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Opinión
Etiquetas | Comunicación | Periodismo
100 preguntas a Wifredo Espina, cuestionario del profesor Daniel E. Jones / Capítulo 7

Triunfo y muerte de un diario mítico, El Correo

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1. ¿Cuándo y cómo empezó su andadura en El Correo Catalán?

Resulta que despacharon al periodista Josep Faulí de El Correo Catalán, por decisión del mismo que lo había metido, mosén Rosell, que tenia mucha  influencia en el diario cuando el periódico aún era tradicionalista. Faulí, una persona inteligente y trabajadora, tenía un carácter  enérgico y impulsivo que le provocó  un fuerte choque con la empresa, que lo echó a la calle de forma fulminante, por haber alentado una protesta en la redacción con motivo, creo, de un conflicto laboral..

    Como buen amigo y compañero de promoción, me telefoneó enseguida para decirme que en el periódico había una vacante que quizás podía interesarme y que posiblemente me llamarían. Y efectivamente, unos días más tarde me llamó el director del periódico, Andreu Roselló.

    Entré en el periódico como responsable de la sección de Nacional, aunque los primeros días estuve de ayudante de Joan Anton Benach, jefe de la sección de Religiosas, y de quien aprendí a seleccionar y pegar teletipos, de lo que yo no tenía ni idea.

    Así empezó todo, aunque podría añadir unos cuantos datos más y explicar algunas curiosas circunstancias  incluso pintorescas, como una supuesta mediación del confesor del señor Baygual, el principal accionista y amigo de un tío mío (el tiet Salvador), el creador de la empresa de leche condensada La lechera.. y con quien congenié bien durante mis años de estudiante en Barcelona. No supe nada más de esa hipotética intervención que la expresada intención de mi tío de tener un contacto con el confesor del dueño del diario; nunca osé hablarle de este asunto. En la vida no todo es claro y sencillo, como a veces parece.

2. ¿Cómo le surgió la idea de hacer la columna «Cada cual con su opinión»? ¿Qué estructura tenía y qué temas trataba?

A menos de un año de estar en El Correo, después de una serie de artículos sobre temas económicos, sociales, sindicales y municipales en los que hacía críticas bastante duras (y por los cuáles curiosamente me felicitó el alcalde Porcioles, que me ofreció un cargo fijo de asesor en el ayuntamiento, con montaje de oposiciones incluido, que rehusé por escrito por razones de dignidad e incompatibilidad, como explicaré), me di cuenta que el único camino posible de hacer oposición a la política oficial pasaba por la parcelación de los temas objetos de crítica. Es decir, que no se podían hacer cargas o críticas frontales sobre un asunto, porqué no pasaban la férrea “censura previa”, entonces vigente. Había que parcelar la temática y afinar el ingenio y hablar entre líneas para burlarla.
   
   Era conveniente, también, repartir y dosificar los temas; esto es, juntar un pequeño repaso al Ayuntamiento con otro al ministerio de Industria, al de Economía, al sindicato único, a la burguesía, a la banca... No un ataque directo, frontal, contra la política básica del gobierno, sino pequeñas escaramuzas contra una serie de hechos puntuales y contra ciertos planteamientos teóricos globales, poniendo de relieve las contradicciones que había entre ellos. Este era un buen truco y muy eficaz para ir socavando las bases del sistema.
 
    Un día, con esta idea en la cabeza, me quedé a trabajar hasta muy entrada la noche, la información que había recogido de los teletipos y le añadí unas anotaciones y breves unos comentarios. Llevé este esbozo de artículo al director Andreu Roselló, que estaba en el despacho de Ibáñez Escofet –quien se extrañó de este gesto-, para que le echara un vistazo y me diera su opinión. Se lo leyó y, para sorpresa mía, dijo: «Molt bé, xiquet». Acto seguido lo codificó y lo metió en el tubo que en aquellos tiempos conducía los originales a la imprenta.

   Al día siguiente lo vi publicado, destacado y con mi firma. Lo que para mi había sido una simple muestra de lo que podía hacerse se convirtió así en el primer artículo de una sección que, teniendo en cuenta las circunstancias de la época, caló con fuerza en la opinión pública...  y me proporcionó también muchos quebraderos de cabeza, dentro y fuera de la redacción.
 
    A partir de entonces, mi dedicación a la Escuela de Periodismo, a la Universidad y a algunas revistas empezó a decaer y me dediqué fundamentalmente al periódico.

