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¡Cuántas aportaciones espléndidas de las celebraciones falleras!

Trascendencia fallera

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En los albores de la Primavera, Valencia respira los AIRES FALLEROS a pleno pulmón. Son fiestas señeras, por la raigambre popular y la riqueza de sus significados. Reúnen las características curiosas en una celebración incomparable.  Su sello particular está dispuesto para la vibración de todas las sensibilidades. La belleza del toque artístico difumina las posibles crispaciones existentes, minimiza los inconvenientes y recupera pristinas fuentes de la colaboración; en una enérgica simbiosis del clima y del mejor espíritu.

La lluvia de contratiempos no pide autorización previa para su impertinencia, su intensidad apunta a un diluvio catastrófico. Los casi 6 millones de parados españoles pesan de manera angustiosa y a cada uno de ellos les acucian los negros horizontes generados. La estupidez y las frivolidades progresivas rebajan los niveles sociales a una mediocridad ramplona. Diganme cómo quedamos los ciudadanos corrientes en la contemplación de los trapicheos en los entornos políticos o de los despilfarros cometidos con el dinero público. Cualquiera de dichas manifestaciones u otras similares, son REDUCCIONISMOS, que abocan a las personas a ser muy poquita cosa. No vislumbramos salidas oportunas y anhelamos los focos de impulsos renovadores. Necesitamos estímulos para reforzar los resortes propios; y ninguno cmo el complejo fallero desplegado en Valencia. ¿Será aprovechado?

Para salir de los atolladeros buscamos en los resquicios donde pudiéramos extraer una inspiración para las soluciones. Como no abundan, convendría aprovechar al máximo las oportunidades. Cada falla es un exponente de algunos de dichos revulsivos, nos despejan la mente, para plantar cara después a las penalidades cotidianas. Uno de sus argumentos primordiales radica en el toque HUMORÍSTICO, una de las estrellas falleras. La crítica socarrona y popular, concreta la ridiculización de algunos comportamientos, a través del lema general de cada falla, dedicada a los chupópteros, al descaro, a los excesos del turismo o la construcción de aeropuertos sólo decorativos; centra los puyazos valorados para ese año. El libreto detalla después las escenas representadas, relacionadas con aquel lema propuesto para el conjunto. El sarcasmo y el acierto decriptivo perfilan a los personajes cuestionados, que pueden aludir a cualquier vecino o cargos públicos  intervinientes en los despropósitos. Resulta chocante que los razonamientos sesudos no superan la profundidad de la ironía y del humor; estas efectúan las denuncias con mayor claridad y prestancia.

La estructura de la falla contribuye a darle el sentido definitivo. Su modelaje abarca, desde la artesanía aprendida durante años, hasta la inspiración del artista, que elabora las figuras con su distinción específica, en consonancia con los criterios elegidos por la comisión organizadora. El gracejo del NINOT es el ánima para la visualización de los defectos o conductas esperpénticas. En ellos anida la reconvención entreverada con el gracejo o la deformidad; expresados con la sonrisa patente y dejando con el culo al aire a los censurados. Los rasgos del ninot pueden ser decisivos a la hora de identificar a los extraviados, son simpáticos para los observadores y tragicómicos  para los aludidos; pero entrañan una de las claves de la agudeza crítica. Cuando a fulano de tal lo han puesto en la falla, suele ser el escarnio de la denuncia y la repulsa sacadas al aire. En la cara de un animal carroñero pueden apreciarse rostros del entorno de la realeza o de gente de cualquier procedencia. El trasfondo no siempre es diáfano, o quizá sí, queda el recurso de la imaginación.

Ni con el humor ni con la aportación figurativa de los ninots parece ser suficiente, estamos muy entrampados para caricaturas. Los quebraderos de cabeza proliferan y aturden, de tal manera que nos ocupan las conexiones  cerebrales al completo. Ante unos avatares de mucha enjundia y en diversos grados, estamos saturados; con semejantes hechuras damos para poco más. Nos presiona la imperiosa necesidad de romper el bloqueo mental establecido. Y nada mejora la espléndida oportunidad para conseguirlo, que sacar provecho de otro componente intrínseco de la fiesta fallera. Me refiero a la rotundidad de los petardos y ESTRUENDO, tracas, cordá, mascletá…Agobiados por los sinsabores, a ver si la contundencia de las explosiones nos despeja de tanta concentración; aunque sea a fuerza de ruidosas exclamaciones generalizadas. Tras los primeros sustos, otra vez recurrimos al arte, por medio de los sones de las múltiples bandas de música desplegadas para endulzar el jolgorio, en una proyección ilusionante y plena de simbolismo. El sonido colabora en esta revitalización que une sus impulsos a la naciente primavera.

