo y otra al Diablo por si, en un momento determinado, alguno de aquellos por los que han venido apostando les falla, recurrir al otro; podrá observar que cualquier cosa que acuerde al Gobierno de la nación que ella entienda que pudiera restar protagonismo a Cataluña, inmediatamente es objeto de su crítica.

Evidentemente, para estas personas, la ética es una mera utopía, la realidad histórica un mero estorbo y todo lo que se oponga a lo que ellos estiman que les conviene o le va bien a su causa, es utilizado, sea cierto o no, como medio para desacreditar, vilipendiar o deslustrar las actuaciones de quienes ha decidido convertir en enemigo a batir, en este caso el Estado español. En el caso del actual desafío catalán en contra del Estado español, para esta señora es evidente que no existe la Constitución española, los tribunales, el Gobierno, la lealtad, el sentido común o los procedimientos legales para encauzar las legítimas pretensiones en un Estado de Derecho. Es evidente que ha decidido hacer elipsis de la legislación española para limitarse a la que, desde el Parlamento catalán, este mismo al que los fiscales del estado español acaban de acusar de prevaricación y desobediencia, que ha incumplido toda la normativa al respeto y, entre un escándalo mayúsculo, en el que se han saltado a la torera los derechos de las minorías, a pesar de las enérgicas protestas por parte de aquellos parlamentarios que se han sentido perjudicados; para acusar al Estado español de “sustituir la política por el puño, en todos estos años en los que no ha puesto sobre la mesa ni una idea”. Sólo alguien incapaz de contemplar la realidad, que se empeña en negar la evidencia y que prefiere mentir, enredar y falsear las situaciones puede hacer, con tanto descaro, una afirmación semejante. Y es que ya estamos hartos de que, desde el independentismo, se hable de falta de diálogo, de no aportar ideas para acercar posiciones o de actuar, como ellos dicen, “judicializando la cuestión nacionalista catalana”. El señor Mas fue el primero que, enfurecido por haber perdido 12 escaños en unas elecciones municipales lanzó el gran reto al Estado diciendo que iba en busca de la independencia de Cataluña. Desde entonces los nacionalistas catalanes se olvidaron de la moderación para insistir, en cada ocasión, que lo que buscan era la independencia del país. Es una falsedad el decir que Rajoy no ha querido dialogar puesto que el jefe del Ejecutivo, en numerosas ocasiones, se ha ofrecido a tratar de la financiación de Cataluña y de otras cuestiones que, con buena fe seguramente hubieran tenido solución. No obstante, siempre se ha topado con un escollo insalvable que ha consistido en el condicionamiento que los catalanes han puesto a cualquier tipo de acuerdo: la independencia de Cataluña.

El señor P. Sánchez, del PSOE, sigue acusando a Rajoy de no dialogar y presenta un plan alternativo consistente en cambiar la Constitución española para sustituir las autonomías por gobiernos federales. Comete un error garrafal ya que, a los independentistas, esta solución no es a la que aspiran porque, en el actual estado de cosas, o hay independencia o hay, según su criterio, caos institucional. Hemos discrepado de Rajoy precisamente por su excesiva tolerancia con los avances del independentismo, pero apoyamos que, en ningún caso, se haya prestado a tratar de un tema que significaba la ruptura de la nación y la pérdida de una porción de ella; entre otras cosas, como muy bien dice, porque no está en sus manos ir en contra de la Constitución que nos dimos los españoles el año 1978. No, señora Rahola, usted es como una piedra en el riñón y, con sus artículos, tenemos la impresión de que puede ser acusada por el TC de hacer propaganda en favor de la votación por la independencia, lo cual puede que, en un futuro, pudiera llamar la atención a algún fiscal que se fijara en usted.

Y es que, señores, es tal el rencor, la maledicencia, este incomprensible resurgir del clima prebélico, el intento de restaurar situaciones previas al levantamiento nacional; situaciones que, a los 80 años de haberse producido, se intenta resucitar sin que se tengan en cuenta los motivos que dieron lugar a condenas que se produjeron en aquellos tiempos que, ahora, de un plumazo, sin garantía de legalidad alguna, sin siquiera haberse revisado los expedientes, se ha decidido anular, sin tener en cuenta los cargos que pesaban sobre aquella persona, por muy graves y punibles que fueran, sólo por haber sido impuestos por un régimen que fue reconocido por el resto de países y duró 40 años. Si todas las sentencias y operaciones que se llevaron a término entonces fueran anuladas, el caos que se produciría sería capaz de colapsar a todo el país.

