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Dependemos tanto de la tecnología, que cada día estamos más cerca de la animalidad extrema

De la civilización a la antropofagia en tres días

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Usted, probablemente, sin auxilio de una calculadora ya no sabe hacer una simple raíz cuadrada, y no hablemos de una cúbica o de un cálculo matemático medianamente complejo. En la misma medida, nuestra sociedad ya no sabe trabajar –ni siquiera existir- sin ordenadores. Ellos lo controlan todo, desde el agua que llega a su casa a los suministros del supermercado, pasando por cualquier clase de actividad laboral, bancaria o de tráfico internacional. Los ordenadores, son los dueños reales del mundo y los depositarios de todos nuestros conocimientos -porque hemos ido compilándolos en soportes extremadamente volátiles-, si bien resulta que los ordenadores no son nada, pero nada seguros, especialmente ante un pulso electromagnético provocado –una deflagración nuclear- o natural –una EMC clase X que alcanzara la órbita geoestacionaria-.

Esta misma semana los líderes del mundo se han reunido en Seúl para tratar el asunto de la seguridad nuclear, en buena parte debido al demonio atómico liberado por la Ciencia sin conciencia, el cual ya está o puede estar al servicio de cualquiera que haya estudiado un poco y le falten escrúpulos para manipular materiales radioactivos. Muchos países productores de estos materiales, principalmente los africanos, no son particularmente dados a un excesivo control de estos productos debido a su carencia de medios y su exceso de corrupción, facultando que grupos potencialmente terroristas pudieran hacerse con el material suficiente como para producir un artefacto nuclear. Artefacto, que baste decir, para los poco ilustrados, que no precisa de una gran tecnología, sino sólo que el total del material radioactivo alcance la pureza necesaria, porque la simple masa crítica es la que produce la reacción en cadena que genera la fusión nuclear. La tecnología, en este sentido, se usa nada más para que las partes que en conjunto alcanzan esa masa crítica estén y permanezcan separadas hasta que “interesa” que la fusión se produzca. Como se ve, algo al alcance de cualquiera con suficiente desprecio por su vida, principalmente si estamos refiriéndonos a suicidas, y, lamentablemente, somos excedentes de este execrable tipo de individuos.

Hay voces un tanto erráticas en apariencia que desde hace tiempo vienen temiéndose un atentado de estas características, y la preocupación parece haber llegado a la cumbre –o la falsa bandera-, coordinándose los líderes de los Estados para decidir cómo actuarán ante una situación semejante. No es una cuestión baladí, ni mucho menos, y todavía es más preocupante si a esta cierta amenaza se le añade el comportamiento del sol, el cual, lejos de atenuar su actividad o hacerse predecible, parece ser cada vez más errática, facultando la posibilidad de que en los próximos meses derive en un verdadero festival pirotécnico. Un pulso electromagnético producido por un atentado de estas características –o por un ataque en toda regla como el que se rumorea que pudieran usar EEUU o Israel para desarmar a Irán-, o aún un pulso electromagnético solar producido por una EMC de alto rango –una X5 o superior que alcanzara la órbita geoestacionaria-, nos catapultaría en apenas tres días a la edad de piedra.

El pulso electromagnético producido por un arma nuclear afectaría a una zona, la cual, además, quedaría contaminada de tal forma que haría poco menos que imposible la propia habitabilidad de ese área. El peligro, claro, es que a una detonación atómica se le replicara con otras, las cuales harían inviables tantas áreas como artefactos fueran detonados, además de la enorme mortandad directa que estas deflagraciones nucleares conllevarían y de los problemas que podrían producir como consecuencia al afectar a potenciales instalaciones con elementos químicos –fábricas-, biológicos –laboratorios- y nucleares –centrales atómicas de uso civil-. Sin embargo, una EMC de rango superior a X5 sería todavía más trágica, por cuanto derribaría de un solo embate e instantáneamente a la práctica totalidad de los satélites geoestacionarios, inutilizando inopinadamente las comunicaciones, posicionamientos GPS y equipamientos de control. Si además esa EMC llegara a superficie la Tierra por cualquier de los muchos agujeros detectados en el escudo electromagnético del planeta, no sólo serían las comunicaciones, sino también las redes eléctricas las que sufrirían las consecuencias devastadoras, produciéndose lo se conoce como Efecto Carrington, lo que supone que todas las centrales y subestaciones eléctricas quedarían fuera de servicio, además de producir un borrado automático de todos los soportes informáticos (software). La civilización, así, daría un salto instantáneo -¿cuántico?- a su animalidad más primitiva.