4. La empresa editora le dejaba publicar lo que realmente pensaba... ¿Por qué cree que actuó así?


La sección empezó a tener cierto eco en la opinión pública.  Se explica, por tanto, que Roselló, como director, e Ibáñez, entonces jefe de redacción, la miraran de buen ojo, y que la empresa me diera bastante carta blanca. El gerente, Josep M. Baygual, era un empresario que provenía del sector textil -como su padre que, como he dicho, era el más importante accionista de El Correo- y lo que realmente le interesaba –sin desinteresarse de la tendencia ideológica- era una buena tirada del periódico y ganar dinero, es decir, ser empresario de prensa, cosa que en aquellos tiempos no abundaba mucho, ya que los empresarios periodísticos eran a menudo políticos o, también, empresarios en otra actividad. 


5. Su columna llegaba a todas las clases sociales. Incluso, algunos jóvenes decidieron dedicarse a la política tras leer sus artículos, como usted ha confesado en alguna ocasión. ¿Se veía como una especie de líder de opinión?

Me consta, incluso por testimonios personales, que tras leer mis artículos algunos jóvenes decidieron dedicarse a la política. Hace años, por ejemplo, me lo confesó un exalcalde de Sant Cugat: «Si yo hago política es por ti, porqué te leía», me dijo. Y no es el único político que me  lo ha dicho.

    En cuanto a eso de verme como “un líder de opinión”, no; no me consideraba tanto ni me subían los humos a la cabeza, si a esto se refiere. Pero todas estas circunstancias y manifestaciones eran como un acicate que me estimulaba en mi labor y también para no defraudar a mis lectores. Te entra un cierto “punto de honor”...; esto es verdad. No creo que sea insano, más bien un estímuilo y una compensación.

6. ¿De dónde venían las reacciones más críticas a su trabajo? ¿No tenía miedo a posibles represalias?

Las reacciones más críticas con mi sección vinieron, principalmente, de miembros del gobierno y de los sectores políticos más ultras.

    Recuerdo, por ejemplo, una llamada del ministro Fraga a Roselló diciéndole, más o menos: «Mañana, a las diez de la mañana, quiero a Espina en mi despacho.» Me recibió de pie y, sin mirarme a la cara, me espetó: «Espina, yo le puedo silenciar.» -Usted es ministro contesté, sin pensarlo. Y después de una pausa añadió a media voz: «Yo no tengo fondos de reptiles.» Ingenuo de mi, no entendí qué quería decir con esto en aquel momento; luego en Barcelona me aclararon que los “fondos de reptiles” era el dinero para “comprar” voluntades, por ejemplo a periodistas. Me entristeció y disgustó mucho que todo un señor ministro me hubiera insinuado esto. Una frase que se hizo popular en el ministerio y trascendió en los medios profesionales y políticos, fue la de Manuel Fraga a los representantes de la empresa del diario: «Hay que “desespinizar” El Correo. Catalán»

      Ciertamente, mi sección fue adquiriendo bastante  gancho y ayudó a aumentar los lectores de El Correo. Una cosa que me impresionó fue el gesto del ingeniero  del túnel del Cadí, Albert Serratosa, durante una celebración oficial en el Palacio de Pedralbes, sacó de su cartera y me dió un recorte de periódico que le  había entregado un campesino del otro lado del Cadí. Era un recorte de mi sección, Cada cuál con su opinión, que el buen hombre guardaba para enseñárselo a la gente. Otro día, un señor ya mayor se presentó a mi casa de imprevisto. Me traía un fuet y una botella de vino de parte, me dijo, de un “club de amigos de Wifredo Espina”, en la Alta Ribagorza, que –según me contó– se reunía cada semana para comentar mis artículos.

    Son anécdotas y vivencias estas que hacen que te entusiasmes con lo que haces y que te sientas apoyado; incluso llegas a sentirte algo importante. Increíblemente, mi sección era leída tanto por intelectuales, políticos, obispos y empresarios como por obreros, porteros, campesinos, pastores... Sorprendente! Nunca he sabido muy bien por qué.

    Naturalmente, Cada cuál con su opinión también me dio buenos disgustos. Incluso dentro del mismo diario. Un accionista, un viejo carlista, Martirià Llosas, llegó a amenazarme con despedirme: «Espina, piense que tiene mujer e hijos», me dijo un día, bastante enojado por lo que yo había publicado.  Sólo es un ejemplo de algunas tensiones internas. Pero la astucia de Roselló me permitió ir trampeando las situaciones; siempre con el consentimiento del gerente y de los otros socios de la empresa, como el representante de los algodoneros, que eran los más abiertos. Precisamente este, Domingo Valls Taberner, la voz cantante de este sector, el día que Jordi Pujol y los suyos compraron el periódico me dijo al despedirme al pie del ascensor: «Éstos lo echarán todo a perder.» Profético!
 
