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El Real Madrid organizó una fiesta redonda con el Gran Canaria
como adversario invitado. Primero, la gente se fotografío con la Copa del Rey,
en un estado de adoración esperado desde hace casi dos décadas; después, desde
sus asientos, se deleitó con un baloncesto ofensivo y de brillantez del Real
Madrid, donde Llull, Carroll y Reyes fueron los protagonistas. Enfrente, el
cuadro canario, con más debilidades que aciertos, sólo subsistió mercede a los
puntos de Bramos y Palacios. Insuficiente cuando está jugando con el Real
Madrid. Éste les engulló.
El baloncesto no sólo se gana desde las defensas. Aquellos
conjuntos que destacan en ataque, además de agradar al respetable, se
convierten en una imparable máquina de crear puntos, con el consiguiente espectáculo.
Si además se combinan ambas virtudes, una fuerte defensa y un preciso ataque,
ese grupo es imparable, capaz de sumar triunfos cada encuentro. E incluso con
una asombrosa comodidad, casi sin sudar. Lógicamente, atrapan trofeos. Uno de
estos conjuntos es el Real Madrid. Está de dulce. Todo lo que intenta, sale a
la perfección. Corriente, además, favorecida por las consecuencias
beneficiosas, en lo deportivo y moral, de ser ganador de la Copa del Rey.
Trofeo este que acaparó el protagonismo al comienzo del compromiso
contra el Gran Canaria. Fotos al comienzo con los seguidores y ofrecimiento,
desde el centro de la pista, con Felipe Reyes como maestro de ceremonias a toda
la familia madridista. Ovaciones, aplausos y cánticos de ¡campeones, campeones!
compusieron una armoniosa fiesta de celebración después de cinco temporadas de
sequía y 19 años sin alcanzar este campeonato. La fiesta estaba justificada.
Que no terminada. El Real Madrid continúo, con el balón en juego, en ese
ambiente festivo, ésta vez a base de canastas de todos los colores. Baloncesto
ofensivo.
Festival de la canasta
Tiros desde el exterior con Carroll como exponente, penetraciones
eléctricas de Llull, asistencias mágicas de Sergio Rodríguez, intimidación de Begic y Tomic, pundonor de Reyes,
desparpajo de Singler y Pocius o el buen hacer de Reyes y Mirotic. El Real
Madrid estaba levitando, desarrollando un baloncesto de alta escuela. Gustando
y gustándose. Enfrente, un Gran Canaria con el ánimo muy abajo, como dando por
perdido su comparecencia en Madrid. Un cuadro canario que dista mucho de ese
otro Gran Canaria capaz de hacer frente a los grandes. Las marchas de Carroll y
Wallace han causado estragos.
De esta manera, el encuentro duró exactamente tres minutos: 9-1 de
salida merced a ese baloncesto de enorme vistosidad y una seria defensa. Las
rentas fueron aumentando hasta el 18-9 al término del primer cuarto. Y en el
segundo, en mitad de un festival de canastas, se rompió definitivamente el
encuentro: 37-17 (veinte arriba para los blancos). Y no fueron más porque
Bramos sacó ese orgullo que tiene todo jugador. Pero la cita estaba cerrada.
O eso se pensó hasta que Bramos, Beirán y Palacios se encargaron
de marcarse un trío de triples consecutivos, a lo que sumado una comprensible
relajación blanca sitúo el marcador en un inusual: 56-52. Situación inesperada
que simplemente fue un espejismo. Con Llull al mando y Reyes y Carroll en
estado de gracia, las diferencias volvieron a la normalidad: 13 arriba (68-55)
en el epílogo del tercer cuarto. Algo que se ratificó en los primeros minutos
del cuarto final con los mismos protagonista, regresando así los 15 puntos de
diferencia, a pesar de que el Gran Canaria se mostró más serio en defensa y con
mejores selecciones de tiro. Pero ya era tarde. Habían tirado una primera parte
o, mejor dicho, no habían hecho frente a un huracán de baloncesto conocido como
Real Madrid. Éstos se apuntaron otro triunfo y cerraron así la fiesta de la
Copa del Rey.
El Betis Baloncesto falló en el momento clave. O, mejor dicho, un Covirán Granada guerrero y voluntarioso le hizo fallar, hasta el punto de meterlo en un lío del que probablemente no vaya a salir. Los granadinos, que perdían hasta por nueve puntos a menos de cuarto y medio para el final, se repusieron hasta el punto de lograr una victoria que le deja con más vida aún de lo que ya parece. El Betis depende de sí mismo pero tendrá que ganar nada menos que en Madrid si no quiere consumar el descenso.
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