No existe forma alguna, en nuestra actual organización social, para que sin soportes informáticos y sin comunicaciones un supermercado, por ejemplo, pudiera proveerse de alimentos, porque no tendría forma de ponerse en contacto con los proveedores, ni tendría forma de controlar sus existencias o de cobrar a los consumidores o de pagar a los fabricantes. No sólo no llegaría agua a las casas, sino que no habría forma de que los Estados pudieran alimentar a las poblaciones, las cuales, primero, tendrían la paciencia de esperar a ver qué hacían sus autoridades y cómo se arreglaba el problema; dicho de otra manera, el primer estadio sería el de la novedad, la sorpresa, pero nada más, porque todo el mundo tendría el estómago más o menos lleno y tendría en su casa o en la casa de sus parientes algo con lo que aguantar uno o dos días. La cosa, sin embargo, se complica el segundo día, porque se comprendería que nada funcionaba, ni teléfonos, ni coches, ni semáforos, ni policía ni nada, y esto sería utilizado por no pocos para hacer de su capa un sayo y hacer su agosto o ajustar cuentas -la criminalidad se dispararía hasta la locura colectiva, como ya hemos visto en los estallidos sociales-; en otras palabras: el hombre estaría sólo ante sus semejantes, no sabiendo quién es su aliado y quién es su enemigo, especialmente en la noche. El tercer día, sin embargo, es cuando se desataría el caos social generalizado, porque en ese tiempo no se habrían podido restaurar los servicios, la policía y aún el ejército se habrían mostrado incapaces de contener el pánico social y la delincuencia generalizada, y a esas alturas habría ya muchas gentes que tendrían hambre y sed, y, por mitigar su necesidad y la de los suyos, estarían dispuestos a cualquier cosa.

Es un poco lo que pasó en aquel famoso accidente de aviación que se produjo en los Andes en el 72, en cuyo vuelo viajaban, entre otros, los miembros de un equipo de rugby uruguayo. Después del tercer día, cuando ya se habían consumido los exiguos alimentos que llevaban en el avión, surgió el imprescindible dilema: o se comían a los cadáveres, o morían todos de inanición. La solución ya la conocemos todos, aunque en una sociedad como la nuestra no se plantearía el asunto con cadáveres, sino más bien como en el caso de aquel famoso naufragio en el que los supervivientes de la embarcación devoraron al grumete, en parte porque era el más débil y el menos necesario, y en parte porque estaba más tiernecito. Es por esta vía, precisamente, por donde previsiblemente derivarían las tendencias a partir del tercer día de una catástrofe global: lejos de resucitar los cadáveres, los más fuertes comenzarían a devorar a los más débiles. Walking dead, en plan realidad.

Esto puede parecer un planteamiento de ciencia-ficción, pero no lo es tanto. Ha sido Gran Bretaña la que esta misma pasada semana ha anunciado que existen más de un 50% de posibilidades de que este mismo año suframos las consecuencias de un Efecto Carrington -ha tomado cartas en el asunto el Ministerio de Defensa-, y es el FEMA y la NOAA norteamericanas las que no dejan de alertar y preparar a sus poblaciones para supuestos semejantes de catástrofe global, invitándolas a que acopien alimentos y medicinas, prevean planes de evasión a zonas rurales –con infinitas posibilidades más de supervivencia que en zonas urbanas- y se agrupen para resistir un tiempo indeterminado en condiciones autónomas. Cuestión que no sólo se está verificando con estas potencias, sino que es todo el mundo… civilizado, digamos, donde se están realizando advertencias de este tipo, desde Canadá a Latinoamérica, pasando por casi todos los países europeos… excepto España, donde más allá de los planes de preparación que están promoviendo algunas comunidades autónomas, como la de Madrid, y de rumorearse que se han construido cerca de 200 superbunkers para una elite muy restringida –sin confirmación de veracidad oficial-, los españoles pueden considerarse abandonados a su suerte.

