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Armenia, la herida abierta de un exterminio silenciado

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"A falta de la industrial máquina de muerte nazi, el extermino sufrido por los armenios, - y no podemos olvidar a sus desgraciados compañeros de calvario como asirios, caldeos, helenos pónticos y sirios -, tuvo esa impronta de piedra, fuego y hierro a través del abrasador desierto sirio, donde muerte, violación e inanición conformaron una tríada dantesca".

Un 24 de Abril de 1915, en Estambul, la vieja Constantinopla grecobizantina, daba comienzo la gran carnicería, un intento de aniquilación total, el primer genocidio planificado, sistemático, del siglo XX. Se inició con absoluta precisión, comenzando por la élite sociocultural y religiosa y, una vez descabezada, se encarnizó con la totalidad del pueblo de la Armenia occidental. La comunidad armenia en el Imperio Otomano ya había sufrido otras persecuciones previas y preparatorias para su Holocausto. Una comunidad cuya cultura milenaria hunde sus raíces en un espacio geográfico reducido en la actualidad a su mínima expresión. Porque al genocidio físico debemos sumar el genocidio cultural como consecuencia de que un noventa por ciento, la Armenia histórica, además de la Cilicia, se ubicaba dentro los límites de la Sublime Puerta y actualmente en la heredera de aquélla, Turquía.

El genocidio iniciado en la primavera de hace 97 años fue también, como no podía ser de otra manera, un crimen contra el Patrimonio cultural de la Humanidad amén de la expropiación, del robo de haciendas a gran escala. La Cuestión Armenia sigue siendo pues, una cuestión actual, una herida abierta por la que brota la sangre de un pueblo y que no cicatrizará hasta su reconocimiento final. Una cicatrización que no debe ni puede significar olvido. Todos sabemos que ocurre a los pueblos, a las naciones y a los ciudadanos cuando intentan sentar bases sólidas sobre el fango del silencio, del negacionismo, de la distorsión interesada de la realidad. La antorcha de la causa armenia es la llama de todos aquellos que defienden, por fea que sea, la verdad. Y sobre esta, la justicia, cimientos sobre los que fundamentar una sociedad de ciudadanos libres.

Este genocidio nacional-cultural segó las vidas de más de millón y medio de armenios en las condiciones más espeluznantes que imaginarse pueda. A falta de la industrial máquina de muerte nazi, el exterminio sufrido por los armenios,- y no podemos olvidar a sus desgraciados compañeros de calvario como asirios, caldeos, helenos pónticos y sirios-, tuvo esa impronta de piedra, fuego y sable a través de los desiertos sirios donde muerte, violación y hambre conformaron la tríada dantesca que caracterizó la masacre de cientos de miles de inocentes a manos de los otomanos. No es la primera, ni penosamente será la última vez que escribo sobre este demencial suceso histórico.

Y no me extenderé más sobre los relatos al alcance de cualquiera que quiera conocer esta verdad, esta injusticia nauseabunda cuya sola mención todavía está penada en Turquía. La columna de hoy quiere sumarse al recordatorio que en todos los rincones del mundo civilizado se realizan en un día de luto para Armenia. Un recuerdo vívido en el que para su difusión, lucha y reconocimiento la Diáspora jugó, juega un papel de primer orden. No en vano, es una Comunidad mucho más numerosa que la que mora en el pequeño Estado de la Transcaucasia. Y todos con el Ararat en la retina.

Conmemoramos pues un día de luto para la Humanidad. Un día negro que los armenios, tanto del país transcaucásico como de la Diáspora, que rememoran con dolor y oraciones. Unas oraciones que practican hasta quiénes no son cristianos, ni siquiera creyentes, en honor a unos antepasados que no descansan en paz. Porque nunca o pocas veces, una religión fue a la vez bendición y cruz de un pueblo, un pueblo que es el epítome oriental de lo que antaño se conocía como Cristiandad. Una nación cuya situación en el mapa de la geoestrategia sigue condicionando su fortuna. Desde la declaración conjunta de Francia, Rusia y Gran Bretaña el 24 de Mayo de 1915 ,hasta la polémica, esperemos no malograda en un futuro, ley francesa de 2012 que pretende penalizar el negacionismo del genocidio armenio, un rosario de cuentas insuficientes jalonan el calendario de reconocimientos. Un reconocimiento entre los que no figura la firma española.