    No puedo dejar de mencionar que un par de veces tuve que callar durante dos o tres meses por culpa de toques de atención a la empresa por parte del Gobierno, y también por sentido de prudencia del director. En varias ocasiones me persiguieron los fachas  e incluso tuve que “exiliarme” a París. Cuando volví, el director o su secretario Paco Ruiz Macipe me acompañaba a casa cada noche al cerrar el diario, por si acaso. Mi mujer a veces me recuerda aún haber recibido llamadas telefónicas con amenazas de muerte, cosa que la tenía muy amedrentada, como es natural. No llegó a pasar nada.

7. ¿Considera que El Correo Catalán era una publicación catalanista?

Intentaba serlo, discretamente. Ibáñez Escofet, el subdirector, hombre inteligente y con una pluma muy brillante, –con quién yo tenía algunas discrepancias sobre la profesión, que él consideraba un oficio–, era un catalanista bastante radical -no sé si era nacionalista- e influía decisivamente en la tendencia del diario. Yo era más catalán que un “catalanista”, y me preocupaban los temas políticos pero también los sociales. Políticamente he estado más en la línea del gran historiador catalán Miquel Batllori, jesuita, que se consideraba –según   sus propias palabras–, como mucho, un «nacionalista cultural». Tengo alergia a los “ismos”, a todos en general, naturalmente también al “españolismo”. Mi espíritu tiende al cosmopolitismo, a valorar más a las personas que a los grupos de cualquier índole.

    Andreu Roselló, el director de El Correo, estaba más por “hacer país” que por el nacionalismo político, así que el periódico “hacía país” con el acento catalanista que le imprimían Manuel Ibáñez y algunos colaboradores como Joan Fuster, Joaquim Maluquer, Andreu Abelló y otros que se fueron añadiendo a la lista. Hasta que la entrada, como accionistas, de Jordi Pujol y Josep M. Vilaseca Marcet, y sus ‘acólitos’ (Bayer, Bascompte,etc), fue acentuando el espíritu catalanista y nacionalista del diario. Fue precisamente en este momento que El Correo empezó a decaer y a perder ventas.

    Nuestros lectores se encontraban más cómodos cuando “hacíamos país”, y teníamos secciones tan destacada como las de temas municipales y sociales (de Huertas, Fabra, Pradas...), de tipo religioso progresista (Casimir Martí, Josep Bigordá, Rovira Belloso...), económicas (Carabén, Lluch, Ros, Giralt, Guasch, Maluquer...) o deportivas (Morera Falcó, Sierra...), y es en este sentido que se llevaron a término muchas iniciativas –algunos artículos en catalán, ediciones comarcales, etc.– que más tarde fueron imitadas por otros periódicos. Ciertamente,
El Correo Catalán fue un periódico pensado en catalán, aunque escrito en castellano, que marcó una época. Aún se dice con orgulo entre profesionales:“yo estuvo el El Correu”.

    Cabe destacar que una de las primeras actuaciones, más o menos clandestinas, del cantautor Raimon fue precisamente en los talleres del periódico, de la mano de Ibáñez y Fuster. Cantó y tocó la guitarra subido en la rotativa de El Correo y con todo el personal y algunos colaboradores del periódico como público. Aún siento con nostálgia dentro de mi el eco de aquel vibrante Diguem no! del cantante subido a lo alto de la vieja rotativa.  

8. En pocos años, bajo la dirección de Andreu Roselló, El Correo Catalán pasó de ser un periódico más bien olvidado –tan sólo vendía quince mil ejemplares cada día– a ser un órgano de opinión fundamental que era comprado por más de cien mil personas. ¿Cómo se explica esta metamorfosis?  

Creo que fue debido a la gran operación dirigida por Roselló e Ibáñez Escofet, que se esforzaron por convertir en un producto profesional, y aséptico al principio, aquel periódico que había sido carlista, tradicionalista, y que aún llevaba la bendición de todos los papas en la cabecera. Hay que reconocer que lo consiguieron, dentro de las posibilidades de aquella época. Pero, en cambio, una vez realizado este proceso no se acertaba a dar al diario una orientación ideológica. Por lo que se refiere a darle una orientación, creo que Ibáñez y yo contribuimos a ello –por mi parte de manera espontánea y casi inconscientemente con mis artículos y el apoyo clarísimo de la dirección y la empresa. 

Por otra parte, aunque el Régimen era aún muy fuerte, El Correo se atrevió a hacer catalanidad, a criticar y a adoptar una cierta tendencia hacia el centro-izquierda. Cuando esta opción se hizo evidente, El Correo encontró un eco muy importante en la sociedad. Y no sólo en la sociedad catalana, sino también en Madrid. Conservo carpetas llenas de artículos míos reproducidos en diarios de todo el país. El profesor Martínez Albertos me rebautizó llamándome “el político catalán que leen los ministros”. El ministro Fraga –y decían que también López Rodó y algún otro– casi cada mañana, antes de la diez, ya habían leído lo que yo escribía en El Correo. Reconozco que esto me daba ánimos, empuje... y también angustia. 