Pero ¿realmente hay motivos para una alarma global de este tipo?... La respuesta es: sí, lo hay. Las inversiones que se han hecho y se están haciendo en todos los países a este respecto son tan enormes que no se pueden justificar sin datos muy fehacientes que las respalden, los cuales no están en absoluto al alcance del gran público. Lo que sí sabemos de cierto es que no existe una forma real de prevenir a la población de que en el sol se ha producido una EMC capaz de producir el temido Efecto Carrington, entre otras cosas porque ésta llegaría a la Tierra en nada más que unas horas, y eso no es tiempo suficiente para protegerse contra nada. Ninguna infraestructura nacional está preparada para soportar un desastre semejante, ni los hospitales, ni la seguridad, ni los servicios, ni las presas hidráulicas o las centrales nucleares, ni ninguna otra cosa. Todo, absolutamente quedaría desbordado, y más valdría en tal caso que cada cual sea capaz de valerse por sí mismo, porque llegados al tercer día serían, o antropófagos de unos, o primer plato de otros.

El sol está mostrando desde hace cierto tiempo una conducta particularmente atípica, comportándose de un modo mucho más excitado de lo que sería lo habitual en condiciones… normales, digamos. Desde hace no demasiado tiempo se vienen observando en nuestro entorno cósmico alteraciones de las que ya he advertido desde esta misma columna. Primero fueron los planetas más lejanos del Sistema Solar los que experimentaron alteraciones notables tanto en sus órbitas como en sus atmósferas; luego, fue Saturno el que se mostró con una cabitación de 90º sobre lo que debiera ser su posición natural; más tarde, fue Júpiter al que le desapareció uno de sus cinturones ecuatoriales; a continuación ha sido la Luna la que ha comenzado a comportarse de forma anómala, apareciendo sus cuartos menguantes y crecientes en forma de U en los trópicos y a generar una atmósfera de nitrium; y ahora es la Tierra y el Sol los que están experimentando actividades en absoluto coherentes, así en sus propias órbitas como en sus propias actividades telúricas, coronales o gaseosas. Hay muchas más anomalías, por supuesto, pero basten éstas por ahora. Por poner un solo caso más: mire un planisferio celeste de cómo deberían verse las constelaciones, compárelo con el cielo que usted puede ver cada noche, y saque sus propias conclusiones. De nada de todo esto habla la ciencia oficial o los mass-media que controla el poder -el 70% de ellos-, sin duda para no crear pánico. En algunas páginas marginales de astronomía -que también están escritas por individuos formados en las universidades que los de la Ciencia oficial-, se afirma que nuestro Sistema Solar está atravesando una burbuja de gas caliente que está produciendo, asociada a las emanaciones de alta energía que provienen de la grieta oscura de la galaxia que el Sistema Solar se dispone a atravesar en los próximos meses, tienen mucho que ver con estas conductas atípicas, si bien para nuestra civilización son absolutamente desconocidos sus efectos, lo que nos impide de todo punto poder prever las consecuencias por ser la primera vez que nos enfrentamos como cultura a un evento semejante. Estamos, dicho en otras palabras, leyendo de primera mano esta lección, si bien sabemos, por los vestigios que han dejado en hielos, lodos y tierras eventos potencialmente iguales acaecidos en periodos anteriores en los que el planeta se enfrentó a esta misma situación, que tuvieron efectos extremadamente negativos para la vida en la Tierra. Y todo ello, sin olvidar al ya cada vez más conocido del gran público, Nibiru, el cual según muchos muy cualificados "gargantas profundas" es visible ya desde algunos puntos de la Antártida y no pocos ciudadanos de todo el globo lo han podido ver y filmar como un segundo sol en determinadas circunstancias –principalmente amaneceres y atardeceres-, cuando la emisión infrarroja del sol es dominante.

