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A Carlos III le gustaba tanto la caza que la prefería a las tareas de gobierno, de modo que era muy frecuente que cuando un ministro preguntaba por dónde estaba el rey para que tomara una decisión de Estado, alguien le solía responder indefectiblemente: “En Babia”

Babia

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Cazar siempre me pareció una reminiscencia primitiva, un impulso, el de matar por el placer de matar, que hoy carece de todo sentido y que, en el mejor de los casos, me parece reprobable, un insulto a la naturaleza y un signo de escasa evolución por parte del cazador. Sin embargo, es legal, como lo es para que algunos poderosos, mientras se dan a este primitivo instinto (sin prácticas rupestres previas), organicen el Estado al modo y manera de la Escopeta Nacional.

Don Juan Carlos, en consecuencia, es muy libre de cazar, aunque muchos ciudadanos no lo entendamos ni tanto así, especialmente en estos momentos en que el país mismo se está cayendo a pedazos como si tuviera la lepra, en que casi la mitad de los españoles ya se instala en las riberas del hambre en crudo, en que todo hace pensar que esto va a mucho más –no en vano se rumorea que se está preparando al Ejército en previsión de que los policías antidisturbios en breve no van a ser capaces de frenar las algaradas-, y que la misma Corona está en un tris de ser cuestionada por razones que están en la mente de todos.

Dios castiga con cuchillo de palo, pueden pensar algunos ante el curioso accidente que sufrió su Majestad mientras cazaba no se sabe qué en aquella Babia africana; pero otros preferimos fijarnos en el lenguaje mudo de los signos, y resulta cuando menos significativo que Su Majestad se haya roto, precisamente ahora, la cadera, lo que le impide la movilidad, caminar, avanzar. Durante milenios a este tipo de signos se le consideró como el lenguaje de los dioses, y era tan considerado y tomado en serio, que un solo signo de esta índole era por sí mismo suficiente como para determinar el inicio o no de una campaña, una acción de gobierno trascendente o incluso una guerra. Los dioses, por lo que se ve, le están susurrando algo ahora al propio rey.

Malos tiempos corren para la Corona en estos días, paralelamente a como corren muy, pero que muy malos tiempos para España, la cual se está viendo arrinconada en un si es no es. Lo peor del caso es que el horizonte no parece muy despejado, y a las desgracias que está sufriendo en esta última etapa la Corona, se le ha de añadir el despelote que está armando el Gobierno, actuando un poco como fogonero del incendio con sus erráticas medidas, no impopulares, sino contrarias a toda lógica y razón por cuanto toma justo las contrarias a lo razonable, dilapidando así en unas semanas el apabullante respaldo que consiguió en las urnas apenas unos meses atrás.

La cosa está arde, nunca mejor dicho, y quien no cojea, renquea. Mal andamos todos –valga el símil- por el camino que transitamos, y no sólo por cuanto las propias medidas del gobierno son cuando menos tan absurdas como propicias para multiplicar los daños que padecemos, sino porque ahora, chulescamente, nos centramos en una cuestión tal como considerar casi una acción de guerra –en el lenguaje usado por ministros y adláteres así lo parece- el que un Estado soberano como Argentina pretenda aplicar las leyes, igualmente legales, que mejor le plazcan con uno de nuestros tiburones más desalmados no sólo con los argentinos, sino también con los propios ciudadanos españoles, a quienes nos está sacando las mantecas con esos precios de locos tan difícilmente justificables y tan oportunistas con que nos castiga. En fin, que van de mataenanos, por lo que se ve, aunque no se les ve con tantos redaños como para poner a Europa en su sitio, o a EEUU, verbigracia, o aún a los ingleses con la cosa esa de Gibraltar, quién sabe si porque ahí no se planta perejil. De risa, vaya.

Resumiendo: que la cosa va de cojeras, cuando menos. La de Su Majestad, según se sabe, la van a remediar con una prótesis, pero no tenemos idea de con qué van a remediar la nacional, que más que una simple rotura de cadera parece una tetraplejia irreversible, y no sé si para eso hay prótesis que no sean de porcelana… china, pues que sabemos que a los países que han entrado en parálisis permanentes –Grecia e Italia- la prótesis que les han aplicado es la de un gobierno de El Club en pleno por el artículo 33, el cual ni se aprueba en parlamentos ni se resuelve en las urnas, sino que se implanta en los quirófanos de los funambulistas financieros. En fin, veremos.

Entretanto, mejor de Islandia ni hablar, donde además de meter el diente a banqueros y a gobernantes indultaron de sus deudas a los sufridos y engañados ciudadanos, porque ese caso es como el de la cura milagrosa del paralítico aquél que relata la Biblia, cuando Jesús le dijo: “Levántate, toma tu cama, y vete a “tu” casa. Entonces él se levantó y se fue a “su” casa. Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.” Nosotros, sin embargo, como vivimos en un Estado laico, pues eso, que de milagros nanay del peluquín, sino mejor de cancioncillas como ésa de “desde chitito me quedé, me quedé, algo resentido de este pie, y si yo soy, soy una cojita, disimular, lo disimulo bien. ¡Achupe! Vaya, que los que estamos en Babia, hoy, somos los ciudadanos, ¡qué le vamos a hacer!

