Si algo demostró el pasado sábado Christian Lindberg en el Palau de la Música Catalana es que no necesita presentación alguna. Talento, innovación, emoción, energía creatividad. Casi no quedan calificativos para describir a un músico que es casi una leyenda viva del trombón. En Barcelona, sorprendió a no pocos con su vestimenta y su camisa fucsia. Pero que duda cabe que la informalidad es un leitmotiv más que imprescindible para entender su música y su sello personal para romper la rigidez que parece subyacer ad aéternum en el repertorio clásico. Y como si nada, puso de manifiesto, ya de inicio, que domina a la perfección la técnica de su instrumento, casi como un binomio innato, amén de saber cual es la puesta en escena que el concierto necesita. Y eso se hizo más que patente en la primera pieza del concierto: la obertura de la ópera Estrella de Soria de Berwald, cuya armonía se adaptó perfectamente a su estilo desenfrenado.
Tras un aplauso más que merecido Lindberg demostró su aptitud al servicio de la música con el concierto para trombón y orquesta de David Ferdinand. Y el resultado fue tan excepcional e interesante como en la obra de Berwarld. Todo un recital de notas, fraseos larguísimos y con fuerza, con las flautas en todo su esplendor y, sobre todo, una expresividad sin igual que acabó con un aplauso ensordecedor, generoso ante el talento del trombonista.
Y se hizo un silencio que resultaba casi imposible. Y el sueco regaló al público una interpretación magistral de la suite para violonchelo versión trombón solo de Bach. ¡Qué forma de transmitir! Pura magia nacida de su trombón. Y en medio del éxtasis una orquesta crecida y que se creía fehacientemente lo que estaba haciendo. Porque, ciertamente, la Orquesta Sinfónica del Vallès -que desde que está dirigida bajo la batuta de Rubén Gimeno cree en sus propias posibilidades- supo acompañar a Lindberg en este recital de emociones, mostrando una sintonía total que se hizo más que patente en la Sinfonía núm. 5 de Chaikovski que cerraba el programa. Lindberg la dirigió con una seguridad absoluta, buscando los matices más adecuados que sonaron con una energía y vitalidad portentosa. Pocas palabras hacen falta más. Genialidad en estado puro.