El problema, se enfoque como quiera que se haga, es bastante más grave de lo que el ciudadano medio imagina. Sorprende, no obstante, que a pesar de las medidas de aviso –hasta donde es posible, sin producir al pánico social- que se están dando en distintos países de nuestro entorno, en España no sólo no se haga nada, sino que parece apreciarse como que las autoridades hubieran tirado la toalla o no tuvieran interés alguno en la supervivencia de la población, toda vez que parece ser que hay hueco suficiente como para que las elites se salven en esos superbunkers que se dice han sido construidos. Personalmente no sé si tantos como se rumorea, aunque tengo constancia de alguno de ellos; pero, en cualquier caso, la capacidad que parecen tener, considerada la población total de la nación, más que exigua, es mínima. Sí se han hecho últimamente algunos ensayos de catástrofe global en España, en los que se han supuesto simultáneamente desbordamientos, terremotos, tsunamis e incluso la falla generalizada de las centrales nucleares, en un efecto semejante al de Fukushima –todo ello, como se ve, muy en línea con lo que se comenta en este artículo-, si bien desde Protección Civil se están pidiendo acciones y planes más concretos para enfrentar una situación de tal magnitud, además de esa suerte de folletos que circulan por medios muy restringidos de cómo conducirse ante un evento de estas características. Si en otros países se están almacenando recursos y construyendo centros de acogida, en España no hay nada de todo eso: allá cada cuál, parecen decir las autoridades.

Algunos grupos en España, conocientes de cuanto en este artículo se expone, siguen atentamente la evolución de los acontecimientos, entretanto se están organizando para soportar una catástrofe de estas características en el caso de que llegara a verificarse. Tal vez puedan parecer hoy algo exagerados o apocalípticos, aunque si tomamos en cuenta lo que se está haciendo por todo el mundo a fecha de hoy, probablemente sean en realidad los únicos que están tomando conciencia de hacia dónde nos dirigimos y estén siendo los únicos previsores. En un mundo sin tecnología, el orden fracasa en el instante en que nuestros satélites y computadores se apagan, y en tal caso la única posibilidad –posibilidad, no seguridad- de supervivencia radica en el grupo. No es sólo la Conferencia de Seúl que recién han celebrado los líderes de los países más avanzados, ni siquiera el riesgo de guerra nuclear en Irán o en el teatro europeo como consecuencia de aquélla, sino que la presión del viento solar ha comprimido el escudo magnético de la Tierra hasta casi alcanzar la órbita geoestacionaria en las últimas fechas, que la NOAA y el FEMA están continuamente realizando ejercicios de catástrofe en prácticamente todo el Pacífico y sus costas, los ejercicios que recientemente realizaron en México –donde finalmente hubo un terremotos de 7,4º-, en EEUU por parte del FEMA, previniendo una catástrofe en toda la cuenca del Mississippi, en Japón, Australia, etc. Demasiado ruido como para que el río no lleve agua.

 El riesgo de que nuestra civilización colapse, a la vista de todo lo expuesto, es hoy mucho más grave que nunca. Todos estos tiburones que hoy están saqueando las sociedades en el atraco global que supone la actual falsa crisis que nos concierne, acaso no sean sino las primeras ratas que huyen del barco, anunciando que la nave está haciendo agua y que los mamparos son inútiles. Ojalá que tal evento jamás llegue a producirse –muchos tenemos hijos, además que apreciamos nuestra propia vida y nuestra forma de vivirla-, pero si llegara a verificarse, recuerde que los cajeros no funcionarán, que los supermercados no podrán proveerse, que no saldrá agua de su grifo, que las proximidades de las centrales nucleares y de las presas hidroeléctricas serán muy peligrosas porque estarán fuera de control, y que deberá sobrevivir únicamente con lo que tenga en casa en ese momento. No se trata de alarmar, ni siquiera de profetizar ningún apocalipsis, sino sólo de prevenir un riesgo que cada vez se hace más posible y próximo, porque lo que está en juego es mucho más que importante: son vidas, muchas vidas, acaso la suya misma o la de sus hijos. ¿No le parece que en este caso un poco de prevención merece la pena?... De llegarse a ello, podría ser que saltáramos de la civilización a la antropofagia en sólo tres días: así de próximos están estos extremos, quién sabe si porque se está cerrando el círculo.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