Y, hete aquí, una muestra más de hasta dónde llega el rencor de aquellos que perdieron la guerra, de quienes ni siquiera la vivieron pero intentan vengarla, y de los que se han aprovechado de ella para mantener encendido el fuego del resarcimiento como ha sido el caso de esta mujer, Ángels Martínez, una muestra de en lo que son capaces de convertirse estos seres amargados, que viven dominados por sus afanes de revancha y que pretenden recrearse refocilándose en sus miserias, mostrándose ante los demás con la peor imagen posible. Esta mujer, ante las tímidas advertencias de la presidenta de la cámara, señora Forcadell, no tuvo reparos en, a trancas y barrancas, ir a retirar unas banderas nacionales que los del PP, antes de abandonar la sala, habían depositado en los escaños que dejaban libres. No le importó mancillar el símbolo de la nación si con ello tuvo sus instantes de fama que, seguramente, le servirán para vivir los años que le quedan con la satisfacción de haber herido el honor de todos los españoles que ven en ellas la representación de su patria, España.

Si las féminas que acompañaron a los miembros de la CNT y la FAI en los crímenes que cometieron los días siguientes al 18 de Julio de 1936, la mayoría de ellas salidas de los burdeles de Barcelona, se ensañaron con sus víctimas y se vengaron con sus pistolones de aquella sociedad a la que ellas acusaban de su desgracia; tenían alguna disculpa por su ignorancia y la miseria en la que habían vivido; las milicianas de hoy, que han vivido en una sociedad nueva, democrática y en la que la miseria, en nuestra nación, no tiene punto de comparación con la de entonces, quizá lo que están buscando es notoriedad, un futuro cargo ¿ quién nos dice que la señora Rahola no está esperando, por los servicios prestados, un ministerio en un futuro estado catalán?, ¿acaso un ministerio de Cultura o, porqué no, el de Información y Turismo, repescado en su honor? Ninguno de ellos, durante el tiempo que convivieron con la dictadura franquista, tuvo lo que había que tener para intentar acabar con ella; es más, muchos de los que se cambiaron de chaqueta cuando llegó la democracia, se habían hecho ricos con el “odiado” régimen “fascista”. Se han olvidado de ello y ahora, que toca ser progre y despotricar contra el gobierno de turno, lo único que pretenden es que los ricachones se conviertan en pobres para que ellos, en virtud de la ley de la balanza, a la vez, puedan ocupar su puesto en la riqueza.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no nos queda más que llegar a la conclusión de que, en uno y otro sexo, existen personas buenas, inteligentes, constructivas y leales mientras que entre uno y otro sexo también, sin preferencias hacia uno u el otro, también los hay que, independientemente de sus genitales y de sus hormonas, sin ventaja para unos o para otros, hay personas que parece que su sino ha sido formar parte de aquellos que hubiera sido mejor, para todos, que se hubieran quedado en los vientres de su progenitoras y, para mí, al menos dos a las que me he referido, no dudo que hubiera sido mejor que así hubiera sucedido.

Las mujeres, en la sinrazón independentista. Rahola y A. Martínez

“La locura de la Revolución consistió en querer instituir la virtud sobre la tierra. Cuando alguien pretende que los hombres sean buenos, juiciosos, libres, moderados y generosos, acaba fatalmente por desear matarlos a todos” A. France
Miguel Massanet
domingo, 10 de septiembre de 2017, 07:31 h (CET)
El caso de la señora Pilar Rahola, periodista catalana, es el de alguien que, toda su vida profesional, ha estado dedicada a un solo objetivo: atacar a España, a los españoles y a todas sus instituciones. Afiliada a la ERC se ha destacado siempre por su atavismo catalanista que siempre ha antepuesto a la objetividad, a la que se debe cualquier persona que pretenda informar a otras de la realidad de lo que narra; su inquina y su desprecio por todo lo que queda fuera de su tierra natal, Cataluña, la han llevado a formar parte de cualquier foro en el que tuviera la oportunidad de descargar su veneno nacionalista, con razón o sin ella, contra todo lo que oliera a español sin que, en esta tarea, le doliera o la retuviera el faltar a la verdad, injuriar, tergiversar las informaciones o crear mal ambiente si, con ello, satisfacía su ansia depredadora contra aquella nación, España, a la que siempre se ha empeñado en culpar de todo lo que va mal en Cataluña, aunque la realidad fuera que, los verdaderos responsables fueran, en la mayoría de ocasiones, los mismos dirigentes catalanes o su obsesión por actuar por su cuenta en contra de lo que el sentido común les dictaba.