9. El Correo Catalán presentó a sus lectores al ex presidente Josep Tarradellas. ¿Cómo fue?

En los años 1966 y 1967 casi nadie conocía a Tarradellas. Cierto día, Domingo Valls i Taberner, que era uno de los que le mandaban dinero para que pudiera vivir, vino a ver a Roselló y le preguntó qué se podía hacer para dar a conocer a Tarradellas des de El Correo Catalán. Por aquel entonces teníamos en París un corresponsal muy avispado, Pol Girbal, y él y Roselló propusieron que, ya que se acercaba la Navidad, podíamos hablar de un notable campesino catalán que vivía en Saint-Martin-le-Beau cultivando viña...(también escribía cartas a todo el mundo, pues seguía muy bien la actualidad catalana y española))

    En una entrevista, pués, que le haría Pol Girbal, Tarradellas diría que había hecho cosas durante la República, pero sin decir nada del hecho de que era el presidente de la Generalitat en el exilio ni nada parecido, que esplicaría su vida cotidiana,etc. Así se hizo, y mucha gente conoció la existencia de Tarradellas a través de la entrevista publicada en El Correo. Y todo gracias a la astucia de Roselló y la habilidad de Pol Girbal.    

10. ¿Por qué cree que se hundió este diario?

No se hundió, lo mataron. Algunos se empeñan en decir que no supo adaptarse a la nueva situación, no es cierto. Habia ido ganando terreno a “La Vanguardia Española” (era su nombre) de tono oficialista. El dinamismo de “El Correo Catalán” y su aire muy catalán y preocupado por los temas sociales, habian conquistado un amplio espacio entre los lectores y era punta de lanza en muchas cosas. Su postura crítica sobre la situación política y social caló muy hondamente y fué diario de referencia en toda España.
 
    La entrada de accionistas muy politizados en determinadas tendencias, fué mermando su independencia y el crédito que esta le había granjeado entre los lectores. Como ya he  indicado, el peso que adquirieron esos nuevos socios en la orientación del diario fué tal que se empezó a considerarse como ‘el boletín del pujolismo’, en expresión de Lorenzo Contreras.. El propio Jodi Pujol en persona venía con frecuencia a la redacción y daba orientaciones concretas, e incluso escribió algunos de sus editoriales. Esto fué el motivo del creciente malestar entre Pujol y Roselló, quien acabaría siendo cesado, y fué sustituido por Lorenzo Gomis, muy buen escritor y poeta, pero un mal director de diario.

     Era bastante sabido que yo era el candidato “in péctore” de Roselló para sucederle algún dia, pero creo que nunca llegué a tener la plena confianza de los nuevos socios. Llegaron a insinuarme la posibilidad de que fuera el nuevo director, pero, como había vivido muy estrechamente el calvario de las tensiones con Roselló, le dije a éste antes de su cese, que yo no era candidato; no quería pasar por una situación parecida. Con Lorenzo Gomis, que empezó ilusionado aunque con poco acierto, el diario siguió bajando, y así despúes los directores se fueron cambiando.

    Al final, el diario entró en constantes conflictos laborales -que a vaces escondían posiciones ideologicas- y entró en grandes pérdidas, ligadas al nuevo diario Avui, practicamente de los mismos empresarios. Desprestigiado por la falta de independencia y el sometimiento a la nueva línea y con descenso de lectores, los ‘acólitos’ de Pujol, con el consentimiento de éste, decidieron cerrarlo. Lo mismo que ocurrió con el prestigioso semanario Destino, que cayó en manos de Pujol, quien había encomendado su dirección y gestión a Porcel y a Melià, que obedecían consignas suyas. Esto nos llevaria a recordar el fallido caso Banca Catalana...Pero esto es otro asunto.

     Explicar el hundimiento de El Correo –El Correu- merecería todo un libro para contarlo bien. Los que se han publicado, como el interesante de Víctor Saura, se acercan bastante a la realidad. Y el del ex gerente y consejero-delegado, que protagonizó el cierre, José Novoa, pese a aportar muchos datos y vivencias personales, por tanto de primera mano, está demasiado lleno de parcialidad y apasionamiento. Pronto desapareció de las librerías, como por arte de magia. Es fácil imaginar lo que pasó...

    Este es,  a grandes trazos, una visión de la historia de una apasionante trayectoria –del triunfo a la muerte- de un diario mítico, y mi modesta relación profesional con el mismo. 

