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Tiene 20 años, estudia un módulo de Formación Profesional y pese a su juventud es ya un líder sindical. Alberto es viva imagen de la corrupción moral del sistema y del sistema educativo español, a la cola de la OCDE. Preside la Federación Valenciana de Estudiantes de Enseñanzas Medias (FAAVEM), de la cual salió también el socialista Jorge Alarte, que fue su Secretario General en 1991. Basta con escuchar a Alberto en alguna comparecencia ante los medios de comunicación para percatarse que mide la calidad de la enseñanza en función de su capacidad adoctrinadora. Porque Alberto es, ante todo y en pleno siglo XXI, marxista. Un tipo comprometido. El joven está estos días disfrutando de los cinco minutos de gloria revolucionaria alcanzados encabezando las algaradas valencianas y llamando al personal a la “lucha”, que es término que emplean también Toxo y Méndez, los del bogavante, cuando convocan manifestaciones. Solo que Alberto llama a la lucha a “sangre y fuego”. Los diputados del PSOE en las Cortes Valencianas se dejaron la semana pasada las manos aplaudiendo su presencia en la cámara. Este joven, por lo que se ve, les gusta.
Como les digo, Alberto es de izquierdas. Muy de izquierdas. De la ultraizquierda. Salvaje. Tan de izquierdas que convendría que alguien le explicara la lúcida frase de Oriana Fallaci acerca de que hay dos clases de fascistas: los fascistas y los antifascistas. Y es que en su perfil de Facebook (desaparecido desde que se hizo público gracias al blogger Elentir) Alberto muestra sus “democráticas” debilidades: Fidel Castro, Hugo Chávez y, cómo no, los voceros de ETA de Amaiur. “Los derechos no se mendigan, se conquistan con violencia”, afirma este hombre de paz, para quien los actos kaleborrokeros griegos son ejemplo a seguir en nuestro país. España en llamas, parece reclamar. Si todo esto les parece poco, Alberto considera que la madrileña Esperanza Aguirre “debería mirar debajo de su coche al salir de su casa”. Para Alberto la violencia, que también lo puede ser por el número, es una herramienta más de lucha política.
El joven trabaja (con perdón) para la Fundación Viento del Pueblo, de ideología marxista. Una de tantas que viven y pastan en el presupuesto público. Fundación con la cual la FAAVEM, qué casualidad, firmó un convenio de colaboración al mes de incorporarse a ella como empleado el joven sindicalista. Como ven, Alberto, pese a no ser muy ducho con la gramática y sintaxis castellanas, lleva un carrerón imparable en esto de lo público.
Lo mismo acaba convocando huelgas en el Villamagna, de diputado por algún partido muy de izquierdas o en Hollywood mientras cierra un diario de su propiedad.
¿Quién es Alberto? | |||
“Es viva imagen de la corrupción moral del sistema y del sistema educativo español, a la cola de la OCDE” | |||
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Tiene 20 años, estudia un módulo de Formación Profesional y pese a su juventud es ya un líder sindical. Alberto es viva imagen de la corrupción moral del sistema y del sistema educativo español, a la cola de la OCDE. Preside la Federación Valenciana de Estudiantes de Enseñanzas Medias (FAAVEM), de la cual salió también el socialista Jorge Alarte, que fue su Secretario General en 1991. Basta con escuchar a Alberto en alguna comparecencia ante los medios de comunicación para percatarse que mide la calidad de la enseñanza en función de su capacidad adoctrinadora. Porque Alberto es, ante todo y en pleno siglo XXI, marxista. Un tipo comprometido. El joven está estos días disfrutando de los cinco minutos de gloria revolucionaria alcanzados encabezando las algaradas valencianas y llamando al personal a la “lucha”, que es término que emplean también Toxo y Méndez, los del bogavante, cuando convocan manifestaciones. Solo que Alberto llama a la lucha a “sangre y fuego”. Los diputados del PSOE en las Cortes Valencianas se dejaron la semana pasada las manos aplaudiendo su presencia en la cámara. Este joven, por lo que se ve, les gusta.
Como les digo, Alberto es de izquierdas. Muy de izquierdas. De la ultraizquierda. Salvaje. Tan de izquierdas que convendría que alguien le explicara la lúcida frase de Oriana Fallaci acerca de que hay dos clases de fascistas: los fascistas y los antifascistas. Y es que en su perfil de Facebook (desaparecido desde que se hizo público gracias al blogger Elentir) Alberto muestra sus “democráticas” debilidades: Fidel Castro, Hugo Chávez y, cómo no, los voceros de ETA de Amaiur. “Los derechos no se mendigan, se conquistan con violencia”, afirma este hombre de paz, para quien los actos kaleborrokeros griegos son ejemplo a seguir en nuestro país. España en llamas, parece reclamar. Si todo esto les parece poco, Alberto considera que la madrileña Esperanza Aguirre “debería mirar debajo de su coche al salir de su casa”. Para Alberto la violencia, que también lo puede ser por el número, es una herramienta más de lucha política. El joven trabaja (con perdón) para la Fundación Viento del Pueblo, de ideología marxista. Una de tantas que viven y pastan en el presupuesto público. Fundación con la cual la FAAVEM, qué casualidad, firmó un convenio de colaboración al mes de incorporarse a ella como empleado el joven sindicalista. Como ven, Alberto, pese a no ser muy ducho con la gramática y sintaxis castellanas, lleva un carrerón imparable en esto de lo público. Lo mismo acaba convocando huelgas en el Villamagna, de diputado por algún partido muy de izquierdas o en Hollywood mientras cierra un diario de su propiedad. |
EH Bildu estaría integrada por militantes de Aralar, Alternativa, EA e Independientes, todos ellos fagocitados por la estrella-alfa Sortu, cuyo ideólogo sería el actual candidato a Lehendakari, Pello Otxandiano, quien decidió revisar la anterior estrategia de Bildu e incorporar a su bagaje político la llamada inteligencia maquiavélica.
El pasado martes mientras limpiaba uno de los patios de colegio que me toca dos veces a la semana, una niña intentaba proteger a una abeja que no podía volar cogiéndola con una hoja y la apartó para que nadie la pisara estando pendiente para ver si se podía recuperar a lo que se sumaron una compañera y un compañero. Gestos que demuestran más empatía que muchos adultos.
En la colosal vorágine de los tiempos modernos, nos encontramos enredados en un tejido de deseos y ansias desbocadas. Nos hemos convertido en una sociedad dominada por la avaricia, un apetito voraz que desemboca en la insaciabilidad. La hambruna crónica de la insatisfacción. Más y más por el mero más y más. Lejos queda la capacidad personal y colectiva de detenernos a pensar quiénes somos y echar la vista atrás para recapitular de dónde venimos.
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