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Las verdes colinas de África

Ernest Hemingway

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verdes colinas de Africa



A veces, esas verdes colinas en paraísos de privilegiados con servidores sumisos que se inclinan ante la soberanía, el azar las corona de aventuras de ensueños con elefantes, que se prestan al sacrificio dada la docilidad que les caracteriza. Mas de igual manera puede surgir un contratiempo imprevisto y convertirse en un tembloroso desasosiego. Pero, aunque le apliquemos la dialéctica hasta a la cerilla que prende la luz en la lámpara de la confortable tienda de campaña del campamento en las colinas, esa aventura, sin disparar a un inocente y bonachón paquidermo podemos imaginar que debe ser embriagadora. Y como en estos días pasados esta España diferente, alejada de esos países extranjeros dominados por la mazonería, el judaísmo y el otro de Moscú, ha sido objeto de rumores, por la fallida caza de tal animalito, ya que la imaginación, no entre los poderes políticos, puede convertir sueños en realidades, invito a los lectores a leer esta viva crónica sobre lo que un verdadero apasionado de ese Macondo africano vivió y escribió. Sudor y placeres, esfuerzo creativo, de un maestro de la prosa de aventuras y palpitaciones.

No es necesaria una fecha conmemorativa pero si ocasional, para volver fielmente con agradecimiento a sumergirse en su mundo narrativo, novela, cuento o crónicas como el de estas Verdes colinas de África, sencillez creativa, que viene al pelo con la activa existencia del cazador que, incluso al posible lector que no siente placer y atracción por la caza – es mi caso- , le arrastrará desde las primeras líneas  en ese caminar por la selva a la captura de codiciadas piezas. Porque no es solo la aventura del disparo en la deseada diana, sino el ambiente descriptivo propio de un maestro como Hemingway con su envolvente escritura.

Unas secuencias que a medida que se va leyendo la crónica invita a saborear aquellas buenas películas sacadas de esas crónicas, novelas y relatos de su inmensa obra literaria fruto del esfuerzo y constancia por la calidad que ofrece la meticulosa sencillez de contenido vivo, huella fácil de hallar con justo espacio en el Séptimo Arte logrando el deseado disparo en la diana con piezas de celuloide de inmenso valor.

García Márquez en su evocación a modo de prólogo que abre la edición de los Cuentos de Hemingway (Lumen), afirma que el autor de El viejo y el mar es el creador literario que más ha tenido que ver con su oficio de escritor, porque al contrario de Faulkner -otro de sus preferidos maestros-, al que le sobran tornillos cuando se desmonta una página suya, al autor de Fiesta, con “menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con un rigor lúcido, dejaba sus tornillos a la vista por los lados de fuera, como en los vagones de ferrocarril” para que quienes lo lean puedan disfrutar de su humana artesanía de corredor apasionado de aventuras como fuente con la que calmar su pasión por la vida en una sencilla pero exigente geografía literaria.

Pero esta sencillez no es fruto del azar y la impronta de la inspiración. La inspiración literaria en Hemingway es inicio de un compromiso y exigencia consigo mismo, diría más, un sufrimiento a la hora de esa verdad que es escribir derecho, tensa como una tarde toros en la que hacer frente a historia o reportaje con todo su proceso de elaboración, en el que el autor llega a unas exigencias sin límites desde la convicción de que los buenos libros acaban por dejar dinero al escritor, pero que existe el peligro al ganar dinero poder terminar escribiendo bazofia.

Siempre mantuvo fielmente el criterio insobornable de: “Los escritores se forjan en la injusticia del mismo modo que se forja la espada” Posiblemente por eso a veces se decía para sí que en caso de apuros siempre podía ganar dinero escribiendo, pero teniendo muy en cuenta no caer en la perniciosa trampa de muchos buenos escritores, los mediocres no importan, de escribir para ganar dinero y mantenerse en el fatuo candelero diario. Su constante fue narrar bien, no pensaba en la gente, pensaba en él y su compromiso. Para Hemingway no existía caer en la moda de ser un “piojo que se arrastran sobre la literatura” para ser elogiado. Consideraba como Italo Calvino que la obra literaria de verdad es aquella por imperativo de sí misma se vuelve a leer una y otra vez.

La crónica literaria de Las verdes colinas de África es toda una muestra del reportaje en esa línea excitante y tensa donde se cuenta la estancia de un mes en África, año 1933, del Hemingway cazador lleno de energía y capacidad observadora, con la perspicacia justa para proyectar por medio de esa magia literaria unas crónicas que, partiendo de la pasión por la caza va más allá del “safari y la simple narración turística”, elevando el faenar diario de un aventura a la categoría de mito, mostrando la condición del hombre, su comportamiento a través de los instintos más primarios e “indagar en torno a la eterna cuestión de la muerte y el deseo de supervivencia” que envolvió toda su vida hasta el extremo de optar por el suicidio frente a la derrota. Sus maestros clásicos fueron Sófocles y Tácito.

