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La función del periodismo en Cataluña no se limita a controlar al poder, sino todo lo contrario. Se somete a él y se convierte en un pelele del nacionalismo.

La omertá de Cataluña

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Uno de los mantras que más se ha perpetuado en el tiempo, y que ciertos intelectuales amén de la clase política no se han cansado de repetir, es aquel que dice que los partidos políticos son imprescindibles para que exista un sistema democrático. Semejante desatino equivale a negar las palabras de una de las mentes más lúcidas de la cultura polaca contemporánea, Ryzard Kapuscinski. Y es que tenía razón el periodista polaco cuando decía aquello de que una democracia podría sobrevivir sin partidos políticos, pero no sin una prensa libre. O séase, no podría existir la democracia sin prensa libre, ni prensa libre sin democracia. O existen periodistas que defienden la verdad con arrojo, se denuncia sin complejos la corrupción, se defiende a los más débiles, se controla al poder y se desenmascaran a los tiranos o realmente no hay una democracia. Por desgracia, este leitmotiv no se cumple en todos los rincones. Porque la función del periodismo, por ejemplo en Cataluña, no se limita a controlar al poder, sino todo lo contrario. Se somete a él y se convierte en un pelele del nacionalismo.

El último ejemplo lo tenemos en el acto que Ciutadans y Convivencia Cívica Catalana, entre otras entidades, celebraron hace algunos días con un lleno absoluto en el Teatro Goya de Barcelona con objeto de reivindicar el bilingüismo en las escuelas catalanas y que no ha suscitado el más mínimo interés para la gran mayoría de los medios de Cataluña. ¿Sorprendente? Lo sería si no fuera la tónica habitual de boicot y silencio, cuando no de ninguneo, a todo lo que se salga de la bendición del credo nacionalista. Así que semejante herejía era una afrenta demasiado subversiva para los medios catalanes, abrigados bajo el paraguas de la subvención pública con la exigua responsabilidad moral de no molestar en demasía al nacionalismo. ¿Nos puede extrañar? En absoluto. La Generalitat subvenciona a nuestros medios para que editorialice, satirice, desautorice y ponga en la picota a todo aquel que sea molesto para la oligarquía del nacionalismo. Así que, ante la provocación de estos inadaptados -llamados así por las hordas nacionalistas- golpe de pito y todo el mundo a callar. Que el que hable, no sale en la foto (digo no cobra la subvención) O si acaso sólo se permite nombrar que Escola en Català, niña mimada del pancatalanismo -y la misma que envió correos masivos al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña para pedir que no aplicase las exigencias del Tribunal Supremo- salga a reclamar al fiscal especial para delitos de odio que investigue el acto por ser, a su juicio, una incitación al odio contra el pueblo catalán y su lengua. ¿Cabe mayor indigencia intelectual y moral?

¡Qué triste! Es la omertá de unos medios que respaldan por acción u omisión a una casta política que se vanagloria de ser insumisa con las leyes y trazar líneas rojas, comprando el silencio chequera en mano. Es esa misma casta que, en una sociedad bilingüe como la catalana, quieren imponer una escuela monolingüe, con sólo una lengua docente. Es la misma casta política y son los mismos medios paniaguados que ocultan los pésimos resultados académicos de los alumnos castellanohablantes en Cataluña. Es el mismo consorcio político-informativo que esconde los datos de abandono y fracaso escolar. Y, por supuesto, es el mismo conglomerado que oculta y no informa de que el gobierno autonómico catalán multa a aquellos comercios que tienen los cárteles o rótulos en castellano en lugar de en catalán. En definitiva, es la penosa realidad de una Cataluña en la que la omertá ha acabado por enterrar al seny y al sentido común, para beneficiar a las oligarquías mientras se pisotean los derechos individuales de los ciudadanos.

La omertá de Cataluña

La función del periodismo en Cataluña no se limita a controlar al poder, sino todo lo contrario. Se somete a él y se convierte en un pelele del nacionalismo.
Javier Montilla
lunes, 23 de abril de 2012, 15:41 h (CET)
Uno de los mantras que más se ha perpetuado en el tiempo, y que ciertos intelectuales amén de la clase política no se han cansado de repetir, es aquel que dice que los partidos políticos son imprescindibles para que exista un sistema democrático. Semejante desatino equivale a negar las palabras de una de las mentes más lúcidas de la cultura polaca contemporánea, Ryzard Kapuscinski. Y es que tenía razón el periodista polaco cuando decía aquello de que una democracia podría sobrevivir sin partidos políticos, pero no sin una prensa libre. O séase, no podría existir la democracia sin prensa libre, ni prensa libre sin democracia. O existen periodistas que defienden la verdad con arrojo, se denuncia sin complejos la corrupción, se defiende a los más débiles, se controla al poder y se desenmascaran a los tiranos o realmente no hay una democracia. Por desgracia, este leitmotiv no se cumple en todos los rincones. Porque la función del periodismo, por ejemplo en Cataluña, no se limita a controlar al poder, sino todo lo contrario. Se somete a él y se convierte en un pelele del nacionalismo.

El último ejemplo lo tenemos en el acto que Ciutadans y Convivencia Cívica Catalana, entre otras entidades, celebraron hace algunos días con un lleno absoluto en el Teatro Goya de Barcelona con objeto de reivindicar el bilingüismo en las escuelas catalanas y que no ha suscitado el más mínimo interés para la gran mayoría de los medios de Cataluña. ¿Sorprendente? Lo sería si no fuera la tónica habitual de boicot y silencio, cuando no de ninguneo, a todo lo que se salga de la bendición del credo nacionalista. Así que semejante herejía era una afrenta demasiado subversiva para los medios catalanes, abrigados bajo el paraguas de la subvención pública con la exigua responsabilidad moral de no molestar en demasía al nacionalismo. ¿Nos puede extrañar? En absoluto. La Generalitat subvenciona a nuestros medios para que editorialice, satirice, desautorice y ponga en la picota a todo aquel que sea molesto para la oligarquía del nacionalismo. Así que, ante la provocación de estos inadaptados -llamados así por las hordas nacionalistas- golpe de pito y todo el mundo a callar. Que el que hable, no sale en la foto (digo no cobra la subvención) O si acaso sólo se permite nombrar que Escola en Català, niña mimada del pancatalanismo -y la misma que envió correos masivos al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña para pedir que no aplicase las exigencias del Tribunal Supremo- salga a reclamar al fiscal especial para delitos de odio que investigue el acto por ser, a su juicio, una incitación al odio contra el pueblo catalán y su lengua. ¿Cabe mayor indigencia intelectual y moral?

¡Qué triste! Es la omertá de unos medios que respaldan por acción u omisión a una casta política que se vanagloria de ser insumisa con las leyes y trazar líneas rojas, comprando el silencio chequera en mano. Es esa misma casta que, en una sociedad bilingüe como la catalana, quieren imponer una escuela monolingüe, con sólo una lengua docente. Es la misma casta política y son los mismos medios paniaguados que ocultan los pésimos resultados académicos de los alumnos castellanohablantes en Cataluña. Es el mismo consorcio político-informativo que esconde los datos de abandono y fracaso escolar. Y, por supuesto, es el mismo conglomerado que oculta y no informa de que el gobierno autonómico catalán multa a aquellos comercios que tienen los cárteles o rótulos en castellano en lugar de en catalán. En definitiva, es la penosa realidad de una Cataluña en la que la omertá ha acabado por enterrar al seny y al sentido común, para beneficiar a las oligarquías mientras se pisotean los derechos individuales de los ciudadanos.

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