Triunfo y muerte de un diario mítico, El Correo

100 preguntas a Wifredo Espina, cuestionario del profesor Daniel E. Jones / Capítulo 7
Wifredo Espina
viernes, 27 de abril de 2012, 06:29 h (CET)
1. ¿Cuándo y cómo empezó su andadura en El Correo Catalán?

Resulta que despacharon al periodista Josep Faulí de El Correo Catalán, por decisión del mismo que lo había metido, mosén Rosell, que tenia mucha  influencia en el diario cuando el periódico aún era tradicionalista. Faulí, una persona inteligente y trabajadora, tenía un carácter  enérgico y impulsivo que le provocó  un fuerte choque con la empresa, que lo echó a la calle de forma fulminante, por haber alentado una protesta en la redacción con motivo, creo, de un conflicto laboral..

    Como buen amigo y compañero de promoción, me telefoneó enseguida para decirme que en el periódico había una vacante que quizás podía interesarme y que posiblemente me llamarían. Y efectivamente, unos días más tarde me llamó el director del periódico, Andreu Roselló.

    Entré en el periódico como responsable de la sección de Nacional, aunque los primeros días estuve de ayudante de Joan Anton Benach, jefe de la sección de Religiosas, y de quien aprendí a seleccionar y pegar teletipos, de lo que yo no tenía ni idea.

    Así empezó todo, aunque podría añadir unos cuantos datos más y explicar algunas curiosas circunstancias  incluso pintorescas, como una supuesta mediación del confesor del señor Baygual, el principal accionista y amigo de un tío mío (el tiet Salvador), el creador de la empresa de leche condensada La lechera.. y con quien congenié bien durante mis años de estudiante en Barcelona. No supe nada más de esa hipotética intervención que la expresada intención de mi tío de tener un contacto con el confesor del dueño del diario; nunca osé hablarle de este asunto. En la vida no todo es claro y sencillo, como a veces parece.

2. ¿Cómo le surgió la idea de hacer la columna «Cada cual con su opinión»? ¿Qué estructura tenía y qué temas trataba?

A menos de un año de estar en El Correo, después de una serie de artículos sobre temas económicos, sociales, sindicales y municipales en los que hacía críticas bastante duras (y por los cuáles curiosamente me felicitó el alcalde Porcioles, que me ofreció un cargo fijo de asesor en el ayuntamiento, con montaje de oposiciones incluido, que rehusé por escrito por razones de dignidad e incompatibilidad, como explicaré), me di cuenta que el único camino posible de hacer oposición a la política oficial pasaba por la parcelación de los temas objetos de crítica. Es decir, que no se podían hacer cargas o críticas frontales sobre un asunto, porqué no pasaban la férrea “censura previa”, entonces vigente. Había que parcelar la temática y afinar el ingenio y hablar entre líneas para burlarla.
   
   Era conveniente, también, repartir y dosificar los temas; esto es, juntar un pequeño repaso al Ayuntamiento con otro al ministerio de Industria, al de Economía, al sindicato único, a la burguesía, a la banca... No un ataque directo, frontal, contra la política básica del gobierno, sino pequeñas escaramuzas contra una serie de hechos puntuales y contra ciertos planteamientos teóricos globales, poniendo de relieve las contradicciones que había entre ellos. Este era un buen truco y muy eficaz para ir socavando las bases del sistema.
 
    Un día, con esta idea en la cabeza, me quedé a trabajar hasta muy entrada la noche, la información que había recogido de los teletipos y le añadí unas anotaciones y breves unos comentarios. Llevé este esbozo de artículo al director Andreu Roselló, que estaba en el despacho de Ibáñez Escofet –quien se extrañó de este gesto-, para que le echara un vistazo y me diera su opinión. Se lo leyó y, para sorpresa mía, dijo: «Molt bé, xiquet». Acto seguido lo codificó y lo metió en el tubo que en aquellos tiempos conducía los originales a la imprenta.

   Al día siguiente lo vi publicado, destacado y con mi firma. Lo que para mi había sido una simple muestra de lo que podía hacerse se convirtió así en el primer artículo de una sección que, teniendo en cuenta las circunstancias de la época, caló con fuerza en la opinión pública...  y me proporcionó también muchos quebraderos de cabeza, dentro y fuera de la redacción.
 
    A partir de entonces, mi dedicación a la Escuela de Periodismo, a la Universidad y a algunas revistas empezó a decaer y me dediqué fundamentalmente al periódico.

