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La ciudadanía, para el poder, no es más que la teta de la que alimenta

El derroche y la corrupción

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Cada día aparece al menos un nuevo caso de algún injustificado derroche de mil millonadas de dineros públicos, y cada día, al menos otro de inmorales estipendios e impúdicas indemnizaciones o jubilaciones de algunos altos cargos, ya sea de políticos o ya de oscuros personajes que han quebrado sus empresas públicas, principalmente bancos y cajas, dejando a todos o a gran parte de los trabajadores en el desempleo. No es nada nuevo, y estamos ya más que acostumbrados, a menudo no deteniéndonos en la noticia más tiempo del necesario como para sacudir la cabeza y pronunciar un “¡qué país!” que no resuelve nada, porque no hay manera de resolver esto, a pesar de que quienes sufragarán ese derroche son y serán los ciudadanos de a pie con sus impuestos.

No son pocas las voces que alegan que si en vez de pagar las millonadas en concepto de alquileres que se abonan a inciertos (o muy ciertos) personajes por alojar dependencias públicas, y en su lugar se ocuparan los exageradamente caros edificios e instalaciones que a un costo insoportable se levantaron por toda la geografía española y que hoy no tienen utilidad alguna, se ahorraría mucho dinero, incluso mucho más del que teóricamente debemos. Otras voces, o las mismas, aducen que habría que racionalizar las autonomías, hoy multiplicando por 18 no sólo las tareas que podría realizar un organismo central, sino también el número de funcionarios, y, con ellos, todos los gorrones que han ido colocando los distintos partidos cuando han pasado por el poder, misma cosa que sucede con las Diputaciones, que cuestan otro inútil Potosí. Algunas voces más, o las mismas, argumentan que habría limitar los salarios de los responsables y "asesores" de las entidades públicas, las Cajas y empresas estatales o paraestatales, y, especialmente, las inmorales indemnizaciones, blindajes y todo ese bandidaje que cada tantito, cuando salta la noticia a los medios, nos arruga el ombligo por lo impúdico de los mismos en este país de servicios, putas y desempleados. Y otras muchas voces, o las mismas, se alzan airadas contra las prebendas, salarios, dietas, gastos suntuarios, jubilaciones injuriosas y toda la onerosa parafernalia de la clase política, los sindicatos y empresarios, exigiendo dotar a estas castas parasitarias de los mimos derechos, ni más menos, que los demás ciudadanos (¿no era que todos somos iguales ante la ley?) y que cada palo aguante su vela. Sin embargo, a pesar de la evidencia de que con estos elementales recortes superfluos que no supondrían sino un elemental bien general, y que al suprimir estos excesos propios de ricos de lo ajeno se ahorraría mucho más de lo que se debe, nada de todo ello se hará, se escandalice o no la ciudadanía de a pie, porque la política, para el que no lo sabe, es precisamente esto: derroche y corrupción. ¿No se dieron cuenta, acaso, que cualquiera que entre en política sale de ella rico para siempre, o es que no tienen ojos para ver y entendimiento para comprender?... Todo eso de los discursos políticos y tal, no es más que una engañifa, pienso para alimentar ingenuos que les procuren con su voto un puesto desde el que resolver su futuro… y el de los suyos. Nada más.

Sé de lo que hablo. Pertenezco a esa generación de hombres que arrancó su vida profesional en un régimen de valores completamente distinto –se decía entonces que el patrimonio de una empresa eran sus trabajadores-, en el que comencé mi vida laboral desde los puestos más de base, logrando con el tiempo alcanzar la alta dirección de algunas de las primeras empresas multinacionales españolas e internacionales. Dejé la empresa privada por cuestiones emocionales -la súbita muerte de mi ayudante-, y me dediqué al Comercio Internacional, llevando a esos mundos de Dios a muchas de nuestras mejores o más afamadas empresas. Lo uno y lo otro no sólo me permitieron conocer de primera mano cómo son y piensan los grandes empresarios españoles y sus ejecutivos, sino también, gracias a mi dilatada experiencia internacional, conocer y tratar desde gobernantes a los directivos de las primeras empresas nacionales y multinacionales de los países en que los que operé (y opero todavía), de modo que sé perfectamente cómo son y piensan los principales que dirigen cada país y pudiendo asegurar que, con pequeños matices, son todos iguales, clones del mismo laboratorio o gemelos univitelinos. Todos ellos, sin excepción, piensan igual, se someten a las mismas servidumbres y tienen los mimos objetivos espurios: enriquecerse. Las grandes obras, los grandes fastos, las políticas que implantan y los movimientos que hacen tienen el único sentido de generar ostensibles beneficios a una recua muy definida. Nada hay de verdad en sus discursos populistas, ni de cierto en que no tienen intereses ocultos: permiten que multinacionales y potencias se enriquezcan a costa de la ciudadanía que representan, a cambio de que éstas los permitan ser tratados como honorables cuando todos los servicios secretos saben que están haciendo lo que hacen consigo y con los suyos. Este es el juego, éste es el pacto, y lo es en lo pequeño y en lo grande, en las grandes empresas y negocios públicos, y en las empresas y negocios privados: todo son favores, unta de guardas, comisiones a trasmano. Así funciona el mundo: quien no está dispuesto a “negociar”, no hace “negocio”, así de fácil.