Para la señora Rahola no existe en el país una persona más aborrecible que el señor Rajoy ni un partido al que se debería eliminar, con mayor motivo, que el PP. Y es que esta, ya talludita, mujer, se ha convertido en la defensora más pertinaz y convencida de la lucha por la independencia de Cataluña. Se la tiene, en los círculos catalanes, por persona inteligente a la que se la mima, se le toleran sus excentricidades y se la jalea por todos aquellos que padecen de su mismo mal, la obsesión separatista. Sin embargo, cualquiera que tenga la humorada de leer, de tanto en cuanto, sus artículos en los medios, principalmente en el periódico de los Godó, La Vanguardia, un órgano entregado a la causa separatista que, no obstante, en ocasiones procura curarse en salud porque, como suele suceder con todos aquellos que quieren jugar con dos barajas, siempre procuran poner una vela a Cristo y otra al Diablo por si, en un momento determinado, alguno de aquellos por los que han venido apostando les falla, recurrir al otro; podrá observar que cualquier cosa que acuerde al Gobierno de la nación que ella entienda que pudiera restar protagonismo a Cataluña, inmediatamente es objeto de su crítica.

Evidentemente, para estas personas, la ética es una mera utopía, la realidad histórica un mero estorbo y todo lo que se oponga a lo que ellos estiman que les conviene o le va bien a su causa, es utilizado, sea cierto o no, como medio para desacreditar, vilipendiar o deslustrar las actuaciones de quienes ha decidido convertir en enemigo a batir, en este caso el Estado español. En el caso del actual desafío catalán en contra del Estado español, para esta señora es evidente que no existe la Constitución española, los tribunales, el Gobierno, la lealtad, el sentido común o los procedimientos legales para encauzar las legítimas pretensiones en un Estado de Derecho. Es evidente que ha decidido hacer elipsis de la legislación española para limitarse a la que, desde el Parlamento catalán, este mismo al que los fiscales del estado español acaban de acusar de prevaricación y desobediencia, que ha incumplido toda la normativa al respeto y, entre un escándalo mayúsculo, en el que se han saltado a la torera los derechos de las minorías, a pesar de las enérgicas protestas por parte de aquellos parlamentarios que se han sentido perjudicados; para acusar al Estado español de “sustituir la política por el puño, en todos estos años en los que no ha puesto sobre la mesa ni una idea”. Sólo alguien incapaz de contemplar la realidad, que se empeña en negar la evidencia y que prefiere mentir, enredar y falsear las situaciones puede hacer, con tanto descaro, una afirmación semejante. Y es que ya estamos hartos de que, desde el independentismo, se hable de falta de diálogo, de no aportar ideas para acercar posiciones o de actuar, como ellos dicen, “judicializando la cuestión nacionalista catalana”. El señor Mas fue el primero que, enfurecido por haber perdido 12 escaños en unas elecciones municipales lanzó el gran reto al Estado diciendo que iba en busca de la independencia de Cataluña. Desde entonces los nacionalistas catalanes se olvidaron de la moderación para insistir, en cada ocasión, que lo que buscan era la independencia del país. Es una falsedad el decir que Rajoy no ha querido dialogar puesto que el jefe del Ejecutivo, en numerosas ocasiones, se ha ofrecido a tratar de la financiación de Cataluña y de otras cuestiones que, con buena fe seguramente hubieran tenido solución. No obstante, siempre se ha topado con un escollo insalvable que ha consistido en el condicionamiento que los catalanes han puesto a cualquier tipo de acuerdo: la independencia de Cataluña.