De la civilización a la antropofagia en tres días

Dependemos tanto de la tecnología, que cada día estamos más cerca de la animalidad extrema
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 30 de marzo de 2012, 09:52 h (CET)
Usted, probablemente, sin auxilio de una calculadora ya no sabe hacer una simple raíz cuadrada, y no hablemos de una cúbica o de un cálculo matemático medianamente complejo. En la misma medida, nuestra sociedad ya no sabe trabajar –ni siquiera existir- sin ordenadores. Ellos lo controlan todo, desde el agua que llega a su casa a los suministros del supermercado, pasando por cualquier clase de actividad laboral, bancaria o de tráfico internacional. Los ordenadores, son los dueños reales del mundo y los depositarios de todos nuestros conocimientos -porque hemos ido compilándolos en soportes extremadamente volátiles-, si bien resulta que los ordenadores no son nada, pero nada seguros, especialmente ante un pulso electromagnético provocado –una deflagración nuclear- o natural –una EMC clase X que alcanzara la órbita geoestacionaria-.

Esta misma semana los líderes del mundo se han reunido en Seúl para tratar el asunto de la seguridad nuclear, en buena parte debido al demonio atómico liberado por la Ciencia sin conciencia, el cual ya está o puede estar al servicio de cualquiera que haya estudiado un poco y le falten escrúpulos para manipular materiales radioactivos. Muchos países productores de estos materiales, principalmente los africanos, no son particularmente dados a un excesivo control de estos productos debido a su carencia de medios y su exceso de corrupción, facultando que grupos potencialmente terroristas pudieran hacerse con el material suficiente como para producir un artefacto nuclear. Artefacto, que baste decir, para los poco ilustrados, que no precisa de una gran tecnología, sino sólo que el total del material radioactivo alcance la pureza necesaria, porque la simple masa crítica es la que produce la reacción en cadena que genera la fusión nuclear. La tecnología, en este sentido, se usa nada más para que las partes que en conjunto alcanzan esa masa crítica estén y permanezcan separadas hasta que “interesa” que la fusión se produzca. Como se ve, algo al alcance de cualquiera con suficiente desprecio por su vida, principalmente si estamos refiriéndonos a suicidas, y, lamentablemente, somos excedentes de este execrable tipo de individuos.

Hay voces un tanto erráticas en apariencia que desde hace tiempo vienen temiéndose un atentado de estas características, y la preocupación parece haber llegado a la cumbre –o la falsa bandera-, coordinándose los líderes de los Estados para decidir cómo actuarán ante una situación semejante. No es una cuestión baladí, ni mucho menos, y todavía es más preocupante si a esta cierta amenaza se le añade el comportamiento del sol, el cual, lejos de atenuar su actividad o hacerse predecible, parece ser cada vez más errática, facultando la posibilidad de que en los próximos meses derive en un verdadero festival pirotécnico. Un pulso electromagnético producido por un atentado de estas características –o por un ataque en toda regla como el que se rumorea que pudieran usar EEUU o Israel para desarmar a Irán-, o aún un pulso electromagnético solar producido por una EMC de alto rango –una X5 o superior que alcanzara la órbita geoestacionaria-, nos catapultaría en apenas tres días a la edad de piedra.

El pulso electromagnético producido por un arma nuclear afectaría a una zona, la cual, además, quedaría contaminada de tal forma que haría poco menos que imposible la propia habitabilidad de ese área. El peligro, claro, es que a una detonación atómica se le replicara con otras, las cuales harían inviables tantas áreas como artefactos fueran detonados, además de la enorme mortandad directa que estas deflagraciones nucleares conllevarían y de los problemas que podrían producir como consecuencia al afectar a potenciales instalaciones con elementos químicos –fábricas-, biológicos –laboratorios- y nucleares –centrales atómicas de uso civil-. Sin embargo, una EMC de rango superior a X5 sería todavía más trágica, por cuanto derribaría de un solo embate e instantáneamente a la práctica totalidad de los satélites geoestacionarios, inutilizando inopinadamente las comunicaciones, posicionamientos GPS y equipamientos de control. Si además esa EMC llegara a superficie la Tierra por cualquier de los muchos agujeros detectados en el escudo electromagnético del planeta, no sólo serían las comunicaciones, sino también las redes eléctricas las que sufrirían las consecuencias devastadoras, produciéndose lo se conoce como Efecto Carrington, lo que supone que todas las centrales y subestaciones eléctricas quedarían fuera de servicio, además de producir un borrado automático de todos los soportes informáticos (software). La civilización, así, daría un salto instantáneo -¿cuántico?- a su animalidad más primitiva.