4. La empresa editora le dejaba publicar lo que realmente pensaba... ¿Por qué cree que actuó así?


La sección empezó a tener cierto eco en la opinión pública.  Se explica, por tanto, que Roselló, como director, e Ibáñez, entonces jefe de redacción, la miraran de buen ojo, y que la empresa me diera bastante carta blanca. El gerente, Josep M. Baygual, era un empresario que provenía del sector textil -como su padre que, como he dicho, era el más importante accionista de El Correo- y lo que realmente le interesaba –sin desinteresarse de la tendencia ideológica- era una buena tirada del periódico y ganar dinero, es decir, ser empresario de prensa, cosa que en aquellos tiempos no abundaba mucho, ya que los empresarios periodísticos eran a menudo políticos o, también, empresarios en otra actividad. 


5. Su columna llegaba a todas las clases sociales. Incluso, algunos jóvenes decidieron dedicarse a la política tras leer sus artículos, como usted ha confesado en alguna ocasión. ¿Se veía como una especie de líder de opinión?

Me consta, incluso por testimonios personales, que tras leer mis artículos algunos jóvenes decidieron dedicarse a la política. Hace años, por ejemplo, me lo confesó un exalcalde de Sant Cugat: «Si yo hago política es por ti, porqué te leía», me dijo. Y no es el único político que me  lo ha dicho.

    En cuanto a eso de verme como “un líder de opinión”, no; no me consideraba tanto ni me subían los humos a la cabeza, si a esto se refiere. Pero todas estas circunstancias y manifestaciones eran como un acicate que me estimulaba en mi labor y también para no defraudar a mis lectores. Te entra un cierto “punto de honor”...; esto es verdad. No creo que sea insano, más bien un estímuilo y una compensación.

6. ¿De dónde venían las reacciones más críticas a su trabajo? ¿No tenía miedo a posibles represalias?

Las reacciones más críticas con mi sección vinieron, principalmente, de miembros del gobierno y de los sectores políticos más ultras.

    Recuerdo, por ejemplo, una llamada del ministro Fraga a Roselló diciéndole, más o menos: «Mañana, a las diez de la mañana, quiero a Espina en mi despacho.» Me recibió de pie y, sin mirarme a la cara, me espetó: «Espina, yo le puedo silenciar.» -Usted es ministro contesté, sin pensarlo. Y después de una pausa añadió a media voz: «Yo no tengo fondos de reptiles.» Ingenuo de mi, no entendí qué quería decir con esto en aquel momento; luego en Barcelona me aclararon que los “fondos de reptiles” era el dinero para “comprar” voluntades, por ejemplo a periodistas. Me entristeció y disgustó mucho que todo un señor ministro me hubiera insinuado esto. Una frase que se hizo popular en el ministerio y trascendió en los medios profesionales y políticos, fue la de Manuel Fraga a los representantes de la empresa del diario: «Hay que “desespinizar” El Correo. Catalán»

      Ciertamente, mi sección fue adquiriendo bastante  gancho y ayudó a aumentar los lectores de El Correo. Una cosa que me impresionó fue el gesto del ingeniero  del túnel del Cadí, Albert Serratosa, durante una celebración oficial en el Palacio de Pedralbes, sacó de su cartera y me dió un recorte de periódico que le  había entregado un campesino del otro lado del Cadí. Era un recorte de mi sección, Cada cuál con su opinión, que el buen hombre guardaba para enseñárselo a la gente. Otro día, un señor ya mayor se presentó a mi casa de imprevisto. Me traía un fuet y una botella de vino de parte, me dijo, de un “club de amigos de Wifredo Espina”, en la Alta Ribagorza, que –según me contó– se reunía cada semana para comentar mis artículos.

    Son anécdotas y vivencias estas que hacen que te entusiasmes con lo que haces y que te sientas apoyado; incluso llegas a sentirte algo importante. Increíblemente, mi sección era leída tanto por intelectuales, políticos, obispos y empresarios como por obreros, porteros, campesinos, pastores... Sorprendente! Nunca he sabido muy bien por qué.

    Naturalmente, Cada cuál con su opinión también me dio buenos disgustos. Incluso dentro del mismo diario. Un accionista, un viejo carlista, Martirià Llosas, llegó a amenazarme con despedirme: «Espina, piense que tiene mujer e hijos», me dijo un día, bastante enojado por lo que yo había publicado.  Sólo es un ejemplo de algunas tensiones internas. Pero la astucia de Roselló me permitió ir trampeando las situaciones; siempre con el consentimiento del gerente y de los otros socios de la empresa, como el representante de los algodoneros, que eran los más abiertos. Precisamente este, Domingo Valls Taberner, la voz cantante de este sector, el día que Jordi Pujol y los suyos compraron el periódico me dijo al despedirme al pie del ascensor: «Éstos lo echarán todo a perder.» Profético!
 