En España no es distinto, y lo sabemos por esos aeropuertos inútiles, por esas ciudades novísimas hoy cerradas a cal y canto, por esas cifras de injustificados derroches o de salarios astronómicos que cada día develan los diarios, por esa multiplicación injustificada de los gobiernos locales y por toda esa lista de gastos absurdos que representan en conjunto mucho más que la deuda total que tiene España. Pero la política es así, y a la política le interesa mucho que se mueva mucho dinero, porque cuanto mayor sea la riada de millones que circule, más fácil es despistar en esto o lo otro una buena cantidad de millones. Lo hemos visto con los últimos casos de corrupción institucional, y lo hemos visto desde la punta de la pirámide a la base del piramidón del poder a la base del mismo, todos ellos sostenidos por el resto de la pirámide social, los ciudadanos de a pie, que no son sino esa enorme ubre de la que todos estos parásitos se alimentan. Nada de todo ello cambiará sin más, no importa qué discursos hagan éstos o aquéllos: sólo son gangs que pendencian entre sí por hacerse con los resortes del poder, en el único afán de beneficiarse. La ideología no tiene nada que ver en todo esto. Nada en absoluto. Si alguna vez tuvo su razón de ser, ya caducó.

La cosa es tan así, y tiene tales servidumbres el poder, que la exigencia para su impunidad es, precisamente, la existencia y aumento progresivo de la deuda, porque es la deuda externa la que faculta a los grandes tiburones el entrar a saco en los países y quedárselos, tal y como ha sucedido en Grecia, va a suceder en Portugal, Irlanda e Italia y está sucediendo en España, donde, lejos de hacer cosas reales para solucionar un teórico problema que no existe desde la objetividad de la realidad, sólo se toman medidas que agravan el problema (la reforma laboral, por ejemplo, o el aumento de la presión fiscal, sin ir más lejos), incrementan en muchos enteros el desempleo y fuerzan a la nación –en realidad un predio de beneficios para algunos- a endeudarse más y más, y a tener que ceder a sus multinacionales el agua de la lluvia, las carretas, los ferrocarriles, los aeropuertos y compañías aéreas, las infraestructuras nacionales y, de ser interesante, hasta los programas de vacunación, medicación o cualquier tipo de negocio que signifique el clientelismo forzoso de la población, sea promovido éste con o sin pánicos de por medio.

Éste, para quien no se ha enterado todavía, es el verdadero funcionamiento de la sociedad, y de los partidos políticos, y de la democracia y todo eso. Lo he tratado de denunciar a través de mi literatura, y así lo puse de manifiesto en mi novela “Sangre Azul (El Club)”, entre otras; pero, como dijo uno de los editores más importantes de este país cuando la escribí allá por el 96, “es lo mejor sobre el asunto que he leído, pero yo no me atrevo a publicar esto.” Por eso, por mi literatura comprometida, a pesar de haber sido finalista reiteradamente de todos y cada uno de los grandes premios literarios del país, estoy en una lista negra de autores prohibidos que no existe oficialmente, de la cual no reniego porque significa estar en la otra orilla del Mal, y desde aquí soporto que los azules me llamen rojo (con insultos), y los rojos, azul (con insultos, también), porque por suerte soy verdaderamente independiente y sé cuál es mi sitio. Y, sin embargo, así, exactamente, es como funciona esto: todos lo sabemos ya, aunque pocos sean los que se atreven a pronunciarlo en voz alta o a escribirlo, porque significa exclusión. El derroche y la corrupción, son el leitmotiv de la política.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