El regodeo en el lamento por las situaciones incómodas o la persistencia en las actitudes críticas, tienen su utilidad en los primeros momentos, para la denuncia, enérgica protesta y como revulsivo; pero no deben quedar en eso, apuntan a la corrección de las actitudes y comportamientos improcedentes. En la fiesta, el recurso para terminar a la vez con las maldades y con el enquistamiento crítico, acude a lo simbólico. Todo ello será consumido por el FUEGO, quedará reducido a CENIZAS; en un reluciente espectáculo de luz y sonido, destructor de las calamidades previamente expuestas y liberador de los negros panoramas, para dejar el camino expedito a las nuevas cratividades. El subconsciente reacciona en esta catarsis figurada que plantea la sugerencia final al cambio de tendencias. Por desgracia, el sino de los humanos mantendrá activas las conductas impropias y los abusos, en esa lucha permanente a la que estamos abocados. Aún así, el simbolismo nos dirige la mirada al final de la cremá, a las cenizas, que pese a todo son valoradas escasamente. Queda insinuado el mal final de ese tobogán ocupado por las desdichadas actuaciones; pero también destaca la terquedad latente y sus muchas ramificaciones. Somos así y la representación refleja el transcurso de la vida.

Los gremios de artesanos y los ambientes huertanos, confirieron el sello propio a estas celebraciones. La luz y el colorido refulgen como componentes señeros. Los trajes acumulan rasgos de épocas y actividades antiguas, plenos de significado y belleza; siempre alineados con la sinfonía floral y el entusiasmo popular. El conjunto constituye un relevante museo ANTROPOLÓGICO viviente; en él se completa el árbol, la unión de raíces, hojas y flores. La amplia participación ciudadana en los preparativos y desarrollo posterior de los festejos, configura el ensamblaje perfecto entre tantas maravillas. Más que una estrella, que las hay y magníficas; es descollante la participación masiva, son muchos puntos de apoyo los requeridos para tamaña manifestación. Comisiones mantenedoras del espíritu fallero, artistas, pirotécnicos, músicos; falleros en suma, ocupados en las variadas peripecias de cada fase.

El influjo del patronazgo religioso permanece muy ligado a las fiestas falleras, radica en el núcleo del sentimiento popular. San José y la Virgen, forman parte de la esencia; sin ellos cambiaría la fisonomía de los actos. Desde la discreción, sin presiones ni tergiversaciones, la presencia del componente religioso es un hecho. Adquiere mayor relevancia en unos tiempos en los que abundan quienes pretenden eliminar de los actos sociales vivencias como estas. Es otro motivo para que apreciemos la consistencia del espíritu fallero, que mantiene el respeto y el arte en la cumbre de la diversión y la convivencia, sin dar paso franco a las intolerancias.

Trascendencia fallera

¡Cuántas aportaciones espléndidas de las celebraciones falleras!
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 16 de marzo de 2012, 08:40 h (CET)
En los albores de la Primavera, Valencia respira los AIRES FALLEROS a pleno pulmón. Son fiestas señeras, por la raigambre popular y la riqueza de sus significados. Reúnen las características curiosas en una celebración incomparable.  Su sello particular está dispuesto para la vibración de todas las sensibilidades. La belleza del toque artístico difumina las posibles crispaciones existentes, minimiza los inconvenientes y recupera pristinas fuentes de la colaboración; en una enérgica simbiosis del clima y del mejor espíritu.

La lluvia de contratiempos no pide autorización previa para su impertinencia, su intensidad apunta a un diluvio catastrófico. Los casi 6 millones de parados españoles pesan de manera angustiosa y a cada uno de ellos les acucian los negros horizontes generados. La estupidez y las frivolidades progresivas rebajan los niveles sociales a una mediocridad ramplona. Diganme cómo quedamos los ciudadanos corrientes en la contemplación de los trapicheos en los entornos políticos o de los despilfarros cometidos con el dinero público. Cualquiera de dichas manifestaciones u otras similares, son REDUCCIONISMOS, que abocan a las personas a ser muy poquita cosa. No vislumbramos salidas oportunas y anhelamos los focos de impulsos renovadores. Necesitamos estímulos para reforzar los resortes propios; y ninguno cmo el complejo fallero desplegado en Valencia. ¿Será aprovechado?

Para salir de los atolladeros buscamos en los resquicios donde pudiéramos extraer una inspiración para las soluciones. Como no abundan, convendría aprovechar al máximo las oportunidades. Cada falla es un exponente de algunos de dichos revulsivos, nos despejan la mente, para plantar cara después a las penalidades cotidianas. Uno de sus argumentos primordiales radica en el toque HUMORÍSTICO, una de las estrellas falleras. La crítica socarrona y popular, concreta la ridiculización de algunos comportamientos, a través del lema general de cada falla, dedicada a los chupópteros, al descaro, a los excesos del turismo o la construcción de aeropuertos sólo decorativos; centra los puyazos valorados para ese año. El libreto detalla después las escenas representadas, relacionadas con aquel lema propuesto para el conjunto. El sarcasmo y el acierto decriptivo perfilan a los personajes cuestionados, que pueden aludir a cualquier vecino o cargos públicos  intervinientes en los despropósitos. Resulta chocante que los razonamientos sesudos no superan la profundidad de la ironía y del humor; estas efectúan las denuncias con mayor claridad y prestancia.