    No puedo dejar de mencionar que un par de veces tuve que callar durante dos o tres meses por culpa de toques de atención a la empresa por parte del Gobierno, y también por sentido de prudencia del director. En varias ocasiones me persiguieron los fachas  e incluso tuve que “exiliarme” a París. Cuando volví, el director o su secretario Paco Ruiz Macipe me acompañaba a casa cada noche al cerrar el diario, por si acaso. Mi mujer a veces me recuerda aún haber recibido llamadas telefónicas con amenazas de muerte, cosa que la tenía muy amedrentada, como es natural. No llegó a pasar nada.

7. ¿Considera que El Correo Catalán era una publicación catalanista?

Intentaba serlo, discretamente. Ibáñez Escofet, el subdirector, hombre inteligente y con una pluma muy brillante, –con quién yo tenía algunas discrepancias sobre la profesión, que él consideraba un oficio–, era un catalanista bastante radical -no sé si era nacionalista- e influía decisivamente en la tendencia del diario. Yo era más catalán que un “catalanista”, y me preocupaban los temas políticos pero también los sociales. Políticamente he estado más en la línea del gran historiador catalán Miquel Batllori, jesuita, que se consideraba –según   sus propias palabras–, como mucho, un «nacionalista cultural». Tengo alergia a los “ismos”, a todos en general, naturalmente también al “españolismo”. Mi espíritu tiende al cosmopolitismo, a valorar más a las personas que a los grupos de cualquier índole.

    Andreu Roselló, el director de El Correo, estaba más por “hacer país” que por el nacionalismo político, así que el periódico “hacía país” con el acento catalanista que le imprimían Manuel Ibáñez y algunos colaboradores como Joan Fuster, Joaquim Maluquer, Andreu Abelló y otros que se fueron añadiendo a la lista. Hasta que la entrada, como accionistas, de Jordi Pujol y Josep M. Vilaseca Marcet, y sus ‘acólitos’ (Bayer, Bascompte,etc), fue acentuando el espíritu catalanista y nacionalista del diario. Fue precisamente en este momento que El Correo empezó a decaer y a perder ventas.

    Nuestros lectores se encontraban más cómodos cuando “hacíamos país”, y teníamos secciones tan destacada como las de temas municipales y sociales (de Huertas, Fabra, Pradas...), de tipo religioso progresista (Casimir Martí, Josep Bigordá, Rovira Belloso...), económicas (Carabén, Lluch, Ros, Giralt, Guasch, Maluquer...) o deportivas (Morera Falcó, Sierra...), y es en este sentido que se llevaron a término muchas iniciativas –algunos artículos en catalán, ediciones comarcales, etc.– que más tarde fueron imitadas por otros periódicos. Ciertamente,
El Correo Catalán fue un periódico pensado en catalán, aunque escrito en castellano, que marcó una época. Aún se dice con orgulo entre profesionales:“yo estuvo el El Correu”.

    Cabe destacar que una de las primeras actuaciones, más o menos clandestinas, del cantautor Raimon fue precisamente en los talleres del periódico, de la mano de Ibáñez y Fuster. Cantó y tocó la guitarra subido en la rotativa de El Correo y con todo el personal y algunos colaboradores del periódico como público. Aún siento con nostálgia dentro de mi el eco de aquel vibrante Diguem no! del cantante subido a lo alto de la vieja rotativa.  

8. En pocos años, bajo la dirección de Andreu Roselló, El Correo Catalán pasó de ser un periódico más bien olvidado –tan sólo vendía quince mil ejemplares cada día– a ser un órgano de opinión fundamental que era comprado por más de cien mil personas. ¿Cómo se explica esta metamorfosis?  

Creo que fue debido a la gran operación dirigida por Roselló e Ibáñez Escofet, que se esforzaron por convertir en un producto profesional, y aséptico al principio, aquel periódico que había sido carlista, tradicionalista, y que aún llevaba la bendición de todos los papas en la cabecera. Hay que reconocer que lo consiguieron, dentro de las posibilidades de aquella época. Pero, en cambio, una vez realizado este proceso no se acertaba a dar al diario una orientación ideológica. Por lo que se refiere a darle una orientación, creo que Ibáñez y yo contribuimos a ello –por mi parte de manera espontánea y casi inconscientemente con mis artículos y el apoyo clarísimo de la dirección y la empresa. 

Por otra parte, aunque el Régimen era aún muy fuerte, El Correo se atrevió a hacer catalanidad, a criticar y a adoptar una cierta tendencia hacia el centro-izquierda. Cuando esta opción se hizo evidente, El Correo encontró un eco muy importante en la sociedad. Y no sólo en la sociedad catalana, sino también en Madrid. Conservo carpetas llenas de artículos míos reproducidos en diarios de todo el país. El profesor Martínez Albertos me rebautizó llamándome “el político catalán que leen los ministros”. El ministro Fraga –y decían que también López Rodó y algún otro– casi cada mañana, antes de la diez, ya habían leído lo que yo escribía en El Correo. Reconozco que esto me daba ánimos, empuje... y también angustia. 

