No es normal que dedique esta columna a lo que podríamos denominar cuestiones del cuore pero, sin que sirva de precedente, la ocasión lo merece.
No es la primera vez que oímos que dos miembros del Congreso de los Diputados entablan una relación sentimental. Cristina Narbona y, el ahora presidente de la eurocámara, Joseph Borrell, hicieron público este hecho hace una legislatura escasa. Pero, a quién puede extrañarle, si además de compartir tantas horas de roce en el Parlamento, les une también la ideología.
Lo verdaderamente novedoso, es que quienes ahora han decidido pasar por el atar o, en su caso por el ayuntamiento, son un diputado del Partido Popular por Cantabria y una diputada del PSOE por Cataluña.
Sé que es difícil abstraerse de lo animadas que serán las conversaciones de la pareja en periodo de elecciones generales, o de las mil y una cuestiones políticamente comprometidas que puedan surgir en el día a día de la relación. Sin embargo, quedarnos en la mera anécdota, es desaprovechar una de las pocas ocasiones en las que los políticos nos lanzan un mensaje de esperanza.
Que dos personas tan enteramente comprometidas con causas políticas bien diferenciadas, sean capaces de relegar lo que les separa a un segundo plano, es una lección que todos debiéramos aprender.
Sin duda alguna, el secreto para que toda relación funcione es el mantenimiento del respeto mutuo, más allá de cualquier desavenencia pasajera. Y esto, traducido a cristiano, quiere decir que es necesario asumir que lo que el uno opina no niega la parte de verdad que el otro pueda tener.
Con esto, no quiero decir que lo mejor que nos pudiera suceder a los ciudadanos, sea que nuestros políticos se liaran entre sí. Pero, no cabe duda de que si aprendieran a asumir que las diferencias con el adversario no justifican la falta de respeto, otro gallo cantaría.
¿No sería bonito un debate sobe el estado de la Nación en el que no se utilizara el insulto sistemático? ¿No estaríamos encantados los ciudadanos con unos políticos que no creyeran que la verdad es absoluta a su lado del hemiciclo?
Bueno, dejemos de soñar. Por ahora hemos de conformarnos con que sólo sean dos los que se han dado cuenta de que, el de enfrente, no es nunca tan malo como lo pintan.