No existe forma alguna, en nuestra actual organización social, para que sin soportes informáticos y sin comunicaciones un supermercado, por ejemplo, pudiera proveerse de alimentos, porque no tendría forma de ponerse en contacto con los proveedores, ni tendría forma de controlar sus existencias o de cobrar a los consumidores o de pagar a los fabricantes. No sólo no llegaría agua a las casas, sino que no habría forma de que los Estados pudieran alimentar a las poblaciones, las cuales, primero, tendrían la paciencia de esperar a ver qué hacían sus autoridades y cómo se arreglaba el problema; dicho de otra manera, el primer estadio sería el de la novedad, la sorpresa, pero nada más, porque todo el mundo tendría el estómago más o menos lleno y tendría en su casa o en la casa de sus parientes algo con lo que aguantar uno o dos días. La cosa, sin embargo, se complica el segundo día, porque se comprendería que nada funcionaba, ni teléfonos, ni coches, ni semáforos, ni policía ni nada, y esto sería utilizado por no pocos para hacer de su capa un sayo y hacer su agosto o ajustar cuentas -la criminalidad se dispararía hasta la locura colectiva, como ya hemos visto en los estallidos sociales-; en otras palabras: el hombre estaría sólo ante sus semejantes, no sabiendo quién es su aliado y quién es su enemigo, especialmente en la noche. El tercer día, sin embargo, es cuando se desataría el caos social generalizado, porque en ese tiempo no se habrían podido restaurar los servicios, la policía y aún el ejército se habrían mostrado incapaces de contener el pánico social y la delincuencia generalizada, y a esas alturas habría ya muchas gentes que tendrían hambre y sed, y, por mitigar su necesidad y la de los suyos, estarían dispuestos a cualquier cosa.

Es un poco lo que pasó en aquel famoso accidente de aviación que se produjo en los Andes en el 72, en cuyo vuelo viajaban, entre otros, los miembros de un equipo de rugby uruguayo. Después del tercer día, cuando ya se habían consumido los exiguos alimentos que llevaban en el avión, surgió el imprescindible dilema: o se comían a los cadáveres, o morían todos de inanición. La solución ya la conocemos todos, aunque en una sociedad como la nuestra no se plantearía el asunto con cadáveres, sino más bien como en el caso de aquel famoso naufragio en el que los supervivientes de la embarcación devoraron al grumete, en parte porque era el más débil y el menos necesario, y en parte porque estaba más tiernecito. Es por esta vía, precisamente, por donde previsiblemente derivarían las tendencias a partir del tercer día de una catástrofe global: lejos de resucitar los cadáveres, los más fuertes comenzarían a devorar a los más débiles. Walking dead, en plan realidad.

Esto puede parecer un planteamiento de ciencia-ficción, pero no lo es tanto. Ha sido Gran Bretaña la que esta misma pasada semana ha anunciado que existen más de un 50% de posibilidades de que este mismo año suframos las consecuencias de un Efecto Carrington -ha tomado cartas en el asunto el Ministerio de Defensa-, y es el FEMA y la NOAA norteamericanas las que no dejan de alertar y preparar a sus poblaciones para supuestos semejantes de catástrofe global, invitándolas a que acopien alimentos y medicinas, prevean planes de evasión a zonas rurales –con infinitas posibilidades más de supervivencia que en zonas urbanas- y se agrupen para resistir un tiempo indeterminado en condiciones autónomas. Cuestión que no sólo se está verificando con estas potencias, sino que es todo el mundo… civilizado, digamos, donde se están realizando advertencias de este tipo, desde Canadá a Latinoamérica, pasando por casi todos los países europeos… excepto España, donde más allá de los planes de preparación que están promoviendo algunas comunidades autónomas, como la de Madrid, y de rumorearse que se han construido cerca de 200 superbunkers para una elite muy restringida –sin confirmación de veracidad oficial-, los españoles pueden considerarse abandonados a su suerte.