El derroche y la corrupción

La ciudadanía, para el poder, no es más que la teta de la que alimenta
Ángel Ruiz Cediel
miércoles, 29 de febrero de 2012, 10:37 h (CET)
Cada día aparece al menos un nuevo caso de algún injustificado derroche de mil millonadas de dineros públicos, y cada día, al menos otro de inmorales estipendios e impúdicas indemnizaciones o jubilaciones de algunos altos cargos, ya sea de políticos o ya de oscuros personajes que han quebrado sus empresas públicas, principalmente bancos y cajas, dejando a todos o a gran parte de los trabajadores en el desempleo. No es nada nuevo, y estamos ya más que acostumbrados, a menudo no deteniéndonos en la noticia más tiempo del necesario como para sacudir la cabeza y pronunciar un “¡qué país!” que no resuelve nada, porque no hay manera de resolver esto, a pesar de que quienes sufragarán ese derroche son y serán los ciudadanos de a pie con sus impuestos.

No son pocas las voces que alegan que si en vez de pagar las millonadas en concepto de alquileres que se abonan a inciertos (o muy ciertos) personajes por alojar dependencias públicas, y en su lugar se ocuparan los exageradamente caros edificios e instalaciones que a un costo insoportable se levantaron por toda la geografía española y que hoy no tienen utilidad alguna, se ahorraría mucho dinero, incluso mucho más del que teóricamente debemos. Otras voces, o las mismas, aducen que habría que racionalizar las autonomías, hoy multiplicando por 18 no sólo las tareas que podría realizar un organismo central, sino también el número de funcionarios, y, con ellos, todos los gorrones que han ido colocando los distintos partidos cuando han pasado por el poder, misma cosa que sucede con las Diputaciones, que cuestan otro inútil Potosí. Algunas voces más, o las mismas, argumentan que habría limitar los salarios de los responsables y "asesores" de las entidades públicas, las Cajas y empresas estatales o paraestatales, y, especialmente, las inmorales indemnizaciones, blindajes y todo ese bandidaje que cada tantito, cuando salta la noticia a los medios, nos arruga el ombligo por lo impúdico de los mismos en este país de servicios, putas y desempleados. Y otras muchas voces, o las mismas, se alzan airadas contra las prebendas, salarios, dietas, gastos suntuarios, jubilaciones injuriosas y toda la onerosa parafernalia de la clase política, los sindicatos y empresarios, exigiendo dotar a estas castas parasitarias de los mimos derechos, ni más menos, que los demás ciudadanos (¿no era que todos somos iguales ante la ley?) y que cada palo aguante su vela. Sin embargo, a pesar de la evidencia de que con estos elementales recortes superfluos que no supondrían sino un elemental bien general, y que al suprimir estos excesos propios de ricos de lo ajeno se ahorraría mucho más de lo que se debe, nada de todo ello se hará, se escandalice o no la ciudadanía de a pie, porque la política, para el que no lo sabe, es precisamente esto: derroche y corrupción. ¿No se dieron cuenta, acaso, que cualquiera que entre en política sale de ella rico para siempre, o es que no tienen ojos para ver y entendimiento para comprender?... Todo eso de los discursos políticos y tal, no es más que una engañifa, pienso para alimentar ingenuos que les procuren con su voto un puesto desde el que resolver su futuro… y el de los suyos. Nada más.

Sé de lo que hablo. Pertenezco a esa generación de hombres que arrancó su vida profesional en un régimen de valores completamente distinto –se decía entonces que el patrimonio de una empresa eran sus trabajadores-, en el que comencé mi vida laboral desde los puestos más de base, logrando con el tiempo alcanzar la alta dirección de algunas de las primeras empresas multinacionales españolas e internacionales. Dejé la empresa privada por cuestiones emocionales -la súbita muerte de mi ayudante-, y me dediqué al Comercio Internacional, llevando a esos mundos de Dios a muchas de nuestras mejores o más afamadas empresas. Lo uno y lo otro no sólo me permitieron conocer de primera mano cómo son y piensan los grandes empresarios españoles y sus ejecutivos, sino también, gracias a mi dilatada experiencia internacional, conocer y tratar desde gobernantes a los directivos de las primeras empresas nacionales y multinacionales de los países en que los que operé (y opero todavía), de modo que sé perfectamente cómo son y piensan los principales que dirigen cada país y pudiendo asegurar que, con pequeños matices, son todos iguales, clones del mismo laboratorio o gemelos univitelinos. Todos ellos, sin excepción, piensan igual, se someten a las mismas servidumbres y tienen los mimos objetivos espurios: enriquecerse. Las grandes obras, los grandes fastos, las políticas que implantan y los movimientos que hacen tienen el único sentido de generar ostensibles beneficios a una recua muy definida. Nada hay de verdad en sus discursos populistas, ni de cierto en que no tienen intereses ocultos: permiten que multinacionales y potencias se enriquezcan a costa de la ciudadanía que representan, a cambio de que éstas los permitan ser tratados como honorables cuando todos los servicios secretos saben que están haciendo lo que hacen consigo y con los suyos. Este es el juego, éste es el pacto, y lo es en lo pequeño y en lo grande, en las grandes empresas y negocios públicos, y en las empresas y negocios privados: todo son favores, unta de guardas, comisiones a trasmano. Así funciona el mundo: quien no está dispuesto a “negociar”, no hace “negocio”, así de fácil.