9. El Correo Catalán presentó a sus lectores al ex presidente Josep Tarradellas. ¿Cómo fue?

En los años 1966 y 1967 casi nadie conocía a Tarradellas. Cierto día, Domingo Valls i Taberner, que era uno de los que le mandaban dinero para que pudiera vivir, vino a ver a Roselló y le preguntó qué se podía hacer para dar a conocer a Tarradellas des de El Correo Catalán. Por aquel entonces teníamos en París un corresponsal muy avispado, Pol Girbal, y él y Roselló propusieron que, ya que se acercaba la Navidad, podíamos hablar de un notable campesino catalán que vivía en Saint-Martin-le-Beau cultivando viña...(también escribía cartas a todo el mundo, pues seguía muy bien la actualidad catalana y española))

    En una entrevista, pués, que le haría Pol Girbal, Tarradellas diría que había hecho cosas durante la República, pero sin decir nada del hecho de que era el presidente de la Generalitat en el exilio ni nada parecido, que esplicaría su vida cotidiana,etc. Así se hizo, y mucha gente conoció la existencia de Tarradellas a través de la entrevista publicada en El Correo. Y todo gracias a la astucia de Roselló y la habilidad de Pol Girbal.    

10. ¿Por qué cree que se hundió este diario?

No se hundió, lo mataron. Algunos se empeñan en decir que no supo adaptarse a la nueva situación, no es cierto. Habia ido ganando terreno a “La Vanguardia Española” (era su nombre) de tono oficialista. El dinamismo de “El Correo Catalán” y su aire muy catalán y preocupado por los temas sociales, habian conquistado un amplio espacio entre los lectores y era punta de lanza en muchas cosas. Su postura crítica sobre la situación política y social caló muy hondamente y fué diario de referencia en toda España.
 
    La entrada de accionistas muy politizados en determinadas tendencias, fué mermando su independencia y el crédito que esta le había granjeado entre los lectores. Como ya he  indicado, el peso que adquirieron esos nuevos socios en la orientación del diario fué tal que se empezó a considerarse como ‘el boletín del pujolismo’, en expresión de Lorenzo Contreras.. El propio Jodi Pujol en persona venía con frecuencia a la redacción y daba orientaciones concretas, e incluso escribió algunos de sus editoriales. Esto fué el motivo del creciente malestar entre Pujol y Roselló, quien acabaría siendo cesado, y fué sustituido por Lorenzo Gomis, muy buen escritor y poeta, pero un mal director de diario.

     Era bastante sabido que yo era el candidato “in péctore” de Roselló para sucederle algún dia, pero creo que nunca llegué a tener la plena confianza de los nuevos socios. Llegaron a insinuarme la posibilidad de que fuera el nuevo director, pero, como había vivido muy estrechamente el calvario de las tensiones con Roselló, le dije a éste antes de su cese, que yo no era candidato; no quería pasar por una situación parecida. Con Lorenzo Gomis, que empezó ilusionado aunque con poco acierto, el diario siguió bajando, y así despúes los directores se fueron cambiando.

    Al final, el diario entró en constantes conflictos laborales -que a vaces escondían posiciones ideologicas- y entró en grandes pérdidas, ligadas al nuevo diario Avui, practicamente de los mismos empresarios. Desprestigiado por la falta de independencia y el sometimiento a la nueva línea y con descenso de lectores, los ‘acólitos’ de Pujol, con el consentimiento de éste, decidieron cerrarlo. Lo mismo que ocurrió con el prestigioso semanario Destino, que cayó en manos de Pujol, quien había encomendado su dirección y gestión a Porcel y a Melià, que obedecían consignas suyas. Esto nos llevaria a recordar el fallido caso Banca Catalana...Pero esto es otro asunto.

     Explicar el hundimiento de El Correo –El Correu- merecería todo un libro para contarlo bien. Los que se han publicado, como el interesante de Víctor Saura, se acercan bastante a la realidad. Y el del ex gerente y consejero-delegado, que protagonizó el cierre, José Novoa, pese a aportar muchos datos y vivencias personales, por tanto de primera mano, está demasiado lleno de parcialidad y apasionamiento. Pronto desapareció de las librerías, como por arte de magia. Es fácil imaginar lo que pasó...

    Este es,  a grandes trazos, una visión de la historia de una apasionante trayectoria –del triunfo a la muerte- de un diario mítico, y mi modesta relación profesional con el mismo. 

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