Armenia, la herida abierta de un exterminio silenciado

Nicolás de Miguel
martes, 24 de abril de 2012, 06:41 h (CET)
"A falta de la industrial máquina de muerte nazi, el extermino sufrido por los armenios, - y no podemos olvidar a sus desgraciados compañeros de calvario como asirios, caldeos, helenos pónticos y sirios -, tuvo esa impronta de piedra, fuego y hierro a través del abrasador desierto sirio, donde muerte, violación e inanición conformaron una tríada dantesca".

Un 24 de Abril de 1915, en Estambul, la vieja Constantinopla grecobizantina, daba comienzo la gran carnicería, un intento de aniquilación total, el primer genocidio planificado, sistemático, del siglo XX. Se inició con absoluta precisión, comenzando por la élite sociocultural y religiosa y, una vez descabezada, se encarnizó con la totalidad del pueblo de la Armenia occidental. La comunidad armenia en el Imperio Otomano ya había sufrido otras persecuciones previas y preparatorias para su Holocausto. Una comunidad cuya cultura milenaria hunde sus raíces en un espacio geográfico reducido en la actualidad a su mínima expresión. Porque al genocidio físico debemos sumar el genocidio cultural como consecuencia de que un noventa por ciento, la Armenia histórica, además de la Cilicia, se ubicaba dentro los límites de la Sublime Puerta y actualmente en la heredera de aquélla, Turquía.

El genocidio iniciado en la primavera de hace 97 años fue también, como no podía ser de otra manera, un crimen contra el Patrimonio cultural de la Humanidad amén de la expropiación, del robo de haciendas a gran escala. La Cuestión Armenia sigue siendo pues, una cuestión actual, una herida abierta por la que brota la sangre de un pueblo y que no cicatrizará hasta su reconocimiento final. Una cicatrización que no debe ni puede significar olvido. Todos sabemos que ocurre a los pueblos, a las naciones y a los ciudadanos cuando intentan sentar bases sólidas sobre el fango del silencio, del negacionismo, de la distorsión interesada de la realidad. La antorcha de la causa armenia es la llama de todos aquellos que defienden, por fea que sea, la verdad. Y sobre esta, la justicia, cimientos sobre los que fundamentar una sociedad de ciudadanos libres.

Este genocidio nacional-cultural segó las vidas de más de millón y medio de armenios en las condiciones más espeluznantes que imaginarse pueda. A falta de la industrial máquina de muerte nazi, el exterminio sufrido por los armenios,- y no podemos olvidar a sus desgraciados compañeros de calvario como asirios, caldeos, helenos pónticos y sirios-, tuvo esa impronta de piedra, fuego y sable a través de los desiertos sirios donde muerte, violación y hambre conformaron la tríada dantesca que caracterizó la masacre de cientos de miles de inocentes a manos de los otomanos. No es la primera, ni penosamente será la última vez que escribo sobre este demencial suceso histórico.

Y no me extenderé más sobre los relatos al alcance de cualquiera que quiera conocer esta verdad, esta injusticia nauseabunda cuya sola mención todavía está penada en Turquía. La columna de hoy quiere sumarse al recordatorio que en todos los rincones del mundo civilizado se realizan en un día de luto para Armenia. Un recuerdo vívido en el que para su difusión, lucha y reconocimiento la Diáspora jugó, juega un papel de primer orden. No en vano, es una Comunidad mucho más numerosa que la que mora en el pequeño Estado de la Transcaucasia. Y todos con el Ararat en la retina.

Conmemoramos pues un día de luto para la Humanidad. Un día negro que los armenios, tanto del país transcaucásico como de la Diáspora, que rememoran con dolor y oraciones. Unas oraciones que practican hasta quiénes no son cristianos, ni siquiera creyentes, en honor a unos antepasados que no descansan en paz. Porque nunca o pocas veces, una religión fue a la vez bendición y cruz de un pueblo, un pueblo que es el epítome oriental de lo que antaño se conocía como Cristiandad. Una nación cuya situación en el mapa de la geoestrategia sigue condicionando su fortuna. Desde la declaración conjunta de Francia, Rusia y Gran Bretaña el 24 de Mayo de 1915 ,hasta la polémica, esperemos no malograda en un futuro, ley francesa de 2012 que pretende penalizar el negacionismo del genocidio armenio, un rosario de cuentas insuficientes jalonan el calendario de reconocimientos. Un reconocimiento entre los que no figura la firma española.

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