Ernest Hemingway

Las verdes colinas de África
Francisco Vélez Nieto
jueves, 19 de abril de 2012, 07:20 h (CET)

verdes colinas de Africa



A veces, esas verdes colinas en paraísos de privilegiados con servidores sumisos que se inclinan ante la soberanía, el azar las corona de aventuras de ensueños con elefantes, que se prestan al sacrificio dada la docilidad que les caracteriza. Mas de igual manera puede surgir un contratiempo imprevisto y convertirse en un tembloroso desasosiego. Pero, aunque le apliquemos la dialéctica hasta a la cerilla que prende la luz en la lámpara de la confortable tienda de campaña del campamento en las colinas, esa aventura, sin disparar a un inocente y bonachón paquidermo podemos imaginar que debe ser embriagadora. Y como en estos días pasados esta España diferente, alejada de esos países extranjeros dominados por la mazonería, el judaísmo y el otro de Moscú, ha sido objeto de rumores, por la fallida caza de tal animalito, ya que la imaginación, no entre los poderes políticos, puede convertir sueños en realidades, invito a los lectores a leer esta viva crónica sobre lo que un verdadero apasionado de ese Macondo africano vivió y escribió. Sudor y placeres, esfuerzo creativo, de un maestro de la prosa de aventuras y palpitaciones.

No es necesaria una fecha conmemorativa pero si ocasional, para volver fielmente con agradecimiento a sumergirse en su mundo narrativo, novela, cuento o crónicas como el de estas Verdes colinas de África, sencillez creativa, que viene al pelo con la activa existencia del cazador que, incluso al posible lector que no siente placer y atracción por la caza – es mi caso- , le arrastrará desde las primeras líneas  en ese caminar por la selva a la captura de codiciadas piezas. Porque no es solo la aventura del disparo en la deseada diana, sino el ambiente descriptivo propio de un maestro como Hemingway con su envolvente escritura.

Unas secuencias que a medida que se va leyendo la crónica invita a saborear aquellas buenas películas sacadas de esas crónicas, novelas y relatos de su inmensa obra literaria fruto del esfuerzo y constancia por la calidad que ofrece la meticulosa sencillez de contenido vivo, huella fácil de hallar con justo espacio en el Séptimo Arte logrando el deseado disparo en la diana con piezas de celuloide de inmenso valor.

García Márquez en su evocación a modo de prólogo que abre la edición de los Cuentos de Hemingway (Lumen), afirma que el autor de El viejo y el mar es el creador literario que más ha tenido que ver con su oficio de escritor, porque al contrario de Faulkner -otro de sus preferidos maestros-, al que le sobran tornillos cuando se desmonta una página suya, al autor de Fiesta, con “menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con un rigor lúcido, dejaba sus tornillos a la vista por los lados de fuera, como en los vagones de ferrocarril” para que quienes lo lean puedan disfrutar de su humana artesanía de corredor apasionado de aventuras como fuente con la que calmar su pasión por la vida en una sencilla pero exigente geografía literaria.

Pero esta sencillez no es fruto del azar y la impronta de la inspiración. La inspiración literaria en Hemingway es inicio de un compromiso y exigencia consigo mismo, diría más, un sufrimiento a la hora de esa verdad que es escribir derecho, tensa como una tarde toros en la que hacer frente a historia o reportaje con todo su proceso de elaboración, en el que el autor llega a unas exigencias sin límites desde la convicción de que los buenos libros acaban por dejar dinero al escritor, pero que existe el peligro al ganar dinero poder terminar escribiendo bazofia.

Siempre mantuvo fielmente el criterio insobornable de: “Los escritores se forjan en la injusticia del mismo modo que se forja la espada” Posiblemente por eso a veces se decía para sí que en caso de apuros siempre podía ganar dinero escribiendo, pero teniendo muy en cuenta no caer en la perniciosa trampa de muchos buenos escritores, los mediocres no importan, de escribir para ganar dinero y mantenerse en el fatuo candelero diario. Su constante fue narrar bien, no pensaba en la gente, pensaba en él y su compromiso. Para Hemingway no existía caer en la moda de ser un “piojo que se arrastran sobre la literatura” para ser elogiado. Consideraba como Italo Calvino que la obra literaria de verdad es aquella por imperativo de sí misma se vuelve a leer una y otra vez.

La crónica literaria de Las verdes colinas de África es toda una muestra del reportaje en esa línea excitante y tensa donde se cuenta la estancia de un mes en África, año 1933, del Hemingway cazador lleno de energía y capacidad observadora, con la perspicacia justa para proyectar por medio de esa magia literaria unas crónicas que, partiendo de la pasión por la caza va más allá del “safari y la simple narración turística”, elevando el faenar diario de un aventura a la categoría de mito, mostrando la condición del hombre, su comportamiento a través de los instintos más primarios e “indagar en torno a la eterna cuestión de la muerte y el deseo de supervivencia” que envolvió toda su vida hasta el extremo de optar por el suicidio frente a la derrota. Sus maestros clásicos fueron Sófocles y Tácito.

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