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

Babia

A Carlos III le gustaba tanto la caza que la prefería a las tareas de gobierno, de modo que era muy frecuente que cuando un ministro preguntaba por dónde estaba el rey para que tomara una decisión de Estado, alguien le solía responder indefectiblemente: “En Babia”
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 16 de abril de 2012, 10:33 h (CET)
Cazar siempre me pareció una reminiscencia primitiva, un impulso, el de matar por el placer de matar, que hoy carece de todo sentido y que, en el mejor de los casos, me parece reprobable, un insulto a la naturaleza y un signo de escasa evolución por parte del cazador. Sin embargo, es legal, como lo es para que algunos poderosos, mientras se dan a este primitivo instinto (sin prácticas rupestres previas), organicen el Estado al modo y manera de la Escopeta Nacional.

Don Juan Carlos, en consecuencia, es muy libre de cazar, aunque muchos ciudadanos no lo entendamos ni tanto así, especialmente en estos momentos en que el país mismo se está cayendo a pedazos como si tuviera la lepra, en que casi la mitad de los españoles ya se instala en las riberas del hambre en crudo, en que todo hace pensar que esto va a mucho más –no en vano se rumorea que se está preparando al Ejército en previsión de que los policías antidisturbios en breve no van a ser capaces de frenar las algaradas-, y que la misma Corona está en un tris de ser cuestionada por razones que están en la mente de todos.

Dios castiga con cuchillo de palo, pueden pensar algunos ante el curioso accidente que sufrió su Majestad mientras cazaba no se sabe qué en aquella Babia africana; pero otros preferimos fijarnos en el lenguaje mudo de los signos, y resulta cuando menos significativo que Su Majestad se haya roto, precisamente ahora, la cadera, lo que le impide la movilidad, caminar, avanzar. Durante milenios a este tipo de signos se le consideró como el lenguaje de los dioses, y era tan considerado y tomado en serio, que un solo signo de esta índole era por sí mismo suficiente como para determinar el inicio o no de una campaña, una acción de gobierno trascendente o incluso una guerra. Los dioses, por lo que se ve, le están susurrando algo ahora al propio rey.

Malos tiempos corren para la Corona en estos días, paralelamente a como corren muy, pero que muy malos tiempos para España, la cual se está viendo arrinconada en un si es no es. Lo peor del caso es que el horizonte no parece muy despejado, y a las desgracias que está sufriendo en esta última etapa la Corona, se le ha de añadir el despelote que está armando el Gobierno, actuando un poco como fogonero del incendio con sus erráticas medidas, no impopulares, sino contrarias a toda lógica y razón por cuanto toma justo las contrarias a lo razonable, dilapidando así en unas semanas el apabullante respaldo que consiguió en las urnas apenas unos meses atrás.

La cosa está arde, nunca mejor dicho, y quien no cojea, renquea. Mal andamos todos –valga el símil- por el camino que transitamos, y no sólo por cuanto las propias medidas del gobierno son cuando menos tan absurdas como propicias para multiplicar los daños que padecemos, sino porque ahora, chulescamente, nos centramos en una cuestión tal como considerar casi una acción de guerra –en el lenguaje usado por ministros y adláteres así lo parece- el que un Estado soberano como Argentina pretenda aplicar las leyes, igualmente legales, que mejor le plazcan con uno de nuestros tiburones más desalmados no sólo con los argentinos, sino también con los propios ciudadanos españoles, a quienes nos está sacando las mantecas con esos precios de locos tan difícilmente justificables y tan oportunistas con que nos castiga. En fin, que van de mataenanos, por lo que se ve, aunque no se les ve con tantos redaños como para poner a Europa en su sitio, o a EEUU, verbigracia, o aún a los ingleses con la cosa esa de Gibraltar, quién sabe si porque ahí no se planta perejil. De risa, vaya.

Resumiendo: que la cosa va de cojeras, cuando menos. La de Su Majestad, según se sabe, la van a remediar con una prótesis, pero no tenemos idea de con qué van a remediar la nacional, que más que una simple rotura de cadera parece una tetraplejia irreversible, y no sé si para eso hay prótesis que no sean de porcelana… china, pues que sabemos que a los países que han entrado en parálisis permanentes –Grecia e Italia- la prótesis que les han aplicado es la de un gobierno de El Club en pleno por el artículo 33, el cual ni se aprueba en parlamentos ni se resuelve en las urnas, sino que se implanta en los quirófanos de los funambulistas financieros. En fin, veremos.

Entretanto, mejor de Islandia ni hablar, donde además de meter el diente a banqueros y a gobernantes indultaron de sus deudas a los sufridos y engañados ciudadanos, porque ese caso es como el de la cura milagrosa del paralítico aquél que relata la Biblia, cuando Jesús le dijo: “Levántate, toma tu cama, y vete a “tu” casa. Entonces él se levantó y se fue a “su” casa. Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.” Nosotros, sin embargo, como vivimos en un Estado laico, pues eso, que de milagros nanay del peluquín, sino mejor de cancioncillas como ésa de “desde chitito me quedé, me quedé, algo resentido de este pie, y si yo soy, soy una cojita, disimular, lo disimulo bien. ¡Achupe! Vaya, que los que estamos en Babia, hoy, somos los ciudadanos, ¡qué le vamos a hacer!

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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