En España no es distinto, y lo sabemos por esos aeropuertos inútiles, por esas ciudades novísimas hoy cerradas a cal y canto, por esas cifras de injustificados derroches o de salarios astronómicos que cada día develan los diarios, por esa multiplicación injustificada de los gobiernos locales y por toda esa lista de gastos absurdos que representan en conjunto mucho más que la deuda total que tiene España. Pero la política es así, y a la política le interesa mucho que se mueva mucho dinero, porque cuanto mayor sea la riada de millones que circule, más fácil es despistar en esto o lo otro una buena cantidad de millones. Lo hemos visto con los últimos casos de corrupción institucional, y lo hemos visto desde la punta de la pirámide a la base del piramidón del poder a la base del mismo, todos ellos sostenidos por el resto de la pirámide social, los ciudadanos de a pie, que no son sino esa enorme ubre de la que todos estos parásitos se alimentan. Nada de todo ello cambiará sin más, no importa qué discursos hagan éstos o aquéllos: sólo son gangs que pendencian entre sí por hacerse con los resortes del poder, en el único afán de beneficiarse. La ideología no tiene nada que ver en todo esto. Nada en absoluto. Si alguna vez tuvo su razón de ser, ya caducó.

La cosa es tan así, y tiene tales servidumbres el poder, que la exigencia para su impunidad es, precisamente, la existencia y aumento progresivo de la deuda, porque es la deuda externa la que faculta a los grandes tiburones el entrar a saco en los países y quedárselos, tal y como ha sucedido en Grecia, va a suceder en Portugal, Irlanda e Italia y está sucediendo en España, donde, lejos de hacer cosas reales para solucionar un teórico problema que no existe desde la objetividad de la realidad, sólo se toman medidas que agravan el problema (la reforma laboral, por ejemplo, o el aumento de la presión fiscal, sin ir más lejos), incrementan en muchos enteros el desempleo y fuerzan a la nación –en realidad un predio de beneficios para algunos- a endeudarse más y más, y a tener que ceder a sus multinacionales el agua de la lluvia, las carretas, los ferrocarriles, los aeropuertos y compañías aéreas, las infraestructuras nacionales y, de ser interesante, hasta los programas de vacunación, medicación o cualquier tipo de negocio que signifique el clientelismo forzoso de la población, sea promovido éste con o sin pánicos de por medio.

Éste, para quien no se ha enterado todavía, es el verdadero funcionamiento de la sociedad, y de los partidos políticos, y de la democracia y todo eso. Lo he tratado de denunciar a través de mi literatura, y así lo puse de manifiesto en mi novela “Sangre Azul (El Club)”, entre otras; pero, como dijo uno de los editores más importantes de este país cuando la escribí allá por el 96, “es lo mejor sobre el asunto que he leído, pero yo no me atrevo a publicar esto.” Por eso, por mi literatura comprometida, a pesar de haber sido finalista reiteradamente de todos y cada uno de los grandes premios literarios del país, estoy en una lista negra de autores prohibidos que no existe oficialmente, de la cual no reniego porque significa estar en la otra orilla del Mal, y desde aquí soporto que los azules me llamen rojo (con insultos), y los rojos, azul (con insultos, también), porque por suerte soy verdaderamente independiente y sé cuál es mi sitio. Y, sin embargo, así, exactamente, es como funciona esto: todos lo sabemos ya, aunque pocos sean los que se atreven a pronunciarlo en voz alta o a escribirlo, porque significa exclusión. El derroche y la corrupción, son el leitmotiv de la política.

Puedes conocer toda la obra de Ángel Ruiz Cediel: Un autor que no escribe para todos (Sólo para los muy entendidos)

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