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Fernando Fuentes: divulgador científico

Bendito Diclofenac: un analgésico de venta libre

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“Lleva buen precio, lleva calidad”, dice el vendedor ambulante de diclofenac. Un latiguillo que se repite y presenta batalla al sonido de un vagón de ferrocarril desvencijado. No existen cámaras de televisión, ni guardapolvos blancos, pero la rudimentaria estrategia publicitaria parece igual tener éxito. “Para todos los dolores”, asesta y cual feligreses del “pare de sufrir” varios pasajeros le sueltan la mano al daimon griego Algos. No quieren saber nada con el espíritu portador de la pena y el dolor.

Nada resulta extraño. La escena parece incluso fogoneada por historias que aún retumban. Como por ejemplo la de Filoctetes, un héroe de la mitología griega, quien antes de ver la gloria en Troya transitó diez años en soledad en una isla deshabitada. Según el relato del poeta griego Sófocles, el héroe sumergido en el dolor -producto de una lesión en un pie generada por la mordedura de una serpiente- vio allí como su vida era consumida, devorada, y reducida a tan solo una herida. Durante una década nadie vino a ayudarlo, no supo como calmar su dolor. En los tiempos que corren nadie quiere, ni debe, interpretar el papel de Filoctetes.

 Venta libre: tenga rápido su rescate

Se podría suponer, en el mejor de los casos, que el vendedor no busca otra cosa que ahorrar tiempo y lamentos a cambio de una módica suma de dinero. Un intento de convertirse en un Heracles de la venta libre, para así rescatar del destierro a involuntarios aprendices de Filoctetes. Para qué esperar diez años, si toda la alegría inmediata se encuentra en un pequeño comprimido analgésico. Los pasajeros no hacen otra cosa que comprar días, horas y minutos.

Elaine Scarry, una profesora de lengua de la universidad norteamericana de Harvard, afirmó alguna vez que “el dolor físico no simplemente resiste al lenguaje sino que lo destruye activamente, causando una reversión inmediata a un estado prelinguístico, a los sonidos y gritos que hace un ser humano antes de aprender a hablar”. La voz nítida del mercader no tarda en imponerse ante un público fóbico a la ausencia de palabras. Empuja al tren a toda velocidad, por un atajo que esquiva algunas concurridas salas de espera y no pocos recetarios.

Indicaciones y contraindicaciones, solo anécdotas

Ocurre que con tanta celeridad no es infrecuente que indicaciones y contraindicaciones constituyan solo anécdotas de viaje. Que el señor de sombrero, ocupante del primer asiento, haya sufrido hace unos días un traumatismo en un hombro y tenga antecedentes de úlceras en el estómago, o que la señora con migrañas sentada a su lado padezca insuficiencia renal, pasan a configurar apagadas señales de paso a nivel.

Carteles ubicados al costado de los rieles anuncian novedades, pero en medio del vértigo se tornan poco visibles. Algunos mensajes pierden claridad. ¿Habrá recomendado la Administración de Medicamentos y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) que las personas con enfermedades cardiacas tengan precaución al emplear diclofenac? ¿Existirán reportes que hablan de un mayor riesgo de padecer un ataque cardíaco o un accidente cerebrovascular entre sus consumidores? Sin otras señales de afuera, el pasaje del vagón avanza velozmente con destino incierto.

Dolor, fármacos y razón

El dolor trunca el lenguaje, a veces nubla la razón. Basta solo con ver lo que le ocurrió al mismo Filoctetes, quien preso de su sufrimiento fue arrojado al suelo y luego privado de sentido. Nadie merece la suerte corrida por el héroe, también es cierto que ya nadie compra elegías. Venta libre de medicamentos, automedicación, uso racional de fármacos, además de mercaderes que pueblan cada estación. “Para dolores inevitables, sufrimientos opcionales”, castigó y parafraseó el vendedor antes de perderse en el vagón de adelante. Para acariciar la gloria en Troya, Filoctetes tuvo previamente que recobrar el conocimiento.