El señor P. Sánchez, del PSOE, sigue acusando a Rajoy de no dialogar y presenta un plan alternativo consistente en cambiar la Constitución española para sustituir las autonomías por gobiernos federales. Comete un error garrafal ya que, a los independentistas, esta solución no es a la que aspiran porque, en el actual estado de cosas, o hay independencia o hay, según su criterio, caos institucional. Hemos discrepado de Rajoy precisamente por su excesiva tolerancia con los avances del independentismo, pero apoyamos que, en ningún caso, se haya prestado a tratar de un tema que significaba la ruptura de la nación y la pérdida de una porción de ella; entre otras cosas, como muy bien dice, porque no está en sus manos ir en contra de la Constitución que nos dimos los españoles el año 1978. No, señora Rahola, usted es como una piedra en el riñón y, con sus artículos, tenemos la impresión de que puede ser acusada por el TC de hacer propaganda en favor de la votación por la independencia, lo cual puede que, en un futuro, pudiera llamar la atención a algún fiscal que se fijara en usted.

Y es que, señores, es tal el rencor, la maledicencia, este incomprensible resurgir del clima prebélico, el intento de restaurar situaciones previas al levantamiento nacional; situaciones que, a los 80 años de haberse producido, se intenta resucitar sin que se tengan en cuenta los motivos que dieron lugar a condenas que se produjeron en aquellos tiempos que, ahora, de un plumazo, sin garantía de legalidad alguna, sin siquiera haberse revisado los expedientes, se ha decidido anular, sin tener en cuenta los cargos que pesaban sobre aquella persona, por muy graves y punibles que fueran, sólo por haber sido impuestos por un régimen que fue reconocido por el resto de países y duró 40 años. Si todas las sentencias y operaciones que se llevaron a término entonces fueran anuladas, el caos que se produciría sería capaz de colapsar a todo el país.

Y, hete aquí, una muestra más de hasta dónde llega el rencor de aquellos que perdieron la guerra, de quienes ni siquiera la vivieron pero intentan vengarla, y de los que se han aprovechado de ella para mantener encendido el fuego del resarcimiento como ha sido el caso de esta mujer, Ángels Martínez, una muestra de en lo que son capaces de convertirse estos seres amargados, que viven dominados por sus afanes de revancha y que pretenden recrearse refocilándose en sus miserias, mostrándose ante los demás con la peor imagen posible. Esta mujer, ante las tímidas advertencias de la presidenta de la cámara, señora Forcadell, no tuvo reparos en, a trancas y barrancas, ir a retirar unas banderas nacionales que los del PP, antes de abandonar la sala, habían depositado en los escaños que dejaban libres. No le importó mancillar el símbolo de la nación si con ello tuvo sus instantes de fama que, seguramente, le servirán para vivir los años que le quedan con la satisfacción de haber herido el honor de todos los españoles que ven en ellas la representación de su patria, España.

Si las féminas que acompañaron a los miembros de la CNT y la FAI en los crímenes que cometieron los días siguientes al 18 de Julio de 1936, la mayoría de ellas salidas de los burdeles de Barcelona, se ensañaron con sus víctimas y se vengaron con sus pistolones de aquella sociedad a la que ellas acusaban de su desgracia; tenían alguna disculpa por su ignorancia y la miseria en la que habían vivido; las milicianas de hoy, que han vivido en una sociedad nueva, democrática y en la que la miseria, en nuestra nación, no tiene punto de comparación con la de entonces, quizá lo que están buscando es notoriedad, un futuro cargo ¿ quién nos dice que la señora Rahola no está esperando, por los servicios prestados, un ministerio en un futuro estado catalán?, ¿acaso un ministerio de Cultura o, porqué no, el de Información y Turismo, repescado en su honor? Ninguno de ellos, durante el tiempo que convivieron con la dictadura franquista, tuvo lo que había que tener para intentar acabar con ella; es más, muchos de los que se cambiaron de chaqueta cuando llegó la democracia, se habían hecho ricos con el “odiado” régimen “fascista”. Se han olvidado de ello y ahora, que toca ser progre y despotricar contra el gobierno de turno, lo único que pretenden es que los ricachones se conviertan en pobres para que ellos, en virtud de la ley de la balanza, a la vez, puedan ocupar su puesto en la riqueza.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no nos queda más que llegar a la conclusión de que, en uno y otro sexo, existen personas buenas, inteligentes, constructivas y leales mientras que entre uno y otro sexo también, sin preferencias hacia uno u el otro, también los hay que, independientemente de sus genitales y de sus hormonas, sin ventaja para unos o para otros, hay personas que parece que su sino ha sido formar parte de aquellos que hubiera sido mejor, para todos, que se hubieran quedado en los vientres de su progenitoras y, para mí, al menos dos a las que me he referido, no dudo que hubiera sido mejor que así hubiera sucedido.

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