Pero ¿realmente hay motivos para una alarma global de este tipo?... La respuesta es: sí, lo hay. Las inversiones que se han hecho y se están haciendo en todos los países a este respecto son tan enormes que no se pueden justificar sin datos muy fehacientes que las respalden, los cuales no están en absoluto al alcance del gran público. Lo que sí sabemos de cierto es que no existe una forma real de prevenir a la población de que en el sol se ha producido una EMC capaz de producir el temido Efecto Carrington, entre otras cosas porque ésta llegaría a la Tierra en nada más que unas horas, y eso no es tiempo suficiente para protegerse contra nada. Ninguna infraestructura nacional está preparada para soportar un desastre semejante, ni los hospitales, ni la seguridad, ni los servicios, ni las presas hidráulicas o las centrales nucleares, ni ninguna otra cosa. Todo, absolutamente quedaría desbordado, y más valdría en tal caso que cada cual sea capaz de valerse por sí mismo, porque llegados al tercer día serían, o antropófagos de unos, o primer plato de otros.

El sol está mostrando desde hace cierto tiempo una conducta particularmente atípica, comportándose de un modo mucho más excitado de lo que sería lo habitual en condiciones… normales, digamos. Desde hace no demasiado tiempo se vienen observando en nuestro entorno cósmico alteraciones de las que ya he advertido desde esta misma columna. Primero fueron los planetas más lejanos del Sistema Solar los que experimentaron alteraciones notables tanto en sus órbitas como en sus atmósferas; luego, fue Saturno el que se mostró con una cabitación de 90º sobre lo que debiera ser su posición natural; más tarde, fue Júpiter al que le desapareció uno de sus cinturones ecuatoriales; a continuación ha sido la Luna la que ha comenzado a comportarse de forma anómala, apareciendo sus cuartos menguantes y crecientes en forma de U en los trópicos y a generar una atmósfera de nitrium; y ahora es la Tierra y el Sol los que están experimentando actividades en absoluto coherentes, así en sus propias órbitas como en sus propias actividades telúricas, coronales o gaseosas. Hay muchas más anomalías, por supuesto, pero basten éstas por ahora. Por poner un solo caso más: mire un planisferio celeste de cómo deberían verse las constelaciones, compárelo con el cielo que usted puede ver cada noche, y saque sus propias conclusiones. De nada de todo esto habla la ciencia oficial o los mass-media que controla el poder -el 70% de ellos-, sin duda para no crear pánico. En algunas páginas marginales de astronomía -que también están escritas por individuos formados en las universidades que los de la Ciencia oficial-, se afirma que nuestro Sistema Solar está atravesando una burbuja de gas caliente que está produciendo, asociada a las emanaciones de alta energía que provienen de la grieta oscura de la galaxia que el Sistema Solar se dispone a atravesar en los próximos meses, tienen mucho que ver con estas conductas atípicas, si bien para nuestra civilización son absolutamente desconocidos sus efectos, lo que nos impide de todo punto poder prever las consecuencias por ser la primera vez que nos enfrentamos como cultura a un evento semejante. Estamos, dicho en otras palabras, leyendo de primera mano esta lección, si bien sabemos, por los vestigios que han dejado en hielos, lodos y tierras eventos potencialmente iguales acaecidos en periodos anteriores en los que el planeta se enfrentó a esta misma situación, que tuvieron efectos extremadamente negativos para la vida en la Tierra. Y todo ello, sin olvidar al ya cada vez más conocido del gran público, Nibiru, el cual según muchos muy cualificados "gargantas profundas" es visible ya desde algunos puntos de la Antártida y no pocos ciudadanos de todo el globo lo han podido ver y filmar como un segundo sol en determinadas circunstancias –principalmente amaneceres y atardeceres-, cuando la emisión infrarroja del sol es dominante.

