Normalmente la mayoría de los libros de Historia señalan como la causa
principal de la caída del Imperio Romano al avance de los bárbaros. Ciertamente esta es
una de las concausas que dieron lugar a su ruina.
El empuje asolador de estos pueblos que venían presionados por los hunos
realmente es innegable, podemos decir que Roma fue barbarizándose a medida que
llegaban estos foráneos, ya que sus legiones estaban plagadas de soldados de allende las
fronteras, así como muchos de sus generales también eran de la misma procedencia.
Pero no hemos de olvidad que el Imperio Romano venía desmoronándose desde
hacía tiempo, siendo una de sus causas principales la corrupción.
Para progresar en la vida pública había que tener un patrón o persona de gran
influencia que ayudase a su pupilo a conseguir su propósito, pero ese favor no de hacía
falto de interés, el beneficiado debería de corresponder con otras atenciones o
donándole cierta cantidad de dinero al que llamaban propina (sportula= donativo).
El “servicio público” era entonces un medio para enriquecerse rápidamente, de
tal forma que había personas especializadas en servir de intermediarios para llevar a
cabo este comercio de recomendaciones. Eran los proxenetae. Todo se llevaba a cabo
mediante el soborno, de tal forma que si un funcionario debía de presentarse ante un
superior para solicitar cualquier cosa, debería de llevar un regalo en una de sus manos.
No había actividad de cierta importancia en la vida romana que no estuviese
impregnada de corrupción.
El soborno, el tráfico de influencias y la extorsión reinaban por todo el imperio.
En Roma y en todas sus provincias era parte de su sistema.
Como el hombre no ha cambiado ni un ápice en su forma de ser, nos
encontramos con que al cabo de más de veinte siglos, la situación sigue siendo la
misma.
La corrupción, el soborno, la extorsión y toda forma de usurpar lo que por
justicia no les pertenece es la tónica general de la época en la que vivimos que emplean
los poderosos para enriquecerse.
Son todos los países de mundo en los que en mayor o menor medida impera la
corrupción, no sólo de sus políticos, sino también de sus empresas y de quienes pueden
abusar de ello. Rara es la actividad en la que no se prodiga la mordida.
El índice de Percepción de la Corrupción (IPC) de 2016 elaborado por
Transparencia Internacional pone de manifiesto el grado de corrupción en los sectores
públicos de los distintos países del mundo.
Su escala de medición va de 0 (nivel más alto de corrupción) a 100, el más bajo.
El nivel medio mundial está en el punto 43, lo que nos indica que la
podredumbre de las instituciones públicas se extiende a todos los países, pues para que
la media sea 43 en algunos de ellos se tiene que superar con creces esa puntuación, con
el consiguiente perjuicio para sus ciudadanos por ir en detrimento de mejoras en
sanidad, enseñanza, infraestructuras, bienestar y mejor calidad de vida de sus habitantes.
José Ugaz, Presidente de Transparencia internacional, dice: “En demasiados
países la gente se ve privada de sus necesidades básicas y se acuesta cada noche con
hambre debido a la corrupción, mientras que los poderosos y corruptos disfrutan con
impunidad de estilos de vida lujosos”.
La invasión de los bárbaros fue tumultuosa, arrolladora y sin freno. Podemos dar
como fecha de la desaparición del Imperio Romano de Occidente el año 476, cuando
Odoacro, el hérulo, depuso a Rómulo Augústulo.
Nuestra civilización se está viendo amenazada por un peligro mucho más
violento y pernicioso que el de los bárbaros. Es el del yihadismo.
La palabra yihad, en árabe significa esfuerzo, sacrificio, tesón, que es lo que ha
de poner todo buen musulmán para lograr el perfeccionamiento en la práctica de sus
creencias. También tiene otra acepción que es la de arrojo por extender el Islam a todos
los pueblos infieles.
Los yihadistas están librando contra Occidente una guerra no convencional, pero
guerra. Están sembrando el terror por todo el mundo, con el propósito de desestabilizar
nuestras estructuras y eliminar nuestros valores milenarios.
En muchas madrazas de las mezquitas se están adoctrinando jóvenes con el
único propósito de causar el mayor daño posible, aunque sea sacrificándose ellos
mismos con la explosión de un cinturón de cartuchos.
Pero hay otro peligro mucho más pernicioso, solapado y tenaz que estamos
padeciendo y es el de la invasión paulatina de musulmanes que se están instalando en
nuestros países.
Se organizan en asociaciones, partidos políticos y todo tipo de unión con la que
puedan conseguir poder. Sin ir más lejos el Alcalde de Londres es un musulmán que
mantiene y asegura que los atentados terroristas son “parte integrante del día a día de las
grandes ciudades”. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que de forma
disimulada está defendiendo los actos terroristas.
¿Cuántas generaciones harán falta para que esta antigua y vieja Europa se vea
invadida por el poder musulmán, al igual que sucedió con el Imperio Romano con la
llegada de los bárbaros?
De ahí que mi pregunta sea ¿Estaremos en la agonía de una etapa histórica?