Bendito Diclofenac: un analgésico de venta libre

Fernando Fuentes: divulgador científico
Redacción
viernes, 9 de marzo de 2012, 17:02 h (CET)
“Lleva buen precio, lleva calidad”, dice el vendedor ambulante de diclofenac. Un latiguillo que se repite y presenta batalla al sonido de un vagón de ferrocarril desvencijado. No existen cámaras de televisión, ni guardapolvos blancos, pero la rudimentaria estrategia publicitaria parece igual tener éxito. “Para todos los dolores”, asesta y cual feligreses del “pare de sufrir” varios pasajeros le sueltan la mano al daimon griego Algos. No quieren saber nada con el espíritu portador de la pena y el dolor.

Nada resulta extraño. La escena parece incluso fogoneada por historias que aún retumban. Como por ejemplo la de Filoctetes, un héroe de la mitología griega, quien antes de ver la gloria en Troya transitó diez años en soledad en una isla deshabitada. Según el relato del poeta griego Sófocles, el héroe sumergido en el dolor -producto de una lesión en un pie generada por la mordedura de una serpiente- vio allí como su vida era consumida, devorada, y reducida a tan solo una herida. Durante una década nadie vino a ayudarlo, no supo como calmar su dolor. En los tiempos que corren nadie quiere, ni debe, interpretar el papel de Filoctetes.

 Venta libre: tenga rápido su rescate

Se podría suponer, en el mejor de los casos, que el vendedor no busca otra cosa que ahorrar tiempo y lamentos a cambio de una módica suma de dinero. Un intento de convertirse en un Heracles de la venta libre, para así rescatar del destierro a involuntarios aprendices de Filoctetes. Para qué esperar diez años, si toda la alegría inmediata se encuentra en un pequeño comprimido analgésico. Los pasajeros no hacen otra cosa que comprar días, horas y minutos.

Elaine Scarry, una profesora de lengua de la universidad norteamericana de Harvard, afirmó alguna vez que “el dolor físico no simplemente resiste al lenguaje sino que lo destruye activamente, causando una reversión inmediata a un estado prelinguístico, a los sonidos y gritos que hace un ser humano antes de aprender a hablar”. La voz nítida del mercader no tarda en imponerse ante un público fóbico a la ausencia de palabras. Empuja al tren a toda velocidad, por un atajo que esquiva algunas concurridas salas de espera y no pocos recetarios.

Indicaciones y contraindicaciones, solo anécdotas

Ocurre que con tanta celeridad no es infrecuente que indicaciones y contraindicaciones constituyan solo anécdotas de viaje. Que el señor de sombrero, ocupante del primer asiento, haya sufrido hace unos días un traumatismo en un hombro y tenga antecedentes de úlceras en el estómago, o que la señora con migrañas sentada a su lado padezca insuficiencia renal, pasan a configurar apagadas señales de paso a nivel.

Carteles ubicados al costado de los rieles anuncian novedades, pero en medio del vértigo se tornan poco visibles. Algunos mensajes pierden claridad. ¿Habrá recomendado la Administración de Medicamentos y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) que las personas con enfermedades cardiacas tengan precaución al emplear diclofenac? ¿Existirán reportes que hablan de un mayor riesgo de padecer un ataque cardíaco o un accidente cerebrovascular entre sus consumidores? Sin otras señales de afuera, el pasaje del vagón avanza velozmente con destino incierto.

Dolor, fármacos y razón

El dolor trunca el lenguaje, a veces nubla la razón. Basta solo con ver lo que le ocurrió al mismo Filoctetes, quien preso de su sufrimiento fue arrojado al suelo y luego privado de sentido. Nadie merece la suerte corrida por el héroe, también es cierto que ya nadie compra elegías. Venta libre de medicamentos, automedicación, uso racional de fármacos, además de mercaderes que pueblan cada estación. “Para dolores inevitables, sufrimientos opcionales”, castigó y parafraseó el vendedor antes de perderse en el vagón de adelante. Para acariciar la gloria en Troya, Filoctetes tuvo previamente que recobrar el conocimiento.

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