El problema, se enfoque como quiera que se haga, es bastante más grave de lo que el ciudadano medio imagina. Sorprende, no obstante, que a pesar de las medidas de aviso –hasta donde es posible, sin producir al pánico social- que se están dando en distintos países de nuestro entorno, en España no sólo no se haga nada, sino que parece apreciarse como que las autoridades hubieran tirado la toalla o no tuvieran interés alguno en la supervivencia de la población, toda vez que parece ser que hay hueco suficiente como para que las elites se salven en esos superbunkers que se dice han sido construidos. Personalmente no sé si tantos como se rumorea, aunque tengo constancia de alguno de ellos; pero, en cualquier caso, la capacidad que parecen tener, considerada la población total de la nación, más que exigua, es mínima. Sí se han hecho últimamente algunos ensayos de catástrofe global en España, en los que se han supuesto simultáneamente desbordamientos, terremotos, tsunamis e incluso la falla generalizada de las centrales nucleares, en un efecto semejante al de Fukushima –todo ello, como se ve, muy en línea con lo que se comenta en este artículo-, si bien desde Protección Civil se están pidiendo acciones y planes más concretos para enfrentar una situación de tal magnitud, además de esa suerte de folletos que circulan por medios muy restringidos de cómo conducirse ante un evento de estas características. Si en otros países se están almacenando recursos y construyendo centros de acogida, en España no hay nada de todo eso: allá cada cuál, parecen decir las autoridades.

Algunos grupos en España, conocientes de cuanto en este artículo se expone, siguen atentamente la evolución de los acontecimientos, entretanto se están organizando para soportar una catástrofe de estas características en el caso de que llegara a verificarse. Tal vez puedan parecer hoy algo exagerados o apocalípticos, aunque si tomamos en cuenta lo que se está haciendo por todo el mundo a fecha de hoy, probablemente sean en realidad los únicos que están tomando conciencia de hacia dónde nos dirigimos y estén siendo los únicos previsores. En un mundo sin tecnología, el orden fracasa en el instante en que nuestros satélites y computadores se apagan, y en tal caso la única posibilidad –posibilidad, no seguridad- de supervivencia radica en el grupo. No es sólo la Conferencia de Seúl que recién han celebrado los líderes de los países más avanzados, ni siquiera el riesgo de guerra nuclear en Irán o en el teatro europeo como consecuencia de aquélla, sino que la presión del viento solar ha comprimido el escudo magnético de la Tierra hasta casi alcanzar la órbita geoestacionaria en las últimas fechas, que la NOAA y el FEMA están continuamente realizando ejercicios de catástrofe en prácticamente todo el Pacífico y sus costas, los ejercicios que recientemente realizaron en México –donde finalmente hubo un terremotos de 7,4º-, en EEUU por parte del FEMA, previniendo una catástrofe en toda la cuenca del Mississippi, en Japón, Australia, etc. Demasiado ruido como para que el río no lleve agua.

 El riesgo de que nuestra civilización colapse, a la vista de todo lo expuesto, es hoy mucho más grave que nunca. Todos estos tiburones que hoy están saqueando las sociedades en el atraco global que supone la actual falsa crisis que nos concierne, acaso no sean sino las primeras ratas que huyen del barco, anunciando que la nave está haciendo agua y que los mamparos son inútiles. Ojalá que tal evento jamás llegue a producirse –muchos tenemos hijos, además que apreciamos nuestra propia vida y nuestra forma de vivirla-, pero si llegara a verificarse, recuerde que los cajeros no funcionarán, que los supermercados no podrán proveerse, que no saldrá agua de su grifo, que las proximidades de las centrales nucleares y de las presas hidroeléctricas serán muy peligrosas porque estarán fuera de control, y que deberá sobrevivir únicamente con lo que tenga en casa en ese momento. No se trata de alarmar, ni siquiera de profetizar ningún apocalipsis, sino sólo de prevenir un riesgo que cada vez se hace más posible y próximo, porque lo que está en juego es mucho más que importante: son vidas, muchas vidas, acaso la suya misma o la de sus hijos. ¿No le parece que en este caso un poco de prevención merece la pena?... De llegarse a ello, podría ser que saltáramos de la civilización a la antropofagia en sólo tres días: así de próximos están estos extremos, quién sabe si porque se está cerrando el círculo.

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