La estructura de la falla contribuye a darle el sentido definitivo. Su modelaje abarca, desde la artesanía aprendida durante años, hasta la inspiración del artista, que elabora las figuras con su distinción específica, en consonancia con los criterios elegidos por la comisión organizadora. El gracejo del NINOT es el ánima para la visualización de los defectos o conductas esperpénticas. En ellos anida la reconvención entreverada con el gracejo o la deformidad; expresados con la sonrisa patente y dejando con el culo al aire a los censurados. Los rasgos del ninot pueden ser decisivos a la hora de identificar a los extraviados, son simpáticos para los observadores y tragicómicos  para los aludidos; pero entrañan una de las claves de la agudeza crítica. Cuando a fulano de tal lo han puesto en la falla, suele ser el escarnio de la denuncia y la repulsa sacadas al aire. En la cara de un animal carroñero pueden apreciarse rostros del entorno de la realeza o de gente de cualquier procedencia. El trasfondo no siempre es diáfano, o quizá sí, queda el recurso de la imaginación.

Ni con el humor ni con la aportación figurativa de los ninots parece ser suficiente, estamos muy entrampados para caricaturas. Los quebraderos de cabeza proliferan y aturden, de tal manera que nos ocupan las conexiones  cerebrales al completo. Ante unos avatares de mucha enjundia y en diversos grados, estamos saturados; con semejantes hechuras damos para poco más. Nos presiona la imperiosa necesidad de romper el bloqueo mental establecido. Y nada mejora la espléndida oportunidad para conseguirlo, que sacar provecho de otro componente intrínseco de la fiesta fallera. Me refiero a la rotundidad de los petardos y ESTRUENDO, tracas, cordá, mascletá…Agobiados por los sinsabores, a ver si la contundencia de las explosiones nos despeja de tanta concentración; aunque sea a fuerza de ruidosas exclamaciones generalizadas. Tras los primeros sustos, otra vez recurrimos al arte, por medio de los sones de las múltiples bandas de música desplegadas para endulzar el jolgorio, en una proyección ilusionante y plena de simbolismo. El sonido colabora en esta revitalización que une sus impulsos a la naciente primavera.

El regodeo en el lamento por las situaciones incómodas o la persistencia en las actitudes críticas, tienen su utilidad en los primeros momentos, para la denuncia, enérgica protesta y como revulsivo; pero no deben quedar en eso, apuntan a la corrección de las actitudes y comportamientos improcedentes. En la fiesta, el recurso para terminar a la vez con las maldades y con el enquistamiento crítico, acude a lo simbólico. Todo ello será consumido por el FUEGO, quedará reducido a CENIZAS; en un reluciente espectáculo de luz y sonido, destructor de las calamidades previamente expuestas y liberador de los negros panoramas, para dejar el camino expedito a las nuevas cratividades. El subconsciente reacciona en esta catarsis figurada que plantea la sugerencia final al cambio de tendencias. Por desgracia, el sino de los humanos mantendrá activas las conductas impropias y los abusos, en esa lucha permanente a la que estamos abocados. Aún así, el simbolismo nos dirige la mirada al final de la cremá, a las cenizas, que pese a todo son valoradas escasamente. Queda insinuado el mal final de ese tobogán ocupado por las desdichadas actuaciones; pero también destaca la terquedad latente y sus muchas ramificaciones. Somos así y la representación refleja el transcurso de la vida.

Los gremios de artesanos y los ambientes huertanos, confirieron el sello propio a estas celebraciones. La luz y el colorido refulgen como componentes señeros. Los trajes acumulan rasgos de épocas y actividades antiguas, plenos de significado y belleza; siempre alineados con la sinfonía floral y el entusiasmo popular. El conjunto constituye un relevante museo ANTROPOLÓGICO viviente; en él se completa el árbol, la unión de raíces, hojas y flores. La amplia participación ciudadana en los preparativos y desarrollo posterior de los festejos, configura el ensamblaje perfecto entre tantas maravillas. Más que una estrella, que las hay y magníficas; es descollante la participación masiva, son muchos puntos de apoyo los requeridos para tamaña manifestación. Comisiones mantenedoras del espíritu fallero, artistas, pirotécnicos, músicos; falleros en suma, ocupados en las variadas peripecias de cada fase.

El influjo del patronazgo religioso permanece muy ligado a las fiestas falleras, radica en el núcleo del sentimiento popular. San José y la Virgen, forman parte de la esencia; sin ellos cambiaría la fisonomía de los actos. Desde la discreción, sin presiones ni tergiversaciones, la presencia del componente religioso es un hecho. Adquiere mayor relevancia en unos tiempos en los que abundan quienes pretenden eliminar de los actos sociales vivencias como estas. Es otro motivo para que apreciemos la consistencia del espíritu fallero, que mantiene el respeto y el arte en la cumbre de la diversión y la convivencia, sin dar paso franco a las intolerancias.

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